La tribu Igbo

Todo viaje es interesante, pero cuando se trata del continente africano siempre es diferente  y especial; y si se trata de Nigeria con el objeto de conocer a la tribu Igbo que sostiene descender de judíos sin duda es un destino apasionante. A pesar de la distancia, la dificultad y el peligro; cuando se procura entender fenómenos en el mundo judío la única opción es viajar y ver con los propios ojos, tal como reza el antiguo dicho popular: “quien transita un camino que otros ya transitaron ve cosas que muchos ya vieron, mas quien va por sendas que pocos exploraron ve cosas que pocos vieron”. Por ello, me encaminé a investigar los orígenes de la tribu Igbo de Nigeria, quienes sostienen ser judíos.

De esta manera cumplí con el testamento de Hasdai Ibn Shaprut, quien en su misiva al Rey de los Khazares escribió lo siguiente: “si existe un sitio propicio para la redención del pueblo de Israel… y si tuviese la certeza de que es así, dejaría de lado mi encumbrada posición, abandonaría a mi familia y cruzaría diligentemente toda colina, mar y continente hasta llegar a los dominios de su alteza real…”

En esta travesía hacia la tribu Igbo se mezclan fantasía y realidad, historia y sociología, mitos y relatos personales. Intentaré pues exponer ante mis lectores mis impresiones y los descubrimientos de este viaje.

Es oportuno recordar que si bien los judíos etíopes han sido objeto de múltiples investigaciones por parte de las diferentes instituciones gubernamentales, los demás grupos africanos que sostienen poseer ascendencia judía no han sido estudiados y las investigaciones académicas sobre estos se encuentran aún en pañales. Existen algunos grupos en diferentes países africanos que sostienen poseer algún tipo de ascendencia judía, entre ellos la tribu Igbo de Nigeria, la tribu Lambe en Zimbabue, la tribu Basa en Camerún entre otros. Es común toparse con expresiones de sorpresa al sostener que hay judíos en el continente negro ya que resulta extraño asociar esos confines geográficos con presencia judía, si bien nuestra historia nacional comienza con un periplo de cuarenta años en el desierto africano.

Quise comprender por qué los miembros de la tribu Igbo se identifican como judíos y se sienten ligados a nuestro pueblo. ¿Acaso esto posee un  fundamento histórico y una tradición o se trata simplemente de una invención? ¿Cómo es posible que un grupo humano que carece de vínculos con el judaísmo decida ser judío en un país cristiano y musulmán en el corazón de África?

Los Igbo son llamados por las demás tribus nigerianas “los judíos del África”, no por su origen o religión sino por tratarse de la elite cultural del país e influir tanto en la educación como el comercio nigeriano e internacional. Un alto porcentaje de los miembros de esta tribu son profesionales liberales: médicos, abogados, contadores e ingenieros, muchos de los cuales trabajan en el sistema educativo y la administración estatal nigeriana.

Hay quienes sostienen que el nombre de la tribu, “Igbo”, se origina en la palabra hebrea “ivrí” (“hebreo”). La tradición tribal narra que sus ancestros llegaron desde la tierra de Israel y se presentaron como “los hebreos”, mas como los lugareños no les entendían los llamaron “Igbo”.

El recibimiento

Desde el inicio tanto la bienvenida como el clima fueron muy cálidos. Al caminar por las calles con kipá se me acercaron no pocos lugareños que me preguntaban: “¿Eres de Israel? Entonces somos hermanos…”  Al principio no comprendía el tenor de semejante expresión, mas cuando decenas y hasta centenas de personas me lo repitieron entendí que en la consciencia de la tribu Igbo está muy presente la conexión al pueblo judío.

El recibimiento que me dieron en sus hogares fue un tanto “amargo” y paso  inmediatamente a explicar a qué me refiero. Esta tribu posee una antigua tradición y consiste en servir al visitante una “almendra amarga”. Todo huésped que ingresa al hogar recibe un plato con almendras amargas (no de la especie que conocemos en Israel sino una variedad local muy amarga), el anfitrión sostiene el plato y pronuncia unas palabras de bienvenida que expresan alegría por la visita. Acto seguido el invitado debe ingerir una almendra y no hacerlo implica una ofensa al dueño de casa. Tras varias visitas y varios discursos de bienvenida no puedo decir que las almendras me llegaron a gustar pero la intención de los anfitriones fue buena y correspondía honrar sus tradiciones.

Los Igbo ancestrales, todas las mañanas antes de salir a trabajar rezaban a “Tzakwo Abiama Tzinika Kali Anu Yagua na Ana” (Dios de Abraham creador del cielo y la tierra), acto seguido agradecían a Dios el haberlos despertado y al finalizar respondían “Isa” (Amén).

Una antigua tradición de la tribu Igbo es circuncidar a sus hijos al octavo día de su nacimiento y la cumplen hasta hoy. También aquellos que viven como cristianos continúan circuncidando a sus hijos, lo cual obviamente no está bien visto por las demás tribus nigerianas. A la edad de trece años celebran una suerte de ceremonia de “bar mitzvá” que recibe el nombre de “vestir la prenda”.

Las bodas Igbo guardan gran similitud con las judías incluido el uso del palio nupcial o “jupá”. Tanto el novio como la novia escogen testigos y entre ambos lados se aportan cincuenta monedas que se dividen por partes iguales entre los testigos que las guardan como testimonio del enlace. En la ceremonia nupcial se sirve una copa de vino blanco y los novios beben de la misma.

La tribu Igbo posee también la costumbre del levirato. Si el marido fallece la viuda debe casarse con uno de los hermanos del difunto para que este posea descendencia que continúe la familia. Los Igbo donaban devotamente un diezmo de sus cultivos a los pobres y poseían una ciudad refugio para los asesinos involuntarios.

El ciclo del año judío se ve claramente reflejado en las costumbres de los Igbo. Cuando el jefe de familia divisa el novilunio llama a los miembros de la misma y les bendice por un buen nuevo mes. Cuando la luna se divisa llena todos los niños salen a celebrar y los adultos les relatan cuentos.

El año nuevo de la tribu Igbo cae durante el mes de septiembre y comienza con la puesta del sol. La celebración del año nuevo está destinada a pedir a Dios por un año mejor y pleno de bendición. Temprano por la mañana la aldea se despierta al son del toque de colmillos que nos recuerdan al toque del shofar.

Los Igbo acostumbraban a peregrinar una vez al año a una localidad llamada “Arotzoko” (hijos de Aharón). Según la tradición allí se encuentra una antigua arca sagrada de los días en que los ancestros judíos salieron en camino a África y llegaron ella hasta el sitio que hoy se denomina “Arotzoko”. Asimismo poseen vestimentas sacerdotales especiales. La leyenda indica que cuando arribaron los misioneros los miembros de la tribu temieron que el arca y las indumentarias sacerdotales sean destruidas por lo que decidieron guardarlas dentro de un edificio cerrado para protegerlas. No logré verlas con mis propios ojos pero me aseguraron que en mi próxima visita me llevarán a este sitio  secreto.

Los judíos de la tribu Igbo poseen identidad judía y se ven a sí mismos como judíos. Varios de ellos no quieren escuchar hablar de conversión al judaísmo ya que se sienten seguros en su fe y en su  status por lo que no ven necesidad de convertirse mientras que otros ven en la conversión una expresión de su voluntad de continuar viviendo como judíos.

¿Acaso la consciencia es significativa? ¿Qué valor tiene la voz interior? ¿Es quizás esta voz interior una suerte de palabra Divina que nos revela en estos días quiénes son aquellos que habrán de marchar junto a Israel? ¿Quiénes son los perdidos y quiénes los alejados? Solo Dios lo sabe.

En lo que refiere a sus expectativas respecto de su pertenencia al judaísmo, casi todos los consultados expresaron aspiraciones como por ejemplo “retornar a la Torá”, deseo de visitar Jerusalém y de renovar la tradición que les fue vedada por tanto tiempo. Al final de cuentas, todos desean pertenecer a un mundo judío más amplio. Es importante destacar que la mayoría de las personas que consulté no están interesadas en hacer “aliá”. Los miembros de la tribu Igbo poseen una fuerte identidad tanto nacional  como tribal y no desean abandonar su patria. Es menester señalar que la “aliá” de los judíos etíopes y el reconocimiento que recibieron al ser identificados como posibles descendientes de la tribu perdida de Dan en los años ochenta y noventa del siglo veinte, despertaron el interés en el desarrollo de la identidad de otras presuntas tribus perdidas en otras regiones de África.

Historia antigua

Durante generaciones los Igbo desarrollaron versiones de su historia tribal que los posiciona como parte de la diáspora judía y sostienen que sus antepasados llegaron a África mediante las antiguas rutas comerciales del continente.

Hay también quienes sostienen que el rio Sambatión (allende el cual fueron dispersadas las diez tribus por los asirios) se encuentra en África, y no en vano el Talmud cita a África como el sitio del exilio de as diez tribus (Tratado de Sanhedrín 94(A)): “¿A dónde fueron exiliadas las tribus? Mar Zutra dice que a Áfriqui, y Rabi Janina dice a los Montes de Slug” Es de señalar que no todos coinciden  en cuanto a que el Áfriqui mencionado  en el Talmud coincide con el actual continente negro.

Existe una serie de fuentes que sostienen que hubo presencia judía en Nigeria desde el 638 antes de la era común. Esta tesis arguye que judíos migraron hacia África tras la destrucción tanto del primer como del segundo Templo y establecieron comunidades a lo largo y ancho del continente. Los primeros migrantes habrían sido de las tribus de Gad, Asher, Dan y Naftalí. La población israelita habría continuado expandiéndose hacia el sur del continente africano y en dirección del Sahara. La tribu Igbo considera descender principalmente de la de Gad. Según la tradición tribal Gad es el padre de todos. La tradición oral de los Igbo menciona a un guerrero legendario llamado Erí hijo de Gad y nieto de Yaakov: “Y los hijos de Gad: Tzifión, Jagui, Shuní, Etzbón, Erí, Arodí y Ar´elí” (Génesis 46:16).

Hay otros que sostienen que los Igbo migraron desde Siria, Portugal y Libia a África occidental alrededor del 740 de la era común. Más tarde se les habrían sumado más migrantes judíos de Portugal y Libia en 1484 y 1667.

Una historia nueva

La tribu Igbo fue influenciada por el cristianismo que predicaron los misioneros que llegaron al África en tiempos del colonialismo británico en el siglo XIX. La similitud entre las antiguas creencias Igbo y el cristianismo los llevó a adoptar la nueva religión con mayor facilidad víctimas de la confusión y el engaño.

Los miembros de la tribu cuentan que al descubrir los misioneros que los Igbo poseen costumbres judías enviaron una misiva a la iglesia británica la cual les indicó que no revelasen de dónde proceden ni a qué nación pertenecen. Los misioneros actuaron con violencia contra la tribu Igbo y contra aquellos que se negaron a adoptar la fe cristiana.

Color de piel

Uno de los temas que han despertado sorpresa e interrogantes respecto de la conexión de esta tribu al pueblo judío es el color de su piel. Por alguna razón existe la idea carente de base genética o halájica de que un judío supuestamente posee piel de color claro y esto no es así. De hecho los falashas poseen el mismo color de piel que sus vecinos de igual manera como los judíos se asemejan a los habitantes de la región en la que viven tal como en el caso del Yemen, Bujara o Polonia. La Mishná en el tratado de Negaím (2:1) menciona que el color de la piel de los hijos de Israel varía según la región geográfica en la que habitan y posee diferentes matices: “Una mancha cutánea intensamente blanca se ve oscura en la piel de un alemán y la mancha cutánea oscura en la piel de un negro se ve como muy blanca. Rabí Ishmael dice: los hijos de Israel se asemejan al cedro de tipo Eshkroa (árbol de tonalidades marrones) ni blancos ni negros sino medianos”

Sin embargo, es de destacar que en la jurisprudencia halájica el color de la piel no es una señal que indique si la persona es o no judía. El Rabino Yaakov Sapir autor del libro “Even Sapir” (parte II cap. 68) escribe sobre los judíos que son “similares en su aspecto a los lugareños incluidos los judíos de la India, Etiopía y el Yemen que se les considera como los judíos con el origen más probado si bien son de tonalidad oscura”. El Rabino Uziel también se refirió en una de sus respuestas al color de la piel de los judíos de la India (Kovetz Bnei Israel 5722 pág. 25) diciendo que “jamás se alejó a una persona de la comunidad judía por su aspecto o por poseer un color de su piel similar al de los gentiles…”. El Rabino Moshé Fainstein respecto de los judíos etíopes afirmó que “del punto de vista de la halajá no importa el color de su piel” (carta del 5744).

La idea apasionante que aprendemos de la tribu Igbo es que la identidad judía puede superar límites políticos, raciales, lingüísticos entre otros, lo cual transforma al judío en un pueblo realmente global, amén de enseñarnos que la Torá es su fuerza unificadora.

Los judíos negros de Nigeria están seguros de que el color de la piel no es un obstáculo para volver a integrarse al pueblo judío ya que según su tradición la Omenana es la costumbre judía original y su color de piel es el color original del judío y en sus palabras: “Tzipora la esposa de Moshé era negra y Abraham Avinu también lo era”.

La situación actual

Hoy en día existen unas 30 comunidades de judíos Igbo en Nigeria, en cada una de estas hay una sinagoga algunas de las cuales poseen rollos de la Torá aptos halájicamente para su uso. Asimismo, muchos de los miembros de la tribu Igbo general continúan combinando en sus vidas prácticas judías con cristianas incluyendo la realización de circuncisiones al octavo día de vida si bien asisten a iglesias. Estas comunidades están diseminadas en las provincias de Abudja, Anambra, Imón, Lagos, Port Harcourt, Onogo y Aboni.

Hay investigadores que consideran que unos treinta mil Igbo detentan prácticas judaicas y unos tres mil observan los preceptos y retornaron a la tradición judía plenamente. Estas personas cuidan Shabat, colocan tefilín a diario y no comen carne para cuidar las leyes de la cashrut. En todas las comunidades hay un jazán o cantor litúrgico que sabe leer hebreo y dirige el rezo. En la mayoría de las sinagogas hay servicios de Shabat y en algunas todos los días de la semana. Al ingresar a una de las sinagogas vi escrito sobre la pared en letras hebreas un letrero que llamó mi atención: “Kol Israel Arevim Zé La Zé, Am Israel Jai” (Todos los judíos somos responsables uno por el otro, el pueblo de Israel vive).

Epílogo

Creo que descubrir la vida judía en el continente negro, aunque no reconozcamos la judeidad de quienes la detentan, es una revelación tanto interesante como emocionante en cuanto a que “No hay sitio carente de Su presencia”. Esto nos enseña que hay vida judía en sitios a los cuales ni Coca Cola ni Jabad aun llegaron.

Cuando me dispuse a abandonar a los Igbo en Abudja, estos me abrazaron y me dijeron a modo de despedida: “El retorno de los exiliados que Dios le prometió al pueblo de Israel ya ha comenzado, puede únicamente demorarse mas no cancelarse… Israel nos ha brindado un modelo de resurgimiento nacional y nosotros lo seguimos”. Esta fe, muy probablemente, mantendrá encendida la chispa judía en Nigeria a pesar de las guerras y las masacres, las tensiones entre el occidente cristiano y el norte musulmán y a pesar de la actividad de Al Qaeda en ese país. Para finalizar entonamos juntos el “Hatikvá” y nos despedimos con las palabras “Nefesh Iehudí Homiá” (“el alma judía anhela”).

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Bendito sea Dios que libera a los prisioneros

Por excederme en la velocidad a la hora de conducir un vehículo, por complicarme con un soldado del ejército boliviano y por hacer propaganda sionista en Cuba. Sobre distintas detenciones que sufrí en mis diferentes viajes y las originales maneras por medio de las cuales logré liberarme.

A Dios gracias nunca estuve preso pero sí he tenido el “privilegio” de estar detenido en una serie de países alrededor del mundo. A continuación les habré de detallar las circunstancias que me llevaron a semejante situación y las experiencias vividas.

Una investigación camino a un sepelio

Hace ya varios años, cuando era el Gran Rabino de la comunidad Israelita del Uruguay me fui de vacaciones junto a mi familia a una playa lejana y apartada. Como es típico en el caso de rabinos, mis vacaciones se vieron interrumpidas en virtud del fallecimiento de un miembro de la comunidad. Por la mañana recibí la notificación de que la persona había fallecido y que el entierro se llevaba a cabo en horas del mediodía. Por cuanto que me encontraba vacacionando, no iba vestido con vestimenta “de etiqueta”, o sea, con saco y corbata. Me despedí de mi familia y emprendí el viaje de varias horas en dirección al cementerio judío local.

En virtud de que quería llegar temprano al entierro a los efectos de acompañar a la familia e indicarle los pasos a seguir viajé a una velocidad excesiva. Por respeto hacia el lector no he de especificar qué número marcaba el velocímetro, solo diré que era sesenta kilómetros por hora por encima de lo permitido. Dado que me disponía a cumplir con uno de los preceptos que por su encumbrada importancia los sabios dicen que sus dividendos se reciben en este mundo mas el capital solo en el venidero, asumí que recaería sobre mí el principio de que “un enviado para cumplir una mitzvá no sufre percances”, pero se ve que me equivoqué.

Tras dos horas de viaje un patrullero con su sirena encendida comenzó a perseguirme. Una vez que me detuve, el agente policial descendió de su vehículo se acercó a mí y me preguntó el motivo de mi excesiva velocidad.  Mi respuesta fue sincera: soy el Gran Rabino de la comunidad israelita y estoy camino al cementerio para oficiar un entierro. El agente policial vio mi atuendo informal que consistía en unos jeans y una T shirt, me miró de reojo y dijo: “Así como el Obispo de la ciudad tiene un atuendo especial, esperaría del Gran Rabino que también vista ropas dignas de su función”. Todas mis explicaciones respecto de que estoy vestido informalmente en virtud de que regreso de mis vacaciones no surtieron efecto. El policía pidió ver documentación que me acredite como Gran Rabino del Uruguay. Intenté explicarle que no existe semejante documento mas él no se convenció y me llevó a la estación de policía más cercana a los efectos de continuar la investigación. Una vez allí el agente quiso abrirme un caso por exceso de velocidad e intento de suplantación de identidad. “Este individuo se quiere hacer pasar por el Gran Rabino de la ciudad de Montevideo pero con este aspecto es imposible que lo sea”. Tras dos horas de detención y la intervención del presidente de la comunidad quien envió un fax certificando cuál era mi posición comunitaria logré salir en libertad y llegué al cementerio al momento mismo del entierro.

“Prueba oficial”

Hace muchos años salí de paseo con mi señora en dirección a Perú y Bolivia. En determinado momento del viaje teníamos que cruzar la frontera entre Bolivia y Perú y elegimos hacerlo por el lago Titicaca, el segundo mayor lago de Sudamérica a 3821 metros de altura por sobre el nivel del mar en medio de los Andes.

Llegamos con el autobús al lago y tras la revisión de los pasaportes nos dispusimos a cruzar el lago en un ferry. El autobús se detuvo y yo procuré un excusado. En la puerta de un edificio sobre el cual ondeaba la bandera boliviana se encontraba de guardia un soldado de ese país al cual con toda inocencia pregunté dónde estaba el baño. El soldado me indicó que fuera a la izquierda y luego a la derecha pero rápidamente me di cuenta que no me estaba enviando al sitio correcto. Volví hacia donde se encontraba el soldado y me percaté de que vestía un cinturón cuya hebilla lucía una esvástica. Por un momento perdí la paciencia y comencé a gritarle, quizás por haberme enviado a un sitio equivocado pero principalmente por la esvástica. “¿Cómo te comportas?”- le increpé. “¿Por qué no me indicaste la ubicación correcta de los baños?” “¿Qué ejemplo de soldado está dando?” “¡Eres una vergüenza para el ejército boliviano!” etc.

Luego volví a donde se encontraba mi señora, subimos al ferry que nos haría cruzar el lago. De inmediato se nos acercó un grupo de ocho soldados bolivianos y me pidieron que los acompañe al cuartel. Por un instante no entendí qué pasó ni qué querían. Es importante entender que tanto en América Latina como en países del oriente las leyes no siempre son claras y las fuerzas de seguridad las van elaborando en el momento conforme su parecer o comodidad por lo que es difícil predecir qué puede ocurrir en los diferentes momentos.

Al llegar al cuartel rodeado de soldados y acompañado por los llantos de mi mujer, un oficial me acusó de haber ofendido a la bandera boliviana, lo cual es una “falta grave”. Según dijo, mis gritos no solo fueron una ofensa para con el soldado y el ejército boliviano sino que también ofendieron a la máxima insignia del país. Tuve un par de horas para pensar sobre mi defensa. Preparé un discurso emotivo y una línea argumental para exponer ante el oficial que me interrogaría.

Una vez llegado le dije: “Señor oficial, lamento profundamente lo que hice pero en ningún momento tuve la intención de ofender a la bandera boliviana. Yo respeto al país, sus soldados y su insignia. Yo soy ciudadano israelí y oficial en el ejército de defensa de Israel y como usted sabe nuestros países son amigos y nuestros ejércitos cuentan con instancias de cooperación mutua. ¿Cómo habría de osar ofender a un soldado del ejército boliviano? No fue esa mi intención”. El oficial me miró y me dijo: “tiene razón, pero… ¿cómo he de cerciorarme de que usted es un oficial del ejército israelí? ¿Tiene algún documento que lo identifique como tal?” Le expliqué al oficial que yo ya estaba en servicio de reserva por lo cual no llevaba conmigo una identificación. “Entonces-me dijo- usted no puede dejar el cuartel y será enjuiciado, sólo podrá irse si demuestra ser oficial del ejército de su país”.

De repente se me ocurrió una idea original. Vi que cerca nuestro habían unos fusiles, y le dije: “puedo demostrar que soy oficial del ejército- exclamé, deme un fusil y yo se la desarmo y vuelvo a armar con los ojos cerrados y así le habré demostrado mi condición de militar”. Al oficial le gustó la idea y me dijo: “si lo hace queda libre”. Afortunadamente en ese tiempo todavía tenía fresco el entrenamiento recibido durante el servicio obligatorio y logré desarmar y armar el fusil con una venda sobre los ojos en un tiempo razonable. Mi interlocutor quedó boquiabierto y me dijo que sin duda yo era un oficial del ejército israelí, hasta estrechó mi mano con orgullo y así, cinco horas después de haber sido detenido puede subir al ferry que nos condujo al Perú.

Una bendición desde Jerusalem

Mi siguiente detención tuvo lugar en Papúa Nueva Guinea hace cuestión de unos meses cuando visité a la tribu Gogodala que sostiene poseer raíces judías. Salí a tomar fotos del mercado de una de las islas empleando un drone que se maneja a control remoto. A los pocos minutos de tomar fotos llegó un jeep y un soldado del ejército local me gritó que en esa área está prohibido el uso de Drones por cuanto que es a minutos de la frontera entre Indonesia y Australia. De inmediato me hizo subir al jeep y me condujo a una estación de policía a los efectos de interrogarme. No he de negar que me puse nervioso y demás está decir lo agradable que fue estar detenido en Papúa Nueva Guinea.

Se trata de un país profundamente cristiano, por lo que opté por una estrategia diferente a la empleada en Bolivia. No me presenté como militar sino como religioso. Le expliqué al oficial que soy rabino y vengo de la sagrada ciudad de Jerusalem, allí donde vivió Jesús una temporada. Cuando mencioné Jerusalem vi que los ojos del oficial y los soldados comenzaron a lagrimear. En ese momento ofrecí al oficial bendecirlo junto a sus soldados cumpliendo así con el versículo que dice “quienes te bendigan serán benditos y quienes te maldigan serán malditos”. El oficial cambió de gesticulación y de enemigo se transformó en querido entrañable. Coloqué mi mano sobre su cabeza y lo bendije en hebreo y en inglés. Luego nos sentamos a tomar un café en la estación de policía y conversamos sobre diferentes temas relacionados a la fe y las creencias para luego despedirnos y así, acto seguido, regresé al hotel. Por supuesto que un pequeño obsequio no estuvo de más ya que en esa parte del globo no conocen lo dicho por nuestro Rey Salomón en cuanto a que “quien odia presentes vivirá”.

La primera vez que visité la ciudad de La Habana en Cuba este era un país estrictamente comunista y su gobernante era Fidel Castro. Cuando me dispuse a visitar la comunidad judía local mis amigos me advirtieron que no lleve conmigo material escrito en hebreo ni sobre temas de judaísmo o sionismo. Lamentablemente no les presté atención y en mi bolso llevaba revistas en hebreo y material sionista. Los funcionarios de migración decidieron revisar mi bolso de mano y allí encontraron el material en cuestión. Tras mirarlo detenidamente me dijeron que se me acusaba de querer introducir propaganda sionista al país isleño por lo que me llevaron detenido para ser interrogado por un oficial migratorio de mayor rango. Durante tres horas fui interrogado hasta en lo más nimios detalles vinculados a mi visita. El diálogo se llevó a cabo en un ambiente de sospecha máxima, hasta que el oficial me preguntó dónde me domiciliaba. Cuando le respondí que vivía en el Kibutz Sa´ad en Israel sus ojos brillaron de alegría y emoción y me preguntó: “¿vive usted en un kibutz? El kibutz es una sociedad socialista como Cuba. Nosotros estudiamos mucho sobre el kibutz y si usted proviene de uno, aquí en Cuba se sentirá como en su propia casa. ¡Bienvenido!

Las bonitas palabras del oficial no me liberaron de tener que ser seguido, durante toda mi visita por el servicio secreto cubano, el cual quería cerciorarse de qué exactamente hacía en su país, pero al menos, me permitieron visitar a nuestros hermanos, los judíos de Cuba.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Rabinato y deporte: ¿opuestos irreconciliables?

¿Existe alguna relación entre el rabinato y el deporte? Los partidos de fútbol y demás competiciones deportivas, ¿forman parte del mundo del rabino de la diáspora? ¿Cómo aprovechar eventos deportivos para acercar judíos alejados?

En diferentes partes del mundo la actividad deportiva es parte de la cultura del país, en América Latina partidos de fútbol, en los Estados unidos juegos de béisbol, en Inglaterra y sus excolonias el cricket y en Israel el basquetbol. En cada uno de estos países los judíos son parte de la cultura local y por lo tanto son aficionados acérrimos de los diferentes equipos. Hay quienes sostienen que el béisbol es un deporte judío ya que la mayoría de los judíos americanos se interesan más por este deporte que por el futbol y además, este deporte se asemeja a una partida de ajedrez sobre el terreno de juego ya que es posible planificar, calcular, desarrollar estrategias y analizar resultados tal como en el estudio del Talmud.

Muchos judíos de la diáspora están más ligados emocionalmente al fútbol que al judaísmo. Una de las formas de acercar a estos judíos es por medio de sus aficiones deportivas. Si ellos perciben que el rabino vive únicamente en el ámbito de la sinagoga y no conoce aquello que es de su interés, se les dificultará de sobremanera valorarlo. Sin embargo, si el rabino se esfuerza por entender su sentir y acercarse a su universo cultural y deportivo enseñando así que la Torá está conectada a la vida también fuera de la academia de estudios, les será más fácil sentirse cercanos a él y aprender de este otras cosas. Para que un rabino pueda acceder a personas que se encuentran lejanas de su ámbito espiritual debe hacer el esfuerzo de ingresar a su mundo, al menos en aquellas cuestiones que están permitidas y son posibles. Por esta razón, durante los años que ejercí el rabinato en la diáspora y hasta el día de hoy en mis viajes por el mundo judío, me encuentro a mí mismo jugando al futbol, montando a caballo, navegando y buceando en altamar, jugando pingpong y demás deportes junto a jóvenes judíos.

A pesar de mis raíces sudamericanas no soy aficionado al fútbol ni a algún equipo en particular, pero al ejercer funciones como rabino en la diáspora siempre tuve el cuidado de estar al día con los últimos resultados deportivos. Muchas mañanas me encontré con personas que lucían rostros de tristeza y desazón y yo sabía que no se trataba de duelo por un familiar fallecido, Dios no lo permita, sino por la derrota de su equipo en un juego el día anterior. Mi función como rabino era la de animarlos y sembrar en su interior la esperanza de que días mejores llegarían para su club.

Empero, no alcanza con que el rabino esté al tanto de los resultados de los juegos sino que es menester que desarrolle algún tipo de práctica deportiva él mismo. Una de las lecciones que aprendí de mi rabino y maestro el Rav Aharón Liechtenstein de bendita memoria es que en la rutina diaria del estudioso de la Torá hay también espacio para el deporte. Como estudiante en la Yeshivá tuve el mérito de poder participar de partidos de basquetbol en los que el Rav Liechtenstein jugaba con los alumnos los días viernes tras concluir la sesión de estudios. El Rosh Yeshivá sabía dar lecciones de conducta y ética también desde el campo de juego. Recuerdo una vez un muchacho que subía al ataque para anotar tantos y después no se apuraba en regresar para defender junto a sus compañeros, lo cual le mereció la observación del Rav: “tu forma de juego no es ética…”

El Rav Kuk resaltaba la importancia de la actividad física y el ejercicio  a los efectos de fortificar tanto el cuerpo como el alma: “grande es el esfuerzo físico, necesitamos de un cuerpo sano, nos dedicamos mucho a lo espiritual y olvidamos la santidad del cuerpo, dejamos de lado la salud y el temple corporal”. Cuando el rabino comunitario participa de actividades deportivas junto a los miembros de su congregación vela por su salud física y la de sus feligreses.

Recuerdo que al llegar a la comunidad judía de Uruguay sentía que el público estaba distante de mí, el difunto anterior rabino había sido un gran estudioso y a veces un tanto separado del sentir popular. Sentí que debía encontrar una manera de conectarme con la gente y así poder hablar de igual a igual con los miembros de mi comunidad. Decidí hacerme socio del club deportivo judío “Macabi” e inocentemente creí que de esa forma podría conocer judíos locales y llegar a sus corazones. Durante las primeras semanas que asistí tuve una extraña sensación de soledad y distanciamiento. Cuando entraba al vestuario las personas que allí se encontraban salían, cuando iba a nadar (en horario masculino) quienes se encontraban en la piscina cesaban su entrenamiento y salían, cuando pedía a diferentes personas jugar con ellas squash o tenis siempre estaban “ocupadas” y no podían jugar conmigo, y ni que hablar que cuando entraba a las duchas me encontraba siempre solo. Muy rápidamente entendí que las personas no veían en mí una persona más que venía a practicar deporte sino que me miraban desde una óptica cristiana, cual “santo varón” de quien había que alejarse ¡para no perturbarle! Exactamente lo contrario de lo que yo procuraba.

Tras algunas semanas conocí a algunos socios del club y lentamente se fue quebrando el hielo. Empecé a tomar clases de squash y jugué con varios socios.  A los efectos de hacer las partidas más interesantes e incorporarles un toque judío comencé a apostar con mis contrincantes, no dinero Dios no lo permita, sino por participación en clases y rezos. Antes de cada partida establecimos que si el rabino ganaba el contrincante debía asistir al siguiente servicio del viernes por la noche. Bendito sea Dios tuve ayuda del cielo y empecé a ganar partidas y así muchos judíos comenzaron a llegar al Kabalat Shabat para así pagar su deuda con el rabino. En virtud de que les gustó el método del rabino de hacerlos participar en las actividades, mis contrincantes deportivos comenzaron a traer a sus amigos a los rezos y de esa forma en cuestión de medio año los viernes a la noche la sinagoga estaba llena de pared a pared con unos quinientos o seiscientos hombres y mujeres y por otra parte la fila de socios de “Macabi” que pedían jugar conmigo se alargaba más y más aunque les pudiera implicar perder.

Habiendo sido rabino en Uruguay, Sudamérica y Turín no pude darme el lujo de desconocer a los principales equipos de futbol: Peñarol y Nacional en Montevideo, el Juventus y el Milán en Turín. Si bien procuré siempre animar a los aficionados de los diferentes equipos, me esmeré en que no se sepa cuál era el de mi preferencia. Cualquier respuesta podía desacreditarme ante la otra mitad de la comunidad y por ello cada vez que venían miembros de la congregación y me invitaban a acompañarlos al estadio y orar por la victoria de su equipo me negaba ya que encontrarme en la tribuna junto a ellos me ponía en evidencia. Sin embargo, una vez hice excepción a mi regla de conducta. Esto ocurrió cuando me encontraba en medio de un proyecto muy grande de construcción de una Mikve comunitaria. Si bien las personas habían donado generosamente, por naturaleza, los costos de todo proyecto grande de construcción tienden a exceder lo programado y faltaba dinero para concluirlo. Un grupo de aficionados de uno  de los equipos se acercó a mí y me formuló una propuesta difícil de rechazar: “Rabino, sabemos que le falta dinero para terminar la Mikve, ¡si nos ayuda le ayudaremos!”.  La oferta consistía en que si yo iba con ellos al estadio y rezaba para la victoria de su equipo, si este ganaba ellos se encargaban de juntar el dinero faltante para el proyecto. Sin duda se trataba de una oferta difícil de rechazar, ¡asistir a un partido de fútbol a cambio de una Mikve!

Tras meditarlo asentí y llegado el día, con libro de salmos en mano me encaminé junto a ellos rumbo al estadio. Tras pocos minutos de iniciado el juego me di cuenta que aunque recite el libro entero de los salmos el equipo en cuestión no podría ganar, sencillamente jugaban muy mal. A final de cuentas el equipo en pos del cual asistí perdió, pero los judíos que me habían invitado dijeron: “Rabino, nuestro equipo perdió… ¡pero tú ganaste! Por habernos acompañado y habernos hecho sentir de que te importamos, nosotros completaremos el faltante para terminar la Mikve, y a Dios gracias así fue.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Judíos en la tierra del sol naciente

Muchos se preguntan si hay judíos en el Japón, o en otras palabras: ¿hay japoneses judíos? La comunidad judía del Japón es la más oriental de entre las de Asia. La presencia judía en el Japón no es de larga data y de hecho no hay “judíos japoneses”. Los primeros judíos llegaron al Japón en 1861 al abrir este país sus puertas al occidente. En 1845 los portones del Japón se abrieron a la inmigración occidental y de esa forma comenzaron a llegar principalmente judíos provenientes de Shanghái y de Hong Kong. Hasta fines del siglo XIX habían ingresado al Japón unas decenas de judíos únicamente los cuales residían en las ciudades de Yokohama, Kobe y Nagasaki. La primera sinagoga en suelo japonés fue construida en 1894 en Nagasaki. Durante la segunda guerra mundial muchos judíos huyeron de Europa vía Siberia hacia Japón. La famosa Yeshivá “Mir” pasó una breve temporada en suelo japonés antes de llegar finalmente a Shanghái. La mayoría de los judíos que llegaron a Japón abandonaron el país en 1941 en virtud de la guerra con EE.UU. Al día de hoy hay unos mil judíos en territorio japonés, la mayoría de los cuales son hombres de negocios norteamericanos, europeos e israelíes que se radicaron allí por cuestiones profesionales. En Tokyo hay una comunidad judía conservadora y dos “Beit Jabad” y en la ciudad de Kobe hay  una comunidad ortodoxa.

Al visitar el Japón la pregunta que más me preocupaba era ¿cómo vive y se siente un judío en Japón? La interrogante surge en virtud de las características particulares de la cultura japonesa y la sensación de que se trata de un mundo muy cerrado y hasta de un “planeta en si mismo” en algunos aspectos. En Japón casi no radican extranjeros, hay no más de dos millones de foráneos en una población local de unos 130 millones de nipones. Los japoneses habitan una isla tanto geográfica como cultural y hasta el día de hoy no parecen ser parte de occidente. Para quien observa desde afuera, la cultura japonesa es única y diferente a todo lo que nos es conocido. Se trata de una cultura que durante un milenio se desarrolló bajo influencias asiáticas y europeas pero fundamentalmente en el marco de un aislamiento hermético del mundo exterior. El japonés es un pueblo con una fisonomía facial particular, un idioma diferente, escritura diferente, religión diferente, una música y un ritmo particulares, una caligrafía y un estilo artístico propio, una arquitectura singular, hermosos jardines, ceremonia de té, meditación, kimono y vestimentas tradicionales, una cocina rica y variada, todo lo cual confluye en constituir un mundo muy especial y diferente. La  combinación entre pasado histórico, cultura antigua, tecnología y modernidad transforman a este país en una de las grandes potencias mundiales y conforman una combinación cultural y humana definitivamente  única.

Si bien Tokyo es la mayor urbe del mundo y en ella habitan unos treinta millones de personas, quien camina por sus calles escucha el sonido del  silencio. Las personas caminan silenciosa y calmamente, ni siquiera hablan unos con los otros y los automóviles no utilizan sus bocinas. Da la sensación que cada quien vive su vida tranquilamente y está conectado a sí mismo y como mucho al teléfono celular que porta. Estoy acostumbrado a visitar grandes ciudades en las cuales el barullo de sus calles es parte inseparable del paisaje, empero, en Tokyo me sorprendieron el silencio y la tranquilidad que reinan en sus calles.

Los japoneses contemporáneos no tienen mayor idea de quiénes somos o qué somos los judíos por lo que no existe aquí el antisemitismo. A lo largo de la historia no ha habido contacto entre judíos y la tierra del sol naciente y estos llegaron al Japón recién en la era moderna y en pequeño número por lo que nunca tuvieron una presencia demográfica significativa. En el oriente y en el Japón existe una suerte de admiración por los judíos como personas exitosas en el área de los negocios pero no son un factor de relevancia en el ámbito local.

Durante el último siglo se ha desarrollado un fenómeno muy interesante en el Japón y es el de gentiles amantes de Israel. Se trata de sectas cristianas como el caso de la secta Makoya que fue fundada en 1948 por el Prof. Abraham Ikoro Tashima, quien a raíz de un sueño comenzó a cooperar con el pueblo de la Biblia que retornaba a su terruño; y la agrupación “Beit Shalom” que es la asociación de cristianos amantes de Israel en Japón.

Como es sabido, a lo largo y ancho del mundo muchos pueblos son considerados como posibles descendientes de la diez tribus exiliadas poco antes de la destrucción del primero Templo y hay quienes consideran que el pueblo japonés efectivamente desciende de alguna de estas, sobre la que está escrito: “…a las islas de más allá, que no han oído Mi fama ni han visto Mi gloria, y declararán Mi gloria entre las naciones. Y traerán a todos vuestros hermanos de todas las naciones” (Isaías 66) (es de recordar que el Japón es un país conformado por islas en el noroeste del Océano Pacífico).

Las religiones principales en el Japón son el budismo, el sintoísmo y el cristianismo, siendo la segunda la más difundida. Sintoísmo significa literalmente “el camino de los dioses” y se transformó en la religión oficial a  mediados del siglo XIX. Hay algunas costumbres sintoístas que se asemejan a las judías, una de ellas es la similitud entre la estructura de los santuarios sintoístas y el tabernáculo y posterior templo de Jerusalém. A diferencia de los templos budistas en los cuales hay estatuas, en los santuarios sintoístas no las hay y creen que su dios es espiritual y carente de cuerpo. Sus santuarios están distribuidos en grados crecientes de santidad, un área en el cual todo creyente puede venir a rezar, otro destinado a los sacerdotes y otra destinada únicamente al sumo sacerdote y es una especie de santo sanctórum. Asimismo, el santuario sintoísta dispone de una pileta para la ablución de manos, un arca sagrada con barras de transporte, y un altar para la quema de ofrendas de arroz y vino únicamente. Tanto los sacerdotes como el sumo sacerdote poseen una indumentaria especial.

Sin embargo, la historia más apasionante respecto de Japón y los judíos es la que no se ha contado. Se trata de una historia entre imaginaria y fantasiosa y permanece solamente en el pensamiento y en los libros de historia. A fines del siglo XIX se propagó en Rusia un libro de propaganda antisemita titulado “Los protocolos de los sabios de Sión” el cual describe un presunto plan judío para apoderarse del mundo y de la economía. Durante su permanencia en Siberia en el año 1919 los japoneses se toparon con este libro y como no conocían a judío alguno inocentemente creyeron todo lo que estaba en él escrito. Inclusive lo tradujeron al japonés para que así el pueblo nipón pueda tener acceso al mismo.

En 1934, a raíz de las persecuciones nazis contra judíos en Europa, los japoneses comenzaron a idear un plan singular para desarrollar su economía que consistía en traer a los judíos perseguidos a las tierras recientemente conquistadas por el Japón en territorio chino. Los japoneses creyeron que los refugiados habrían de potenciar su economía y atraerían inversores judíos de otros países lo cual mejoraría la imagen japonesa a ojos americanos. Este plan recibió el nombre de “Plan Fugu” e implicaba la absorción de un millón de judíos en Manchuria y Shanghái, tierras recientemente conquistadas a los chinos y en las cuales ya existían florecientes comunidades judías. El plan habría de conceder libertad civil  y religiosa completa a los judíos así como también establecer una especie de provincia judía independiente, y contemplaba la construcción de escuelas y hospitales especiales para los  inmigrantes. El plan fue autorizado por el gobierno japonés en 1938.

Es interesante tratar de entender el nombre del plan: “Fugu”. Se trata de un pez que posee un sabor muy especial pero que además posee sustancias venenosas que si no se procesan tras la pesca y antes de la ingestión pueden afectar gravemente al comensal. Esta era la actitud japonesa hacia el plan, este podría traer enormes beneficios al país pero implicaba asumir ciertos riesgos. En los protocolos se detalla el temor japonés de que los judíos se apoderen de toda la economía nipona lo cual sería nefasto para el país. A final de cuentas, por diferentes causas el “Plan Fugu” nunca se llevó a la práctica. Es interesante imaginar cómo se vería hoy el Japón de haber prosperado la iniciativa.

El Rav Kuk en sus epístolas se refiere al carácter singular de la nación  japonesa, sus virtudes especiales y el vínculo particular que puede desarrollar con el pueblo judío:

“Se trata de un pueblo libre e ilustrado, que despierta de un largo sueño con renovados bríos y tiene la posibilidad de contemplar la luminaria israelita  con ojos más lúcidos que otras naciones cuya vida espiritual ha sido estropeada por el veneno del odio al judío” (Igrot Reaiá 669, escrita en 1914).

Por Rabino Eliahu Birnbaum

La prohibición de convertir al judaísmo en la Argentina

La Argentina es el único país del mundo en el cual está prohibido realizar conversiones. Esta prohibición se basa en una decisión del año 1927 que modeló a la comunidad judeo-argentina desde el punto de vista social y religioso en los últimos ochenta años. La prohibición de realizar conversiones es uno de los pilares de la comunidad ortodoxa en ese país hasta el día de hoy. Por otra parte, la comunidad conservadora a la que pertenecieron por muchos años la mayoría de los judíos de la Argentina continuó convirtiendo y no aceptó la prohibición arguyendo que esta no se encuentra en el Shulján Aruj, que en la práctica su contenido es problemático desde el punto de vista ético y además los rabinos que la decretaron carecen de potestad para semejante edicto.

Hay dos personalidades rabínicas diferentes detrás del decreto prohibitorio. Una es un rabino sirio y la otra un rabino ruso. El primero es el Rabino Shaul David Sutton (nacido en Aleppo en el año 1851) y el segundo el Rabino Aharón Halevi Goldman (nacido en Podolia, Rusia, en 1854). Uno era discípulo de los sabios de Aleppo y el otro discípulo de los rabinos Eljanan Spector, Shmuel Salant, Jafetz Jaím y Kuk. El primero vivía en la gran ciudad de Buenos Aires y el segundo en la pequeña localidad de Moisesville que es una de las colonias establecidas por el Baron Hirsch para los judíos llegados desde Rusia. El primero fue autor de un libro de responsa titulado “Diber Shaul” y el segundo escribió otro del mismo género titulado “Divrei Aharón”. El primero era más flexible en su sentencia halájica también en temas vinculados a la conversión tal como es tradicional entre los sabios judeo-orientales y el segundo era más estricto. Oriente y Occidente se encontraron sobre suelo argentino y uniendo pensamiento y fuerzas emitieron un edicto prohibitorio único en el mundo entero.

En el año 1927 el Rabino Sutton publicó el texto de la prohibición el cual  aparentemente fue pegado en las pizarras de anuncios en la ciudad de Buenos Aires y rezaba, entre otras: “dado que esta ciudad es muy liberal, cada quien hace lo que le place y carece de una autoridad rabínica a la cual respeta… y por lo tanto todo aquel que se le antoja una muchacha no judía la trae a su casa y la hace su esposa sin mediar conversión o trae judíos comunes del mercado y la convierte ante ellos… por esta razón he difundido anuncios según los cuales está prohibido por siempre aceptar conversos en la Argentina en virtud de las razones que expuse anteriormente, y no se debe trasgredir esta norma, y ya dijeron nuestros sabios que quien quiebra una cerca es picado por una serpiente… quien quiera convertirse que viaje a Jerusalém y quizás allí lo acepten…” El mozo Shaul David Sutton S”T (“Sefaradí Tahor” o sefaradí de origen autentificado).

Al analizar el texto de la prohibición es importante hacer algunas puntualizaciones de peso. Primeramente, el decreto no fue dictado por un tiempo sino “por siempre”. Esto viene a enseñarnos que los rabinos que lo emitieron no lo percibieron como una  medida temporal restringida a una época o un sitio específico sino que se trata de un cambio ideológico en cuanto a la posibilidad de que exista conversión al judaísmo sobre suelo argentino y no concede libertad de elección en este tema a las futuras generaciones ni les permite considerar cambiar de actitud o la posibilidad de anular la prohibición. En segundo término, si bien la prohibición es ilimitada en cuanto a su validez en el tiempo está restringida únicamente al territorio argentino y no a toda América Latina como algunos tienden a pensar.

En tercer lugar, el texto de la prohibición es claro en cuanto a que no tiene por finalidad eliminar por completo la conversión al judaísmo ya que ofrece la posibilidad de viajar y presentarse ante el tribunal de Jerusalem. Por lo tanto, si bien la prohibición cerró la puerta principal a los interesados en la conversión no cerró los accesos laterales. No queda claro si la mención del viaje a Jerusalem es algo ideal para los días mesiánicos o si se trata de un programa concreto que orienta a los interesados en dirección a Sion.

La historia de la comunidad judía argentina comienza con el arribo masivo a ese país de refugiados que escaparon de los pogromos, las persecuciones y las dificultades de Europa del Este. Estos llegaron principalmente de Galizia, Polonia y Rusia procurando encontrar un mejor destino donde establecer sus hogares. Posteriormente llegaron judíos provenientes de Siria, Turquía y Marruecos.

Tenemos evidencias respecto de vida judía en Buenos aires desde el año 1860, sin embargo, la ola migratoria importante tuvo lugar en la última década del siglo XIX. Sobre el final de la década del veinte del siglo XX la Argentina era uno de los pocos países al cual los judíos podían inmigrar con relativa facilidad. En efecto, entre 1921 y 1930 la inmigración judía a la Argentina adquirió dimensiones importantes, en el año 1900 había 30.000 judíos en ese país mientras que en 1920 su número ascendía a los 160.000 y continuó incrementándose hasta 1946. Después del Holocausto solamente en Buenos Aires había 200.000 judíos y poco después su número llegó a rondar las 400.000 almas.

No llevó mucho tiempo hasta que los judíos en la Argentina comenzaron a sentirse cómodos en compañía de sus connacionales gentiles y comenzaron a trabarse relaciones de amistad, trabajo y familia entre las partes. El fenómeno de los matrimonios mixtos comenzó a extenderse y la combinación de judíos inmigrantes a un nuevo mundo  junto con el deseo de integrarse a la sociedad y asemejarse a las demás personas generó un gran problema. Muchos judíos comenzaron a dirigirse a los rabinos con la finalidad de que estos conviertan al judaísmo a sus parejas y de esa manera “casherisen” sus matrimonios. Ese es el marco sociológico y religioso que dio nacimiento al famoso edicto de prohibición de conversiones.

Sin embargo, parece ser que el edicto prohibitorio no fue aceptado por la totalidad de los rabinos argentinos, sus impulsores no eran los rabinos principales ni tenían un status comunitario importante por lo que muchos de sus colegas no lo acataron. Esta es la razón por la cual pidieron el apoyo de los Rabinos jefes de la tierra de Israel. Así escribió el rabino Abraham Itzjak Hacohen Kuk el 9 de Nisán de 1928: “Bien hicieron sus excelencias rabínicas en establecer esta prohibición en su país, pues en este abunda el desacato… y no han de aceptar ningún converso… y por la presente apoyo y respaldo el decreto de estos sabios y las demás eminencias que la apoyan en Argentina” Muchos y buenos de entre los sabios judíos del mundo entero expresaron su apoyo al Rabino Sutton y procuraron reforzar su autoridad así como la vigencia del edicto.

Empero, en el marco de la prohibición hay lugar para casos especiales. En el año 1966 llegó a la Argentina el Rabino David Cahana, quien previamente se había desempeñado como rabino de la fuerza aérea israelí para fungir como Rabino Jefe y Presidente del Tribunal Rabínico de la AMIA. Él buscó la manera de por un lado mantener en efecto el edicto prohibitorio pero al mismo tiempo permitir la realización de algunas conversiones especiales sobre suelo argentino. Asesorado por el Jefe del Tribunal Rabínico de la ciudad de Tel Aviv obtuvo una solución halájica creativa que le permitió realizar conversiones en la Argentina con el aval del Superior Rabinato de Israel.

El Rabino Ehrenberg propuso una solución halájica que implica una interpretación novedosa e interesante del edicto original: “Aunque digamos que pueden  viajar a Jerusalem, la intención de lo dicho es que el tribunal jerosolimitano es el que tiene la potestad de aceptarlos y ningún otro, por lo que si este tribunal acepta enviar un representante a la Argentina a los efectos de realizar conversiones en su nombre se cumple el edicto prohibitorio pues es como si el prosélito hubiese sido aceptado ante el tribunal de Jerusalem” (Divrei Iehoshúa III 42). Lo novedoso de la postura del Rabino Ehrenberg es que de acuerdo a la prohibición el tribunal de Jerusalem está autorizado para aceptar a los conversos y por lo tanto este puede designar un representante que actúe en la Argentina y de esa manera se puede convertir en territorio argentino con el aval del tribunal de Jerusalem.

Con el paso de los años el decreto prohibitorio pasó por una segunda etapa. Entre las comunidades oriundas de Alepo se llegó a un acuerdo en 1935 por efecto del cual se extiende la prohibición de aceptar conversos a las comunidades de Estados Unidos y México y de esa manera la pusieron en vigor en todas las comunidades sirias.

Este es el texto de la prohibición de las comunidades sirias: “Hemos tomado la iniciativa de poner un cerco protector a la santidad por la autoridad que nos  concede la sagrada Torá y por el cual se prohíbe a cualquier hijo o hija de Israel de mezclarse con no judíos y tampoco se permite hacerlo mediante conversión y ningún tribunal rabínico de las comunidades sirias en Norteamérica tiene permitido convertir a un gentil que desee casarse con un hijo o hija de Israel. En caso de que alguien quiebre esta prohibición se avisará que nadie se case con sus hijos…” (Rabino Ezra Tawil S”T Jefe del Tribunal Rabínico de la comunidad Maguén David 1935).

Este decreto fue aceptado por todas las comunidades sirias del mundo y se mantiene estrictamente el “no convertir, no aceptar conversos de otras comunidades, no aceptar conversos como miembros de la comunidad siria, no casar miembros de la comunidad siria con conversos, no recibir en la comunidad o en el colegio a hijos de sirios con conversos”. Si comparamos este texto con el del edicto prohibitorio argentino vemos que el último si bien prohíbe las conversiones en suelo argentino pero acepta conversiones realizadas en Jerusalém el decreto de los judíos sirios prohíbe la aceptación de los conversos de modo absoluto. En virtud de las limitaciones de espacio y tiempo no nos es posible analizar el efecto de los decretos en una perspectiva histórica, empero, es interesante señalar que en las comunidades sirias a lo largo y ancho del mundo el porcentaje de matrimonios mixtos tiende a cero mientras que en la comunidad argentina los índices de asimilación son hasta el día de hoy de los más altos del mundo. En Argentina actualmente más del 70% de los judíos se casan con no judíos.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Sobre la tribu de Gogodola

Papúa, Nueva Guinea, es uno de los países más distanciados de la cultura occidental pero incluso allí hay habitantes que se identifican como descendientes de las diez tribus perdidas y preservan tradiciones judías. Una expedición judía en un mundo perdido.

Tras cuarenta horas de viaje por aire, mar y tierra llegué finalmente a la aldea de Balimo en Papúa Nueva Guinea, uno de los países más alejados del mundo occidental tanto geográfica como culturalmente. El interminable viaje incluyó vuelos internacionales, vuelos domésticos en avionetas livianas, navegación en canoas y trayectos en jeep. Por lo distante del lugar pensé que quizás a este sitio se refirió el profeta Isaías cuando dijo: “Trae a mis hijos de lejos y a mis hijas del confín de la tierra”.

Siempre vi en los grandes viajeros judíos- Benjamín primero y segundo, Yaakov Sapir y el rabino Jaim David Azulay- ejemplos a imitar, por lo que decidí seguir sus pasos. Sin embargo, siempre ardió en mí el deseo de llegar a sitios, aldeas y tribus que ellos no alcanzaron a visitar. Creo que en esta travesía a Papúa Nueva Guinea se cumplió mi anhelo ya que llegué a aldeas nunca vistas por un hombre blanco, ni que hablar por un judío y menos por un rabino.

Una breve visita a Papúa demuestra sin lugar a dudas que la tesis que sostiene que vivimos en un mundo global no es cierta, este es uno de los países más primitivos del planeta y que aún no se ha expuesto al mundo occidental, famoso por sus fenómenos de canibalismo. El ochenta por ciento de los habitantes del país vive en aldeas, islas alejadas y cabañas a lo largo de los ríos. Solo un treinta por ciento de estos está alfabetizado y solo un diez por ciento está conectado a internet. Casi con certeza que esta es la razón por la cual este país se encuentra fuera del mapa turístico mundial. Me gusta viajar a países a los que la globalización aún no ha llegado y por lo tanto tampoco pudo atropellar a la cultura anterior. De esta forma descubrimos nuevos aspectos del mundo y del género humano.

Al encuentro de lo autóctono

Papúa Nueva Guinea se encuentra en el oriente de la isla de Nueva Guinea al norte de Australia. Al oeste de la isla se encuentra Indonesia. Papúa es una isla tropical cercana al trópico y más de noventa por ciento de su superficie está cubierta por bosques tropicales. La isla de Nueva Guinea es la cuarta del mundo en superficie.

Uno de los datos interesantes de este país es la existencia de ochocientas tribus que hablan más de ochocientos dialectos diferentes, sin duda la mayor diversidad lingüística del mundo. Algunos dialectos son hablados únicamente por un puñado de personas pertenecientes a una tribu determinada por lo que muchos de estos lentamente están desapareciendo. En este país se encuentra el doce por ciento de todas las lenguas habladas en el planeta.

Por supuesto que no viajé hasta Papúa solamente para ver paisajes bonitos o con objetivos aventureros  sino para buscar el punto de contacto judío, en resumen, vine a visitar a la tribu Gogodela. El recibimiento que me dieron en el aeropuerto de la ciudad capital, Port Moresby, fue muy especial y emotivo. Los miembros de la tribu Gogodela cantaron “Hevenu Shalom Aleijem” y colocaron collares de flores alrededor de mi cuello según la costumbre local. Los hombres estaban con kipot y las mujeres lucían vestidos con estrellas de David y menorot.

Hace mucho tiempo que se rumorea respecto de la existencia de judíos en el océano pacífico. La idea de que hay judíos en Papúa Nueva Guinea  o que parte de los habitantes de estas tierras tienen raíces biológicas judías acompañó a las primeras expediciones europeas en la región en el siglo diecisiete. Durante la era colonial en el océano pacífico se especulaba con la existencia de comunidades judías desconocidas y la posibilidad  de que en estas islas se encuentren tribus perdidas.

En las dos últimas décadas del siglo diecisiete el explorador y aventurero inglés William Dampier (1652-1715) atravesó dos veces el océano pacífico. De acuerdo con los hallazgos de Dampier se creía que existe una raza de judíos en Nueva Guinea que podían descender de alguna de las diez tribus perdidas.  Él agregó que es innegable que “muchos de los habitantes poseen características judías sumamente claras”. El Dr. James Egan Moulton, misionero metodista, llegó a la isla treinta años más tarde, en la década del sesenta del siglo XIX y vivió allí por tres décadas. Él también arribó a la conclusión de que la tribu Tonga es de ascendencia semita.

Descendientes de las tribus perdidas

A la tribu Gogodela la hallé junto a la aldea de Balimo. El encuentro fue increíble, comenzó con el izamiento de la bandera de Israel y la entonación del Hatikva. Nunca imaginé que escucharía el himno del Estado de Israel en tierras tan lejanas donde no hay ni comunidad judía ni embajada Israelí. Quinientas personas me dieron la bienvenida con cantos y danzas emocionados de que un judío proveniente de Jerusalém les estuviera visitando. Me contaron durante horas la historia de la tribu, me describieron sus antiguas tradiciones y su deseo de volverse a conectar con el pueblo de Israel. Los ancianos de la tribu tocaron el shofar para honrar al visitante jerosolimitano. Sobre una manta que sostenían durante la recepción estaba escrito:

“Bienvenidos a Papúa Nueva Guinea

El paraíso de la tribu perdida y encontrada de Benjamín

la tribu de Gogodela

Que el Dios Santo y Todopoderoso te bendiga

Amamos a Israel

Dios, bendice a Israel

Nuestro origen y nuestro destino

Nuestro comienzo y nuestro final

La tribu de Gogodela cuenta con una población de unas cincuenta mil almas distribuidas en tres aldeas. La mayoría profesa el cristianismo pero creen tener raíces judías. Su tradición indica que sus antepasados eran descendientes de las tribus perdidas que llegaron a la isla provenientes de Isarle Yavesh, y principalmente de Yabi Saba (“el primer sitio” en su lenguaje) que no es otra que la mismísima Jerusalém. En efecto, en cada conversación o evento en los cuales mencioné Jerusalém mis interlocutores vitorearon con entusiasmo.

Según sostienen, ellos cuidaron los preceptos de Shabat y Brit Milá hasta que llegaron los misioneros a comienzos del siglo XX. Cuentan que uno de los ancianos de la tribu itineraba entre las aldeas circuncidando a quienes lo requerían. Este poseía un cuchillo especial y curaba la herida de la circuncisión con diferentes hierbas. Mis anfitriones enfatizaron que entre las diferentes tribus de la isla la única que circuncidaba era la de Gogodela.

Actualmente, aquellos miembros de la tribu que desean retornar al judaísmo son circuncidados. Otra de las tradiciones que cuidaban era la separación entre marido y mujer durante los días de la menstruación y tras un nacimiento. Los miembros de la tribu acostumbraban a tocar el shofar para congregar a la comunidad y quien se ocupaba de dar sepultura a un muerto posteriormente se purificaba. Ellos creen que el dialecto Gogodela es hebreo en su forma más pura y original.

Origen según la tradición

Cuando llegué a la aldea de Balimo descubrí que ellos la llaman en hebreo “Eretz Beula” (tierra mancillada o sometida), nombre adjudicado por los misioneros. Quise explicar a mis anfitriones que ese nombre en hebreo no suena elogioso y que de todas maneras no corresponde conservar un nombre dado por misioneros. Propuse que llamen al lugar “Eretz Gueulá” que significa tierra de redención, y aceptaron la propuesta alegremente.

La mayoría de los miembros de la tribu descansa el domingo. En los últimos años un pequeño grupo de personas comenzó a cuidar el sábado como parte de su deseo de retornar a la tradición de sus ancestros. En el año 2005 el jefe de la tribu de nombre Tony Waiza- quien me acompañó a lo largo de mi visita- cuidó Shabat por primera vez en Papúa Nueva Guinea abriendo así una senda de retorno a la tradición de los ancestros. Actualmente también aquellos que guardan Shabat se encuentran en medio de un proceso de elaboración espiritual y oscilan entre el judaísmo y el cristianismo: estudian Torá y el Nuevo Testamento, creen en Moshé y en Jesús. Se trata de un tipo de cristianismo mesiánico combinado con raíces judías.

Hace unos años un equipo del Centro de Estudios Judaicos de la Universidad de Londres vino y tomó muestras genéticas con la esperanza de encontrar conexión a un posible origen judío. Los resultados no fueron contundentes. El jefe de la investigación, el Profesor Parfitt, sugirió que los resultados parecen indicar que si bien la  tribu Gogodela es genéticamente diferente a las demás tribus isleñas carece de un vínculo especial a pueblo alguno de la zona mediterránea. En la práctica, la raíz judía de la tribu Gogodela se basa principalmente en la tradición oral tribal que se transmitió de generación en generación. Esta tribu en particular y los habitantes de la zona en general carecen de lengua escrita por lo que las tradiciones se transmiten oralmente.

De todas maneras, los miembros de Gogodela se ven a sí mismos como la tribu número trece que se perdió y nada se supo de su existencia. Me explicaron que según sus tradiciones un día llegará un hombre blanco y los llevará de nuevo a Tierra Santa y les confirmará su pertenencia. De acuerdo a sus creencias, el Arca del Pacto y la vara de Aharón se encuentran en dos botes que los trajeron desde la tierra de Israel hace tres mil años. Estos botes están hundidos en una laguna y esperan poder encontrarlos para poder así confirmar su origen judío y retornar a la fe de sus ancestros. Ya se verá.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Shabat solitario en Papúa Guinea

El primer hombre blanco en la solitaria isla de Daro sin provisiones para Shabat. El Rabino Birnbaum en Nueva Guinea.

Como el primer Shabat

Esta fue la primera vez que en mis andanzas por el mundo quedé varado un Shabat en una isla solitaria, sin comunidad judía, vino ni jalot. Sin embargo, fue uno de los sábados más maravillosos que cuidé en mi vida.

A pesar de mis múltiples periplos por el mundo, siempre logré llegar a una comunidad judía para Shabat. Recientemente, en el Shabat de las porciones de lectura Matot y Mas´ei me encontré solo, en el fin del mundo a pocas horas de la entrada del Shabat. Esta fue la primera vez que realmente quedé varado en Shabat. A diferencia de otras veces en las que perdí un vuelo, en esta no pude apresurarme a la casa del rabino comunitario para pasar allí el día sagrado.

En el curso de mi visita a Papúa Nueva Guinea (detalles sobre este viaje en próximos artículos) me encontraba regresando de la localidad de Balimo que se encuentra en una región selvática atravesada por varios ríos en el mismo centro del país rumbo a la capital Port Morsabi. El jueves mis anfitriones me avisaron que se había suspendido el único vuelo semanal que debería llevarme a la ciudad capital para pasar allí el Shabat y que debía permanecer una semana más a la espera del próximo vuelo. La única manera de llegar a la capital era navegando primeramente hasta la isla de Daro que se encontraba a cientos de kilómetros del sitio en el que me encontraba. Si bien debería navegar unas quince horas por ríos y mar abierto en un bote precario decidí que el esfuerzo valía la pena ya que así podría pasar Shabat en un sitio ordenado en el cual dispondría de alimentos, Jalot y vino que había traído desde Israel.

Tras veinticuatro horas de navegación por ríos y mar abierto y tras superar no pocas situaciones de peligro arribamos a la isla de Daro, una pequeña aldea de pescadores de la cual despega un vuelo diario a la capital del país. Al principio me dijeron que el vuelo estaba levemente retrasado, luego que el avión aún no había despegado desde la capital rumbo a la isla y que partiría en cualquier momento. Esto significaba que no llegaría a la capital antes de Shabat.

Comencé a hacer cálculos matemáticos y halájicos: ¿Alcanzaría a subirme al vuelo en cuestión y aterrizar antes de entrar el Shabat? ¿Qué ocurriría si llegase entre el atardecer y la salida de las estrellas? ¿Cómo habré de llegar al hotel? Finalmente avisaron que el vuelo llegaría al isla de Daro media hora antes de entrar el Shabat, comencé a analizar para mis adentros si correspondía subir al vuelo media hora antes del atardecer ya que aterrizaría dos horas más tarde, siendo ya viernes por la noche. Hay juristas halájicos que en caso de gran necesidad permiten continuar viaje durante Shabat cuando el tren barco o avión es manejado por no judíos y estos no realizan la labor específicamente  para el judío (Piskei Uziel 13, Bein Hashmashot; Sefer Jishukei Hajemed Shabat 153(A), Maré Habazak V inciso 30; Tzeidá Laderej pág. 159). Sin embargo, de todas maneras habría de tener que caminar desde el aeropuerto al hotel sin mis implementos personales.

A final de cuentas entendí que el análisis que hice era superfluo ya que los funcionarios del aeropuerto avisaron que el vuelo del viernes había sido cancelado y que el próximo sería el día sábado. Es así que dos horas antes de iniciarse el Shabat me encontré solo en una aldea de pescadores cuando en mi mochila no hay nada para honrar el día, ni vino, ni Jalot, ni comida, ni ropa, ni sidur ni jumash, sencillamente me encontraba al borde de iniciar el día sagrado prácticamente desnudo como el día en que nací.

Kidush sin vino

Como es habitual en mí, al enterarme de que le vuelo había sido cancelado reaccioné diciendo “todo lo que hace el Eterno es para bien” (tal como sentenció el Shulján Aruj: “una persona debe habituarse a decir que todo lo que hace el Eterno es para bien” Oraj Jaím 230:5) y “toda demora es para bien” (expresión que se le asigna al Rabino Jaim David Azulay z”l). Acto seguido busqué rápidamente el mejor hotel posible para que por lo menos pueda deleitar el Shabat.

Corrí a la tienda local a comprar algunos productos pero la oferta en general y la variedad de productos kasher en particular no era interesante. Afortunadamente encontré latas de sardinas y hasta de macarel. Papúa, Nueva Guinea, se encuentra al norte de Australia por lo que busqué productos con sellos de kashrut australiana, milagrosamente encontré latas de maíz, arvejas y ensalada de frutas. Compré una docena de huevos y los cociné en una pequeña olla que encontré en la tienda. Dado que me encontraba en una isla al borde del mar alcancé a llevar la olla a inmersión ritual antes de Shabat.

Sin embargo, a pesar de mis esfuerzos no logré encontrar pan no horneado por judíos pero que al menos haya sido elaborado de un modo permitido. Si bien no soy un entendido en temas de cocina u horneado, mi querida esposa me enseñó a preparar pan pita con solo harina y agua sobre la sartén. Probé suerte y a Dios gracias veinte minutos más tarde logré preparar cinco pequeños panes pita para el Kidush de la noche y las comidas sabáticas, para así comer hasta saciarme junto a los otros manjares que alcancé a adquirir en honor del sagrado Shabat.

¿Sobre qué se realiza Kidush en una noche de Shabat como esta? El viernes por la noche es preferible recitar el Kidush con vino, pero en caso de que no haya el Shulján Aruj indica que se debe: “exprimir un racimo de uvas y sobre el jugo recita el Kidush” (Oraj Jaím 272:2). Sin embargo en la isla de Daro en particular y en Papúa Nueva Guinea en general no hay uvas y casi que tampoco hay frutas o verduras. Solamente se encuentran bananas, mangos y cocos por lo que esta solución no era relevante para mí. En caso de carecerse de vino o jugo de uvas los juristas dividen sus opiniones entre que se recite el Kidush sobre el pan, sobre otra bebida alcohólica común en el país o que no se recite. Según Rabenu Ierujam “allí donde se carece de vino se recita Kidush con otra bebida sea esta alcohólica o no siempre y cuando no sea sobre agua”. Rabenu Asher opina que por la noche el Kidush sea recitado sobre pan y no sobre otra bebida alcohólica. Si se recita sobre el pan, se debe sostener los panes durante todo el recitado y pronunciar la bendición “Hamotzí Lejem min haaretz” (que extraes el pan de la tierra) en vez de “Boré prí Hagafen” (que creas el fruto de la vid) (Mishná Brurá ibid inciso pequeño 29). Otra posibilidad, en caso de carecerse de panes, es recitar la bendición de “Hamotzí” sobre galletas al agua, pastel o masa rellena como el caso de empanadas. De no mediar esa posibilidad se puede recitar el Kidush con cerveza  algún jugo natural (Shmirat Shabat Kehiljatá 55:7:18). Es interesante traer a colación la opinión de la Mishná Berurá según la cual en caso de carecerse tanto de pan como de vino “se come sin recitar Kidush y no se suspende por ello el cumplimiento del precepto de deleitar el Shabat, comiéndose lo que se dispone y se confía en la mención del día sagrado durante el rezo” (289:10).

Como nuestros antepasados en el desierto

El sábado por la mañana tras el rezo matinal frente al mar, los botes y el mercado local, pensé en recitar el Kidush matutino con cerveza, tal como lo especifica el Shulján Aruj: “allí donde se carece de vino se ha de usar cualquier aguardiente o bebida salvo agua, pudiéndose recitar Kidush con la bebida común en el país” (Oraj Jaím 289:2). Sin embargo, cuando pedí cerveza en el hotel me enteré que el país está pasando por periodo de elecciones y en virtud de ello se prohibió la venta de bebidas alcohólicas por tres meses. En un caso así se puede recitar Kidush con otros tipos de bebida comunes en el país tales como jugos de fruta, leche, café o té con azúcar (Shmirat Shabat Kehiljatá 53:11).

Tras la comida de la mañana, quise salir a caminar por la isla. En virtud de las numerosas advertencias que se me hicieron respecto del precario estado de seguridad en el país pregunté al dueño del hotel si era peligroso caminar solo por la calle, a lo que me respondió: “no tiene por qué preocuparse, ya corrió la voz por la isla de que hay un hombre blanco proveniente de Jerusalem y los isleños están emocionados por su visita. Hay quienes incluso sostienen haber visto ángeles que lo acompañaban cuando llegó por lo que todos lo van a respetar y cuidar”. En efecto, cuando  paseé por la isla entre sus casas de adobe y sus mercados las personas se dirigían a mí diciéndome que veían un hombre blanco y que además provenía de la Tierra Santa y Jerusalem. Los isleños son todos cristianos devotos por lo que me encontré todo el Shabat bendiciendo a cientos y miles de lugareños que pedían serlo por el hombre blanco jerosolimitano que llegó rodeado de ángeles.

Dado que no disponía de libros de estudio, tuve mucho tiempo libre para pensar y dialogar con los isleños. Pensé en lo diferente que es pasar un Shabat en el “desierto” en un sitio donde se carecen de los preparativos para el día sagrado. Sin duda, nuestros antepasados cuidaban un Shabat más parecido al mío en la isla de Daro que al que solemos cuidar en nuestros hogares. En la práctica, las treinta y nueve labores prohibidas casi que carecen de sentido en el Shabat occidental. No tenemos problemas de cocción de alimentos ya que disponemos de refrigeradores y todo está preparado desde el día de la víspera, no tenemos problemas de uso de artefactos eléctricos ya que disponemos de “timer” ni problemas de transporte de dominio a dominio ya que disponemos de Eruv. Pero justamente durante el Shabat en la isla volví a meditar sobre las treinta y nueve labores prohibidas y sus derivaciones que de repente se tornaron en relevantes.

Respecto de la Havdalá no tuve que esforzarme ya que en mi mochila siempre llevo mi pipa con tabaco de buen aroma y fósforos. En vez de vino me preparé una taza de café: “No se realiza Havdalá sobre pan, pero sí sobre una bebida alcohólica si es típica del país, y lo mismo ocurre con las demás bebidas salvo el agua” (Shulján Aruj Oraj Jaím 296:2).

No sé si habré de volver pronto a la isla de Daro, pero el Shabat que pasé allí fue uno de los más bonitos de mi vida. Si bien lo pasé sin ver judíos, minián y sinagoga, quizás justamente por ello pude reencontrarme conmigo mismo y con el Shabat y experimentar una especie de Shabat primigenio, semejante al mundo venidero.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Exhumación de muertos y muertos que se mueven

A lo largo de los años en los que me desempeñé como rabino en la diáspora, atendí diferentes pedidos de exhumación a los efectos de enviar los restos a la Tierra de Israel para ser enterrados pues allí es donde residen los familiares del fallecido, pueden visitar la tumba y honrar su memoria.

Trataré de describir un caso de exhumación de restos mortales que parece extraído de un libro de ciencia ficción o de un film de terror y de esa forma explicar el marco halájico en el cual este tema se maneja. Una familia hizo aliá desde Montevideo – Uruguay y me pidió que los ayude a trasladar los restos de su padre ya fallecido hacía ya treinta años del cementerio local al de Petaj Tikva-Israel. Una vez ya realizados todos los preparativos correspondientes, fijé día y hora para ejecutar la tarea y pedí al personal que haga todos los arreglos previos necesarios para recoger los restos mortales, esto es, retirar la lápida y realizar una primera excavación que llegue al nivel de la tapa del ataúd.

Cuando llegué al cementerio todo estaba listo, descendí al foso excavado y con mucho cuidado comencé a revisar la tierra para encontrar los huesos del difunto. En las veces anteriores que realicé esta labor siempre pude encontrar la parte principal del cadáver y a su alrededor muchos huesos diminutos. Esta vez no encontré nada. La tumba estaba completamente vacía. Estando aún dentro del foso comencé a llamar a expertos en la materia de Israel y el mundo y les pregunté si es razonable que en una tumba no se encuentre el cadáver. Su unánime respuesta fue: “no es razonable, debes al menos encontrar algunos huesos”. Sin embargo, tras denodados esfuerzos y tenaz búsqueda no logré encontrar nada.

Repentinamente vino a mi memoria un hecho que había ocurrido la semana anterior. Uno de los veteranos miembros de la comunidad judía del Uruguay, sobreviviente del holocausto y gran persona, me pidió que lo acompañe a adquirir un lugar para él y para su señora en el cementerio. El tesorero de la comunidad se alegró de sobremanera ya que la venta habría de ingresar una importante suma a las arcas de la institución; y me pidió que acompañe al Sr. Zyman al cementerio a elegir lugar y que le ofrezca una ubicación especial a un precio honorable.

Caminando junto al Sr. Zyman en el cementerio le mostré un sitio en la primera fila del corredor principal de modo tal que todo aquel que entre pueda ver la lápida con su nombre grabado en ella. El Sr. Zyman, judío oriundo de Polonia, con su gran sentido del humor me respondió: “Rabino, sin duda que es un sitio muy bonito, tiene buen aire y paisaje, ¡pero no es para mí!” Sorprendido por su comentario le pregunté a qué se debía semejante conclusión. “Rabino, yo sufro de dolores en la espalda y en esta parte del cementerio hay corrientes subterráneas de agua…”. Finalmente el Sr. Zyman compró ese sitio para sí y para su esposa a pesar de los dolores de espalda y recibí las felicitaciones correspondientes por parte del tesorero.

Cuando me encontré parado en la tumba vacía antes mencionada, le pregunté al director del cementerio si es posible que en esta área del cementerio haya corrientes de agua subterránea. Su respuesta fue afirmativa ya que nos hallábamos al nivel del mar lo cual hacía que fluya agua entre las tumbas.

Observé la leve pendiente del suelo y le pedí al director del cementerio que abra la tumba contigua. Tras varias horas de excavación grande, fueron nuestra alegría y nuestra sorpresa al encontrar el cadáver perdido. El cuerpo de la primera tumba se movió a influjos de las aguas subterráneas desplazándose unos tres metros hasta terminar abrazado al de la segunda. El lector escéptico se preguntará si fue posible diferenciar entre los restos de los dos cuerpos. Felizmente no necesité recurrir a los métodos adivinatorios del Gaón de Vilna, ya que los cadáveres se encontraban uno encima del otro, el cadáver que se desplazó quedó encima de su “huésped” y esto era fácilmente reconocible. Tras un esforzado y sutil trabajo logré exhumar los restos, colocarlos en una caja y enviarlos a Petaj Tikva.

La labor de exhumación (en hebreo “likut atzamot” o “pinui atzamot”) era muy común en la antigüedad. Tras pasar unos años en los que el cuerpo se desintegraba, se recogían los huesos y se los colocaba en un panteón familiar junto a los restos de otros parientes y de esa manera se liberaba espacio para inhumar a otro difunto.

Actualmente no acostumbramos a exhumar o enterrar en dos etapas salvo en casos especiales en los que por razones personales se requiere trasladar al difunto de una tumba a otra, mayormente de un cementerio de la diáspora a otro en la tierra de Israel. Asimismo, dado que hoy en la exhumación y posterior inhumación mayormente los restos se encuentran en ataúdes, el Gaón de Munkatsch sentenció que cuando se traslada el cadáver de esta manera no se trata de un caso de “likut atzamot” (Responsa Minjat Elazar 4:12).

El sitio donde el difunto fue enterrado se considera en la halajá como aquél donde tiene descanso eterno, por lo que debe ser respetado y se prohíbe trasladar los restos a menos que medie un justificativo de peso. La halajá prohíbe mover al difunto de su tumba ya que “su honor está en el sitio de su reposo” (“kvodó bimkomó munaj”). Por esta razón, el fallecido no debe ser trasladado de una tumba a otra. El Shulján Aruj sentenció lo siguiente:

“No se traslada al difunto o sus huesos de una tumba honrosa a otra ni de una sencilla a otra y no es necesario explicitar que tampoco de una honrosa a otra  sencilla” (Ioré Deá 363:1, la norma tiene su origen en el Talmud Jerosolimitano Tratado de Moed Katán 2:4).

La línea argumental central por la que se prohíbe el traslado de un  cadáver de una tumba a otra es desarrollada por el Rav Iosef Caro en su comentario Beit Iosef: “La razón por la cual no se traslada un cadáver de una tumba a otra es que genera desconcierto en el muerto, pues teme del día del juicio” (Ioré Deá 363). Si bien nosotros no entendemos cuestiones ocultas ni del ámbito de los muertos, entendemos que al difunto le resulta incómodo ser retirado de la tierra a la que regresó.

El Talmud Babilonio en el Tratado de Baba Batra (154(A)) explica que abrir la tumba deteriora al cadáver y es una afrenta al honor del fallecido. Los juristas dan diferentes explicaciones respecto del tenor del deterioro que conlleva la apertura de la tumba. El “Nodá Biehudá” (Ioré Deá 89) entiende que el Talmud se refiere a retirar un cuerpo en proceso de descomposición, lo cual nos da una imagen poco digna del fallecido. Por lo tanto, no hay deterioro si la exhumación se realiza varios años después de fallecida la persona y es claro que no hay sino huesos. Por su parte, el Rav Tikotschinsky (Guesher HaJaím 26:10) deduce del Talmud Jerosolimitano que la misma exhumación es en sí un acto deshonroso para con el difunto, y por lo tanto, el problema persiste aunque sólo hayan huesos.

De los conceptos vertidos por el Rav Fainstein surge que la raíz de la prohibición reside en el precepto de dar sepultura, el cual queda sin efecto a la hora de la exhumación: “Dado que el precepto de dar sepultura implica que el difunto permanezca enterrado por siempre hasta la resurrección de los muertos… resulta que quien abre una tumba trasgrede con sus propias manos el precepto positivo de enterrar… aunque tenga la intención de volver a inhumarlo” (Igrot Moshé, Ioré Deá II inc.151).

Las razones más comunes que justifican halájicamente una exhumación son la preocupación por el bienestar del difunto o el de la sociedad. Por ejemplo, si se teme por la integridad de la tumba en virtud de inclemencias climáticas o el daño que un humano pueda infligir. Causal de exhumación puede ser si un judío es enterrado en un cementerio gentil, o en un sitio que no le pertenece, o en tierras públicas, o en un sitio que puede deteriorarse o donde se filtra agua. Una tumba que perjudica a la comunidad puede ser trasladada, se puede trasladar un cuerpo al panteón familiar o a la tierra de Israel a los efectos de que pueda ser visitada por sus parientes etc. De todas maneras, siempre se debe tomar en consideración una amplia gama de parámetros como pueden ser el tiempo que lleva enterrado el cuerpo, su estado de conservación y  el estado del ataúd.

Rabí Iosef Caro sentenció en el Shulján Aruj: “Si se trata de un traslado al panteón familiar – se permite, aunque sea de una tumba honrosa a una muy sencilla, puesto que para una persona es agradable encontrarse junto a sus antepasados. Asimismo, si es para enterrar al difunto en la tierra de Israel  – se permite. Si fue enterrado provisoriamente – se lo puede exhumar. Si el cadáver no se preserva en la tumba, o se teme que no judíos lo desentierren, o que se filtre agua, o si se trata de una tumba que se descubre en medio del terreno de un particular – es preceptivo trasladarlo” (Ioré Deá 363).

Quiera Dios que se cumpla en nosotros lo dicho por el profeta Ieshaiahu (25:8): “Tragará a la muerte para siempre. Y el Eterno enjugará las lágrimas de todos los rostros. Y el oprobio de Su pueblo lo quitará de toda la tierra, porque el Eterno así lo ha dispuesto”.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Luto post-moderno

El mes pasado visité una de las comunidades importantes de Europa y como es mi costumbre, ni bien llegué me puse en contacto con el rabino local para saludarlo. El rabino se alegró de oír mi voz y hasta me invitó para el día siguiente a un evento comunitario: un funeral. En muchas oportunidades, cuando visito comunidades, los rabinos me invitan a acompañarlos al cementerio a los efectos de participar en la purificación del fallecido, de los discursos fúnebres, de los preceptos del entierro y el funeral. Todo esto forma parte del mundo de los rabinos de la diáspora y muy probablemente esta es la razón por la cual conozco los aeropuertos y los cementerios judíos de cada ciudad en casi todo el mundo.

Si bien cada funeral es diferente y único ya que cada ser humano es un mundo en sí mismo, el funeral en cuestión no era para nada rutinario, tal como descubrirán a continuación. El fallecido había nacido en la ciudad que yo visitaba y veinte años atrás había emigrado a New York. Antes de partir al exterior estaba casado por “jupe” –Jupá, palio nupcial judío- con una mujer judía, y al radicarse en New York se separaron sin que el finado haya entregado “Guet”  (divorcio). Una vez establecido en los Estados Unidos inició una nueva relación de pareja, pero esta vez con un hombre no judío. Tras fallecer a los ochenta y dos años de edad se decidió enterrarlo junto a su familia en Europa.

Y he aquí que un viernes por la mañana, nos encontramos frente al ataúd de una persona fallecida, de un lado se encuentra su mujer judía de la cual se separó física y emocionalmente veinte años atrás sin divorciarse y del otro se encuentra la pareja masculina no judía con quien vivió en cercanía física y emocional durante las dos últimas décadas.

Hasta aquí, se trata de una escena razonable en términos de nuestro mundo postmoderno, pero grande sería la sorpresa del líder espiritual comunitario cuando la viuda y la pareja del difunto se le acercaron a realizarle una consulta rabínica. La viuda le explicó al rabino que si bien ellos nunca se divorciaron formalmente, tras tantos años de separación ella no siente cercanía suficiente al fallecido por lo que no desea guardar siete días de luto por él (“shive”), ya que no se trataba de su pareja. Por su parte, el compañero de los últimos años del fallecido le expuso al rabino el tenor de la relación que mantenían, lo profundo de su unión espiritual y emocional a pesar de no ser judío, por lo que preguntó si podía guardar luto siete días y recitar Kadish en su memoria. En otras palabras, “un mundo invertido estoy viendo”… la mujer judía no quiere guardar luto y la pareja masculina no judía, sí.

Consultas de este tipo son, sin lugar a duda, novedosas pues tienen origen en la transformación que operó la estructura familiar en un mundo que es diferente en cuanto a sus valores y en un entorno judío no tradicional y a veces hasta asimilado. Tras largos años de quehacer rabínico y ocuparme de consultas halájicas y comunitarias, pensé que ya había visto y oído todo. Sin embargo, la realidad, que es más fuerte que cualquier consideración, nos enfrenta a nuevos dilemas. Según lo expresado por Rabí Iosef Albo en “Sefer Haikarim” o “El libro de los principios” (43:23): “la Torá de Dios no puede abarcar todos los detalles de todas las épocas ya que constantemente se innovan particularidades en el área de las cuestiones humanas y estas son tan numerosas que no pueden ser incluidas en un solo libro. Por esta razón Moshé recibió en Sinaí instrucciones orales respecto de las cuestiones insinuadas brevemente en el texto escrito, para que de esa forma en cada generación los sabios correspondientes puedan encontrar la respuesta a los casos novedosos”.

La primera pregunta, respecto al duelo por una pareja separada sin divorcio formal es sumamente interesante. Según la halajá una persona está preceptuada de guardar luto por siete personas que le son cercanas en primer grado: el padre, la madre, un hermano, una hermana, un cónyuge, un hijo y una hija. Tal como precisó Maimónides: “Según la Torá una persona debe guardar luto por su padre, su madre, su hijo, su hija, su hermano y su hermana por parte de padre. Rabínicamente debe también guardar luto el marido por su esposa y la mujer por su marido así como también por su hermano o hermano por parte materna” (Levítico 21:2, Rambám Sefer HaShoftim, Hiljot Avel 2:1, Shulján Aruj Ioré Deá 374:4).

Sin embargo, ¿cómo se puede definir cercanía? ¿De acuerdo al status legal o según la situación afectiva? ¿Mientras el documento nupcial está vigente los cónyuges deben enlutarse uno por el otro? ¿Acaso en una pareja que se separó y ya no se quiere, se debe guardar siete días de luto a pesar de que se desvaneció el sentimiento de cercanía?

Uno de los primeros juristas que se enfrentó a este tema fue el “Maharshal” (Rabí Shlomó Luria 1510-1573) quien fue uno de los grandes rabinos de Polonia del siglo XVI y autor del libro que comenta el Talmud titulado “Yam Shel Shlomó”. Es difícil de transmitir en qué medida los conceptos vertidos por el Maharshal hace cientos de años dan testimonio de una inmensa sensibilidad a la psicología humana: “Llegó ante mí el caso de una persona que se peleó con su mujer y tenía claro que quería divorciarla, mas durante este episodio, la mujer fallece y le indiqué no guardar luto por ella… pues cómo se puede ordenar a alguien que se enlute cuando su corazón no está de luto, ya que no se trata de un día triste para él, y si bien nuestros sabios no diferenciaron entre cónyuges que se quieren y aquellos que no, mas en este caso, considero que corresponde hacerlo… y en este caso particular todos coinciden que no hay amargura en el corazón ni luto”. El Maharshal agrega: “He aquí que las personas se sorprendieron por mi decisión y se la envié a los rabinos ancianos de Jerusalem y uno de ellos que es un sabio destacado me escribió que ellos concordaban con mi decisión” (Yam Shel Shlomó Guitín 2:4).

Estos conceptos del Maharshal indudablemente implican una gran innovación. El deber del luto entre cónyuges no está definido únicamente por el status legal de la pareja sino también por el vínculo emocional que mantienen. En este caso, la pareja estaba por divorciarse y de hecho ya no sentían cercanía emocional o de pareja alguna. El argumento del Maharshal se basa en que “cómo se puede ordenar a alguien que se enlute cuando su corazón no está de luto, ya que no se trata de un día triste para él”. Esto significa, que no se le puede imponer luto al alma de la persona.

Aparentemente, la decisión del Maharshal fue tan novedosa que tal como lo relata, no fue fácilmente aceptada hasta que recibió el aval de los ancianos sabios de Jerusalém. De todas maneras, la mayoría de los juristas no aceptaron su postura a la hora de sentenciar halajá.

El Rav Ovadiá Iosef escribió: “en el caso de una mujer que fallece y hubo una  pelea con su marido y este había decidido divorciarla hay quienes opinan que él no debe enlutarse por ella ya que como no la ha de heredar no se enluta… empero hay juristas que discrepan y sostienen que debe guardar luto por cuanto que aún no le entregó el divorcio y sigue siendo su esposa, y en términos generales la regla a seguir es conforme a la segunda opinión” (Yalkut Iosef, Avelut 14:21).

La segunda interrogante, respecto del no judío que desea guardar luto por su pareja judía, es más rara y particular y si bien no es función del rabino el sentenciar halajá para un no judío, por una cuestión de respeto al prójimo y evitar hostilidad hacia los judíos, corresponde indicarle qué hacer, tal como lo hacían los sabios judíos principalmente en los países de oriente. El luto es un precepto y un deber tanto según la Torá como de acuerdo a las ordenanzas rabínicas. Por lo tanto, es claro que un no judío al no estar preceptuado no tiene el deber de guardar luto. Sin embargo, el luto comprende también un elemento emocional y síquico de recordar al difunto, elaborar la pérdida para poder así calmar el espíritu y poder retomar posteriormente las actividades rutinarias. La pregunta es ¿puede un no judío por propia opción guardar luto voluntariamente?

Hay casos determinados en los cuales según la halajá no es necesario guardar luto, empero, una persona puede adoptar para sí duelo parcial, esto es, rasgar su ropa y otras costumbres luctuosas como en el caso de un alumno que pierde a su maestro más significativo (Shulján Aruj Ioré Deá 374:10) o un hijo adoptado por sus padres adoptivos, un converso por sus padres bilógicos. Asimismo, la halajá reconoce que si un familiar cercano guarda luto siete días sus hijos y miembros de su familia nuclear adoptan esa semana algunas costumbres luctuosas. Según la halajá, toda persona que siente gran pesar por el fallecimiento de una persona puede guardar costumbres luctuosas (Tshuvot Vehanhagot III Ioré Deá 373 y Ramá Ioré Deá 374:6, allí dice que toda persona puede guardar costumbres luctuosas).

Por lo tanto, la semana de duelo es al mismo tiempo un deber y una posibilidad. En algunos casos, cuando se trata de parientes cercanos en primer grado se trata de un deber y en otros, la persona puede decidir si adopta o no costumbres luctuosas por una persona cercana y querida que falleció aunque no esté formalmente obligado.

Existe un bonito relato en el Midrash que nos enseña que hay antecedentes de no judíos que guardaron una semana de luto no como obligación sino por necesidad y opción personales. Cuando falleció la madre de Avnimos Hagueradí (no judío que era considerado filósofo y amigo personal de Rabí Meir) Rabí Meir fue a visitarlo para honrarlo y los encontró guardando luto. Un tiempo después falleció su padre y Rabí Meir volvió a visitarlo para honrarlo (Midrash Rut Parashá 2).

Respecto del recitado de Kadish por parte de un no judío, esto implica un problema, pues se trata de una cuestión referida a la santidad y al rezo, mediante la cual el judío santifica el Nombre de Dios. Sin embargo, en nuestro caso la pareja no judía del difunto se conformó con recitar un Salmo en su honor y todo se solucionó para beneplácito de las partes.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Bendiciones a parejas y familiares no judíos

¿Qué debería hacer el rabino de una comunidad de la diáspora en un caso como este?

Al momento de abrirse el Arca Sagrada en una sinagoga sefaradí y al concluir la lectura de la Torá en una ashkenazí se acostumbra a recitar una plegaria por la mejoría de todos los enfermos y enfermas del pueblo de Israel. Según la usanza sefaradí se recita “Dios por favor sánalo, Dios por favor sánalo, Dios por favor sánalo, cúralo, dale fuerzas, robustécelo y devuélvele su anterior vigor, que sea esta Tu voluntad y todos diremos Amén”; y según la ashkenazí: “Quien bendijo a nuestros ancestros Abraham, Itzjak, Yaakov, Moshé, Aharón, David y Shlomó; Sara, Rivka, Rajel y Lea, bendecirá y sanará al enfermo fulano hijo de mengana… le enviará pronto curación completa desde el cielo a sus 248 órganos y 365 tendones y articulaciones junto a los demás enfermos del pueblo de Israel, le concederá salud espiritual y física…”.

En estos momentos, se acercan al Arca Sagrada o a la tarima donde se lee la Torá todos aquellos que tienen un familiar enfermo y piden por su mejoría. El momento en el cual el encargado de la sinagoga (“gabai” o “shames”) anuncia que se habrá de recitar la plegaria por los enfermos (“misheberaj”) es uno de los más emocionantes del servicio ya que es cuando los presentes claman los nombres de sus seres queridos para sumarlos a la oración expresando así el anhelo por su recuperación. En esta plegaria se revelan y manifiestan la preocupación y la responsabilidad que se asume por el prójimo y su bienestar tanto físico como espiritual.

Hete aquí que en una de las sinagogas de la diáspora en las que recé recientemente, me tocó presenciar que uno de los asistentes al rezo pidió una plegaria de pronta mejoría para su novia llamada “María hija de Cristina”. El rabino conocía bien a quien formuló la petición y ésta le sorprendió de sobremanera. Balbuceando le dijo: “pero tu novia no es judía…”, a lo que el muchacho le respondió: “Lo sé, pero tuvo un accidente y siento la necesidad de rezar por su mejoría, no le pido que nos case sino solamente que recite la plegaria para que se recupere, y ¡ella misma me pidió que se lo solicite!”.

¿Cómo se debe actuar en un caso como este? ¿Se puede orar por la mejoría de la novia gentil de un muchacho judío? ¿Se puede rezar por la mejoría de la esposa gentil de un judío? ¿Acaso es la forma correcta de acercar al muchacho judío a la sinagoga y evitar que se aleje de ella?

Este caso, sin duda, expresa las características singulares de la existencia judía en la era postmoderna, acechada por peligros y riesgos al tiempo que plena de posibilidades y desafíos. La vida judía contemporánea no es para nada sencilla y sus componentes no son obvios o naturales tal como lo era en el pasado. Hoy día, la vida judía está basada en la posibilidad de elección del individuo. En muchas de las comunidades de la diáspora judíos casados o ennoviados con mujeres gentiles asisten asiduamente a la sinagoga en Shabat para así, mediante la inmersión en la experiencia del rezo comunitario, mantener el vínculo con la tradición ancestral. Hasta hace algunas décadas esto no ocurría pues cuando un judío desposaba una mujer gentil, de hecho estaba optando por alejarse de la comunidad y del pueblo de Israel. Sin embargo, hoy en día vemos que a ojos de las personas involucradas existe la posibilidad de conciliar ambos mundos. Es posible asimilarse y al mismo tiempo mantener una identidad judía, es posible vivir con una pareja gentil y asistir cada Shabat a la sinagoga e incluso cuidar en la casa las reglas de la kashrut. En el pasado existía una correlación entre la asimilación, o sea, la pérdida de identidad judía y la exogamia o matrimonio con un gentil, empero, en nuestra sociedad post moderna es posible mantener diferentes identidades y abrazar diferentes verdades simultáneamente. Aparentemente, se puede mantener una identidad judía junto a una pareja gentil sin mayores contradicciones (por supuesto que no veo en esta situación algo recomendable o ideal, simplemente describo una realidad frecuente en el  mundo judío).

El Talmud en el Tratado de Guitín (61(A)) nos enseña: “se da limosna a los indigentes gentiles al igual que a los judíos, se visita a los enfermos gentiles al igual que a los judíos, se entierra a los muertos gentiles al igual que a los judíos en aras de mantener una convivencia pacífica” (“mishum darkei shalom”). El Talmud entiende que existe una necesidad de mantener relaciones justas e igualitarias entre judíos y gentiles en todo lo referente a lo asistencial y al bienestar social “en aras de una convivencia pacífica” por lo que se visita al gentil durante su enfermedad.

El Rav Ovadia Iosef fue consultado si se permite a un converso rezar por la salud de su padre que yace agónico, y este respondió:

“Según lo antedicho es claro que si los padres del converso son musulmanes y están enfermos se permite que rece por ellos para su pronta mejoría ya que no son idólatras. Se puede también decir que si sus padres son cristianos, por lo que agregan a la fe en el Dios único, otras figuras, no se los considera idólatras ya que los Ba´alei HaTosafot comentaron en el Tratado de Sanhedrín 63(B) que los hijos de Noaj (las naciones) no fueron advertidos respecto de la prohibición de creer en otras entidades además de en Dios por lo que está permitido orar por ellos… y por lo tanto corresponde orar por él ante HaShem en cuyas manos se encuentran los destinos de todos los seres vivientes, y si el gentil en cuestión no es digno de una pronta mejoría Dios hará lo correcto ante Sus ojos y no se debe prohibir esta plegaria bajo ningún concepto. Menos aún se debe de prohibir si el gentil es quien pide que se ore por su salud ya que ello es una muestra clara de que cree en HaShem y entiende que no hay nada imposible para Él, por lo que se puede rezar por esta persona”. (Responsa Iabía Omer VIII Oraj Jaím 38).

El Rav Ovadia Iosef, tal como es habitual en su filosofía halájica, encuentra un camino digno y apropiado para permitir que se rece por la salud de padres no judíos tanto se trate de musulmanes como de cristianos. Además, él ve un mérito especial en el hecho de que el gentil es quien pide ser bendecido mediante una plegaria judía lo cual manifiesta claramente su fe en el Dios de Israel aunque no pertenezca a nuestro pueblo. De esta respuesta se puede aprender respecto de nuestra pregunta inicial y entender que no hay prohibición de orar por la salud de un familiar no judío, y en mi opinión, hacerlo tiene la ventaja de reforzar el vínculo del judío que ora a su tradición.

Considero que en dilemas de este tipo debemos contemplar la totalidad del panorama que se nos presenta y sopesar posibles beneficios frente a perjuicios así como también tomar en cuenta el sentir del judío que pide una plegaria para su pareja gentil. A pesar de lo complejo y delicado de la situación en la cual un rabino recita una plegaria por la esposa gentil de un judío, no veo en ello una aprobación general de la situación familiar de este ni una conciliación a posteriori con la exogamia. Por otra parte, si no se respeta a la pareja gentil del judío así como también sus sentimientos y pedidos, podemos provocar su alejamiento de su tradición milenaria.

Por Rabino Eliahu Birnbaum