Efectivamente, hay algunos confines de la tierra por los que no me he aventurado, empero, a Dios gracias, año tras año su número se encuentra en franco descenso. Uno de los países a los que no había llegado era Puerto Rico, más recientemente fui invitado a esa tierra para dictar una conferencia en un congreso interreligioso sobre “las raíces hebreas de los indígenas americanos”, y la visita me alegró mucho.
Puerto Rico es una isla situada en el Mar Caribe en el archipiélago de las Antillas Mayores. Desde el punto de vista político se trata de un protectorado norteamericano pero desde el punto de vista cultural se trata de una sociedad latinoamericana. Su ciudad capital, San Juan, fue declarada por la UNESCO como patrimonio de la humanidad. Esta isla tropical fue bendecida con trescientas playas serenas, de arena blanca, con profusos palmares y un paisaje deslumbrante. Sin embargo, más allá de las bellas costas tropicales, al interior de la isla se esconde una apasionante historia judía amén de la comunidad israelita más numerosa del Caribe. A diferencia de otras islas de la región que son ricas en su memoria judía, en Puerto Rico no hay testimonios documentados de esta con anterioridad al siglo XX. Habiendo sido una isla dominada por la corona española hasta 1898, se trataba de un sitio poco amigable para judíos en virtud de las leyes que impedían su presencia. La historia judía en Puerto Rico se remonta al siglo XV. Los primeros judíos que arribaron a sus costas eran “conversos”, criptojudíos que mantuvieron sus tradiciones a escondidas de los celosos ojos de la iglesia católica y esperaban encontrar en la isla un remanso a las persecuciones de las que eran objeto, en virtud de la distancia geográfica que los separaba de la península Ibérica. Para su infortunio, España estableció colonias en el Nuevo Mundo y la Inquisición se instaló en estas, por lo que los criptojudíos debieron alejarse de los centros poblados y establecerse en las zonas montañosas más alejadas. La vida de los judíos en Puerto Rico mejoró una vez que España capituló ante los Estados Unidos en 1898 entregándole la isla.
El primer gran grupo migratorio de judíos llegó en los años 30 y 40 del siglo XX escapados de Europa y los horrores del nazismo. La segunda ola migratoria judía tuvo lugar en los años 50 tras el triunfo de Fidel Castro en la revolución cubana de 1959. Unos quince mil judíos abandonaron Cuba, la mayoría se asentó en Miami, Florida, pero muchos lo hicieron en Puerto Rico. Estos inmigrantes engrosaron las filas de la floreciente comunidad judía puertorriqueña tanto en número como en fervor religioso.
En Puerto Rico existe hoy la mayor y más variada comunidad judía del Caribe con unos dos mil miembros, que se reparten entre diferentes sinagogas pertenecientes a todas las corrientes: ortodoxa, conservadora y reformista. En San Juan hay tres sinagogas: la comunidad conservadora “Sha’arei Tzedek” fundada en 1953, la reformista “Beit Shalom” establecida en 1967 y un “Beit Jabad” abierto en 1997. Asimismo, existe una pequeña comunidad de jasidei “Satmer” al occidente de la isla conocida bajo el nombre de “Torat Jesed” y está formada por descendientes de criptojudíos y conversos que eligieron seguir esta línea religiosa.
En la isla existe un importante número de cristianos que sostienen ser descendientes de criptojudíos y algunos de estos se encuentran en proceso de acercamiento al judaísmo. Muchas familias isleñas poseen apellidos judíos tales como: Rodríguez, Méndez, Gómez y Cardozo. Estos habitantes llegaron a Puerto Rico tras la conquista española y permanecieron allí a pesar de los reglamentos que prohibían la presencia judía en la isla.
El congreso del cual participé se ocupaba de las raíces hebreas de las tribus que habitaban el Caribe y Centroamérica. Fue muy sorprendente y emocionante escuchar a los distintos académicos explicar por qué, en su opinión, los primeros habitantes de la región fueron judíos. Una de las teorías más interesantes sostiene que a cada una de las islas llegó una de las tribus exiliadas de la tierra de Israel, en otras palabras, esto significa que los indígenas americanos son descendientes de las diez tribus perdidas. En Puerto Rico se cree que los indígenas eran descendientes de la tribu de Efraím.
Uno de los hallazgos más interesantes que nos ilustra sobre la historia remota de los habitantes de la isla es una serie de monolitos antiguos que en opinión de muchos investigadores prueban el arribo de las diez tribus perdidas a costas puertorriqueñas. Estas piedras fueron halladas en 1880 por el Padre José María Nazario -1838-1919- en la ciudad de Guayanilla. Según cuenta la leyenda, una anciana que agonizaba llamó al cura para mostrarle la biblioteca indígena y cuando este llegó encontró unas ochocientas piedras que en su opinión exhibían letras hebreas y símbolos judíos amén de un estilo de grabado sobre la piedra diferente al del común de los isleños. El Padre Nazario escribió un diario con letra manuscrita en el cual buscaba demostrar el origen judío de las piedras, pero con el correr de los años este libro desapareció.
Hace algunos años, el arqueólogo Daniel Rodriguez Ramos – a quien conocí durante mi visita- investigó estas piedras, les efectuó pruebas de carbono 14 y descubrió que efectivamente se trata de monolitos de la era precolombina, de entre el 900 y el 800 A.E.C. En su opinión, estas fechas coinciden con la época en la cual las diez tribus de Israel fueron exiliadas, esto es, en el 786 A.E.C. Lo innovador de esta extraña tesis radica en que las tribus israelitas exiliadas por los asirios habrían llegado al continente americano antes que Cristóbal Colón; en otras palabras, Colón no habría descubierto el Nuevo Mundo sino los judíos (Colón llegó a la isla de Puerto Rico en su segunda expedición el 19 de noviembre de 1493).
De acuerdo con estos hallazgos, Colón no llegó a las Américas por casualidad ni descubrió la región de manera sorpresiva sino que planificó llegar al Nuevo Continente sabiendo que hay judíos y a los efectos de sumárseles. Otros sostienen que la razón oculta de la expedición de Cristóbal Colón era la de encontrar a las diez tribus perdidas del pueblo de Israel. Por esta razón incorporó a la tripulación a un traductor del idioma hebreo (Luis de Torres o por su nombre hebreo Iosef Ben Haleví Haivrí). En mi opinión se debe considerar con seriedad la posibilidad de que Cristóbal Colón haya sido presa de la obsesión por encontrar a las tribus perdidas, pues su hallazgo habría sido un paso de importancia que anunciaría la pronta redención y el arribo del Mashíaj, lo cual habría aliviado a los judíos del sufrimiento de las persecuciones inquisitoriales. Por supuesto que el hecho de ser estas novedades tan radicales, les quita credibilidad a ojos de muchos de los investigadores.
Los investigadores contemporáneos no son los primeros en sostener la tesis de que las tribus perdidas se encuentran en el continente americano. El rabino holandés Menashe ben Israel (1604-1657) escribió en su libro “Tikvat Israel” (“La Esperanza de Israel”) publicado en Londres en 1652 el testimonio de un criptojudío portugués llamado Aharón Levi o en portugués Antonio de Montesinos, quien relata que en sus viajes por América del Sur (Ecuador, Perú , Colombia y Venezuela) se topó con tribus indígenas que mantenían costumbres judías, sabían recitar el “Shemá Israel” y en su opinión se trataba de descendientes de las tribus de Reuvén y Leví. Menashe ben Israel apoyaba esta tesitura de modo entusiasta y por ello escribió en su libro:
“Las costumbres y las leyes de estas tribus se asemejan en su mayoría a las de los judíos lo cual es una señal de que los indígenas las aceptaron y cumplieron cuando judíos habitaron entre ellos… los habitantes de las islas advierten a sus mujeres que no asistan a sus templos sin haberse purificado previamente… consideran un gran pecado cohabitar con una mujer parturienta… y los que habitan en México guardan el jubileo… y también el día sábado y cada Shabat asisten a sus templos idólatras, rezan fervientemente y sacrifican ofrendas, divorcian a sus mujeres mediante “Guet” y los habitantes de Peruania cumplen con las leyes del levirato, además, los indígenas saben que el mundo fue creado y que pasó por un diluvio… y de todo lo anterior resulta evidente que los hijos de Israel habitaron esas tierras y los indígenas adoptaron de estos sus leyes y sus costumbres” (Tikvat Israel cap. 3).
El origen hebreo de los indígenas de la región es un tema que se encuentra entre la realidad y la ficción, entre la leyenda y la historia. Empero, tal como acostumbro a puntualizar, no importa tanto cuál es la verdad histórica sino aquello que las personas desean pensar y creer. El mero hecho de que exista la creencia de que es probable que los indígenas americanos sean descendientes de judíos genera un vínculo y un apego entre estas diferentes naciones y el pueblo de Israel, y es bueno que así sea.