Comentario a la parasha de Lej Lejá

Vé hacia quien eres

La Torá realiza un enfoque deductivo de la Creación. A medida que vamos avanzando en sus capítulos, se va particularizando más y más su objeto de atención. Al llegar a la parashá en que nos encontramos, todo parece indicar que lo anterior tuvo por cometido preparar el escenario para la aparición, prototípica y germinal, de Abrahám.

El Talmud explica que el padre de Abrahám era fabricante de ídolos, de objetos de culto materiales, y que en estos ídolos focaliza Abrahám su rebelión. Abrahám no acepta el culto “horizontal” y la idolatría mayoritarias en su época, sino que busca trascenderlos; se elige a sí mismo para la rebelión y la trascensión y es elegido por Dios para hallar el monoteísmo.

“Y dijo Dios a Abrahám: Vete de tu tierra y de tu matria y de la casa de tu padre a la tierra que te mostraré (…)”. Ante todo, “Ve-te”: ve hacia tí, búscate e identifícate. Para ser consecuente con ello, deberás irte “de tu tierra”, de tus arraigos materiales; “de tu matria”, de todo lo recibido por vía emocional, de tu matríz mamada desde el instante mismo de la fecundación, de tus arraigos afectivos; y “de la casa de tu padre”, de la cultura y la civilización, de toda la estructura moral e intelectual en que había vivido hasta entonces.

Abrahám fue el primer olé, el primer emigrante hacia la tierra de Israel, con dificultades lógicamente mucho mayores que las que un inmigrante actual debe enfrentar. Abraham se desprende de Ur Kasdím, uno de los mayores centros culturales y económicos de su época y se dirige hacia sí mismo, a encontrarse.

Abrahám, nacido en el seno de una familia “acomodada”, no se va por ninguna persecución política ni por crisis económica. En esa situación, separarse de las propias raíces es una de las mayores pruebas a que una persona se puede someter. Sin raíces culturales, familiares, sociales, espirituales ni geográficas, el hombre carece de un universo referencial con que identificarse: Abrahám se fuerza a vivir en el máximo nivel de soledad existencial.

Abrahám se transforma en un elegido, para sí cuanto para Dios, cuando asume su camino de soledad. Pensar diferente a lo que piensa la sociedad, el poder establecido, y atreverse a enunciarlo públicamente, es un acto de grandeza y honestidad; sobre todo si el propio pensamiento es respaldado por una coherencia intelectual, emocional y social que se traduce en una actitud consistente frente a cuanto lo rodea. Abrahám se atreve a emprender un nuevo camino, a tomar para sí los riesgos, los dilemas y las dificultades; cree en una idea, forja un ideal, y transita fielmente el camino de su concreción. La grandeza de Abrahám no es, fundamentalmente, filosófica. El primer hombre, Adám Harishón, y sus hijos, fueron los primeros monoteístas. Luego los hombres comenzaron a considerar a las estrellas y los signos como “representantes” o “intermediarios” de Dios y, por la vía de su adoración, olvidaron el culto a la única deidad. Abrahám retorna a la fuente primordial.

La grandeza de Abrahám radica en su coraje y valentía. La revolución de Abrahám es más humana y social que filosófica. El concepto de elegido, nacido con Abrahám, radica, al menos en principio, en una actitud específica del hombre. Abrahám se manifiesta como un “librepensador” que no acepta coercitivamente las concepciones de vida predominantes en su época; es un guerrero inconformista que no rinde ante el altar de lo clásico los valores en los que cree.

Abrahám, un hombre que hacía preguntas y quería entender, prototipo del revolucionario honesto, cuya actitud está diáfanamente determinada por los valores que sustenta su fé, dista mucho de ésa imagen que tenemos de un pastor “viejito, de barba” que lleva a su hijo al sacrificio, sintiéndose impotente. No de tal se trata, sino de grandeza moral y espiritual.