El Janucá pasado emprendí un viaje de ocho días por las comunidades judías de Marruecos (Marrakesh, Fez, Makhnes, Rabbat, Casablanca, Tetuan y Tanger). Si bien a lo largo de los días la luz de las velas se fue incrementando, mi sensación fue que cada una de las comunidades visitadas estaba decreciendo.
La comunidad marroquí fue una de las más esplendorosas en la historia judía y la más numerosa del mundo islámico. En Marruecos existieron cientos de comunidades que mantuvieron una vida judía vibrante. Sin embargo, en la actualidad somos testigos de los últimos latidos vitales de esta judería a pesar de los ingentes esfuerzos que se invierten en preservar su glorioso pasado.
La comunidad judía marroquí no era homogénea y estaba compuesta de tres grupos distintos, provenientes de tres orígenes diferentes y cada uno de los cuales era poseedor de una cultura propia. El primero de estos estaba formado por judíos provenientes de la tierra de Israel que arribaron a Marruecos junto a las huestes romanas y los comerciantes fenicios en el siglo III de la era común y son denominados “los residentes”. Los judíos que llegaron provenientes de España y Portugal a finales del siglo XV y los cripto judíos que arribaron durante el siglo XVI procurando el retorno al judaísmo fueron denominados “los expulsados”; y un tercer grupo está compuesto por aquellos judíos que vivieron entre los bereberes en los Montes Atlas.
Los judíos marroquíes estaban diseminados por todo el país. La mayoría residían en las ciudades de las costas mediterránea y atlántica, así como también en ciudades del interior del país. Asimismo, vivían también en decenas de pueblos y aldeas diseminados por los confines de los Montes Atlas y entre las poblaciones del desierto del Sahara.
En los buenos años cincuenta del siglo XX residían en Marruecos unos trescientos mil judíos. En la actualidad viven en este país unos 1.500 en la ciudad de Casablanca y otras decenas dispersos por varias localidades. Los judíos que quedan son los guardianes y los depositarios de dos milenios de herencia judeo-marroquí. En virtud de su larga historia en el país, puede decirse que los judíos de Marruecos son marroquíes tal como los judíos de Italia son italianos. No se trata de personas de fe judaica que residen en Marruecos sino de lugareños que están profundamente vinculados al país y a su cultura.
La historia de los judíos en Marruecos es comparable al movimiento de un péndulo. En 1438 se estableció en la ciudad de Fez el primer ghetto judío, el cual recibió el nombre de Mellah y paulatinamente los judíos de las demás ciudades fueron forzados a vivir en estos barrios. Se establecieron ghettos en Rabbat, Makhnes, Marrakesh, Mogador y otras localidades. Previo a mi visita a Marruecos, suponía que allí los judíos habían vivido en permanente armonía bajo gobierno musulmán pero la verdad es que pasaron por épocas de dura persecución y sufrimiento.
Una vez que en 1912 Marruecos se transformara en un protectorado francés la situación de los judíos mejoró notablemente en el ámbito de la seguridad personal, así como también en las áreas económica y social. A raíz del estallido de la guerra de independencia de Israel se desataron disturbios contra la población judía marroquí por lo que muchos huyeron precipitadamente al novel estado judío, otros emigraron a Francia, a Canadá y a Venezuela. Con el correr de los años emigraron a Israel unos 250.000 judíos marroquíes.
También hoy los judíos en general y jóvenes de esta comunidad en particular procuran nuevos horizontes en el extranjero y emigran a otras comunidades en distintos países. Mi primera visita a Marruecos fue hace unos treinta años, y paso a compartir con ustedes una anécdota. Había viajado a Gibraltar para pasar el Shabat en esa comunidad judía junto con mi querida esposa. Mi anfitrión judío me contó que conoce a un musulmán de la ciudad que le comentó que al llevarse a cabo labores de refacción en uno de los palacios de la ciudad de Tetuán, detrás de uno de los muros se encontró una biblioteca de libros sagrados judíos. Uno de los comerciantes de la ciudad compró la colección y desde entonces la tiene en su depósito sin perspectivas de poderla vender. Al escuchar esta historia que me resultaba limítrofe entre realidad y ficción decidí dirigirme a Tetuán para encontrar la biblioteca en cuestión.
Volví a Israel con mi esposa y a los pocos días volé a algún país europeo para desde allí conseguir un visado de entrada a Marruecos. Volví a Gibraltar para encontrar a Muhamad y juntos viajar a Marruecos y llegar así a mi ansiado objetivo. Grande fue mi decepción cuando llegué hasta la colección y me percaté que se trataba de libros religiosos simples y que solamente tres ejemplares poseían valor histórico o económico. Tras la amarga decepción decidí consolarme pasando el Shabat en la comunidad judía de Tetuán.
En esos tiempos, había todavía varios cientos de judíos en la ciudad y sinagogas muy activas. Los rezos fueron multitudinarios y el Shabat en general fue muy alegre e inspirador. Los judíos de Tetuán me recibieron muy amablemente, pero aun así sentí que guardaban cierta distancia de mi persona y que se cuidaban de no tener demasiado contacto conmigo. Uno de los judíos se me acercó y me preguntó si yo era “el agente del Mossad israelí”. Respondí que no, y de inmediato comenzaron a acercarse distintas personas para invitarme a comer en sus casas.
En la actualidad en toda Tetuán viven solamente dos judíos y quedan únicamente dos sinagogas que se transformaron en museos. En el pasado, a Tetuán se la denominaba la “Jerusalén de Marruecos” o la “Pequeña Jerusalén”, empero en la actualidad no queda rastro de ello.
En el primer día de mi viaje visité la ciudad de Marrakesh. Para mí, la perla de esta ciudad no era la famosa “Plaza de los Perdidos” que late febrilmente las 24 horas del día y exhibe el pintoresco colorido de la ciudad sino justamente la sinagoga “Tzlata Lazama” (la sinagoga de los expulsados) que fuera construida en 1492 por judíos escapados de España y en mi opinión es un símbolo de la judería marroquí.
Los judíos expulsados de España llegaron masivamente a Marruecos y al imperio otomano dispersándose también en otros países con el objeto de rehacer su vida judía. Estos migrantes trajeron consigo un alto nivel cultural y de estudio que influyó profundamente en la vida judía de la comunidad marroquí.
Trágicamente, durante varias generaciones los judíos provenientes de España no siempre fueron bien recibidos por sus hermanos que residían en Marruecos so pretexto de que su estilo de rezo era diferente.
El Rabino Isaac Deloya, que era proveniente de España, erigió la sinagoga de “Lazama” y de esa forma se generó por muchas generaciones una división entre los judíos más antiguos en el país o residentes y los provenientes de España. Entre los residentes y los expulsados existían numerosas diferencias tanto de tipo social como así también en las reglas de vida conyugal, las leyes de alimentos prohibidos y la usanza del rezo. Por esa razón, en todos los sitios a los que arribaron expulsados de España se conformaron comunidades separadas. Estas diferencias se fueron canonizando con el correr de los años al punto de que tanto en Israel como en diferentes partes del mundo es dable encontrarse con una diversidad de comunidades marroquíes diferenciadas sobre la base de su origen.
Según la tradición, en la sinagoga Lazama se llevan a cabo servicios religiosos ininterrumpidamente desde su fundación. En el pasado, en la ciudad de Marrakesh llegaron a funcionar 35 sinagogas. A partir de 1557 por orden del Sultán los judíos debieron pasar a vivir al interior del mellah. En la actualidad, en esta ciudad hay solamente dos sinagogas, veinte judíos y un sinnúmero de turistas.
Shabat en Casablanca
El Shabat lo pasé en Casablanca, ciudad en la cual se encuentran dispersas unas treinta sinagogas, símbolo de una comunidad que supo ser tradicional y activa, empero, actualmente están en funcionando sólo cuatro. La sinagoga “Beit El” fue erigida en 1985 y es una de las más bonitas de todo el país. Recé en una pequeña sinagoga poseedora de una encantadora atmósfera familiar llamada “Maguén David”. El presidente de la sinagoga me pidió que dijera unas palabras antes de “Baruj SheAmar”. Le pregunté por qué antes de Baruj SheAmar y me respondió que después de esta plegaria está prohibido interrumpir con palabras. Hablé en hebreo y todos los miembros de la comunidad entendieron mi mensaje. Los judíos marroquíes conocen muy bien la lengua hebrea o porque vivieron en Israel un tiempo y luego retornaron a Marruecos o por haber estudiado en el colegio hebreo. Existen dos colegios judíos en la ciudad, el colegio “Rashí” que cuenta con unos ochenta alumnos judíos y el colegio Rambám que cuenta con trescientos treinta alumnos de los cuales trescientos son musulmanes y treinta son judíos.
Creo que la palabra que mejor define mi visita en Marruecos es “combinaciones”, de antiguo con moderno, de cultura judía y musulmana, de cementerios y tumbas de grandes justos por un lado y una comunidad que se aferra a la vida por el otro, entre mercados vibrantes y el “mellah” judío, combinaciones fabulosas entre diferentes sabores y colores intensos, entre recuerdos del pasado y una realidad presente y futura, combinación entre grandes ciudades y pequeñas aldeas, entre paisajes maravillosos que van desde los Montes Atlas hasta el Desierto del Sahara.
En efecto, el número de judíos en Marruecos decrece, empero su legado cultural se mantiene. La herencia en las áreas de la Torá, la literatura, el pensamiento, la exégesis y la kabalá perdura en las páginas de innumerables libros, así como también en las prácticas de los judíos de ese país. Creo que podemos decir con certeza que “más de lo que los judíos marroquíes cuidaron su propia tradición, ésta es la que cuidó a los judíos”.
Por Rabino Eliahu Birnbaum