La herejía fatal de los excesos – Comentario a la parashá de Shminí

Rabino Eliahu Birnbaum

En nuestra parashá se relata finalmente la inauguración del Mishkán que habrá de transportar el pueblo de Israel hasta que logre erigir un templo permanente. El pueblo entero festeja, hasta que los hijos de Aharón, cohaním, mueren dentro del Santuario, mientras presentan su ofrenda. “Y tomaron los hijos de Aharón y presentaron un fuego extraño al Eterno que no fue ordenado”. Presentaron una ofrenda a Dios que no tenían orden de presentar, que no estaba prescripta en la Torá; y por tal razón murieron. El judaísmo da especial importancia a la voluntad de la persona en el cumplimiento de las mitzvót; no obstante lo cual, el hombre no puede generar nuevos sistemas de normas y costumbres en el marco de la religión. Al apartarse de las normas recibidas y comenzar a innovar, el hombre corre el riesgo de asumir una actitud de éxtasis, y perder de dicho modo el control de la propia religión.

Cuando el hombre pierde de vista la diferencia entre voluntad de Dios y voluntad humana, deja de adorar a Dios; en las idolatrías, el hombre recibe y concibe herramientas para adorarse a sí mismo.

La vida tradicional y cultural necesita de actitudes comprometidas; es por eso tan importante que la experiencia religiosa tenga un marco social y normativo dentro del que se pueda desarrollar la voluntad del hombre. La vida tradicional y religiosa no puede estar basada únicamente en actos de fe, devoción, voluntad, entrega y éxtasis sino que necesita de normas y de una moral, que ayuden al hombre a vivir acorde con la voluntad divina cada día.

Los hijos de Aharón eran dirigentes; y su condición de líderes los tornaba responsables no sólo por sí mismos, sino también por sus liderados. Dicho factor ha de haber sido determinante para que fueran castigados; para no dar lugar a antecedentes de desviación voluntaria respecto de la norma, para que no fuesen un ejemplo negativo para las generaciones que les habrían de seguir.