Brith Milah de adultos

Quisiera compartir con ustedes una anécdota que resultó ser para mí una experiencia formativa. Poco tiempo después de asumir el Rabinato en la ciudad de Turín me enteré de que hay dos personas mayores de la comunidad que no están circuncidadas. Uno de ellos de unos cincuenta años y el segundo de cuarenta. El primero, al que llamaremos Marco, era hijo de una sobreviviente del holocausto que logró salir con vida del campo de concentración. En virtud del trauma que experimentó por la persecución durante la guerra temió transmitirle la judeidad a su hijo. Tras casarse con un gentil, tuvo un hijo al cual decidió criarlo como no judío, para evitar que le ocurra lo que le sucedió a ella. Por esa razón, tuvo el cuidado de no circuncidarlo para que carezca de cualquier señal exterior que pueda marcarlo ante la sociedad como judío. Si bien esta madre le contó a su hijo respecto de su familia judía y lo que ella pasó durante el holocausto, estaba segura de que él escogería para sí otro tipo de vida, sin judaísmo, sin judíos, sin circuncisión ni identidad judía.

Sin embargo, conforme fue creciendo Marco entendió que tenía raíces judías, que su madre era judía y también él lo era, entendió que su madre tuvo el “privilegio” de pasar el campo de concentración en virtud de su judeidad y por ello decidió retornar a su familia original y a la fe de sus ancestros.

La segunda persona que no estaba circuncidada la habremos de llamar Eduardo. A la edad de cuarenta decidió circuncidarse. Su abuelo fue un judío religioso, matarife, cantor litúrgico en la sinagoga, hombre generoso que era querido por los miembros de la comunidad y la gente en general, mas sus hijas desposaron hombres no judíos y no circuncidaron a sus hijos. La imagen del abuelo, querido y admirado en su comunidad acompañó a Eduardo a lo largo de los años. Siempre vio en él un ejemplo de conducta y en un determinado momento entendió que para parecérsele debía, entre otras, circuncidarse tal como su abuelo habría deseado que lo haga y tal como le hubiera pedido.

Marco y Eduardo se dirigieron a mí y me pidieron que los circuncide. En la edad adulta la circuncisión es un deber personal de quien precisa pasar la intervención, empero es responsabilidad del Rabino y del Tribunal Rabínico local que se cumplan las condiciones necesarias que posibiliten el cumplimiento del precepto (Shulján Aruj Ioré Deá 261). La circuncisión de un adulto suele tener mayores requerimientos médicos que la de un bebé, por lo general se lleva a cabo en un quirófano y es un procedimiento de tipo ambulatorio. En Italia me pidieron miles de Euros para realizar en esta intervención en un quirófano, suma que no estaba al alcance ni de Marco ni de Eduardo. En virtud de ello, decidí invitar de Israel a un mohel amigo mío, hombre de gran experiencia que circuncidó a cientos de hombres y niños, que además está imbuido de una gran entrega y abnegación por el prójimo y realizó estas intervenciones en todo tipo de lugares en todo momento.

El hospital siguió demandando más papeles y exigió que también esté presente un urólogo durante la intervención. Le pedí a un urólogo judío que esté presente durante la circuncisión y este accedió a participar, así como también a enviar al hospital su certificación profesional. Dos días antes del arribo del mohel a Turín me llamaron del hospital para decirme que se negaban a permitirnos el uso del quirófano. Hasta el día de hoy no sé si esto obedeció a razones de tipo médico, legal o religioso, pero me encontré en una situación en la cual no podía circuncidar ni a Marco ni a Eduardo y sobre todo temía decepcionar a estos extraordinarios hombres que querían abandonar su prepucio e incorporarse de cuerpo entero al pueblo de Israel. A último momento me dirigí a diferentes hospitales de la ciudad y pedí rentar un quirófano pagando el precio completo pero mi solicitud fue por todos denegada.

El mohel llegó a Turín a medianoche y todavía no tenía un sitio donde efectuar la intervención la mañana siguiente. Por supuesto que la solución más sencilla era suspender la circuncisión, pero mi corazón no me permitía hacerlo. En determinado momento me pregunté a mi mismo y también pregunté al mohel: “¿acaso Dios no desea que estos dos judíos ingresen consciente y voluntariamente al pacto de nuestro patriarca Abraham? En caso de que sí, la solución tendrá que llegar de manera inmediata e inesperada. En efecto, el viernes por la mañana, dos horas antes del momento prefijado para la circuncisión, no teníamos ni quirófano ni anestesia, por lo que le pregunté al mohel: ¿qué se puede hacer? Entonces, como por milagro, propuso que llevemos a cabo las intervenciones en una enfermería o en alguna casa particular y compremos por nuestra cuenta todos los elementos necesarios.

Me alegré al escuchar su propuesta y vi que era una puerta de salvación. Hablé con el presidente de la comunidad judía y le pedí permiso para llevar a cabo las intervenciones en la enfermería del asilo de ancianos israelita de la ciudad. El presidente me pidió que le dé tiempo para consultar con el asesor legal de la comunidad quien tras una breve conversación le dijo que esto era ilegal y sumamente riesgoso. Seguí insistiendo y pedí llevar a cabo la circuncisión en mi apartamento, mas el presidente persistió en su oposición ya que el apartamento pertenecía a la comunidad y al ser ilegal en caso de cualquier complicación la responsabilidad habrá de recaer sobre ésta.

Tras diferentes intentos nuevamente me encontré sin una solución que colme las expectativas de Marco y Eduardo. Entonces, de modo milagroso, Dios nos mandó su salvación y su bendición bajo la forma de una idea original. El mohel me dijo: “si no se puede realizar la circuncisión ni en el hospital, ni en la enfermería del asilo ni en la casa del rabino… ¡podemos hacerlo en una habitación de hotel!” Bendito aquél que dice y hace, ni bien surgió la idea ni lerdos ni perezosos nos dirigimos al hotel más cercano para alquilar una habitación con dos camas. Fuimos a la tienda de enseres médicos y compramos todo lo necesario para cumplir con el precepto como corresponde también desde el punto de vista de una esterilización adecuada, una buena sutura, anestesia suficiente, bisturí acorde y prevención o contención de sangrado. Incluso compramos túnicas blancas para conferirle al procedimiento un aspecto profesional y prolijo.

De más está decir que le explicamos la situación a los “pacientes” y les preguntamos si estaban de acuerdo con la idea propuesta. Ambos se mostraron entusiastas ante lo original de la idea. Pronto nos encontramos el mohel y yo acompañando a Marco y a Eduardo en su circuncisión en la pieza del hotel. Tuve el privilegio de ser el padrino y sostener la cabeza de los circuncidados durante el cumplimiento del precepto. A Dios gracias todo sucedió de la mejor manera y sin complicaciones. Una vez finalizada la cirugía procedimos a recitar las bendiciones correspondientes sobre sendas copas de vino y a asignarles nombres hebreos. Tanto Marco como Eduardo escogieron adoptar los nombres de sus abuelos, nombres que habrían de acompañarlos en el futuro mediante una conexión firme con el pasado familiar.

La circuncisión tuvo lugar en víspera de Shabat “Lej Lejá” y el sábado por la mañana tuvimos el privilegio de subir a Marco y a Eduardo a la Torá cuando leímos “Y cuidarán Mi pacto tú y tu simiente tras de ti por todas las generaciones” y cantarles “Siman Tov Umazal Tov”. ¿Qué llevó a Marco y a Eduardo a realizar su circuncisión? ¿Cuál es la motivación de dos personas adultas de pasar por este ritual en carne propia?

La circuncisión es de los preceptos más difundidos en el pueblo de Israel. Personas que no son observantes ni guardan las tradiciones judías ancestrales de todas maneras sienten la necesidad de circuncidar a sus hijos tanto en Israel como en la diáspora. Me parece que además de ser un precepto positivo, la circuncisión se transformó en una señal distintiva del judío y de su vínculo al pueblo de Israel, no solamente una señal exterior sino la base de su identidad y su pertenencia milenaria a la nación.

“Todo requiere de suerte, incluso el uso de un rollo de la Torá que está en el arca sagrada”, empero parecería que el secreto de la suerte del precepto de la circuncisión en el pueblo de Israel aun requiere de una explicación. Es difícil de entender qué es lo que lleva a este precepto a ser tan popular y a pesar de resultar de difícil cumplimiento ser diligentemente observado por diferentes tipos de público, tanto por judíos religiosos como por no religiosos y hasta por aquellos que están en franco proceso de asimilación.

El precepto de la circuncisión se ha transformado en un símbolo de identidad judía y pertenencia al pueblo de Israel. Tanto en el pasado como en el presente se puede pertenecer al pueblo de Israel mediante nacimiento o mediante elección. El origen judío, la familia judía y la madre judía transforman al individuo en parte del colectivo judío sin que medie voluntad o elección alguna. Según esto, una persona que nació de una madre judía y no fue circuncidada es judía para todo menester, es parte de la nación y está preceptuada de cumplir todas las leyes de la Torá sin excepción.

Un cohen que no fue circuncidado tiene permitido bendecir a la comunidad con la bendición sacerdotal de lo cual aprendemos que es parte integral de la familia, aunque no sea incircunciso (Maguén Abraham Oraj Jaím 128:54, incluso aunque esté incircunciso de exprofeso). Sin embargo, hay otra manera de pertenecer al pueblo de Israel y es mediante la elección, o sea, mediante la conversión al judaísmo. La conversión implica la incorporación al pueblo de Israel mediante un nuevo nacimiento de la persona (“Un prosélito se asemeja a un recién nacido” Tratado de Ievamot 62(A)), mas este nacimiento es alcanzado mediante la elección, la consciencia y el deseo de ser parte de la generalidad de la nación israelita, de su historia, su vida nacional y espiritual. El primer modo de ser judío no requiere ni consciencia ni identidad, el segundo implica no pocos esfuerzos y más que todo una gran consciencia a los procesos de conformación de una identidad judía y la incorporación a su colectivo. Nacer de una madre judía implica una incorporación étnica al pueblo judío mientras que la conversión implica una transformación espiritual y de identidad. Nacer de una madre judía es un acto involuntario e impuesto mientras que la circuncisión implica la elección consciente de ser judío.

La circuncisión es mucho más que el retiro del prepucio, es el establecimiento de un pacto, es una acción positiva es volver al pacto original de nuestro patriarca Abraham quien adoptó la fe judía mediante un acto electivo y voluntario.

Por Rabino Eliahu Birnbaum