Comentario a la parashá Ajarei Mot-Kedoshim

Santificación y moralidad

A veces nos preguntamos en qué forma las mitzvot santifican las actividades humanas. Esta parashá nos enseña que si el hombre de Israel desea ser santo, debe imitar a Dios, quien a la vez está dentro suyo y fuera de él, a nivel trascendental. La creencia en Dios exige que el hombre aspíre a desarrollar valores elevados y absolutos representamos por Dios, que es El factor metafísico superior al hombre.

Parecería que Dios colocó un escollo frente al hombre proveyéndolo de instintos que pueden conducirlo por el sendero del mal. Pero, sin embargo, Dios le entregó también la Torá y las mitzvot, mediante las cuales el hombre puede satisfacer todos instintos. En otras palabras, el hombre puede satisfacer todos sus instintos dentro de un marco moral, sin que esto implique rebajarse a un nivel animal. Muy por el contrario, dentro del marco de la Halajá, estos instintos se satisfacen sobre la base de una actitud de elevación y santidad sin la cual constituirán una señal de descontrol.

Una de las preguntas centrales dentro de la filosofía de las religiones, es la de la relación que existe entre Dios y el hombre. Es posible considerar esta pregunta desde dos aspectos: ¿Cómo y por qué Dios creó al hombre? Y ¿qué obtuvo el hombre por el hecho de ser creado por Dios? Si consideramos la segunda pregunta, podemos comprender que de Dios provienen los valores morales del hombre, y también el conocimiento de las acciones que debe llevar a cabo. Dios es el símbolo de la moralidad según la cual debemos comportarnos. Dios es sagrado, y en este carácter de agrado se origina la moral. El hombre debe seguir Su camino, y de este modo será sagrado y moral.

En una religión en la que el valor moral ocupa un lugar central, es necesario que Dios tenga un valor personal, es decir que no sólo posea sabiduría e inteligencia, sino también voluntad y sensibilidad. Este es un Dios con el que el hombre puede aspirar a crear una relación de cercanía, que lo impulse a seguir Su senda.

¿Cuál es la senda que nos acerca a Dios? También la respuesta a esta pregunta depende de la concepción de Dios. Si estamos convencidos de que la moral constituye un valor escencial en la Divinidad, la moralidad habrá de constituir el camino para acercarnos a Dios. En cambio, si creemos que el atributo central es la inteligencia, estimaremos que la forma de acercarnos a El es intelectual.

Por ejemplo, la escuela neo-platónica considera que el valor objetivo central consiste en la relación con el valor trascendental, con Dios. El cristianismo acentúa el valor del amor, es decir, es una actividad espontánea del sentimiento la que constituye la base de la moral y no la ley o el precepto. El judaísmo considera que el balance entre el motivo del amor y el de la mitzvá se expresa en la moral y la santidad.

En una religión como el judaísmo, el ideal es la contemplación, la observación espiritual de Dios. Sin embargo, esta observación se continúa con una conducta moral. La cercanía con Dios obliga al hombre a actuar de una forma moral.

El concepto de santidad no es sencillo y no es posible de simplificación. Exige, en cambio, profundización y reflexión. Es posible intentar comprender esta noción a través de Platón y analizar el concepto de santidad en forma abstracta, o en forma empírica. Parecería que el aporte del judaísmo a la concepción de santidad es precisamente considerar que consiste en una combinación de lo abstracto y lo empírico.

El judío debe, en toda circunstancia, ser capaz de constituir parte del mundo y, a la vez, elevarse por encima de él. El judío puede gozar de los placeres del cuerpo, pero sin convertirse en un esclavo de los mismos. De este modo, las mitzvot del judaísmo contribuyen a la santidad y a la imitación de Dios. La santidad se obtiene mediante el control voluntario, mediante nuestra posibilidad de formar parte de la naturaleza y, simultáneamente, ser capaces de separarnos de ella.

De acuerdo con la Halajá judía, la santidad representa el reflejo de la escencia trascendental más elevada en nuestro mundo concreto. La santidad no nos guiña el ojo como una estrella misteriosa que titila en la distancia, sino que se refelja en nuestra vida concreta. El origen de la santidad está en los mundos superiores, y su fin está inmerso en las profundidades del hombre y del mundo. El hombre no se santifica a través de la comunión metafísica con lo oculto, ni mediante la reunificación misteriosa con lo infinito, o mediante el éxtasis espiritual, sino por su vida corporal, mediante sus acciones animales y, por medio del respeto a la Halajá, en el mundo concreto. La santidad está representada por una vida regulada y ordenada según la Halajá.

En el judaísmo el concepto de santidad no posee un carácter pasivo sino operativo. El hombre posee una santidad inmanente, ya que la Torá afirma que fue creado a imagen y semejanza de Dios. El hombre es creado de acuerdo con la imagen espiritual y moral de Dios, que el símbolo mismo de todos los valores. Pero este no es suficiente: la santidad exige no sólo haber sido creado a imagen de Dios, sino también caminar por Sus sendas.

Las normas Divinas expresadas en el judaísmo se relacionan con el respecto al hombre, la paz, la justicia, la igualdad, la verdad, el amor, la compasión, etc. A través de los preceptos y las leyes, el judaísmo penetra en todas las esferas de la naturaleza humana. El judaísmo cree en el perfeccionamiento del carácter del hombre y su responsabilidad moral mediante preceptos obligatorios en todos los aspectos de la vida.

El ideal religioso no exige la anulación de la personalidad del hombre, sino su desarrollo. En una religión moral existe la aspiración de acercarse a Dios, pero una personalidad se desarrolla sobre la base de otra, la personalidad del hombre frente a la de Dios. El hombre debe aspirar a aproximarse a Dios y a imitarlo, pero según el judaísmo no existe la concepción de que esta aproximación convierta al hombre en un Dios.

La revolución que llevó a cabo el judaísmo fue la intención de cambiar la naturaleza humana hasta acercarse a las características Divinas. La exigencia de elevar la vida común a un nivel de santidad representa una revolución insuperable en los valores humanos.

Generalmente, en las distintas religiones existen, expresiones de santidad “entre el hombre y Dios”, que se relacionan con los principios de la fe y se manifiestan mediante sentimientos interiores y ceremonias religiosas. Pero el judaísmo agregó un aspecto específico al concepto de santidad: las relaciones de santidad se expresan también en el nivel de las relaciones “entre el hombre y su prójimo”.

Rabino Eliahu Birnbaum