Rabino Eliahu Birnbaum
El libro Bereshít nos hizo conocer una serie de historias individuales, de hombres y mujeres prototípicos cuyas vidas signarían y ejercerían gran influencia sobre su descendencia para siempre. El libro Shemót, que comienza con la parashá del mismo nombre, no refiere a individuos sino que incorpora el concepto de “Am”, de pueblo, de grupo de individuos que comparten una misma identidad.
“Y levantóse un nuevo rey en Egipto. . . y le dijo a su pueblo: He aquí que el pueblo de Israel se engrandece y se torna más fuerte que nosotros. . . Obremos pues astutamente con él, para impedir que siga multiplicándose. . .”. Es aquí donde el término “pueblo”, referido a Israel, aparece por primera vez: en boca del Faraón. Es el extraño quien reconoce la identidad común a todos los descendientes de Iaakóv, su carácter de pueblo, antes que los propios hebreos.
Los descendientes de Israel tenían desde el principio una cantidad de elementos de cohesión que les brindaban una identidad común. Pero es sólo en determinado punto de la evolución, cuando se puede decir que ha nacido un “pueblo”: una entidad colectiva nueva, que agrupa a todos los individuos sin anularlos, siendo ella misma algo distinto que la suma de aquéllos. El pueblo, para funcionar como tal, ha de estar definido tanto desde fuera -ésto es, reconocido como tal por sus pares- como desde dentro, participando cada uno de sus integrantes, concientemente y sin fisuras, de la identidad colectiva.
En el episodio toraico de la asunción de Israel como pueblo, encontramos varias singularidades que continuarán repitiéndose a lo largo de la historia. En primer término, es el Faraón y no los hebreos quien define la existencia del pueblo de Israel, así como quien determina quiénes son sus integrantes. Valga como ejemplo de lo mismo el caso de las leyes de Nüremberg, que determinaron que judío era aquél que tenía, hasta cuatro generaciones hacia atrás, algún antepasado judío. Cada vez que el judío subestimó u olvidó su identidad, nos proporcionó la historia quien nos la recordase.
En segundo término, es interesante observar que, habiendo pasado sólo unos pocos años desde el arribo de los setenta descendientes de Israel a Egipto, considerara el Faraón que los hebreos comenzaban a ser, numéricamente, un peligro para la integridad de la nación egipcia. Otra particularidad que se repite en la historia: los países en que los judíos habitaron en diferentes épocas, y aún hoy, siempre sobrestimaron cuantitativa y cualitativamente a los judíos que se encuentran entre ellos; lo que explica el fundamento del miedo a una conspiración judía, a la sinarquía, a la pretensión de dominación, etc., que antecedió siempre a todas las persecuciones de que nuestro pueblo fue objeto.
“Obremos, pues, astutamente con él . . . “, dice el Faraón. Esta es la mejor fórmula para enfrentar a los enemigos, no menos los internos que los externos. También para intentar romper el ciclo en que la historia retorna sobre sí misma una y otra vez, es menester poseer la astucia suficiente, y asumir por nosotros mismos una identidad firme y cristalina, que no dé lugar a que otros, de modo distorsionado, intenten definirla por nosotros.