¿Por qué es importante la relación entre generaciones? – Comentario a la parashá de Bo

Rabino Eliahu Birnbaum

 

Sobre cada integrante del pueblo de Israel recae este precepto, que revela ser un auténtico desafío: el cordero, animal sagrado para los egipcios, debía ser tomado, cuidado durante tres días en cada casa de los hebreos, y sacrificado ante los ojos de los egipcios. Finalmente, el ritual abarcaba también la obligación de comer toda la carne del cordero, por lo que se tornaba imprescindible la participación de varias familias hebreas en cada sacrificio.

A partir del Korbán Pésaj nace la simbología de la mesa judía como elemento de cohesión religiosa y cultural. La familia judía se sienta a la mesa, y no es menos el alimento que el espíritu recibe en la experiencia de una “seudá”, que el que toca al cuerpo a partir de la comida que ingiere. La mesa judía está llamada a ser un pilar para la armonía entre las generaciones que componen al pueblo, y un episodio fermental que ayuda a la transmisión de los contenidos judaicos, así como a dirimir conflictos entre los individuos.

Cuando el Faraón ha decidido ya otorgar el permiso para que el pueblo de Israel se dirija al desierto a ofrecer el korbán, pregunta finalmente a Moshé y Aharón: ¿”Quiénes son los que irán?”.

“Con nuestros jóvenes y con nuestros ancianos iremos”, responde Moshé; “con nuestros hijos e hijas, con nuestro ganado todo iremos, pues fiesta a Dios es para nosotros”. Un pueblo que desea adquirir realmente condición de libertad, debe encontrarse unido; no puede permitirse ningún bache en la continuidad de las generaciones que lo componen. La continuidad es el símbolo de la unidad del pueblo; todo cuanto concierne a la identidad colectiva del pueblo debe preservarse y transmitirse de generación en generación, para lo cual ni los jóvenes ni los ancianos han de estar ausentes de ninguna experiencia colectiva trascendental.

Así como era imprescindible, ante la planificación del Korbán en el desierto, contar con todos los integrantes de la nación, sigue siendo ineludible hoy para la continuidad de nuestro pueblo, que las generaciones que lo componen mantengan una buena y armónica comunicación. Ningún esfuerzo es ocioso ante la magnitud de la necesidad de que este acercamiento se produzca permanentemente, y resulte fortificado a partir de las obras de cada uno de nosotros.

El sentido trascendental que da la Ley a nuestras vidas – Comentario a la parashá de Mishpatim

”Ahora, éstas son las leyes que les darás. Si compras un esclavo hebreo, seis años trabajará, y al séptimo año quedará libre…”.(Shemót 21:1-2) La esencia legislativa de la Torá se encuentra en esta parashá; no porque contenga el mayor número de mandamientos (con 53, sigue de cerca a los 63 de “Emór” y a los 74 mandamientos que hay en “Ki-Tetzé”), sino porque su propio nombre define su carácter fundamental. “Mishpatím” significa leyes. Dado que la mayoría de la gente considera que el judaísmo es un compendio sistemático de leyes, es razonable decir que la sección de la Torá dedicada a “mishpatím” nos proveerá la definición y significado básicos en nuestra religión.

A partir de la teofanía momentánea en el Sinai, que leímos en la parashá anterior, la Torá viene ahora a enseñarnos que el Dios de la revelación es simultáneamente el Dios que comanda, que ordena; que la unicidad del judaísmo se apoya en esta legislación totalizadora – holística, se diría hoy- que abarca todos los aspectos de la vida, tanto de la persona como de la comunidad. Y desde que el judaísmo se ocupa no menos de los acontecimientos sociales que de los religiosos, lo más remarcable de esta parashá parece ser la compenetración mutua entre lo “civil” y lo “ritual”, el entrelazamiento de los derechos y daños sobre la propiedad con la santidad del shabát y los detalles del kashrút.

Mishpatím comienza con más de sesenta versículos dedicados a la legislación civil; para llevarnos inmediatamente a la prohibición de oprimir al extranjero. Nos prohibe incluso la opresión de la tierra, al ordenarnos darle reposo cada séptimo año; del mismo modo en que nuestros esclavos, empleados y bestias deben descansar -no menos que nosotros mismos- cada siete años. Cada aspecto de la creación merece su espacio específico y, por consiguiente, el Shabát, descanso y celebración semanal, es enfatizado, antes respecto de la globalidad de la nación que respecto del individuo. La parashá concluye hablando de kashrút, inculcando el mensaje de compasión por el mundo animal, cuando prohibe “cocinar al hijo en la leche de su madre”.

Pero el judaísmo es mucho más que un sistema legal, más allá de cuán importante y abarcadora pueda ser la legislación judía. A pesar de que la bimilenaria traducción griega de la Biblia conocida como Septuaginta traduzca el término hebreo “Torá” como “nomos” (ésto es,”norma”), el verdadero significado literal de “Torá” es enseñanza; referencia que connota una amplitud mucho mayor a la de la ley aislada en sí misma. Más aún: la Torá está repleta de historias, anécdotas y poemas cuyo alcance es muy superior al del material propiamente legal. El Talmud -Ley Oral- es una brillante antología de preguntas y respuestas, discursos ontológicos, anécdotas biográficas y parábolas morales. Si no fuera el Judaísmo otra cosa que una religión “de derecho”, sus textos más importantes deberían ser presentados con una estructura similar a la del derecho Romano o el Inglés. El mensaje de esta parashá nos enseña que la ley ciertamente provee un sentido trascendente a nuestras vidas cotidianas; y también demanda de nosotros un compromiso religioso hacia el monoteísmo ético; al tiempo que sostiene una visión perfeccionista de lo humano y lo social.

Una religión para la vida – Comentario a la parashá de Ajarei Mot – Kedoshim

Por Rabino Eliahu Birnbaum

En esta parashá se establece uno de los principales pilares conceptuales de cuanto habrá de legislar el judaísmo sobre la vida del hombre. “Cuidaréis el cumplimiento de mis mitzvót (preceptos); el hombre que las cumpla vivirá en ellas”, advierte Dios al pueblo de Israel.

La expresión “vivirá en ellas” define una especial singularidad de la religión de Israel respecto de todas las demás. El judaísmo no sólo no rinde tributo a la muerte, no la idealiza ni es devoto de ella, sino que supedita a la vida todo su corpus normativo y legal. Los preceptos son entregados al hombre, al hombre íntegro, para que íntegramente viva con ellos y en ellos; para que viva… por lo que perderían sentido si por su causa el hombre cesase de vivir.

Pikúaj Néfesh” es la expresión hebrea que indica una situación de peligro para la vida física y temporal. No hay en la Torá expresión que posibilite concebir la muerte del espíritu ni la defunción del alma. La única muerte concebible es la física, la temporal, y al riesgo de que ésta ocurra se refiere la Torá cuando autoriza a transgredir sus propias normas, si ello pudiese definir a favor de la vida una situación de peligro real.

Nuestros sabios, exégetas y legisladores, han sido unánimes al respecto: nunca se debe poner las “normas para la vida” – las mitzvót – como obstáculo para la más mínima posibilidad de solución de un riesgo de vida. En casos de enfermedad, de guerra, de situaciones urgentes, son los propios sabios y líderes espirituales del pueblo de Israel quienes deben estimular con el ejemplo a omitir u obviar cuantas normas resulte necesario, si de eso puede llegar a depender siquiera una sóla vida. No sólo por un peligro de vida real está permitido profanar el shabát; también por la menor sospecha de tal peligro, es precepto positivo (y su omisión es transgresión) olvidar la norma en favor de asegurar la vida de quien más tarde la pueda cumplir.

En oposición, la religión judía, humanista por excelencia, considera pecado y transgresión capital la omisión de auxilio en este caso, al igual que el no procurar asistencia médica a un enfermo con pretexto de evitar transgresiones al shabát, o poner en riesgo toda vida por desnutrición, con tal de no transgredir los preceptos de kashrút. Y son los líderes espirituales, los rabinos en nuestro tiempo, los primeros comprometidos en el cuidado de la vida.

“Ajarai”, detrás mío, es la expresión con que los generales israelíes salen al combate; y es también la actitud con que los líderes religiosos de nuestro pueblo asumen el cuidado de la vida de su gente.

La gravedad del engaño y la defraudación – Comentario a la parashá Behar Bejukotai

Por Rabino Eliahu Birnbaum

“No engañarás a tu prójimo”, instruye esta parashá; y agrega inmediatamente, certificando la procedencia del mandato: “Yo soy Dios”.

El concepto  toraico de engaño abarca un marco conceptual bastante amplio: el “engaño” es, para la moral hebrea, toda forma, voluntaria o no, alevosa o legalmente justificable, de defraudar a otra persona, aún si no involucra distorsionar la realidad.

Engañar al prójimo involucra, para la Torá, toda oportunidad en que una persona aprovecha la falta de conocimiento o seguridad de otra en determinado tema, para afectarla material, moral o espiritualmente.

El Talmud ejemplifica el tema advirtiendo que, si una persona se condujo por el mal camino durante parte de su vida, y luego retornó sobre sus pasos y comenzó a conducir su vida por el camino del bien, la prohibición de engañar al prójimo le protege, prohibiendo a los demás el mero hecho de recordarle su comportamiento anterior. No se debe mencionar peyorativamente, referido a un converso, nada que esté relacionado con su condición gentil anterior; asimismo está prohibido atribuir las desgracias de quien está enlutado a su comportamiento personal, estimulando la intensidad de su sufrimiento.

Los sabios han construido, alrededor de la Torá, un cerco protector que amplía las restricciones propias de la ley para evitar la proximidad de toda transgresión. En el caso que tratamos en esta parashá, se nos advierte que debemos tener especial cuidado a la hora de aconsejar a alguien: aún sin mala intención, un consejo brindado de modo irresponsable o sin una seguridad correspondiente a la confianza que deposita en él quien lo recibe, si resulta engañoso o conduce inadvertidamente por un camino inconveniente, es una forma “de hecho” del engaño o la defraudación.

Hay una única excepción en que, humana al fin, absuelve la exégesis rabínica determinadas formas de engaño. “El hombre no puede ser como una piedra que permanece inmóvil ante el ataque de otras personas”, explica el Talmud, al justificar que una persona defraudada cometa una acción de igual tenor respecto de quien lo engañó. La venganza, en tanto acción instintiva en que los sentimientos se sublevan frente a la razón, está explícitamente prohibida por la Torá; y el Talmud refrenda firmemente la condena  toraica. Pero no así es considerado el caso en que alguien, intentando redimirse del daño que otro le infligió, responde al mismo con una acción similar, de igual nivel, y no incurriendo en delito de sangre (única excepción a esta salvedad). Sin recomendar la “compensación por la vía de los hechos”, nuestros sabios tienden a comprenderla y justificarla.

La Torá establece que, cuando un judío se encuentra en estado de necesidad y recurre a otro cuya situación es más desahogada, este no debe aprovecharse de él: debe brindarle su apoyo por caridad, y no por interés.

Así como también lo establecen las diferentes legislaciones del mundo, no es transgresión menor, para la Torá, el engaño a un gentil que el engaño a alguien perteneciente a la  heredad de Israel, y cualquiera de ambos casos son para el judaísmo condenables por igual.

La necesidad de reconocernos en nosotros mismos – Comentario a la parashá de Bamidbar

Rabino Eliahu Birnbaum

Esta parashá da comienzo a la lectura de Bamidbar (“en el desierto”), el cuarto libro de la Torá. En una primera lectura, este libro da una impresión de gran simpleza; parece aburrido, compenetrado con las caracteristicas del desierto en que transcurre su relato. Las referencias inmediatas que nos vienen a la mente al pensar en el desierto se relacionan con la tranquilidad, la soledad, la lentitud, y la vida carente de sorpresas.

Paradójicamente, es en este desierto donde se generan el orden interno y la tradición del pueblo de Israel. Del mismo modo en que un cuerpo enfermo o sin defensas es aislado hasta que se recupera, el pueblo de Israel es separado de las culturas mesopotámica, egipcia y cnaanita; es alejado de la sociedad, de las filosofías ajenas, de las influencias a que podía ser sometido. El desierto oficia de “laboratorio ” donde el pueblo de Israel se desarrolla como tal.

En el desierto es donde el pueblo aprende a respetar y mantener una estructura, una organización. Cada tribu acampa en su lugar, bajo su bandera y su escudo; cada cual conoce y respeta la función y responsabilidad que le ha sido atribuida. Sin embargo, por referirse a una etapa de fermento, de ajuste de una tradición y una identidad nacional, el libro Bamidbar es, por excelencia, la cronica de los conflictos, las permanentes crisis y las disyuntivas que el pueblo de Israel tuvo que pasar para asentar la fortaleza de su unidad.

Tan claramente se nos describe el origen de cada situacion conflictiva, que se nos lleva a comprender que las situaciones humanas no son generadas por el lugar geográfico, sino que son exclusiva responsabilidad del hombre. Es tan posible vivir aislado en una isla sin experimentar la soledad, como sufrir esta profundamente, aun viviendo en sociedad.

Otras tradiciones necesitan crear e identificar medios físicos, lugares en que arraigar la cuna de sus culturas. La cultura griega identifica sus raices en Atenas, asi como en Roma lo hace la cultura latina. La cultura judía nace en el desierto, “tierra de nadie” y por tanto tierra de todos, y en esto queda simbolizada la universalidad de la Torá.

Al mismo tiempo, diferentes religiones y culturas conciben al desierto como un lugar o “estado del ser” deseable cuanto ideal, óptimo para comunicarse con Dios. En el judaismo, por el contrario, la evolucion en el desierto se dirige a normatizar una sociedad en que las personas viviran civilizadamente, y la armonía, la concordia y el desarrollo serán claves de la vida en comunidad, una vez consumado el proceso.

La diferencia entre Paz y Shalom – Comentario a la parashá de Nasó

Rabino Eliahu Birnbaum

“Que Dios te mire con misericordia y te conceda shalom”, es la bendición que pone nuestra parashá en boca de los cohaním, (sacerdotes) para todo Israel.

“Shalom”, no es lo mismo que paz. Paz es la negación de la guerra, es un estado de no violencia. Shalom, por su parte, proviene de “shalém”, de “shlemút”, que son completitud e integridad. El shalom, para ser tal, presupone un estado de tranquilidad, sosiego, quietud, calma, concordia, armonía, amistad. El concepto de shalom deja sus manifestaciones visibles en la realidad coyuntural, mientras echa sus raíces más profundo, en el mundo de los sentimientos y las actitudes vitales de los hombres.  El Talmud nos enseña que “sobre tres pilares se sostiene el mundo : la justicia, la verdad y el shalom”, al tiempo que “Dios creó el mundo para que exista shalóm entre los hombres”. Pilar y finalidad del universo, el shalom es un referente crucial en la vida judía.

La inclinación natural del hombre suele llevarlo al ejercicio de la violencia: la necesidad de conquistar, dominar, controlar, son instintos humanos que en aras del shalom es necesario trascender y dominar. Por consiguiente, es necesario lograr en principio el estado de shalom interior, para poder proyectarlo en el grupo familiar; y recién entonces, con la fuerza conjunta de un grupo humano que ejerce una vocación de armonía, aportar nuestra colaboración para el shalóm de toda la sociedad. Para participar en la construcción del shalom, no menos el propio que el colectivo, se debe merecer, para comenzar, “que Dios te mire con misericordia”, como reza la bendición de los cohaním en nuestra parashá. Es necesario observar, atender y entender al prójimo, cuando se quiere obtener shalom.

El shalom, tan cercano por cuanto se lo vive fugazmente y se lo quiere retener en los momentos felices de cada día, en la cotidianeidad de la vida familiar, tan lejano cuando se lo siente utopía en realidades complejas y conflictivas, nos plantea un dilema singular, cuya solución no se encuentra en lugar alguno fuera de cada uno de nosotros.

La soledad del hombre de fe – Parashat Balak

Rabino Eliahu Birnbaum

En esta parashá encontramos que Balak- Ben-Tzipor, Rey de Moav, teme el avance del pueblo de Israel sobre sus tierras, lo sabe auxiliado por una fuerza mágica emanente de la voluntad de Dios contra la que él no puede luchar, y busca oponer magia contra magia.

Llama entonces a Bilam-ben-Beor, acerca de quien el midrásh ha determinado que era mayor profeta aún que Moshé, y le solicita que maldiga a Israel, que rompa las defensas mágicas que Dios les ha provisto, para vencer así en la guerra que se avecina.

Bilam, que es un verdadero profeta aún cuando pertenece al mundo de la idolatría, sabe que su magia carecerá de toda fuerza si no cuenta con la anuencia de Dios. Le consulta, y El pone en su boca las palabras que habrá de pronunciar. Por varias veces Bilam bendice al pueblo de Israel, ante la perplejidad y la impotencia de Balak. Bilam contempla el campamento de Israel desde una montaña, y adquiere una perspectiva espacial y temporal respecto del pueblo al que se le ha encomendado maldecir, que no le permite sino darle su bendición.

“Cuán buenas son tus tiendas (casas), Iaakov, y tus moradas, Israel”, exclama. Vistas desde las tierras de Moav, las casas, las familias de Israel, la unidad y la armonía que reina en cada una de ellas, llaman a Bilam a la admiración (con esta exaltación dicha por un no judío, comienzan las oraciones matinales de los judíos en la actualidad.).

Bilam observa la responsabilidad mutua y la solidaridad que reinan en las familias de Israel; característica que, desde siempre y hasta hoy, todos los pueblos han observado en los judíos, y la han hecho objeto de especial admiración.

Más tarde, en otra de sus bendiciones, Bilam se refiere a Israel diciendo “un pueblo que en soledad consigo morará, y entre las naciones no será considerado”. Esta soledad a que se refiere Bilam ha sido constante en la historia del pueblo judío; y sobre ella penden numerosos interrogantes ¿Es esta soledad una bendición o una maldición? ¿Es causada por el propio pueblo de Israel o por el resto de las naciones? ¿Se trata de una opción ideológica o de una realidad emergente de causas históricas y sociales?. Probablemente, la respuesta judía a estas preguntas esté situada en un punto cercano a la síntesis entre las dos opciones que plantean todas ellas. El Prof. Shmuel Etinguer explica que la soledad hebrea, y hasta la propia existencia del pueblo de Israel, es fruto de un sistema de fuerzas en oposición que, vistas en perspectiva, tienden constantemente al equilibrio. De un lado están las fuerzas centrípetas, a través de las cuales el pueblo de Israel intenta romper su soledad e integrarse a las sociedades que lo rodean. Del otro lado, las fuerzas centrífugas a través de las que la sociedad por un lado, y el peso de la larga tradición por otro, llevan a los judíos a retornar a su propio y restringido marco otra vez. La soledad judía, en fin, emerge de una identidad dual que arrastra consigo al concepto de vida en sociedad.

Comentario sobre la Parashá Ki Tavó – El Lenguaje de los Símbolos y los Rituales Hebreos

Los signos conforma un lenguaje a cuyo través, individuos y culturas traduce en realidades y experiencias. El sistema de signos y símbolos que define a una comunidad cultural es el lenguaje con que éste logra ubicar cuanto acontece dentro suyo y a su alrededor en un mapa pre-existente y cambiante del laberinto de la vida.

La Torá se ocupa, en esta parashá, de establecer los símbolos que habrá de guiar a la interpretación que el pueblo de Israel haga de sus realidades y experiencias. La propia vida del judío moderno está basada en los símbolos heredados de la Torá, traducido por cada generación el marco referencial de su vida real. 

Así, cada palabra y cada acto, cada festividad y cada sonido, son partículas de este lenguaje peculiar qué es el subconsciente de todos los judíos comparte y al que apela de continuo.

La mayoría de los judíos de nuestro tiempo no profundiza en el significado o la razón de ser de muchos rituales que practica, pero es el valor simbólico que éstos guardan para cada uno lo que sustenta la voluntad de consumarlos, evocando una tradición que las generaciones precedentes nos legaron. Todos los sentimientos humanos se perpetúa en símbolos, en un lenguaje que transporta (tal es el significado del término “metáfora”) cada vivencia cotidiana hacia un nivel que trasciende a la experiencia individual, conectandola con la vida milenaria de una nación y una cultura aprendida en idiomas, rituales, aromas y colores.

“Y será el día en que cruces el Jordán hacia la tierra que te dio el eterno tu Dios, qué levantarás para ti y piedras grandes y escribirás en ellas todas las palabras de la ley(…), y escribirás en las piedras todas las palabras de la ley con mucha claridad”. Tal el primer símbolo que fundamenta la cultura judía.

El pueblo de Israel recibe la orden de construir y grabar éstas piedras antes aún de entrar en a la tierra de Israel. El elemento material que refería la razón de ser de toda la conquista debía preceder a ésta. El lenguaje oral con qué Moshe venía instruyendo al pueblo deviene insuficiente cuando se debe entrar en acción. Moshe entendió que el hombre tiene necesidad de símbolos materiales a los que puede puede referir, que pueda erigir como bandera con la que se identifica a través de la cual pueda representar sus sentimientos y creencia.

“Y escribirás en las piedras todas las palabras de la ley con mucha claridad”. escribir con “toda claridad” apela a la necesidad de universalizar el símbolo: éste no está dirigido a elites, sino que debe servir como referencia inmediata para cada individuo de la comunidad. El Talmud interpreta que la total claridad qué habla la instrucción implica reclamar un lenguaje, para esta codificación, que sea entendido por todas las personas. La ley fué escrita, según explican nuestros sabios, en setenta lenguas, con “setenta caras” o facetas, de modo que cada uno se viera reflejado en alguna de ellas.

Desde este principio se observa que la enseñanzas de la Torá no están dirigidas en exclusividad al pueblo de Israel. No ejerciendo forma alguna de proselitismo, traduce su mensaje de modo tal que sea accesible a toda persona o todo pueblo que quiera acercarse o circunscribirse, de propia voluntad, a sus valores y cosmogonía.

Las piedras en que esta parashá relata que Moshe grabó la ley se transformaron en símbolos universales, sujetos a las interpretaciones de cada que cada cultura haces de ellas el tiempo que son un símbolo individual para cada integrante del pueblo de Israel.

El Tanaj es la continuación de las piedras grabadas con las leyes básicas de la Torá. Y en su carácter de tal, se ha transformado un libro universal traducido al día de hoy a 1710 idiomas y dialectos que lo han hecho históricamente accesible a todas las culturas del mundo.

Comentario sobre Parashat Shoftim – ¿Qué se necesita para un gobierno ideal?

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Siguiendo la temática de todo el libro de Dvarím, qué es la elaboración de la sociedad ideal en la tierra de Israel, esta parashá se plantea que necesita un grupo de personas para adquirir carácter de sociedad.¿ es suficiente, acaso, hablar del mismo idioma habitar espacios contiguos y servirse de referentes comunes ?

A esta pregunta responde la Torá enumerando los pilares que sostendrán a una sociedad armónica; pilares sobre los que esta se apoyará para crecer y para dirimir sus conflictos, para aplicar la justicia e incluso para compartir y edificar sueños e ideal en común.

“Jueces y policías pondrán para ti en todas las ciudades que el eterno tu Dios asigna a tus tribus (…)”. Una sociedad requiere en primer término y siendo poseedora ya de una ley, de un Poder Judicial. Jueces que discierne entre q entre cumplimiento transgresión, que sean capaces de interpretar la ley, de traducirla a cada coyuntura y de crear jurisprudencia a partir de ella. A lo largo de la historia judía ha habido magníficos tribunales y en otras ocasiones tal como en la época que vivimos el rol de jueces es desempeñado por filósofos, estudiosos y rabinos. Lo constante se mantiene más allá de la forma: sólo puede ejercer justicia para los demás quien dedica mayormente su vida a la sabiduría y la santidad.

En segundo término, los policías, el brazo ejecutor de la ley encargado de trasladar la sentencia del juez desde el plano de la teoría al de la realidad proporcionándole la imprescindible coercitividad.

Paralelo a los jueces y por encima de los policías se encuentra la figura del Rey, persona o institución encargada de dirigir y administrar la aplicación efectiva de la ley. La figura del Rey tiene por cometido procurar que ademas de tener una ley, la comunidad haga uso de ella. También aquí como siempre prima en la Torá el criterio de realidad: un hombre no será considerado bueno por las buenas intenciones que dice tener, sino por las buenas acciones que realiza.

El tercer pilar de la sociedad lo constituye la figura del Cohen, el sacerdote. El representa a la tradición, a las raíces y la historia de una comunidad. Ningún individuo, especialmente en ninguna comunidad, puede vivir armónicamente desarraigada de su pasado; la identidad afirma sus raíces en la profundidad de la memoria. Y es el Cohén quién debe realizar quién debe centralizar la vida espiritual y religiosa del pueblo y garantizar su continuidad.

La proyección común haz el futuro no es menos un precinto imprescindible que la referencia colectiva hacia el pasado para la existencia de una sociedad. Por ello el profeta o “Naví”es una figura encargada de oficiar como antena individual para los sueños y deseos de toda la comunidad. El Naví cuarto y último pilar de la sociedad ideal qué plantea la Torá, es quien anima de esperanza los sueños de los demás, marcando emocionalmente el camino del pueblo de Israel; encendiendo cuando se torna necesario la chispa que transforma la pasión en voluntad.

Los cuatro pilares qué número natural son necesarios para la existencia de una sociedad armónica, tanto como imprescindible para la comunidad, para la familia y para cada individuo que busca desarrollar con dignidad en el camino de Dios. Ni una persona ni una sociedad puede vivir armónicamente si carece de normas éticas y morales así como un marco conceptual de referencia a partir del cual desarrolla su vida y este marco será inútil fin no se lo lleva a la práctica a través de mecanismos que no tornen obligatorio en la realidad.

Finalmente sujetos al tiempo a través del que transcurren nuestras vidas se torna inviable para todo hombre o comunidad crear una identidad y vivir en armonía, si se carece una relación sistemática con las raíces propias que emergen del pasado,o si expectativas de futuro y la energía vital que fermentan en la esperanza y la fe están ausentes de nosotros.

El proceso de la redención – comentario a la parashá de Vaerá

Por Rabino Eliahu Birnbaum

La redención (gueulá), según nos revelan estos versículos (Shemot 6:3-8), no consiste en un acto único y completo, sino en una serie de cuatro etapas que configuran un proceso histórico.

La redención y la libertad, generalmente no se producen de forma drástica, más constituyen el resultado de distintos actos, que provocan un cambio en la situación general.

La misma se expresa en estos versículos mediante cinco conceptos: los liberaré, los salvaré, los redimiré, los consideraré, los traeré.
También en Egipto era necesario despertar en el pueblo el deseo de libertad, ya que las primeras plagas no consiguieron ablandar el corazón del faraón, provocando contrariamente, un aumento de las exigencias con respecto al trabajo de los esclavos. El pueblo comienza a dudar de las posibilidades de que efectivamente la redención pudiese ocurrir. En el inicio de nuestra parashá, el Creador trata de despertar y estimular el espíritu del pueblo y aumentar sus esperanzas con respecto a la redención. Por eso, fue pedido a Moshé que exponga el “programa” de redención que acontecería en breve.

Los conceptos de libertad tienen cinco expresiones diferentes dentro del pensamiento judaico:

1 – “Y los liberaré de los trabajos forzados en Egipto”

El primer paso en el proceso de redención, “los liberaré de los trabajos forzados en Egipto”, constituye el primer anuncio: el de la libertad, la salida del exilio.

El sufrimiento, es el tema general de este versículo. El sufrimiento consiste en el trabajo forzado, los esclavos que lo ejecutan carecen totalmente de valor delante de los ojos de sus amos. La libertad divina es la libertad de este tipo de sufrimiento. La liberación de Egipto elevó ante todo la condición humana de los liberados, devolviéndoles la libertad y el respeto propio.

2 – “y los salvaré de la esclavitud…”

A pesar de que el trabajo tiene su propio valor, los egipcios hacían uso de mano de obra para crear y fortalecer la existencia de una sociedad elitista. Esta sociedad obliga a ciertos seres humanos a realizar trabajos forzados, determinando de este modo, la división de los hombres en esclavos y señores. La redención de Egipto, anuló de una vez por todas, esta división artificial de los seres humanos.

Esta es la determinación divina, que declara por primera vez que todos los hombres son iguales y que todos ellos fueron creados a Su imagen.

3 – “y los salvaré con el brazo extendido y con grandes castigos…”

La salvación es definida no solo en relación con la salida de Egipto, sino también por el hecho de la existencia de la redención. Esta redención se une a la redención espiritual y cultural. El término redención, por lo tanto, la redención de Egipto une estos dos tipos de liberación.

4 – “y los consideraré mi pueblo”

La redención constituye la base de la creación del pueblo judío. La redención de Egipto no marcaba el fin de un exilio cualquiera, sino que el fin de ese exilio determinaba el nacimiento de un nuevo pueblo, según fue establecido en la promesa de D’s a Abraham. La salida del exilio y la salvación de los peligros, tiene por objetivo acercar al pueblo judío a Su Creador, con el fin de recibir la Torá y convertirse en el pueblo elegido.

5 – “y los llevaré a la tierra que prometí dar a Abraham, Itzjak y Yaakov…”

Ya con las primeras cuatro palabras, se conoce una quinta y última expresión: la redención del pueblo no podía tener lugar en el desierto. Para redimirlos, es necesaria una tierra, en cuyo caso se trata de Eretz Israel, la tierra en la cual el pueblo liberado debía vivir de acuerdo a la Torá. Por eso, se realiza el último anuncio: “y los llevaré a la tierra que prometí dar a Abraham, Itzjak y Yaakov…”

Tal vez, las fases de esta redención no son únicas y propias de la salida de Egipto, sino que se producirán también de forma semejante en otras situaciones relacionadas con la redención de Israel. Si analizamos, por ejemplo, la tragedia que asedió a nuestra generación, la shoá, veremos que después de ella, también se produce un proceso de los liberaré, los salvaré, los redimiré, los consideraré, los traeré.

Asimismo, todos los libertadores de esclavos, desde Espartaco hasta Lincoln, extrajeron su fuerza e inspiración de esta parashá, ya que la melodía de la redención de Egipto sigue resonando en nuestro mundo…

En realidad, debemos considerar que estos versículos, además de expresar las fases de la redención, describen también el pacto entre el Creador y el Pueblo de Israel. En estos versículos aparece el contenido del pacto:

Pacto sobre la libertad del pueblo
Pacto de Torá
Pacto de la Tierra

El pacto determina los elementos más importantes en la relación: la existencia y libertad del pueblo, la Torá y Eretz Israel constituyen los elementos básicos y fundamentales que definen el pacto.

Estos tres elementos son fundamentales en la elección de las personas. Las personas necesitan sus tierras para vivir en ella libremente y establecer sus leyes. Un esclavo no es capaz de darse cuenta de su potencial espiritual. De modo que la libertad del pueblo constituye una condición esencial del pacto.

Los tres elementos del pacto: la libertad, la Torá y Eretz Israel, constituyen, cada una a su tiempo, tres etapas distintas en la historia del pueblo de Israel: la salida de Egipto, la entrega de la Torá y la llegada a Eretz Israel. En relación con cada uno de los elementos del pacto, tenemos tres festividades centrales: Pesaj, en relación con la salida de Egipto, Shavuot con la entrega de la Torá y Sucot en relación con Eretz Israel.

El judío asume dos obligaciones mediante el pacto: cumplir con las mitzvot e identificarse con el destino histórico de su pueblo.
La grandeza de la salida de Egipto, no es el hecho histórico único y excepcional de liberar un pueblo entero de las garras de sus opresores, que constituían un imperio completo, sino que se trata de la primera fase de la vida de un pueblo, una fase especial en una cadena histórica, que culminará con la formación del pueblo judío. El plan divino comenzó con la salida de Egipto y finalizó con la entrada a la Tierra de Israel.