Quien deambula por las callejuelas del mercado de Esmirna-Turquía, se encuentra con un triste escenario. Doce sinagogas, que representaban el pasado esplendor de la judería local se encuentran desiertas, vacías casi por completo de personas y en algunos casos también de su mobiliario. Tal como reza la letra de la canción: “no es agradable ver un jardín de infantes vacío”, podemos agregar que tampoco es “agradable ver una sinagoga vacía”. También el encargado de una de las sinagogas que era mi guía en este paseo, entre sinagoga y sinagoga se lamentaba por lo que hubo y ya no hay, e incluso condimentó sus suspiros con expresiones en ladino, su idioma por generaciones.
El número de sinagogas que se encuentran una al lado de la otra en la ciudad vieja de Esmirna, en el barrio Camaralty (bajo los arcos) nos enseña que la comunidad que aquí habitaba era muy diversa y estaba compuesta de diferentes públicos. Cada sinagoga pertenecía a otra diferente comunidad o a una diferente ola migratoria. Cada sinagoga cuenta con un diseño, una tradición de rezo y un estilo propio. Doce diferentes sinagogas, doce como las tribus de Israel, conjuntamente conforman un colorido y original mosaico histórico de la comunidad de Esmirna a lo largo de las generaciones.
La comunidad judía de Esmirna se encuentra sobre la costa turca del mar Egeo y esta ciudad que es hoy la capital de la región de Aydeen, fue una de las más grandes y florecientes de todo el imperio otomano. Aquí los judíos disfrutaron de libertad religiosa y contaron con un sistema educativo propio, así como también de un tribunal rabínico comunitario. La comunidad de Esmirna servía como ejemplo para muchas de las comunidades judías de oriente. El Rabino Jaim Palagi (1788-1869) una de las figuras más importantes de la ciudad, escribe lo siguiente sobre Esmirna:
“La más esplendorosa entre todas las comunidades…toda ella es hermosa y está adornada con los ornamentos de la Torá, de los preceptos y de los actos de caridad…” (Lev Jaím, II Oraj Jaím 148).
Sin embargo, la ciudad que fue el sitio de residencia del Rabino Palagi y de Shabetai Tzví, amén de innumerables eruditos, sinagogas, yeshivot y cuyas calles estaban repletas de judíos es hoy simplemente un recuerdo del esplendor pasado.
La comunidad judía de Esmirna es muy antigua, tenemos evidencia de presencia judía en el lugar desde el inicio del cristianismo, e incluso el Nuevo Testamento confirma esta hipótesis (Revelaciones 2:8). Hay quienes sostienen que la presencia judía es aún anterior y se remonta a los días de Alejandro Magno (356-323 A.E.C.).
En la edad media la presencia judía fue reducida, pero se incrementó hacia el siglo XVI cuando llegaron a la ciudad sefaradíes expulsados de España, así como también judíos de ciudades vecinas y también los romaniotes provenientes de Yanina – Grecia, Salónica, Corfú y Rodas. A finales del siglo XIX llegaron también judíos ashkenazíes de Rusia y Polonia. En Esmirna se asentaron judíos que eran por todos llamados “Francos” y eran principalmente comerciantes de origen portugués.
El imperio otomano invitó a judíos expulsados de España y Portugal para que se asienten en sus dominios, y es así como llegaron miles de judíos a Turquía y Marruecos quienes con el correr del tiempo se transformaron en un factor preponderante de la vida económica y cultural de esos países.
La primera ola migratoria de judíos españoles hacia el imperio otomano no pasó por Esmirna durante buena parte del siglo XVI y recién en sus postrimerías, cuando la ciudad se transformó en un puerto central, las diferentes comunidades judías comenzaron a asentarse.
Con el correr del tiempo la población judía de Esmirna fue decreciendo. En 1868 vivían allí unos 40.000 judíos y para principios del siglo XX muchos habían ya emigrado hacia Grecia, Francia, Estados Unidos, Argentina y México quedando en la ciudad solamente unos 25.000. Tras el establecimiento del Estado de Israel unos 10.000 judíos hicieron aliá. Actualmente viven en Esmirna unos mil judíos y en toda Turquía unos 18.000 y la tendencia demográfica general es decreciente. Existen también comunidades muy pequeñas en Ankara, Bursa y Badena.
Si bien Esmirna es una ciudad importante dentro de la República de Turquía, que es de orientación musulmana, no vi en las calles mujeres vistiendo el velo tradicional ni percibí señal alguna de islamización. La ciudad es considerada de carácter moderno y secular y este es también el espíritu de sus habitantes. Por ello los judíos viven aquí cómodos y seguros y fue también mi sensación personal durante la visita.
Me parece que en Esmirna se aplica cabalmente el viejo chiste del judío que está solo en una isla y construye dos sinagogas. Con el correr del tiempo cada comunidad construyó su propia sinagoga adecuada a sus preferencias y de esa manera se fueron conformando divisiones religiosas, sociales y halájicas varias.
La población judía de Esmirna estaba conformada por grupos de diversos orígenes, que hablaban diferentes idiomas y detentaban diferentes costumbres. Cada ola migratoria trajo consigo las tradiciones de su país de origen. Es así que se fueron estableciendo comunidades y erigiendo sinagogas según las identidades étnicas de cada grupo. Sin embargo, más allá de la diversidad de congregaciones la gran mayoría de los judíos se asentó en el área cercana al mercado central de la ciudad. El campanario que está colgado en el portón de entrada al mercado anuncia todavía cada viernes la llegada del Shabat en recuerdo de la gran y pujante comunidad que otrora habitara la ciudad.
De las cuarenta sinagogas anteriormente existentes hoy quedan en Esmirna solamente trece, doce de las cuales están localizadas en el mercado. Varias de las sinagogas conservan aun su carácter particular e imbuyen a quien las visita en una atmósfera de rezo y sitio de reunión mientras que otras se encuentran en avanzado estado de deterioro. En los últimos años ha tenido lugar un proceso de reciclado edilicio de las sinagogas y se ha abierto un museo sobre la judería local.
Cada sinagoga posee un nombre propio, un carácter que lo define y un narrativo fundacional que lo caracteriza. En el año 1690 se fundó la sinagoga “Bikur Jolim”, la sinagoga “Shalom” (también llamada “Shabetai Tzví” o “Kahal de Abasho”) aparentemente fue establecida en el siglo XVII. La sinagoga “HaPortuguezi” fue fundada en 1710, “Majzikei Torá” en 1722, la sinagoga “Algazi” (llamada también “Kahal de Arriba”) en 1728 al igual que las sinagogas “Etz Jaím”, “Beit Hilel” y “Shaar Hashamaim”. La sinagoga “Hasiniora” rinde homenaje en su nombre a Doña Grazia Nasí, y según lo indica la tradición ella misma la mandó construir. La sinagoga Shalom fue erigida en 1800, las sinagogas “Forasteros” y “Beit Leví” son del año 1898. A comienzos del siglo XX se construyó la sinagoga “Beit Israel” sinagoga más grande e impactante de Esmirna para cuya construcción se trajeron artistas desde la mismísima Italia.
En la actualidad, tres sinagogas siguen funcionando como tales: “Shaar Hashamaim”, “Bikur Jolim” y “Beit Israel”.
Incluso los nombres de las sinagogas de Esmirna resultan especialmente inspiradores. ¿Dónde se vio en el mundo que una sinagoga reciba el nombre de “Siniora”, homenajeando así a una mujer, o sinagogas con el nombre del país de origen como en el caso de “Portugal” o el de la sinagoga “Forasteros”, o sea extranjeros?
La sinagoga portuguesa es considerada la más antigua de la ciudad. Su diseño arquitectónico refleja no solamente un estilo sino un contenido y una significación. La tarima posee la forma de la proa de un barco. Este edificio fue erigido por criptojudíos portugueses que lograron escapar de las fauces de la persecución llegando a Turquía en el siglo XVI y usaron una parte del barco que les salvó para elaborar la tarima o bimá central de la sinagoga.
Uno de los fenómenos interesantes que son dables de constatar y que tienen por objetivo reforzar la comunidad y preservar las tradiciones es que se recoge en minibús a los judíos para que completen minián en Shabat en la sinagoga “Beit Israel” y de esa forma mantenerla abierta y activa.
La sinagoga no es vista simplemente como cuatro paredes sino como una entidad significativa poseedora de vida propia. De esa forma la sinagoga pasa de ser objeto a ser sujeto. Si bien una persona religiosa al escuchar sobre esta práctica puede que le resulte sumamente llamativa, es importante recordar que muchas veces los judíos no buscan preservar la halajá o la religión sino la tradición. Rezar en la misma sinagoga que lo hicieron sus padres es parte de esa tradición, “yo continúo lo que hicieron mi padre y mi abuelo” – me dijo uno de los judíos en la sinagoga, y a veces la tradición se guarda mejor que la religión.
Por Rabino Eliahu Birnbaum