Rabino Eliahu Birnbaum
En esta parashá encontramos que Balak- Ben-Tzipor, Rey de Moav, teme el avance del pueblo de Israel sobre sus tierras, lo sabe auxiliado por una fuerza mágica emanente de la voluntad de Dios contra la que él no puede luchar, y busca oponer magia contra magia.
Llama entonces a Bilam-ben-Beor, acerca de quien el midrásh ha determinado que era mayor profeta aún que Moshé, y le solicita que maldiga a Israel, que rompa las defensas mágicas que Dios les ha provisto, para vencer así en la guerra que se avecina.
Bilam, que es un verdadero profeta aún cuando pertenece al mundo de la idolatría, sabe que su magia carecerá de toda fuerza si no cuenta con la anuencia de Dios. Le consulta, y El pone en su boca las palabras que habrá de pronunciar. Por varias veces Bilam bendice al pueblo de Israel, ante la perplejidad y la impotencia de Balak. Bilam contempla el campamento de Israel desde una montaña, y adquiere una perspectiva espacial y temporal respecto del pueblo al que se le ha encomendado maldecir, que no le permite sino darle su bendición.
“Cuán buenas son tus tiendas (casas), Iaakov, y tus moradas, Israel”, exclama. Vistas desde las tierras de Moav, las casas, las familias de Israel, la unidad y la armonía que reina en cada una de ellas, llaman a Bilam a la admiración (con esta exaltación dicha por un no judío, comienzan las oraciones matinales de los judíos en la actualidad.).
Bilam observa la responsabilidad mutua y la solidaridad que reinan en las familias de Israel; característica que, desde siempre y hasta hoy, todos los pueblos han observado en los judíos, y la han hecho objeto de especial admiración.
Más tarde, en otra de sus bendiciones, Bilam se refiere a Israel diciendo “un pueblo que en soledad consigo morará, y entre las naciones no será considerado”. Esta soledad a que se refiere Bilam ha sido constante en la historia del pueblo judío; y sobre ella penden numerosos interrogantes ¿Es esta soledad una bendición o una maldición? ¿Es causada por el propio pueblo de Israel o por el resto de las naciones? ¿Se trata de una opción ideológica o de una realidad emergente de causas históricas y sociales?. Probablemente, la respuesta judía a estas preguntas esté situada en un punto cercano a la síntesis entre las dos opciones que plantean todas ellas. El Prof. Shmuel Etinguer explica que la soledad hebrea, y hasta la propia existencia del pueblo de Israel, es fruto de un sistema de fuerzas en oposición que, vistas en perspectiva, tienden constantemente al equilibrio. De un lado están las fuerzas centrípetas, a través de las cuales el pueblo de Israel intenta romper su soledad e integrarse a las sociedades que lo rodean. Del otro lado, las fuerzas centrífugas a través de las que la sociedad por un lado, y el peso de la larga tradición por otro, llevan a los judíos a retornar a su propio y restringido marco otra vez. La soledad judía, en fin, emerge de una identidad dual que arrastra consigo al concepto de vida en sociedad.