Reflexiones sobre el futuro del pueblo judío

En estos días intermedios entre el Día de Recordación del Holocausto (“Yom HaShoá”) y el Día de la Independencia (“Yom Haatzmaut”), días en los que la sociedad israelí está dedicada a meditar respecto de su futuro yo también deseo expresar unos pensamientos sobre este tema. La existencia del pueblo judío da lugar a un sinnúmero de reflexiones, pero creo que la interrogante más clara, central e importante es la siguiente: ¿tiene futuro el judaísmo de la diáspora? ¿Está asegurado el futuro del pueblo judío? ¿Cómo asegurar y preservar el futuro judío? No soy profeta ni porto palabras de profecía en mi boca, empero, en virtud de mis diferentes viajes por el mundo judío trataré de exponerles algunas de mis impresiones.

Si bien desde un punto de vista religioso y teológico se nos aseguró que el pueblo de Israel no está abandonado a su suerte (“Porque Israel no está enviudado ni Judá de su Dios” Jeremías 51:5) y ningún judío será echado a un lado (“Dios trata de no apartar de él al pecador” Samuel II 14:14), también es cierto que otras promesas Divinas aún no se han materializado completamente. La promesa Divina respecto de que el pueblo de Israel será numeroso como las estrellas del cielo y como la arena a orillas del mar aún no se ha concretado en su sentido literal. El número de judíos en la actualidad asciende solamente a unos catorce millones, menos de un uno por ciento de la sociedad china que cuenta con mil cuatrocientos millones de personas. Es por ello que yo prefiero actuar asumiendo que el futuro judío no está asegurado, de esa forma me embargan un sentido de responsabilidad y un ferviente deseo de actuar, y quizás, por qué no, una sensación de sociedad con Dios en la labor de salvaguardar la existencia judía.

El pueblo judío es eterno y maravilloso, posee una larga historia y mira hacia el futuro  a la espera de la redención. Sin embargo, esta nación ha pasado por innumerables cambios y ha operado numerosos procesos a lo largo de su derrotero. La existencia judía oscila entre peligros y oportunidades, desafíos y dificultades, tal como señalara el Rav Kuk al comparar la historia judía con el movimiento de un péndulo de relojería, a veces se encuentra arriba y otras abajo. El pueblo judío es una especie de “péndulo histórico” en permanente lucha por sobrevivir ante los desafíos, tanto los internos como los externos.

El siglo XXI presenta una imagen exitosa del pueblo judío. Su florecimiento se manifiesta en el marco de una independencia nacional fruto de la existencia de un estado judío tras el vuelco histórico que operamos cuando pasamos del horror del holocausto a la euforia del resurgimiento amén de la reunión de las diásporas de la que somos testigos. Asimismo, somos testigos de la buena situación política, económica y social de los judíos en la diáspora, de su contribución en las diferentes áreas de la ciencia, la tecnología, la medicina, la economía y la cultura. Vemos la enorme cantidad de premios Nobel recibidos por judíos del mundo entero. Sin embargo, conjuntamente con este florecimiento, el pueblo judío enfrenta grandes problemas, al punto de que tenemos la sensación de que nos encontramos en una guerra por la supervivencia del colectivo judío en general y de cada uno de sus miembros en particular.

Para asegurar su futuro el pueblo judío se debe pasar de poner el énfasis en la supervivencia a enfocarlo en la continuidad. La supervivencia está definida por el diccionario como “mantenerse con vida en situaciones extremas”. Algunas de las comunidades judías están aún ancladas en tiempos de supervivencia cuando en realidad deben pasar a la etapa de la continuidad. Es indispensable que nos planteemos desafíos de continuidad y no solamente desafíos de supervivencia.

La vida judía en la diáspora está influida por procesos tanto exógenos como endógenos tales como los movimientos geopolíticos, la globalización, la migración judía, la inmigración a la tierra de Israel, la demografía menguante, la asimilación, los matrimonios mixtos, el debilitamiento de la identidad judía y de la educación judía en la diáspora, el alto costo de la vida comunitaria judía, la diversidad de identidades y de opiniones respecto de la interrogante “¿quién es judío?”, divisiones internas, no afiliación comunitaria de la mayoría de los judíos del mundo, procesos de urbanización, el fortalecimiento del Islam, el antisemitismo, el postmodernismo, la interacción entre la diáspora e Israel etc.

A todos estos se le suman dos procesos inversos que tienen lugar actualmente en el pueblo judío y son por un lado un movimiento de acercamiento y simultáneamente otro de alejamiento. Por una parte vemos asimilación y pérdida de identidad judía y por  otro notamos un retorno a la tradición y a la práctica religiosa. Un proceso debilita al pueblo judío y el otro lo fortalece. Ambos dos tienen lugar en los mismos países, en las mismas ciudades y en las mismas familias, un hijo se aleja del judaísmo al tiempo que otro se acerca.

En mi opinión el problema central del pueblo judío no son los matrimonios mixtos  sino la pérdida de identidad judía y la asimilación. Los matrimonios mixtos son un problema, pero este es causado por la asimilación. En la actualidad la identidad judía no es simple, natural y congénita sino electiva. Cada persona puede elegir ser o no judía y puede también escoger qué tipo de identidad judía detentar. Hasta el siglo XVIII la religión era el elemento central de la identidad judía, empero, a partir del período iluminista la religión perdió esa centralidad protagónica. Una de las diferencias más notables entre el mundo clásico y el moderno en el ámbito de la identidad es que en el pasado la familia y el sitio de residencia determinaban profundamente la identidad de la persona. En la actualidad, en este mundo moderno y postmoderno el ser humano en general y el judío en particular están expuestos a diferentes alternativas en la elección de su identidad. El judío contemporáneo se enfrenta al desafío de la elección de su identidad, debiendo confirmarla, adoptarla y vivir conforme a esta por propia voluntad y por propia elección.

Generalmente acostumbramos a explicarles a los jóvenes judíos de la diáspora que deben preservar su identidad y el futuro del pueblo de Israel para preservar así encendido el tizón de la continuidad histórica. Les decimos que deben mirar hacia el pasado judío con orgullo y procurar continuar con su existencia y perpetuar la travesía eterna de nuestra nación. Yo pregunto: ¿acaso deberíamos hacerlo? ¿Es esta la respuesta para un joven judío que se está asimilando? ¿Es esta una respuesta razonable para un joven que está alejado de su judaísmo? ¿Es esta la respuesta adecuada para un muchacho que jamás estudió historia judía o para la mayoría de los judíos no afiliados que son la mayoría del pueblo judío en la actualidad? ¿Acaso un conocimiento histórico de índole informativo alcanza para dar forma a una identidad judía?

Esta pregunta se conecta también con las famosas palabras del Rav Soloveichik a la luz de las cuales crecimos y fuimos educados: el rabino Soloveichik explica el milagro de la existencia judía a lo largo de la historia y también en el futuro por medio de los conceptos de “pacto de destino” y “pacto de misión”. Esto es, ¿hablamos de una existencia judía forzosa e inevitable como designio del destino o libre y electiva? ¿Acaso el judío que se asimila se siente vinculado al pueblo judío en virtud de su sufrimiento? ¿El vínculo se establece en virtud del pasado y una conexión histórica? ¿O quizás sea necesario acentuar la idea de misión por sobre la de destino?

Muchas comunidades construyen museos para documentar y preservar el pasado. Si bien acostumbramos a citar a Napoleón quien decía que “un pueblo que recuerda su largo pasado tendrá un gran futuro”, últimamente he comenzado a pensar que el pasado pone en peligro al futuro judío. Les temo a las comunidades que tienen museos. En esas comunidades la conciencia está enfocada en el pasado, no en el presente ni en el futuro. En muchas ocasiones esas comunidades están congeladas en el tiempo y no se renuevan. Una comunidad con museo viven en el pasado cuando en realidad debería invertir sus pensamientos en el futuro. Los individuos no pueden vivir en el pasado y tampoco el colectivo judío puede simplemente recordarlo o evocarlo aunque este haya sido maravilloso. Creo que debemos concebir una vida judía de la diáspora enfocada y enmarcada en el  futuro del pueblo de Israel y no únicamente basado en su pasado. Debemos pensar principalmente en su presente y en su porvenir. La premisa debe ser que “un pueblo que piensa en su futuro tiene futuro”… no alcanza con tener un pasado para acceder a un futuro.

El pasado y la historia son importantes cuando por su intermedio se transforman hechos anteriores en recuerdo activo, conocimiento histórico que es dable encontrar en las páginas de los libros en una memoria personal, en un sentimiento que late fuertemente en la identidad judía de nuestros jóvenes. La historia es un factor pasivo y solo al lograr transformarse en recuerdo pasa a ser un factor activo. El individuo conforma su identidad en relación a su pasado y a su presente. Por ello, debemos profundizar el diálogo permanente entre ambos tiempos como fundamentos que plasman la identidad, empero, creo que siempre debe comenzarse con el futuro para desde este retornar sobre el pasado, no al revés.

A los efectos de pensar en el porvenir sobre la base de conceptos renovados y no del pasado creo que es necesario retornar sobre la vieja básica y simple pregunta: ¿por qué ser un judío hoy?, o ¿por qué soy judío? Creo que en la actualidad todo judío debe formularse más y más esta simple interrogante: ¿Por qué soy judío? ¿Por qué ser judío en Australia? ¿Por qué ser judío en Guatemala? ¿Por qué ser judío en Polonia tras el holocausto? ¿Por qué ser judío en Francia  o en Norteamérica? Las respuestas pueden y deben variar según el sitio, pero fundamentalmente deben inspirar al futuro judío tanto individual como colectivamente.

Existen muchas respuestas a la interrogante “por qué ser judío”. Respuestas religiosas, nacionales, existenciales, universales, de pertenencia, de significado, familiares, comunitarias etc. Pero es crucial que entendamos que no existe una respuesta que se adecue a todo judío. La respuesta a esta interrogante no puede ser la misma para un anciano que para un joven, para un creyente y para un no creyente, para una persona que tienen una larga tradición familiar judía y para quien acaba de descubrir su judaísmo. Cada persona debe construir y forjar sus propias respuestas a las interrogantes judías contemporáneas. Es necesario renovar la reflexión, renovar el diálogo judío y comunitario al respecto, es menester encontrar respuestas diferentes que logren preservar al mayor número posible de judíos dentro del campamento con miras al futuro y no solo como estudio histórico.

Debemos dar al judío religioso y al judío tradicional la respuesta que busca y al judío asimilado el significado que procura. Debemos hablar como Moshé Rabenu: “al cielo y a la tierra”, a cada judío individualmente y en un sinnúmero de idiomas. Tal como solía decir el Rebe de Kotzk: “hay maestros jasídicos que buscan hablar de un modo tal que sus palabras puedan llegar hasta el cielo, yo quiero hablar de un modo tal que mis palabras puedan llegar hasta las tripas, hasta el ombligo…”

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Ir en bicicleta a la sinagoga en Shabat

No creo estar innovando nada si afirmo que la vida moderna influye en el diario vivir judío. Muchas cuestiones en nuestra vida religiosa dependen de los acontecimientos del mundo que nos rodea y uno de los ejemplos interesantes de este fenómeno es la pregunta de si montar o no en bicicleta en Shabat y días festivos.

Procesos de urbanización y desarrollo, el pasaje del campo a la ciudad y de barrios antiguos a modernos generan una dificultad real a los efectos de llegar a la sinagoga en Shabat y llevar a cabo los servicios. La distancia entre los sitios donde habitan los judíos y el emplazamiento de las sinagogas, sumado a la necesidad de mantener las comunidades unidas y activas, han llevado a los diferentes juristas a partir del siglo XIX a investigar respecto de las posibilidades de trasladarse en transporte público del hogar a los centros comunitarios tanto en Shabat como en días festivos, en un mundo judío que por una parte se modernizado y al mismo tiempo se ha emancipado.

Los juristas no se refieren a la posibilidad de trasladarse a la sinagoga en automóvil sino a la posibilidad de emplear transporte público o bicicleta. ¿Se puede acaso ir a la sinagoga en tren subterráneo en Shabat en la ciudad de Moscú? ¿Se puede asistir tanto al rezo como a la comida sabática en la sinagoga de Calcuta o Bombay montando en Rick Shaw? ¿Acaso se permite a personas enfermas o con capacidades diferentes ir a la sinagoga en un automóvil manejado por un no judío a los efectos de que no se queden solos en la casa en Shabat? ¿Puede una comunidad judía organizar un “ómnibus de Shabat” manejado por un gentil que recoja judíos de sus casas y los lleve a la sinagoga para de esa forma poder tener servicio religioso? ¿En las comunidades europeas se permite usar el tranvía o metro como medio de transporte para llegar a la sinagoga en Shabat? Y en este orden de cosas, ¿se puede ir a rezar a la sinagoga  en bicicleta en Shabat?

Durante largas centurias, antes de  pasar por procesos de emancipación e inserción social, los judíos solían concentrarse en guetos y vivían alrededor de la comunidad o sinagoga. Los barrios judíos eran normalmente construidos alrededor de la sinagoga a los efectos de facilitar la asistencia a la misma en los días sábado, por lo que los judíos vivían cerca tanto de la sinagoga como también en vecindad mutua. Empero, en tiempos modernos en los cuales los judíos salieron del gueto tanto físico como espiritual y en muchos casos ya no ven a la sinagoga como una institución central en sus vidas, al ir escogiendo dónde vivir muchos se fueron alejando físicamente del centro comunitario. Así comenzó el proceso de desmembramiento de la comunidad judía clásica. En términos generales, los diferentes juristas (el Rav Woldinberg, el Rav Ovadiá HaDaia, el Rav Noibirt y el Rav Ovadiá Iosef) coinciden en prohibir el uso de bicicleta en Shabat sobre la base de diferentes argumentos. Estos motivos se dividen en tres grupos: algunos juristas temen que la persona pueda por descuido salir del área de pernocte sabática (“tjum Shabat”) o pase de dominio público a privado y viceversa quebrando así la prohibición de transportar; otros juristas temen que se repare un utensilio o herramienta (“tikún klí”) ya que si sucede una avería a la rueda o se sale la cadena al pedalear la reparación implica la trasgresión de una prohibición de la Torá; sin emabargo, la mayoría de los juristas considera que  andar en bicicleta es una actividad propia de los días hábiles (“ovadín dejol”) por efecto de la cual el Shabat termina viéndose como un día cualquiera, quebrándose así la máxima talmúdica (Shabat 113(A)) “que tu conducta en Shabat no se asemeje a la de los días hábiles”. Las acciones propias de los días hábiles afectan el Shabat por cuanto que le quitan al séptimo día su carácter especial y trascendente.

En virtud de estas explicaciones vemos que el problema no radica en la propia acción de andar en bicicleta sino en las consecuencias que de esto se derivan, tanto sea en el caso de un desperfecto que cause una reparación para poder seguir andando, si se sale del área de pernocte sabático, si se pase de dominio a dominio o si se le hace perder al día su carácter especial o sagrado.

Es importante puntualizar que si bien se prohíbe tanto el uso del automóvil como el de la bicicleta, el grado de gravedad de la prohibición del primero es muy superior al de la segunda por lo que en caso de gran necesidad, a los efectos de saber si pedalear o no, es menester asesorarse con un erudito.

Asimismo, cabe señalar que la bicicleta que los juristas prohíben en Shabat no incluye los triciclos que carecen de cadena y sus ruedas son rellenas por lo que no se averían, ni tampoco las patinetas o skate boards (Shmirat Shabat Kehiljatá 15:18).

El primer jurista que permitió el uso de bicicleta fue el Rav Iosef Jaím (Ben Ish Jai, 1835-1909). Este autorizó a los judíos de Bombay el uso de bicicleta en áreas que cuentan con Eruv y, en caso de necesidad, autorizó también usarla fuera de este tipo de áreas a los efectos de cumplir con un precepto. Esta opinión no fue aceptada por la mayoría de los juristas, pero de todas maneras es expresión de un intento de afrontar la realidad cambiante de una comunidad que necesitó de esta autorización a los efectos de poder mantener su vida judía en Shabat. Sabemos que los judíos de Bagdad se basaron en esta autorización y aparentemente las comunidades sirias se apoyan en esta decisión hasta el día de hoy. El argumento del Ben Ish Jai al autorizar el uso de bicicleta es que no se deben decretar prohibiciones por propia decisión y por lo tanto no se puede prohibir el uso del biciclo en virtud de posibles trasgresiones a prohibiciones que pudiesen presentarse posteriormente.

Hace más de cien años el Ben Ish Jai fue consultado respecto del uso de bicicleta en Shabat y días festivos en la comunidad judía de Bombay: “Respecto del vehículo al que se le llama “bicicleta” que es montado en Shabat, tiene dos ruedas que no son impulsadas ni por personas ni por bestias sino que el mismo pasajero es quien las activa empujando con sus piernas”

Su respuesta fue: “Considero que se debe permitir andar en este vehículo que es activado por quien lo monta tanto en Shabat como en días festivos dentro de una ciudad que posee Eruv, y esto no implica un menosprecio del Shabat por realizar labores propias de días hábiles (“ovadín dejol”) y además esto se realiza dentro de una ciudad que posee Eruv por lo que toda ella es considerada dominio privado, y definitivamente corresponde respaldarse en quienes lo permiten, por lo que se debe permitir a los efectos de pasear y mucho más aún si se trata de cumplir con un precepto. Has de saber, que no debemos prohibir el uso de la bicicleta a los efectos de evitar un ulterior uso de vehículos tirados por animales o personas, ya que es imposible confundirse por tratarse de vehículos notoriamente diferentes. Además, no debemos decretar prohibiciones nuevas por propia decisión, y en esta generación es suficiente que las personas cumplan con los preceptos restrictivos ya decretados por los sabios. Empero, en el caso de una ciudad que carece de Eruv y por lo tanto se trata de un dominio público de origen rabínico, esto no se debe autorizar a menos que se trate de un servidor público sea porque se dirige a enseñar, o porque se dirige a regentear o fiscalizar una acción necesaria para la comunidad o si se trata de un emisario de la comunidad o si va a cumplir con un precepto como por ejemplo escuchar kadish o kedushá y la sinagoga le queda lejos, y se trata de una persona débil por hallarse enferma o ser anciana y no puede ir a  pie, en estos casos también se los debe autorizar como si se tratase de personas que van a servir a la comunidad” (Responsa Rav Pealim 1 Oraj Jaím 25).En la responsa escrita por Rabí Shimón Grinfeld (“Maharshag”, 1860-1930), uno de los grande juristas de Hungría de su tiempo leemos: “No me queda claro cuál es la prohibición que se infringe ya que no entiendo cuál es la acción propia de día hábil (“ovada dejol”) que se realiza en este caso, y además, no debemos decretar nuevas prohibiciones por propia decisión” Esto nos muestra que la definición de acción propia de día hábil es de carácter subjetivo.

De más está decir que la opinión innovadora del Ben Ish Jai generó debates entre los eruditos. El Rabino Ovadiá Hadaia sostiene que el Ben Ish Jai se retractó una vez que conoció más de cerca el tenor de la bicicleta (Iaskil Avdí III Oraj Jaím 12). El Rabino Ovadiá Iosef discrepa con el Rabino Hadaia ya que el fundamento del permiso del Ben Ish Jai es que no se deben decretar nuevas prohibiciones por decisión propia y esto no se ha modificado. Además, la respuesta del Ben Ish Jai deja traslucir claramente que vio bicicletas en Bagdad y además explica cómo funcionan.

En virtud de que los judíos se han esparcido a lo largo y ancho de barrios lejanos, cada vez son más los judíos que no viven a una distancia caminable de la sinagoga comunitaria. Para estos, el uso de la bicicleta puede ser una solución que les permita vincularse en Shabat con la sinagoga, la comunidad  y su propio judaísmo. La pregunta que aquí se formula no se refiere únicamente a la bicicleta en sí sino a cómo posibilitar que más judíos puedan asistir a la sinagoga y la comunidad en Shabat. El Shabat pasado lo pasé en Miami con una familia amiga en la que la esposa es religiosa y el marido es tradicionalista. La sinagoga más cercana se encuentra a media hora a pie, por lo que la familia cuida el Shabat en el hogar mas el marido no va a la sinagoga y por ende tampoco sus hijos lo hacen. El marido me dijo que no puede caminar tanto con el calor y la humedad de Miami pero que si pudiese ir en bicicleta asistiría a la sinagoga cada Shabat. Creo que se debe estudiar cada caso por separado, empero considero que en algunas oportunidades el uso de la bicicleta pasa de ser una acción típica de día hábil (“ovadín dejol”) a ser una acción sagrada (“ovadín dekodesh”), y quizás esta fue la intención de la sentencia del Ben Ish Jai.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

La incineración de cadáveres

Les quiero compartir una anécdota de los días en que ejercía como Rabino Principal de la comunidad judía de Uruguay. Un día se acercó a mí una señora sexagenaria y sola cuyos padres murieron en el holocausto y fueron incinerados en los crematorios de Auschwitz, desde donde ascendieron al cielo y fueron convertidos en cenizas. La señora en cuestión vino con una petición: “así como mis padres fueron cremados yo pido que cuando muera mi cadáver sea incinerado y al igual que ellos reducido a cenizas y que estas sean esparcidas por el cementerio judío”. Si bien el dolor de mi interlocutora y su necesidad me eran comprensibles, sus palabras me sorprendieron por su vehemencia.

Disculpe señora – le respondí – pero creo que si usted quiere cremar su cuerpo cuando llegue a los ciento veinte se equivocó de dirección pues como usted sabe la costumbre judía es muy clara en cuanto a que no se incineran cadáveres, ¿por qué entonces se dirige con semejante pedido al rabino comunitario? La mujer respondió con un tono de perplejidad: “quiero que mi cadáver sea incinerado y las cenizas esparcidas por el cementerio judío y no que se depositen en una urna en el cementerio gentil, además, quería pedirle que tras mi fallecimiento alguien de la comunidad diga por mí kadish”.

Traté de convencerla, empleando diferentes recursos retóricos, le dije que llegado el momento sea enterrada en el cementerio judío de acuerdo a la tradición, agregué que si fuera posible consultar a sus padres estos no estarían de acuerdo con la cremación, a lo que me respondió que ella los conoció y ellos asentirían. Esgrimí un argumento teológico diciéndole que el Kadosh Baruj Hú seguramente no estaría de acuerdo con la incineración de su cadáver a lo que me respondió que el Eterno escogió ese procedimiento para sus padres por lo que sin duda se trata de una acción noble. Le expliqué que si se enterraba en el cementerio dejaría tras de sí una lápida que podría ser visitada por sus parientes, a lo que me respondió que no tiene familia y está completamente sola en el mundo. Se me ocurrió decirle que Adolf Eichman, tras ser ejecutado en la horca, su cuerpo fue cremado y sus cenizas esparcidas en el mar frente a las costas de Yafo, ¿acaso querría ella emular en su fallecimiento al del asesino de sus padres?

Finalmente, a los efectos de convencerla tuve que aplicar el sexto sentido que poseemos los rabinos y le dije: “¿entiendo que para usted es importante que esparzamos sus cenizas en el cementerio judío y alguien diga por usted kadish, no es cierto? –Por supuesto, exclamó. ¡Soy judía! Sería inconcebible que mis cenizas descansen en un cementerio gentil y que no se diga por mi kadish. Estimada señora, le respondí, de acuerdo a la tradición comunitaria y las leyes de la Torá no nos es permitido esparcir en un cementerio judío las cenizas de quien pidió ser cremado y tenemos prohibido recitar kadish para la elevación del alma de esta persona. Si es así, me dijo, quiero ser enterrada en una tumba como corresponde en el cementerio judío.

Este no es un caso único ni anómalo en el mundo comunitario judío. En virtud de que la práctica de la cremación se ha tornado más y más común en la sociedad moderna muchos judíos piden adoptarla para sí. Hace cuestión de una década el veinte por ciento de los estadounidenses fallecidos fueron cremados. Para el año 2005 su número ascendió al treinta y dos por ciento, y para el año 2025 la asociación norteamericana de cremación de cadáveres pronostica que más de la mitad de los fallecidos optarán por la cremación.

Actualmente, y a modo de reflejo de la práctica occidental, se estima que por lo menos un treinta por ciento de los judíos fallecidos en Europa y Norteamérica son cremados, y este guarismo se encuentra en franco ascenso. Recuerdo que en la comunidad de Turín, donde serví como rabino, era muy frecuente que personas pidan ser cremadas tras su fallecimiento. A estos efectos firmaban un acuerdo con la empresa que realizaba la incineración, y lamentablemente, a pesar de mis ingentes esfuerzos, tras el fallecimiento de la persona era imposible evitar la incineración y el acuerdo firmado era irreversible.

La incineración del cadáver se lleva a cabo en un horno especial (crematorio), el cual alcanza una temperatura de mil grados Celsius. Tras la cremación se colocan las cenizas en una urna, algunos se la llevan a su casa, otros la depositan en un cementerio y hay quienes esparcen las cenizas en el mar u otros sitios. Hay religiones tales como el hinduismo, el budismo y el cristianismo que ven en la cremación del cadáver una acción valiosa. Todo aquel que viajo a la India seguramente vio rituales de quema de cadáveres en piras a los costados de la carretera así como también el vertido de las cenizas resultantes en diferentes localidades a orillas del rio Ganges.

Diversas razones impulsan a un número creciente de occidentales a adoptar la cremación post mortem. Hay quienes lo hacen por razones económicas ya que la cremación es más barata que el entierro. Hay quien lo hace por razones ambientales ya que la cremación es rápida y limpia. En otros casos el criterio es de movilidad, ya que en la vida moderna la gente migra de ciudad en ciudad por cuestiones laborales y demás y la cremación permite transportar las cenizas cómodamente de localidad en localidad. Además, es innegable el hecho de que esta práctica, en judíos, es consecuencia del alejamiento del judaísmo y la asimilación. El entierro es percibido como la forma tradicional de trato de un cadáver por lo que a veces personas alejadas de la tradición prefieren incinerarlo. Por una razón u otra la cremación de cadáveres se ha tornado moda.

Hasta hoy, el recuerdo traumático de la cremación de cadáveres judíos durante el holocausto, evitó que muchos judíos opten por la incineración. Empero, en la medida que el tiempo pasa y estos recuerdos se tornan más lejanos el porcentaje de judíos que opta por la cremación aumenta gradualmente.

El precepto de dar sepultura

De acuerdo a la Torá es preceptivo dar sepultura tanto a los ejecutados por el tribunal como a toda persona, tal como está escrito (Deuteronomio 21:22-3): “Si un pecador pasible de ser condenado a muerte fuere ajusticiado y colgado de un árbol su cuerpo no permanecerá colgado toda la noche sino que será sepultado ese mismo día, porque el ahorcado es maldito de Dios y tú no impurificarás la tierra que el Eterno tu Dios te dio por heredad”. Otro tanto encontramos en lo dicho por nuestros sabios (Tratado de Sanhedrín 46(B)): “Dijo Rabí Iojanán en nombre de Rabí Shimón Bar Iojai: ¿dónde encontramos en la Torá referencia al precepto de dar sepultura? Lo aprendemos del pasaje “lo sepultarás”. Maimónides en su Libro de los Preceptos: el precepto 231 de la Torá es el que nos ordena enterrar a los ejecutados por el tribunal el mismo día de la ejecución, tal como está escrito: ´será sepultado ese mismo día´. El Sifrí dice que “se trata de un precepto positivo tanto para los ejecutados como para los demás muertos, esto es, que sean sepultados el mismo día en que fallecen”.

La prohibición de incinerar el cadáver

Es consenso general que no existe permiso alguno para incinerar el cadáver de un judío, ya que por una parte de hacerlo se estaría dejando sin efecto el cumplimiento del precepto positivo de darle sepultura y además los diferentes juristas a lo largo de las generaciones han expuesto un sinfín de razones suplementarias. Hay quienes lo prohíben por dejar sin efecto el precepto de enterrar el cadáver (Responsa Melamed Leho´il Ioré Deá II 114), otros opinan que implica un maltrato del cadáver (Guesher HaJaím I 16:9), hay quienes lo derivan de “no permanecerá colgado toda la noche” (Responsa Ajiezer III 72), otros lo infieren de la prohibición de la Torá de conducirse según la usanza gentil (Da´at Cohen Ioré Deá 197) y hay quienes consideran que la cremación atenta contra la fe en la resurrección de los muertos (Responsa Ajiezer a Ioré Deá 197).

En su Responsa “Sridei Esh”, en referencia a la gravedad de la prohibición de cremar el cadáver, el Rabino Wainberg escribe: “Desde un punto de vista estrictamente halájico sin duda que la profanación del Shabat es mucho más grave, pero desde el punto de vista de la fe personal, sin duda que en el acto de la cremación hay una negación de la resurrección de los muertos y la trascendencia del alma, pues nosotros vemos y sabemos que toda persona que conserva aunque solo sea una chispa de fe judía pide que su cuerpo sea enterrado, mientras que aquellos que perdieron todo tipo de sentimiento religioso y son puramente materialistas piden ser cremados (II inciso 98).

Si bien está ampliamente consensuado entre los juristas que está prohibido cremar el cadáver, de todas maneras subsisten algunas discusiones al respecto. Entre los juristas que permitieron la cremación se encuentran los rabinos italianos a mediados del siglo XIX. Es de destacar que la tecnología que permite la cremación a alta temperatura en un horno completamente cerrado es originaria de Italia. El primer experimento en cremación se realizó en la ciudad de Padua en 1869, y en horno cerrado en Milán en 1875. Italia fue decana y líder mundial en la tecnología de cremación de cadáveres.

Los judíos italianos se encontraban muy influenciados por la cultura local por lo que no es de sorprender que la aparición de esta tecnología generara un vivo debate entre sus rabinos, desde las hojas de diferentes publicaciones periódicas y libros.  Se escribieron varios libros sobre este tema siendo uno de los más famosos “Ieané Baesh” (“será afligido por el fuego”) de Rabí Eliá Ben Akmozag de Livorno.

Una de las ideas más extremas en cuanto a permitir la cremación de cadáveres pertenece al Rabino Moshé Ashkenazí, rabino de la comunidad de Trieste y fallecido en 1869, quien estableció  claramente que “en definitiva podemos resumir que no hay ninguna prohibición halájica de cremar el cadáver, más aun, según el judaísmo esto es algo positivo y se trata de un deber para todo judío.

El primer estudio de la cuestión la llevó a cabo Rabí Iosef Leví de Barcelli quien en 1874 sostiene que está permitido incinerar le cadáver por cuanto que el muerto no siente dolor y además en tiempos bíblicos esta era una práctica aceptada, tal como leemos en Jeremías 34:5, “sino que morirás en paz y serás cremado tal como lo fueron tus padres los reyes anteriores”. El Rabino Ohad Luli de Padua sostuvo en 1875 que la cremación no está prohibida por la Torá pero puede afectar emocionalmente a la familia lo cual debe ser tomado en cuenta. El Rabino Emilio Bachi de la comunidad de Saluccio en el Piamonte permitió la cremación de cadáveres por cuanto que no encontró juristas que lo prohíban de moda terminante.

Sin embargo, este tema no solo fue digno de palabras orales o por escrito sino también de acciones. En 1911 falleció el Rabino Itzjak Jaím Castiglioni quien había ejercido la función de Rabino Principal de la ciudad de Roma y fue discípulo del Rabino Ashkenazí antes mencionado, pidió que su cadáver sea cremado y efectivamente sus cenizas fueron depositadas en el cementerio judío de Trieste.

Por supuesto que muchos de los rabinos italianos, quizás la mayoría, de la época se opusieron a esta práctica, de todas maneras el debate se llevó a cabo en diferentes foros y con un alto nivel de erudición judaica.

El Rabino Efraim Oshri fue rabino del Ghetto de la ciudad de Kaunas (Kovne) durante el holocausto. Respondió a miles de preguntas de judíos provenientes de diferentes extracciones religiosas y tras concluida la guerra reunió las respuestas en un libro de responsa en cinco tomos que se publicó bajo el título “Responsa desde los abismos”. Un judío que para sobrevivir se hacía pasar por alemán y en su entorno nadie sabía que era judío, estaba agonizando en virtud de un cáncer que le aquejaba y pronto habría de ser su sepelio, bajo la señal de la cruz en un cementerio gentil y rodeado de nazis, por lo que preguntó: “¿quizás sea mejor que mi cuerpo sea cremado para evitar así semejante situación?” El Rabino Oshri le respondió que de ninguna manera, que un judío debía hacer todo lo que estaba a su alcance con tal de evitar que su cadáver sea cremado.

El entierro y la incineración expresan dos perspectivas completamente opuestas tanto de ver el mundo como nuestro rol en él. La incineración se refiere al ser humano como conquistador de la naturaleza mediante el fuego y la tecnología en vez de aceptarla de modo armónico. El entierro expresa respeto por el ciclo vital. Cuando enterramos el cadáver de nuestro ser querido devolvemos lo que recibimos, el entierro refleja el ritmo del universo.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

El discurso rabínico

Se suele decir que “el poder del rabino radica en su boca”. Si nosotros entendemos el rol del rabino no solamente circunscrito al estrecho ámbito de la halajá sino que vemos en él un líder espiritual y comunitario que debe tomar posición, formar opinión pública e influenciar en el pensamiento y las costumbres de los miembros de su congregación, sin duda que una de las herramientas de las que dispone es la palabra y la pronunciación de homilías.

Hace cuestión de unas semanas visité la comunidad judía de Cuba y tuve allí una experiencia muy particular que no me había tocado vivir anteriormente. En víspera de Shabat se dirigió a mí la presidenta de la comunidad y me pidió que esa noche vaya a la sinagoga principal y después del Kabalat Shabat dirija unas palabras a los presentes. Por diferentes razones intenté evitarl, mas la presidenta insistió tenazmente y me dijo que por varios años no había habido rabino en la comunidad y que en todo ese tiempo el público no había escuchado una disertación sobre la Parashá de la semana. En vistas de la situación entendí que debía asistir a la sinagoga principal y disertar. Al llegar constaté que había presentes unas doscientas personas entre hombres, mujeres y niños. Preparé un mensaje breve, que dure aproximadamente unos diez minutos y no más ya que es sabido que una de las reglas de oro del buen discurso sinagogal es que “su inicio y su final no disten en demasía el uno del otro”. Subí al púlpito y hablé sobre la Parashá de “Vaietzé”. Cuán grande fue mi sorpresa cuando al finalizar todo el público aplaudió de pie y pidió otra disertación. Al principio pensé que se trataba de buenos modales y de gentileza para con el rabino disertante pero luego fui entendiendo que por mucho tiempo esa gente no había escuchado discursos rabínicos y que estaban sedientos de recibir más mensajes de pensamiento judío. Nuevamente hablé por unos diez minutos y nuevamente el público aplaudió de pie y pidió otra homilía… y así ocurrió cuatro veces y tras hablar cuarenta minutos descendí finalmente del púlpito. Por lo general el público pide al rabino que abrevie su mensaje por lo que en Cuba me sucedió un milagro revelado al pedir la comunidad que siga hablando una y otra vez.

En nuestros días es común que el rabino diserte cada Shabat y a veces más de una vez durante el sagrado día. Este fenómeno refleja la necesidad que tiene el público de escuchar palabras de Torá así como también expresa el tan especial vínculo que se genera entre el rabino y su comunidad. En el caso del ejercicio del rabinato en la diáspora, el discurso puede llegar a ser de gran trascendencia pues el público que asiste a la sinagoga suele ser más heterogéneo y en virtud de ello es necesario adaptar a éste el mensaje.

La disertación rabínica o “derashá” solía ser un acontecimiento popular y de gran importancia durante la Edad Media, empero en esos días la labor retórica no estaba a cargo del rabino titular de la comunidad sino que era realizada por un disertante o “darshán” profesional que recorría las diferentes comunidades y recibía un pago por su homilía. El Profesor Simja Asaf, quien estudió por muchos años la historia del Rabinato, en su libro “Korot Harabanut” escribe: “En las comunidades importantes se designaban disertantes especiales que hablaban ante el público en cada sábado. Este tipo de disertantes existía en las comunidades de Poznán, Frankfurt, Praga, Vilna, Slutzk y otras y estos a su vez eran grandes eminencias en el pueblo de Israel. Sin embargo en casos especiales o de suma importancia el mismo rabino comunitario era el disertante. Había dos sábados que estaban reservados especialmente para el rabino titular de la ciudad, el Shabat Hagadol (anterior a Pesaj) y el Shabat Shuvá (entre Rosh HaShaná y Yom Kipur). En estas ocasiones estaba obligado a hablar y este deber estaba estipulado en el contrato del rabino” (pág. 52).

Empero, en las últimas generaciones el rol de disertante pasó a la responsabilidad del rabino titular por cuanto que entre otras razones, conoce bien a su rebaño y entiende mejor que nadie qué tema es conveniente hablar para así llegar al corazón de la gente. La asunción de la responsabilidad de las disertaciones por parte del rabino comunitario es una señal más de los muchos cambios que operó este rol en cuanto a su status y su relación con la comunidad. El Rabino Iejiel Yaakov Wainberg, autor del libro “Sridei Esh”, escribió en su maravilloso artículo “Mosad Harabanut” (p. 289) que una de las funciones centrales del rabino comunitario actual es disertar: “la tercer función del rabino, además de enseñar Torá y sentenciar halajá es la de disertar en público tanto en Shabat como en los días de fiesta. La disertación pública fue vista tradicionalmente como el deber del rabino jefe del lugar, y su finalidad era la de inculcar en las personas amor a la Torá y temor a Dios, reforzar la fe, las esperanzas y la determinación del pueblo de Israel de fungir como reino de sacerdotes y nación sagrada”.

¿Cuál es el secreto de la disertación rabínica o “drashá” que la hace tan importante y difícil a la vez? Se trata del arte de hablar, del correcto equilibrio y armonía entre el disertante, el  contenido expresado y el público receptor. Hay disertaciones que si bien son dichas en público su mensaje no llega al corazón de los escuchas. Una buena disertación es aquella que al mismo tiempo toca y no toca. Una buena disertación es aquella tras la cual el oyente entendió lo que escuchó, puede volver sobre el contenido de la misma con claridad y hasta llega a repetirla en su casa para su familia o en otro evento.

El rabino en su rol de disertante y comentarista

La disertación del rabino es una ventana abierta a su mundo interior, sus áreas de interés y su nivel intelectual. El público se impresiona así de las palabras del rabino, de su modo de pensar, de las fuentes a las que recurre y de los ejemplos concretos que trae a colación. En la práctica, cuando un rabino diserta sobre un tema determinado y cita una fuente midráshica o filosófica, la comunidad no juzga necesariamente las fuentes citadas sino al rabino mismo. El rabino se transforma en el intérprete o “Midrash” legítimo para la comunidad, es quien hace llegar la Torá de HaShem a los escuchas transformándose en fuente de inspiración para los receptores de su mensaje. Esta apreciación es válida para el público religioso pero mucho más aún lo es para el público no observante. Por un lado la disertación debe ser fiel al origen y por el otro el rabino debe de fungir como intérprete y conducto de esa fuente clásica a su comunidad. Según esto, el disertante debe ser fiel tanto a sus maestros que le transmitieron las fuentes pero al mismo tiempo serlo también a las necesidades, inquietudes, creencias y formas de pensar de los miembros de su congregación. Una de las diferencias entre el papel de comentarista y el de disertante o “darshán” es que el comentarista revela la voluntad de HaShem en un pasaje de la Torá mientras que el “darshán” debe acercar la palabra de Hashem al Hombre. Un buen retórico debe ser capaz de combinar estas dos funciones en un mismo discurso.

En mi opinión, el secreto de una buena disertación radica en “saber ante quién estás parado”, qué público es el que está sentado ante ti. La correcta interacción depende del conocimiento que el rabino tenga del público que le escucha y su capacidad de ser sensible a sus necesidades y capacidades.

¿De qué no hablar?

Uno de los dilemas del mundo rabínico es si existen o no temas que no deben ser mencionados, si es mejor callar algunas cuestiones por el bien de la comunidad y del rabino mismo. La respuesta tiende a ser que sí, pero nuevamente, esto depende del momento y la situación en la que se encuentra el rabino en cuestión. Lamentablemente, debo admitir que hay algunos discursos pronunciados por algunos rabinos que mejor hubiese sido que nunca se hubieren pronunciado. Hay rabinos que logran alejar de la Torá a personas individuales y a veces a comunidades enteras mediante contenidos o estilos retóricos inadecuados para la audiencia. Un discurso puede acercar al judaísmo o alejar de este dependiendo del pensamiento y de la boca del disertante.

El referirse o no a cuestiones políticas es otro de los dilemas de los rabinos y disertantes. Hay quienes ven con buen ojo que el rabino menciones temas de orden político en su “derashá” para de esa manera demostrarle a su comunidad que tiene interés por los temas más inmediatos que urgen a los miembros de la congregación; por otra parte, hay quienes sostienen que al referirse el rabino a temas políticos pierde al segmento del público que disiente con su postura. En Israel los temas políticos que pueden llegar a tocar los rabinos en sus disertaciones suelen ser temas nacionales mientras que en las comunidades judías de la diáspora el tema suele tender ser sobre política interna comunitaria.

Finalicemos entonces con unas palabras del rabino Eliezer Papo, autor del libro “Pele Yoetz” que se refiere al disertante con estas palabras:

“Qué buena es la disertación pública, mas para su suceso esta requiere de varias condiciones. En primer lugar el disertante debe pedir a HaShem que le salve de la vanidad y que sus palabras den fruto; además, debe pedir a HaShem que su mensaje sea expresado en un lenguaje correcto, claro y agradable a los oyentes tal como una novia es bonita a los ojos de su marido. En segundo término debe ser breve y evitar agobiar a su público. En tercer lugar, debe ser muy cuidadoso en cuanto a la dignidad de su público y evitar ofender a  alguien en particular o acusar colectivamente a la grey. Debe verse incluido en el público y cuando señala una conducta errónea debe decir ´nosotros nos equivocamos en esto o aquello, vayamos pues a la luz de las enseñanzas de HaShem´. Además, el disertante debe repasar previamente su homilía para que esta sea fluida… el sabio que escuche y aprenda la lección y qué bueno es que cada cosa se haga a  su tiempo”

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Judaísmo en el corazón del mundo islámico

En Indonesia se encuentra la mayor concentración de musulmanes del mundo, pero justamente allí se está desarrollando una comunidad judía con total libertad y seguridad. Incluso algunos musulmanes vienen a escuchar las disertaciones del rabino.

Si bien Indonesia es el mayor país musulmán del mundo, al caminar por sus calles tanto en la capital Jakarta como en la norteña ciudad de Jaipura me sentí sumamente seguro.

Llegué a Indonesia tras estar en el otro lado de la isla, en Papúa Nueva Guinea. La isla se divide en dos, del lado oriental se encuentra Papúa Nueva Guinea que es un país cristiano y del lado occidental se encuentra Papúa Indonesia cuya población es musulmana.

Indonesia es un archipiélago ubicado en el Sudeste asiático, se encuentra entre la India y Australia y linda con Malasia, Singapur y Papúa Nueva Guinea. El país está conformado por diecisiete mil islas alineadas a lo largo del trópico, de las cuales solamente seis mil están habitadas. Su población supera los 260 millones de habitantes que en su mayoría son musulmanes, conformando la mayor concentración musulmana del mundo. Las religiones minoritarias tales como el cristianismo, hinduismo y el budismo tienen status de confesiones reconocidas. El judaísmo no entra en esta categoría de religión reconocida pero de todas maneras no hay persecución anti judía.

La visita a Indonesia fue apasionante no solamente por las bellezas naturales del país sino principalmente por el grupo humano que encontré, la comunidad de “Torat Jaím”, conformada por personas que se encuentran en proceso de acercamiento al judaísmo tradicional y aducen poseer raíces judías. Pertenecen a la tribu “Santany”, nombre del lago al que arribaron sus ancestros al llegar a Indonesia. ¿Quién podría creer que en un país musulmán hay descendientes de judíos que tienen un estilo de vida religioso y poseen una sinagoga activa?

A mediados del siglo XIX unos pocos judíos habitaban la isla y eran provenientes de los países de oriente. Mi maestro en temas de viajes por el mundo, el Rabino Yaakov Sapir visitó Indonesia, si bien en esos días el archipiélago se encontraba bajo gobierno holandés y esta región tenía el nombre de Lavatavie. Esto es lo que escribió el rabino Sapir en su libro Even Sapir (pág. 117): “Al saber que allí se encuentran algunos de nuestros hermanos quise visitarlos para verlos, conocer sus raíces y ver qué les hace falta… Tras la visita me cercioré que hay aquí muchos judíos pero que no se denominan como tales y sus hijos casi que se olvidaron que provienen de vientres judíos. No tienen ni sinagoga, ni cementerio, ni maestro, ni cantor litúrgico, ni matarife, ni circuncidador, y se han mezclado entre los gentiles asemejándoseles en todas sus acciones. A pesar de ello, en sus corazones se sienten judíos y no abjuran de su fe, Dios no  lo permita”

Algún día volveréis

Los miembros de la comunidad “Torat Jaím” vinieron a recibirme al paso de frontera entre Papúa Nueva Guinea e Indonesia, junto a la ciudad de Jaipura. Fuera de Israel, generalmente acostumbro a andar con kipá en los países cristianos mas en los musulmanes, a los efectos de no sobresalir más de la cuenta, cubro mi cabeza con un gorro. Grande fue mi sorpresa al ver que mis anfitriones se allegaron a mí luciendo sendas kipot sobre sus cabezas y tzitziot que se dejaban ver entre sus ropas. De inmediato me quité el gorro y dejé ver mi kipá, práctica que mantuve hasta el final de la visita.

Es difícil de describir la emoción que me produjo el llegar a una isla solitaria en el océano pacífico y descubrir allí una comunidad judía observante. Tal como ya mencionamos, los hombres tenían kipot sobre sus cabezas y las mujeres casadas cubrían su cabello. La recepción incluyó bailes al son de melodías jasídicas contemporáneas y un rezo de Minjá en la bonita y prolija  sinagoga comunitaria. Esta posee un arca sagrada en cuyo interior se encuentra un libro de la Torá impreso, que hace de símbolo o representación del rollo de pergamino. Los miembros de la comunidad se mostraron buenos conocedores en todos los pasajes del rezo y tras concluir este, el presidente de la comunidad tocó un shofar como manifestación de la alegría que sentían de ser visitados por un judío de la tierra de Israel.

De acuerdo a la tradición que detentan, hace cuatrocientos años sus antepasados llegaron a Indonesia que se encontraba entonces bajo gobierno holandés procedentes del Perú (a la que llaman Carmen) de donde se escaparon en virtud de su carácter de criptojudíos y las persecuciones de la inquisición. Según indica su legado, estos judíos abandonaron Perú en barcos que ellos mismos construyeron. Por esta razón de acuerdo a la costumbre de la tribu, todo joven que llega a la edad adulta, como rito de pasaje debe construir por sí mismo un bote de madera, cortarlo a la mitad y enviar una de las partes río abajo como forma de recordar el origen de sus antepasados.

Los cuatro patriarcas que llegaron a la isla, provenientes del Perú, son llamados por los miembros de la comunidad “melamdim” (maestros). A su arribo, los “melamdim” debieron inscribirse como miembros de una de las seis religiones permitidas a los efectos de poder obtener un trabajo. De esa forma los miembros de la tribu comenzaron a perder lentamente su identidad hasta que en 1880 llegaron misioneros cristianos comenzando entonces el proceso de evangelización de la tribu. Estos misioneros quemaron las sinagogas de la tribu, les confiscaron el único de rollo de la Torá que poseían y les prohibieron cumplir el Shabat y otros preceptos. Sin embargo, aun tras haberse convertido al cristianismo, se abstuvieron de visitar la iglesia.

El narrativo como conformador de identidad

Cuando presento grupos con conexión al judaísmo hay personas que me preguntan ¿cómo podemos estar seguros de que tienen raíces judías? Tras muchos años de viajes e investigaciones he llegado a la conclusión de que es muy importante escuchar atentamente el narrativo de cada grupo. Las tradiciones que se transmiten de generación en generación tienen suma importancia en la conformación de la identidad individual y en el delineado de los límites colectivos. El presente se va moldeando a partir de los relatos de los padres y los abuelos, y por ello el secreto judío radica más en las leyendas que en las demostraciones históricas.

Es indudable que la identidad de este grupo en Indonesia es acompañada de diferentes narrativos. No vengo a juzgar un fenómeno con ojos de historiador sino más bien a escuchar con atención las diferentes narraciones y relatos tribales. Humildemente debo admitir que en esta actitud veo parte importante de mi labor, salvar relatos y tradiciones de tribus perdidas sin necesidad de analizar la verdad histórica de estas.

Actualmente, la comunidad “Torat Jaím” en la ciudad de Jaipura cuenta con unas doscientas familias. La comunidad fue establecida en el año 2013 con la autorización de las autoridades musulmanas. En la sinagoga se rezan tres rezos diarios y por supuesto que también hay servicios de Shabat. Otra comunidad perteneciente a la misma tribu radica en la ciudad de Mandu y suman unas cincuenta familias. Existe otra comunidad judía en la capital Jakarta y cuenta con unos cien miembros procedentes de diferentes sitios en el mundo. A veces hay musulmanes que se acercan a la sinagoga para participar de los servicios y escuchar la disertación del rabino.

Muchos de los miembros de la comunidad trabajan en minas de oro, Indonesia es famosa por la calidad de su oro y podría recibir el título de “El Dorado modero”. Los judíos que trabajan en las minas tienen permiso especial de ausentarse el sábado de sus labores, lo cual es una expresión más de la tolerancia religiosa imperante en el país. En términos generales, la comunidad judía se siente libre y segura de vivir abiertamente de acuerdo a su fe. En la comunidad me dijeron “Nosotros aquí podemos caminar con kipá en el mercado o cualquier sitio que sea sin problema alguno”.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Bendito sea Dios que libera a los prisioneros

Por excederme en la velocidad a la hora de conducir un vehículo, por complicarme con un soldado del ejército boliviano y por hacer propaganda sionista en Cuba. Sobre distintas detenciones que sufrí en mis diferentes viajes y las originales maneras por medio de las cuales logré liberarme.

A Dios gracias nunca estuve preso pero sí he tenido el “privilegio” de estar detenido en una serie de países alrededor del mundo. A continuación les habré de detallar las circunstancias que me llevaron a semejante situación y las experiencias vividas.

Una investigación camino a un sepelio

Hace ya varios años, cuando era el Gran Rabino de la comunidad Israelita del Uruguay me fui de vacaciones junto a mi familia a una playa lejana y apartada. Como es típico en el caso de rabinos, mis vacaciones se vieron interrumpidas en virtud del fallecimiento de un miembro de la comunidad. Por la mañana recibí la notificación de que la persona había fallecido y que el entierro se llevaba a cabo en horas del mediodía. Por cuanto que me encontraba vacacionando, no iba vestido con vestimenta “de etiqueta”, o sea, con saco y corbata. Me despedí de mi familia y emprendí el viaje de varias horas en dirección al cementerio judío local.

En virtud de que quería llegar temprano al entierro a los efectos de acompañar a la familia e indicarle los pasos a seguir viajé a una velocidad excesiva. Por respeto hacia el lector no he de especificar qué número marcaba el velocímetro, solo diré que era sesenta kilómetros por hora por encima de lo permitido. Dado que me disponía a cumplir con uno de los preceptos que por su encumbrada importancia los sabios dicen que sus dividendos se reciben en este mundo mas el capital solo en el venidero, asumí que recaería sobre mí el principio de que “un enviado para cumplir una mitzvá no sufre percances”, pero se ve que me equivoqué.

Tras dos horas de viaje un patrullero con su sirena encendida comenzó a perseguirme. Una vez que me detuve, el agente policial descendió de su vehículo se acercó a mí y me preguntó el motivo de mi excesiva velocidad.  Mi respuesta fue sincera: soy el Gran Rabino de la comunidad israelita y estoy camino al cementerio para oficiar un entierro. El agente policial vio mi atuendo informal que consistía en unos jeans y una T shirt, me miró de reojo y dijo: “Así como el Obispo de la ciudad tiene un atuendo especial, esperaría del Gran Rabino que también vista ropas dignas de su función”. Todas mis explicaciones respecto de que estoy vestido informalmente en virtud de que regreso de mis vacaciones no surtieron efecto. El policía pidió ver documentación que me acredite como Gran Rabino del Uruguay. Intenté explicarle que no existe semejante documento mas él no se convenció y me llevó a la estación de policía más cercana a los efectos de continuar la investigación. Una vez allí el agente quiso abrirme un caso por exceso de velocidad e intento de suplantación de identidad. “Este individuo se quiere hacer pasar por el Gran Rabino de la ciudad de Montevideo pero con este aspecto es imposible que lo sea”. Tras dos horas de detención y la intervención del presidente de la comunidad quien envió un fax certificando cuál era mi posición comunitaria logré salir en libertad y llegué al cementerio al momento mismo del entierro.

“Prueba oficial”

Hace muchos años salí de paseo con mi señora en dirección a Perú y Bolivia. En determinado momento del viaje teníamos que cruzar la frontera entre Bolivia y Perú y elegimos hacerlo por el lago Titicaca, el segundo mayor lago de Sudamérica a 3821 metros de altura por sobre el nivel del mar en medio de los Andes.

Llegamos con el autobús al lago y tras la revisión de los pasaportes nos dispusimos a cruzar el lago en un ferry. El autobús se detuvo y yo procuré un excusado. En la puerta de un edificio sobre el cual ondeaba la bandera boliviana se encontraba de guardia un soldado de ese país al cual con toda inocencia pregunté dónde estaba el baño. El soldado me indicó que fuera a la izquierda y luego a la derecha pero rápidamente me di cuenta que no me estaba enviando al sitio correcto. Volví hacia donde se encontraba el soldado y me percaté de que vestía un cinturón cuya hebilla lucía una esvástica. Por un momento perdí la paciencia y comencé a gritarle, quizás por haberme enviado a un sitio equivocado pero principalmente por la esvástica. “¿Cómo te comportas?”- le increpé. “¿Por qué no me indicaste la ubicación correcta de los baños?” “¿Qué ejemplo de soldado está dando?” “¡Eres una vergüenza para el ejército boliviano!” etc.

Luego volví a donde se encontraba mi señora, subimos al ferry que nos haría cruzar el lago. De inmediato se nos acercó un grupo de ocho soldados bolivianos y me pidieron que los acompañe al cuartel. Por un instante no entendí qué pasó ni qué querían. Es importante entender que tanto en América Latina como en países del oriente las leyes no siempre son claras y las fuerzas de seguridad las van elaborando en el momento conforme su parecer o comodidad por lo que es difícil predecir qué puede ocurrir en los diferentes momentos.

Al llegar al cuartel rodeado de soldados y acompañado por los llantos de mi mujer, un oficial me acusó de haber ofendido a la bandera boliviana, lo cual es una “falta grave”. Según dijo, mis gritos no solo fueron una ofensa para con el soldado y el ejército boliviano sino que también ofendieron a la máxima insignia del país. Tuve un par de horas para pensar sobre mi defensa. Preparé un discurso emotivo y una línea argumental para exponer ante el oficial que me interrogaría.

Una vez llegado le dije: “Señor oficial, lamento profundamente lo que hice pero en ningún momento tuve la intención de ofender a la bandera boliviana. Yo respeto al país, sus soldados y su insignia. Yo soy ciudadano israelí y oficial en el ejército de defensa de Israel y como usted sabe nuestros países son amigos y nuestros ejércitos cuentan con instancias de cooperación mutua. ¿Cómo habría de osar ofender a un soldado del ejército boliviano? No fue esa mi intención”. El oficial me miró y me dijo: “tiene razón, pero… ¿cómo he de cerciorarme de que usted es un oficial del ejército israelí? ¿Tiene algún documento que lo identifique como tal?” Le expliqué al oficial que yo ya estaba en servicio de reserva por lo cual no llevaba conmigo una identificación. “Entonces-me dijo- usted no puede dejar el cuartel y será enjuiciado, sólo podrá irse si demuestra ser oficial del ejército de su país”.

De repente se me ocurrió una idea original. Vi que cerca nuestro habían unos fusiles, y le dije: “puedo demostrar que soy oficial del ejército- exclamé, deme un fusil y yo se la desarmo y vuelvo a armar con los ojos cerrados y así le habré demostrado mi condición de militar”. Al oficial le gustó la idea y me dijo: “si lo hace queda libre”. Afortunadamente en ese tiempo todavía tenía fresco el entrenamiento recibido durante el servicio obligatorio y logré desarmar y armar el fusil con una venda sobre los ojos en un tiempo razonable. Mi interlocutor quedó boquiabierto y me dijo que sin duda yo era un oficial del ejército israelí, hasta estrechó mi mano con orgullo y así, cinco horas después de haber sido detenido puede subir al ferry que nos condujo al Perú.

Una bendición desde Jerusalem

Mi siguiente detención tuvo lugar en Papúa Nueva Guinea hace cuestión de unos meses cuando visité a la tribu Gogodala que sostiene poseer raíces judías. Salí a tomar fotos del mercado de una de las islas empleando un drone que se maneja a control remoto. A los pocos minutos de tomar fotos llegó un jeep y un soldado del ejército local me gritó que en esa área está prohibido el uso de Drones por cuanto que es a minutos de la frontera entre Indonesia y Australia. De inmediato me hizo subir al jeep y me condujo a una estación de policía a los efectos de interrogarme. No he de negar que me puse nervioso y demás está decir lo agradable que fue estar detenido en Papúa Nueva Guinea.

Se trata de un país profundamente cristiano, por lo que opté por una estrategia diferente a la empleada en Bolivia. No me presenté como militar sino como religioso. Le expliqué al oficial que soy rabino y vengo de la sagrada ciudad de Jerusalem, allí donde vivió Jesús una temporada. Cuando mencioné Jerusalem vi que los ojos del oficial y los soldados comenzaron a lagrimear. En ese momento ofrecí al oficial bendecirlo junto a sus soldados cumpliendo así con el versículo que dice “quienes te bendigan serán benditos y quienes te maldigan serán malditos”. El oficial cambió de gesticulación y de enemigo se transformó en querido entrañable. Coloqué mi mano sobre su cabeza y lo bendije en hebreo y en inglés. Luego nos sentamos a tomar un café en la estación de policía y conversamos sobre diferentes temas relacionados a la fe y las creencias para luego despedirnos y así, acto seguido, regresé al hotel. Por supuesto que un pequeño obsequio no estuvo de más ya que en esa parte del globo no conocen lo dicho por nuestro Rey Salomón en cuanto a que “quien odia presentes vivirá”.

La primera vez que visité la ciudad de La Habana en Cuba este era un país estrictamente comunista y su gobernante era Fidel Castro. Cuando me dispuse a visitar la comunidad judía local mis amigos me advirtieron que no lleve conmigo material escrito en hebreo ni sobre temas de judaísmo o sionismo. Lamentablemente no les presté atención y en mi bolso llevaba revistas en hebreo y material sionista. Los funcionarios de migración decidieron revisar mi bolso de mano y allí encontraron el material en cuestión. Tras mirarlo detenidamente me dijeron que se me acusaba de querer introducir propaganda sionista al país isleño por lo que me llevaron detenido para ser interrogado por un oficial migratorio de mayor rango. Durante tres horas fui interrogado hasta en lo más nimios detalles vinculados a mi visita. El diálogo se llevó a cabo en un ambiente de sospecha máxima, hasta que el oficial me preguntó dónde me domiciliaba. Cuando le respondí que vivía en el Kibutz Sa´ad en Israel sus ojos brillaron de alegría y emoción y me preguntó: “¿vive usted en un kibutz? El kibutz es una sociedad socialista como Cuba. Nosotros estudiamos mucho sobre el kibutz y si usted proviene de uno, aquí en Cuba se sentirá como en su propia casa. ¡Bienvenido!

Las bonitas palabras del oficial no me liberaron de tener que ser seguido, durante toda mi visita por el servicio secreto cubano, el cual quería cerciorarse de qué exactamente hacía en su país, pero al menos, me permitieron visitar a nuestros hermanos, los judíos de Cuba.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Rabinato y deporte: ¿opuestos irreconciliables?

¿Existe alguna relación entre el rabinato y el deporte? Los partidos de fútbol y demás competiciones deportivas, ¿forman parte del mundo del rabino de la diáspora? ¿Cómo aprovechar eventos deportivos para acercar judíos alejados?

En diferentes partes del mundo la actividad deportiva es parte de la cultura del país, en América Latina partidos de fútbol, en los Estados unidos juegos de béisbol, en Inglaterra y sus excolonias el cricket y en Israel el basquetbol. En cada uno de estos países los judíos son parte de la cultura local y por lo tanto son aficionados acérrimos de los diferentes equipos. Hay quienes sostienen que el béisbol es un deporte judío ya que la mayoría de los judíos americanos se interesan más por este deporte que por el futbol y además, este deporte se asemeja a una partida de ajedrez sobre el terreno de juego ya que es posible planificar, calcular, desarrollar estrategias y analizar resultados tal como en el estudio del Talmud.

Muchos judíos de la diáspora están más ligados emocionalmente al fútbol que al judaísmo. Una de las formas de acercar a estos judíos es por medio de sus aficiones deportivas. Si ellos perciben que el rabino vive únicamente en el ámbito de la sinagoga y no conoce aquello que es de su interés, se les dificultará de sobremanera valorarlo. Sin embargo, si el rabino se esfuerza por entender su sentir y acercarse a su universo cultural y deportivo enseñando así que la Torá está conectada a la vida también fuera de la academia de estudios, les será más fácil sentirse cercanos a él y aprender de este otras cosas. Para que un rabino pueda acceder a personas que se encuentran lejanas de su ámbito espiritual debe hacer el esfuerzo de ingresar a su mundo, al menos en aquellas cuestiones que están permitidas y son posibles. Por esta razón, durante los años que ejercí el rabinato en la diáspora y hasta el día de hoy en mis viajes por el mundo judío, me encuentro a mí mismo jugando al futbol, montando a caballo, navegando y buceando en altamar, jugando pingpong y demás deportes junto a jóvenes judíos.

A pesar de mis raíces sudamericanas no soy aficionado al fútbol ni a algún equipo en particular, pero al ejercer funciones como rabino en la diáspora siempre tuve el cuidado de estar al día con los últimos resultados deportivos. Muchas mañanas me encontré con personas que lucían rostros de tristeza y desazón y yo sabía que no se trataba de duelo por un familiar fallecido, Dios no lo permita, sino por la derrota de su equipo en un juego el día anterior. Mi función como rabino era la de animarlos y sembrar en su interior la esperanza de que días mejores llegarían para su club.

Empero, no alcanza con que el rabino esté al tanto de los resultados de los juegos sino que es menester que desarrolle algún tipo de práctica deportiva él mismo. Una de las lecciones que aprendí de mi rabino y maestro el Rav Aharón Liechtenstein de bendita memoria es que en la rutina diaria del estudioso de la Torá hay también espacio para el deporte. Como estudiante en la Yeshivá tuve el mérito de poder participar de partidos de basquetbol en los que el Rav Liechtenstein jugaba con los alumnos los días viernes tras concluir la sesión de estudios. El Rosh Yeshivá sabía dar lecciones de conducta y ética también desde el campo de juego. Recuerdo una vez un muchacho que subía al ataque para anotar tantos y después no se apuraba en regresar para defender junto a sus compañeros, lo cual le mereció la observación del Rav: “tu forma de juego no es ética…”

El Rav Kuk resaltaba la importancia de la actividad física y el ejercicio  a los efectos de fortificar tanto el cuerpo como el alma: “grande es el esfuerzo físico, necesitamos de un cuerpo sano, nos dedicamos mucho a lo espiritual y olvidamos la santidad del cuerpo, dejamos de lado la salud y el temple corporal”. Cuando el rabino comunitario participa de actividades deportivas junto a los miembros de su congregación vela por su salud física y la de sus feligreses.

Recuerdo que al llegar a la comunidad judía de Uruguay sentía que el público estaba distante de mí, el difunto anterior rabino había sido un gran estudioso y a veces un tanto separado del sentir popular. Sentí que debía encontrar una manera de conectarme con la gente y así poder hablar de igual a igual con los miembros de mi comunidad. Decidí hacerme socio del club deportivo judío “Macabi” e inocentemente creí que de esa forma podría conocer judíos locales y llegar a sus corazones. Durante las primeras semanas que asistí tuve una extraña sensación de soledad y distanciamiento. Cuando entraba al vestuario las personas que allí se encontraban salían, cuando iba a nadar (en horario masculino) quienes se encontraban en la piscina cesaban su entrenamiento y salían, cuando pedía a diferentes personas jugar con ellas squash o tenis siempre estaban “ocupadas” y no podían jugar conmigo, y ni que hablar que cuando entraba a las duchas me encontraba siempre solo. Muy rápidamente entendí que las personas no veían en mí una persona más que venía a practicar deporte sino que me miraban desde una óptica cristiana, cual “santo varón” de quien había que alejarse ¡para no perturbarle! Exactamente lo contrario de lo que yo procuraba.

Tras algunas semanas conocí a algunos socios del club y lentamente se fue quebrando el hielo. Empecé a tomar clases de squash y jugué con varios socios.  A los efectos de hacer las partidas más interesantes e incorporarles un toque judío comencé a apostar con mis contrincantes, no dinero Dios no lo permita, sino por participación en clases y rezos. Antes de cada partida establecimos que si el rabino ganaba el contrincante debía asistir al siguiente servicio del viernes por la noche. Bendito sea Dios tuve ayuda del cielo y empecé a ganar partidas y así muchos judíos comenzaron a llegar al Kabalat Shabat para así pagar su deuda con el rabino. En virtud de que les gustó el método del rabino de hacerlos participar en las actividades, mis contrincantes deportivos comenzaron a traer a sus amigos a los rezos y de esa forma en cuestión de medio año los viernes a la noche la sinagoga estaba llena de pared a pared con unos quinientos o seiscientos hombres y mujeres y por otra parte la fila de socios de “Macabi” que pedían jugar conmigo se alargaba más y más aunque les pudiera implicar perder.

Habiendo sido rabino en Uruguay, Sudamérica y Turín no pude darme el lujo de desconocer a los principales equipos de futbol: Peñarol y Nacional en Montevideo, el Juventus y el Milán en Turín. Si bien procuré siempre animar a los aficionados de los diferentes equipos, me esmeré en que no se sepa cuál era el de mi preferencia. Cualquier respuesta podía desacreditarme ante la otra mitad de la comunidad y por ello cada vez que venían miembros de la congregación y me invitaban a acompañarlos al estadio y orar por la victoria de su equipo me negaba ya que encontrarme en la tribuna junto a ellos me ponía en evidencia. Sin embargo, una vez hice excepción a mi regla de conducta. Esto ocurrió cuando me encontraba en medio de un proyecto muy grande de construcción de una Mikve comunitaria. Si bien las personas habían donado generosamente, por naturaleza, los costos de todo proyecto grande de construcción tienden a exceder lo programado y faltaba dinero para concluirlo. Un grupo de aficionados de uno  de los equipos se acercó a mí y me formuló una propuesta difícil de rechazar: “Rabino, sabemos que le falta dinero para terminar la Mikve, ¡si nos ayuda le ayudaremos!”.  La oferta consistía en que si yo iba con ellos al estadio y rezaba para la victoria de su equipo, si este ganaba ellos se encargaban de juntar el dinero faltante para el proyecto. Sin duda se trataba de una oferta difícil de rechazar, ¡asistir a un partido de fútbol a cambio de una Mikve!

Tras meditarlo asentí y llegado el día, con libro de salmos en mano me encaminé junto a ellos rumbo al estadio. Tras pocos minutos de iniciado el juego me di cuenta que aunque recite el libro entero de los salmos el equipo en cuestión no podría ganar, sencillamente jugaban muy mal. A final de cuentas el equipo en pos del cual asistí perdió, pero los judíos que me habían invitado dijeron: “Rabino, nuestro equipo perdió… ¡pero tú ganaste! Por habernos acompañado y habernos hecho sentir de que te importamos, nosotros completaremos el faltante para terminar la Mikve, y a Dios gracias así fue.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

La prohibición de convertir al judaísmo en la Argentina

La Argentina es el único país del mundo en el cual está prohibido realizar conversiones. Esta prohibición se basa en una decisión del año 1927 que modeló a la comunidad judeo-argentina desde el punto de vista social y religioso en los últimos ochenta años. La prohibición de realizar conversiones es uno de los pilares de la comunidad ortodoxa en ese país hasta el día de hoy. Por otra parte, la comunidad conservadora a la que pertenecieron por muchos años la mayoría de los judíos de la Argentina continuó convirtiendo y no aceptó la prohibición arguyendo que esta no se encuentra en el Shulján Aruj, que en la práctica su contenido es problemático desde el punto de vista ético y además los rabinos que la decretaron carecen de potestad para semejante edicto.

Hay dos personalidades rabínicas diferentes detrás del decreto prohibitorio. Una es un rabino sirio y la otra un rabino ruso. El primero es el Rabino Shaul David Sutton (nacido en Aleppo en el año 1851) y el segundo el Rabino Aharón Halevi Goldman (nacido en Podolia, Rusia, en 1854). Uno era discípulo de los sabios de Aleppo y el otro discípulo de los rabinos Eljanan Spector, Shmuel Salant, Jafetz Jaím y Kuk. El primero vivía en la gran ciudad de Buenos Aires y el segundo en la pequeña localidad de Moisesville que es una de las colonias establecidas por el Baron Hirsch para los judíos llegados desde Rusia. El primero fue autor de un libro de responsa titulado “Diber Shaul” y el segundo escribió otro del mismo género titulado “Divrei Aharón”. El primero era más flexible en su sentencia halájica también en temas vinculados a la conversión tal como es tradicional entre los sabios judeo-orientales y el segundo era más estricto. Oriente y Occidente se encontraron sobre suelo argentino y uniendo pensamiento y fuerzas emitieron un edicto prohibitorio único en el mundo entero.

En el año 1927 el Rabino Sutton publicó el texto de la prohibición el cual  aparentemente fue pegado en las pizarras de anuncios en la ciudad de Buenos Aires y rezaba, entre otras: “dado que esta ciudad es muy liberal, cada quien hace lo que le place y carece de una autoridad rabínica a la cual respeta… y por lo tanto todo aquel que se le antoja una muchacha no judía la trae a su casa y la hace su esposa sin mediar conversión o trae judíos comunes del mercado y la convierte ante ellos… por esta razón he difundido anuncios según los cuales está prohibido por siempre aceptar conversos en la Argentina en virtud de las razones que expuse anteriormente, y no se debe trasgredir esta norma, y ya dijeron nuestros sabios que quien quiebra una cerca es picado por una serpiente… quien quiera convertirse que viaje a Jerusalém y quizás allí lo acepten…” El mozo Shaul David Sutton S”T (“Sefaradí Tahor” o sefaradí de origen autentificado).

Al analizar el texto de la prohibición es importante hacer algunas puntualizaciones de peso. Primeramente, el decreto no fue dictado por un tiempo sino “por siempre”. Esto viene a enseñarnos que los rabinos que lo emitieron no lo percibieron como una  medida temporal restringida a una época o un sitio específico sino que se trata de un cambio ideológico en cuanto a la posibilidad de que exista conversión al judaísmo sobre suelo argentino y no concede libertad de elección en este tema a las futuras generaciones ni les permite considerar cambiar de actitud o la posibilidad de anular la prohibición. En segundo término, si bien la prohibición es ilimitada en cuanto a su validez en el tiempo está restringida únicamente al territorio argentino y no a toda América Latina como algunos tienden a pensar.

En tercer lugar, el texto de la prohibición es claro en cuanto a que no tiene por finalidad eliminar por completo la conversión al judaísmo ya que ofrece la posibilidad de viajar y presentarse ante el tribunal de Jerusalem. Por lo tanto, si bien la prohibición cerró la puerta principal a los interesados en la conversión no cerró los accesos laterales. No queda claro si la mención del viaje a Jerusalem es algo ideal para los días mesiánicos o si se trata de un programa concreto que orienta a los interesados en dirección a Sion.

La historia de la comunidad judía argentina comienza con el arribo masivo a ese país de refugiados que escaparon de los pogromos, las persecuciones y las dificultades de Europa del Este. Estos llegaron principalmente de Galizia, Polonia y Rusia procurando encontrar un mejor destino donde establecer sus hogares. Posteriormente llegaron judíos provenientes de Siria, Turquía y Marruecos.

Tenemos evidencias respecto de vida judía en Buenos aires desde el año 1860, sin embargo, la ola migratoria importante tuvo lugar en la última década del siglo XIX. Sobre el final de la década del veinte del siglo XX la Argentina era uno de los pocos países al cual los judíos podían inmigrar con relativa facilidad. En efecto, entre 1921 y 1930 la inmigración judía a la Argentina adquirió dimensiones importantes, en el año 1900 había 30.000 judíos en ese país mientras que en 1920 su número ascendía a los 160.000 y continuó incrementándose hasta 1946. Después del Holocausto solamente en Buenos Aires había 200.000 judíos y poco después su número llegó a rondar las 400.000 almas.

No llevó mucho tiempo hasta que los judíos en la Argentina comenzaron a sentirse cómodos en compañía de sus connacionales gentiles y comenzaron a trabarse relaciones de amistad, trabajo y familia entre las partes. El fenómeno de los matrimonios mixtos comenzó a extenderse y la combinación de judíos inmigrantes a un nuevo mundo  junto con el deseo de integrarse a la sociedad y asemejarse a las demás personas generó un gran problema. Muchos judíos comenzaron a dirigirse a los rabinos con la finalidad de que estos conviertan al judaísmo a sus parejas y de esa manera “casherisen” sus matrimonios. Ese es el marco sociológico y religioso que dio nacimiento al famoso edicto de prohibición de conversiones.

Sin embargo, parece ser que el edicto prohibitorio no fue aceptado por la totalidad de los rabinos argentinos, sus impulsores no eran los rabinos principales ni tenían un status comunitario importante por lo que muchos de sus colegas no lo acataron. Esta es la razón por la cual pidieron el apoyo de los Rabinos jefes de la tierra de Israel. Así escribió el rabino Abraham Itzjak Hacohen Kuk el 9 de Nisán de 1928: “Bien hicieron sus excelencias rabínicas en establecer esta prohibición en su país, pues en este abunda el desacato… y no han de aceptar ningún converso… y por la presente apoyo y respaldo el decreto de estos sabios y las demás eminencias que la apoyan en Argentina” Muchos y buenos de entre los sabios judíos del mundo entero expresaron su apoyo al Rabino Sutton y procuraron reforzar su autoridad así como la vigencia del edicto.

Empero, en el marco de la prohibición hay lugar para casos especiales. En el año 1966 llegó a la Argentina el Rabino David Cahana, quien previamente se había desempeñado como rabino de la fuerza aérea israelí para fungir como Rabino Jefe y Presidente del Tribunal Rabínico de la AMIA. Él buscó la manera de por un lado mantener en efecto el edicto prohibitorio pero al mismo tiempo permitir la realización de algunas conversiones especiales sobre suelo argentino. Asesorado por el Jefe del Tribunal Rabínico de la ciudad de Tel Aviv obtuvo una solución halájica creativa que le permitió realizar conversiones en la Argentina con el aval del Superior Rabinato de Israel.

El Rabino Ehrenberg propuso una solución halájica que implica una interpretación novedosa e interesante del edicto original: “Aunque digamos que pueden  viajar a Jerusalem, la intención de lo dicho es que el tribunal jerosolimitano es el que tiene la potestad de aceptarlos y ningún otro, por lo que si este tribunal acepta enviar un representante a la Argentina a los efectos de realizar conversiones en su nombre se cumple el edicto prohibitorio pues es como si el prosélito hubiese sido aceptado ante el tribunal de Jerusalem” (Divrei Iehoshúa III 42). Lo novedoso de la postura del Rabino Ehrenberg es que de acuerdo a la prohibición el tribunal de Jerusalem está autorizado para aceptar a los conversos y por lo tanto este puede designar un representante que actúe en la Argentina y de esa manera se puede convertir en territorio argentino con el aval del tribunal de Jerusalem.

Con el paso de los años el decreto prohibitorio pasó por una segunda etapa. Entre las comunidades oriundas de Alepo se llegó a un acuerdo en 1935 por efecto del cual se extiende la prohibición de aceptar conversos a las comunidades de Estados Unidos y México y de esa manera la pusieron en vigor en todas las comunidades sirias.

Este es el texto de la prohibición de las comunidades sirias: “Hemos tomado la iniciativa de poner un cerco protector a la santidad por la autoridad que nos  concede la sagrada Torá y por el cual se prohíbe a cualquier hijo o hija de Israel de mezclarse con no judíos y tampoco se permite hacerlo mediante conversión y ningún tribunal rabínico de las comunidades sirias en Norteamérica tiene permitido convertir a un gentil que desee casarse con un hijo o hija de Israel. En caso de que alguien quiebre esta prohibición se avisará que nadie se case con sus hijos…” (Rabino Ezra Tawil S”T Jefe del Tribunal Rabínico de la comunidad Maguén David 1935).

Este decreto fue aceptado por todas las comunidades sirias del mundo y se mantiene estrictamente el “no convertir, no aceptar conversos de otras comunidades, no aceptar conversos como miembros de la comunidad siria, no casar miembros de la comunidad siria con conversos, no recibir en la comunidad o en el colegio a hijos de sirios con conversos”. Si comparamos este texto con el del edicto prohibitorio argentino vemos que el último si bien prohíbe las conversiones en suelo argentino pero acepta conversiones realizadas en Jerusalém el decreto de los judíos sirios prohíbe la aceptación de los conversos de modo absoluto. En virtud de las limitaciones de espacio y tiempo no nos es posible analizar el efecto de los decretos en una perspectiva histórica, empero, es interesante señalar que en las comunidades sirias a lo largo y ancho del mundo el porcentaje de matrimonios mixtos tiende a cero mientras que en la comunidad argentina los índices de asimilación son hasta el día de hoy de los más altos del mundo. En Argentina actualmente más del 70% de los judíos se casan con no judíos.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Sobre la tribu de Gogodola

Papúa, Nueva Guinea, es uno de los países más distanciados de la cultura occidental pero incluso allí hay habitantes que se identifican como descendientes de las diez tribus perdidas y preservan tradiciones judías. Una expedición judía en un mundo perdido.

Tras cuarenta horas de viaje por aire, mar y tierra llegué finalmente a la aldea de Balimo en Papúa Nueva Guinea, uno de los países más alejados del mundo occidental tanto geográfica como culturalmente. El interminable viaje incluyó vuelos internacionales, vuelos domésticos en avionetas livianas, navegación en canoas y trayectos en jeep. Por lo distante del lugar pensé que quizás a este sitio se refirió el profeta Isaías cuando dijo: “Trae a mis hijos de lejos y a mis hijas del confín de la tierra”.

Siempre vi en los grandes viajeros judíos- Benjamín primero y segundo, Yaakov Sapir y el rabino Jaim David Azulay- ejemplos a imitar, por lo que decidí seguir sus pasos. Sin embargo, siempre ardió en mí el deseo de llegar a sitios, aldeas y tribus que ellos no alcanzaron a visitar. Creo que en esta travesía a Papúa Nueva Guinea se cumplió mi anhelo ya que llegué a aldeas nunca vistas por un hombre blanco, ni que hablar por un judío y menos por un rabino.

Una breve visita a Papúa demuestra sin lugar a dudas que la tesis que sostiene que vivimos en un mundo global no es cierta, este es uno de los países más primitivos del planeta y que aún no se ha expuesto al mundo occidental, famoso por sus fenómenos de canibalismo. El ochenta por ciento de los habitantes del país vive en aldeas, islas alejadas y cabañas a lo largo de los ríos. Solo un treinta por ciento de estos está alfabetizado y solo un diez por ciento está conectado a internet. Casi con certeza que esta es la razón por la cual este país se encuentra fuera del mapa turístico mundial. Me gusta viajar a países a los que la globalización aún no ha llegado y por lo tanto tampoco pudo atropellar a la cultura anterior. De esta forma descubrimos nuevos aspectos del mundo y del género humano.

Al encuentro de lo autóctono

Papúa Nueva Guinea se encuentra en el oriente de la isla de Nueva Guinea al norte de Australia. Al oeste de la isla se encuentra Indonesia. Papúa es una isla tropical cercana al trópico y más de noventa por ciento de su superficie está cubierta por bosques tropicales. La isla de Nueva Guinea es la cuarta del mundo en superficie.

Uno de los datos interesantes de este país es la existencia de ochocientas tribus que hablan más de ochocientos dialectos diferentes, sin duda la mayor diversidad lingüística del mundo. Algunos dialectos son hablados únicamente por un puñado de personas pertenecientes a una tribu determinada por lo que muchos de estos lentamente están desapareciendo. En este país se encuentra el doce por ciento de todas las lenguas habladas en el planeta.

Por supuesto que no viajé hasta Papúa solamente para ver paisajes bonitos o con objetivos aventureros  sino para buscar el punto de contacto judío, en resumen, vine a visitar a la tribu Gogodela. El recibimiento que me dieron en el aeropuerto de la ciudad capital, Port Moresby, fue muy especial y emotivo. Los miembros de la tribu Gogodela cantaron “Hevenu Shalom Aleijem” y colocaron collares de flores alrededor de mi cuello según la costumbre local. Los hombres estaban con kipot y las mujeres lucían vestidos con estrellas de David y menorot.

Hace mucho tiempo que se rumorea respecto de la existencia de judíos en el océano pacífico. La idea de que hay judíos en Papúa Nueva Guinea  o que parte de los habitantes de estas tierras tienen raíces biológicas judías acompañó a las primeras expediciones europeas en la región en el siglo diecisiete. Durante la era colonial en el océano pacífico se especulaba con la existencia de comunidades judías desconocidas y la posibilidad  de que en estas islas se encuentren tribus perdidas.

En las dos últimas décadas del siglo diecisiete el explorador y aventurero inglés William Dampier (1652-1715) atravesó dos veces el océano pacífico. De acuerdo con los hallazgos de Dampier se creía que existe una raza de judíos en Nueva Guinea que podían descender de alguna de las diez tribus perdidas.  Él agregó que es innegable que “muchos de los habitantes poseen características judías sumamente claras”. El Dr. James Egan Moulton, misionero metodista, llegó a la isla treinta años más tarde, en la década del sesenta del siglo XIX y vivió allí por tres décadas. Él también arribó a la conclusión de que la tribu Tonga es de ascendencia semita.

Descendientes de las tribus perdidas

A la tribu Gogodela la hallé junto a la aldea de Balimo. El encuentro fue increíble, comenzó con el izamiento de la bandera de Israel y la entonación del Hatikva. Nunca imaginé que escucharía el himno del Estado de Israel en tierras tan lejanas donde no hay ni comunidad judía ni embajada Israelí. Quinientas personas me dieron la bienvenida con cantos y danzas emocionados de que un judío proveniente de Jerusalém les estuviera visitando. Me contaron durante horas la historia de la tribu, me describieron sus antiguas tradiciones y su deseo de volverse a conectar con el pueblo de Israel. Los ancianos de la tribu tocaron el shofar para honrar al visitante jerosolimitano. Sobre una manta que sostenían durante la recepción estaba escrito:

“Bienvenidos a Papúa Nueva Guinea

El paraíso de la tribu perdida y encontrada de Benjamín

la tribu de Gogodela

Que el Dios Santo y Todopoderoso te bendiga

Amamos a Israel

Dios, bendice a Israel

Nuestro origen y nuestro destino

Nuestro comienzo y nuestro final

La tribu de Gogodela cuenta con una población de unas cincuenta mil almas distribuidas en tres aldeas. La mayoría profesa el cristianismo pero creen tener raíces judías. Su tradición indica que sus antepasados eran descendientes de las tribus perdidas que llegaron a la isla provenientes de Isarle Yavesh, y principalmente de Yabi Saba (“el primer sitio” en su lenguaje) que no es otra que la mismísima Jerusalém. En efecto, en cada conversación o evento en los cuales mencioné Jerusalém mis interlocutores vitorearon con entusiasmo.

Según sostienen, ellos cuidaron los preceptos de Shabat y Brit Milá hasta que llegaron los misioneros a comienzos del siglo XX. Cuentan que uno de los ancianos de la tribu itineraba entre las aldeas circuncidando a quienes lo requerían. Este poseía un cuchillo especial y curaba la herida de la circuncisión con diferentes hierbas. Mis anfitriones enfatizaron que entre las diferentes tribus de la isla la única que circuncidaba era la de Gogodela.

Actualmente, aquellos miembros de la tribu que desean retornar al judaísmo son circuncidados. Otra de las tradiciones que cuidaban era la separación entre marido y mujer durante los días de la menstruación y tras un nacimiento. Los miembros de la tribu acostumbraban a tocar el shofar para congregar a la comunidad y quien se ocupaba de dar sepultura a un muerto posteriormente se purificaba. Ellos creen que el dialecto Gogodela es hebreo en su forma más pura y original.

Origen según la tradición

Cuando llegué a la aldea de Balimo descubrí que ellos la llaman en hebreo “Eretz Beula” (tierra mancillada o sometida), nombre adjudicado por los misioneros. Quise explicar a mis anfitriones que ese nombre en hebreo no suena elogioso y que de todas maneras no corresponde conservar un nombre dado por misioneros. Propuse que llamen al lugar “Eretz Gueulá” que significa tierra de redención, y aceptaron la propuesta alegremente.

La mayoría de los miembros de la tribu descansa el domingo. En los últimos años un pequeño grupo de personas comenzó a cuidar el sábado como parte de su deseo de retornar a la tradición de sus ancestros. En el año 2005 el jefe de la tribu de nombre Tony Waiza- quien me acompañó a lo largo de mi visita- cuidó Shabat por primera vez en Papúa Nueva Guinea abriendo así una senda de retorno a la tradición de los ancestros. Actualmente también aquellos que guardan Shabat se encuentran en medio de un proceso de elaboración espiritual y oscilan entre el judaísmo y el cristianismo: estudian Torá y el Nuevo Testamento, creen en Moshé y en Jesús. Se trata de un tipo de cristianismo mesiánico combinado con raíces judías.

Hace unos años un equipo del Centro de Estudios Judaicos de la Universidad de Londres vino y tomó muestras genéticas con la esperanza de encontrar conexión a un posible origen judío. Los resultados no fueron contundentes. El jefe de la investigación, el Profesor Parfitt, sugirió que los resultados parecen indicar que si bien la  tribu Gogodela es genéticamente diferente a las demás tribus isleñas carece de un vínculo especial a pueblo alguno de la zona mediterránea. En la práctica, la raíz judía de la tribu Gogodela se basa principalmente en la tradición oral tribal que se transmitió de generación en generación. Esta tribu en particular y los habitantes de la zona en general carecen de lengua escrita por lo que las tradiciones se transmiten oralmente.

De todas maneras, los miembros de Gogodela se ven a sí mismos como la tribu número trece que se perdió y nada se supo de su existencia. Me explicaron que según sus tradiciones un día llegará un hombre blanco y los llevará de nuevo a Tierra Santa y les confirmará su pertenencia. De acuerdo a sus creencias, el Arca del Pacto y la vara de Aharón se encuentran en dos botes que los trajeron desde la tierra de Israel hace tres mil años. Estos botes están hundidos en una laguna y esperan poder encontrarlos para poder así confirmar su origen judío y retornar a la fe de sus ancestros. Ya se verá.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Exhumación de muertos y muertos que se mueven

A lo largo de los años en los que me desempeñé como rabino en la diáspora, atendí diferentes pedidos de exhumación a los efectos de enviar los restos a la Tierra de Israel para ser enterrados pues allí es donde residen los familiares del fallecido, pueden visitar la tumba y honrar su memoria.

Trataré de describir un caso de exhumación de restos mortales que parece extraído de un libro de ciencia ficción o de un film de terror y de esa forma explicar el marco halájico en el cual este tema se maneja. Una familia hizo aliá desde Montevideo – Uruguay y me pidió que los ayude a trasladar los restos de su padre ya fallecido hacía ya treinta años del cementerio local al de Petaj Tikva-Israel. Una vez ya realizados todos los preparativos correspondientes, fijé día y hora para ejecutar la tarea y pedí al personal que haga todos los arreglos previos necesarios para recoger los restos mortales, esto es, retirar la lápida y realizar una primera excavación que llegue al nivel de la tapa del ataúd.

Cuando llegué al cementerio todo estaba listo, descendí al foso excavado y con mucho cuidado comencé a revisar la tierra para encontrar los huesos del difunto. En las veces anteriores que realicé esta labor siempre pude encontrar la parte principal del cadáver y a su alrededor muchos huesos diminutos. Esta vez no encontré nada. La tumba estaba completamente vacía. Estando aún dentro del foso comencé a llamar a expertos en la materia de Israel y el mundo y les pregunté si es razonable que en una tumba no se encuentre el cadáver. Su unánime respuesta fue: “no es razonable, debes al menos encontrar algunos huesos”. Sin embargo, tras denodados esfuerzos y tenaz búsqueda no logré encontrar nada.

Repentinamente vino a mi memoria un hecho que había ocurrido la semana anterior. Uno de los veteranos miembros de la comunidad judía del Uruguay, sobreviviente del holocausto y gran persona, me pidió que lo acompañe a adquirir un lugar para él y para su señora en el cementerio. El tesorero de la comunidad se alegró de sobremanera ya que la venta habría de ingresar una importante suma a las arcas de la institución; y me pidió que acompañe al Sr. Zyman al cementerio a elegir lugar y que le ofrezca una ubicación especial a un precio honorable.

Caminando junto al Sr. Zyman en el cementerio le mostré un sitio en la primera fila del corredor principal de modo tal que todo aquel que entre pueda ver la lápida con su nombre grabado en ella. El Sr. Zyman, judío oriundo de Polonia, con su gran sentido del humor me respondió: “Rabino, sin duda que es un sitio muy bonito, tiene buen aire y paisaje, ¡pero no es para mí!” Sorprendido por su comentario le pregunté a qué se debía semejante conclusión. “Rabino, yo sufro de dolores en la espalda y en esta parte del cementerio hay corrientes subterráneas de agua…”. Finalmente el Sr. Zyman compró ese sitio para sí y para su esposa a pesar de los dolores de espalda y recibí las felicitaciones correspondientes por parte del tesorero.

Cuando me encontré parado en la tumba vacía antes mencionada, le pregunté al director del cementerio si es posible que en esta área del cementerio haya corrientes de agua subterránea. Su respuesta fue afirmativa ya que nos hallábamos al nivel del mar lo cual hacía que fluya agua entre las tumbas.

Observé la leve pendiente del suelo y le pedí al director del cementerio que abra la tumba contigua. Tras varias horas de excavación grande, fueron nuestra alegría y nuestra sorpresa al encontrar el cadáver perdido. El cuerpo de la primera tumba se movió a influjos de las aguas subterráneas desplazándose unos tres metros hasta terminar abrazado al de la segunda. El lector escéptico se preguntará si fue posible diferenciar entre los restos de los dos cuerpos. Felizmente no necesité recurrir a los métodos adivinatorios del Gaón de Vilna, ya que los cadáveres se encontraban uno encima del otro, el cadáver que se desplazó quedó encima de su “huésped” y esto era fácilmente reconocible. Tras un esforzado y sutil trabajo logré exhumar los restos, colocarlos en una caja y enviarlos a Petaj Tikva.

La labor de exhumación (en hebreo “likut atzamot” o “pinui atzamot”) era muy común en la antigüedad. Tras pasar unos años en los que el cuerpo se desintegraba, se recogían los huesos y se los colocaba en un panteón familiar junto a los restos de otros parientes y de esa manera se liberaba espacio para inhumar a otro difunto.

Actualmente no acostumbramos a exhumar o enterrar en dos etapas salvo en casos especiales en los que por razones personales se requiere trasladar al difunto de una tumba a otra, mayormente de un cementerio de la diáspora a otro en la tierra de Israel. Asimismo, dado que hoy en la exhumación y posterior inhumación mayormente los restos se encuentran en ataúdes, el Gaón de Munkatsch sentenció que cuando se traslada el cadáver de esta manera no se trata de un caso de “likut atzamot” (Responsa Minjat Elazar 4:12).

El sitio donde el difunto fue enterrado se considera en la halajá como aquél donde tiene descanso eterno, por lo que debe ser respetado y se prohíbe trasladar los restos a menos que medie un justificativo de peso. La halajá prohíbe mover al difunto de su tumba ya que “su honor está en el sitio de su reposo” (“kvodó bimkomó munaj”). Por esta razón, el fallecido no debe ser trasladado de una tumba a otra. El Shulján Aruj sentenció lo siguiente:

“No se traslada al difunto o sus huesos de una tumba honrosa a otra ni de una sencilla a otra y no es necesario explicitar que tampoco de una honrosa a otra  sencilla” (Ioré Deá 363:1, la norma tiene su origen en el Talmud Jerosolimitano Tratado de Moed Katán 2:4).

La línea argumental central por la que se prohíbe el traslado de un  cadáver de una tumba a otra es desarrollada por el Rav Iosef Caro en su comentario Beit Iosef: “La razón por la cual no se traslada un cadáver de una tumba a otra es que genera desconcierto en el muerto, pues teme del día del juicio” (Ioré Deá 363). Si bien nosotros no entendemos cuestiones ocultas ni del ámbito de los muertos, entendemos que al difunto le resulta incómodo ser retirado de la tierra a la que regresó.

El Talmud Babilonio en el Tratado de Baba Batra (154(A)) explica que abrir la tumba deteriora al cadáver y es una afrenta al honor del fallecido. Los juristas dan diferentes explicaciones respecto del tenor del deterioro que conlleva la apertura de la tumba. El “Nodá Biehudá” (Ioré Deá 89) entiende que el Talmud se refiere a retirar un cuerpo en proceso de descomposición, lo cual nos da una imagen poco digna del fallecido. Por lo tanto, no hay deterioro si la exhumación se realiza varios años después de fallecida la persona y es claro que no hay sino huesos. Por su parte, el Rav Tikotschinsky (Guesher HaJaím 26:10) deduce del Talmud Jerosolimitano que la misma exhumación es en sí un acto deshonroso para con el difunto, y por lo tanto, el problema persiste aunque sólo hayan huesos.

De los conceptos vertidos por el Rav Fainstein surge que la raíz de la prohibición reside en el precepto de dar sepultura, el cual queda sin efecto a la hora de la exhumación: “Dado que el precepto de dar sepultura implica que el difunto permanezca enterrado por siempre hasta la resurrección de los muertos… resulta que quien abre una tumba trasgrede con sus propias manos el precepto positivo de enterrar… aunque tenga la intención de volver a inhumarlo” (Igrot Moshé, Ioré Deá II inc.151).

Las razones más comunes que justifican halájicamente una exhumación son la preocupación por el bienestar del difunto o el de la sociedad. Por ejemplo, si se teme por la integridad de la tumba en virtud de inclemencias climáticas o el daño que un humano pueda infligir. Causal de exhumación puede ser si un judío es enterrado en un cementerio gentil, o en un sitio que no le pertenece, o en tierras públicas, o en un sitio que puede deteriorarse o donde se filtra agua. Una tumba que perjudica a la comunidad puede ser trasladada, se puede trasladar un cuerpo al panteón familiar o a la tierra de Israel a los efectos de que pueda ser visitada por sus parientes etc. De todas maneras, siempre se debe tomar en consideración una amplia gama de parámetros como pueden ser el tiempo que lleva enterrado el cuerpo, su estado de conservación y  el estado del ataúd.

Rabí Iosef Caro sentenció en el Shulján Aruj: “Si se trata de un traslado al panteón familiar – se permite, aunque sea de una tumba honrosa a una muy sencilla, puesto que para una persona es agradable encontrarse junto a sus antepasados. Asimismo, si es para enterrar al difunto en la tierra de Israel  – se permite. Si fue enterrado provisoriamente – se lo puede exhumar. Si el cadáver no se preserva en la tumba, o se teme que no judíos lo desentierren, o que se filtre agua, o si se trata de una tumba que se descubre en medio del terreno de un particular – es preceptivo trasladarlo” (Ioré Deá 363).

Quiera Dios que se cumpla en nosotros lo dicho por el profeta Ieshaiahu (25:8): “Tragará a la muerte para siempre. Y el Eterno enjugará las lágrimas de todos los rostros. Y el oprobio de Su pueblo lo quitará de toda la tierra, porque el Eterno así lo ha dispuesto”.

Por Rabino Eliahu Birnbaum