Rabinato y deporte: ¿opuestos irreconciliables?

¿Existe alguna relación entre el rabinato y el deporte? Los partidos de fútbol y demás competiciones deportivas, ¿forman parte del mundo del rabino de la diáspora? ¿Cómo aprovechar eventos deportivos para acercar judíos alejados?

En diferentes partes del mundo la actividad deportiva es parte de la cultura del país, en América Latina partidos de fútbol, en los Estados unidos juegos de béisbol, en Inglaterra y sus excolonias el cricket y en Israel el basquetbol. En cada uno de estos países los judíos son parte de la cultura local y por lo tanto son aficionados acérrimos de los diferentes equipos. Hay quienes sostienen que el béisbol es un deporte judío ya que la mayoría de los judíos americanos se interesan más por este deporte que por el futbol y además, este deporte se asemeja a una partida de ajedrez sobre el terreno de juego ya que es posible planificar, calcular, desarrollar estrategias y analizar resultados tal como en el estudio del Talmud.

Muchos judíos de la diáspora están más ligados emocionalmente al fútbol que al judaísmo. Una de las formas de acercar a estos judíos es por medio de sus aficiones deportivas. Si ellos perciben que el rabino vive únicamente en el ámbito de la sinagoga y no conoce aquello que es de su interés, se les dificultará de sobremanera valorarlo. Sin embargo, si el rabino se esfuerza por entender su sentir y acercarse a su universo cultural y deportivo enseñando así que la Torá está conectada a la vida también fuera de la academia de estudios, les será más fácil sentirse cercanos a él y aprender de este otras cosas. Para que un rabino pueda acceder a personas que se encuentran lejanas de su ámbito espiritual debe hacer el esfuerzo de ingresar a su mundo, al menos en aquellas cuestiones que están permitidas y son posibles. Por esta razón, durante los años que ejercí el rabinato en la diáspora y hasta el día de hoy en mis viajes por el mundo judío, me encuentro a mí mismo jugando al futbol, montando a caballo, navegando y buceando en altamar, jugando pingpong y demás deportes junto a jóvenes judíos.

A pesar de mis raíces sudamericanas no soy aficionado al fútbol ni a algún equipo en particular, pero al ejercer funciones como rabino en la diáspora siempre tuve el cuidado de estar al día con los últimos resultados deportivos. Muchas mañanas me encontré con personas que lucían rostros de tristeza y desazón y yo sabía que no se trataba de duelo por un familiar fallecido, Dios no lo permita, sino por la derrota de su equipo en un juego el día anterior. Mi función como rabino era la de animarlos y sembrar en su interior la esperanza de que días mejores llegarían para su club.

Empero, no alcanza con que el rabino esté al tanto de los resultados de los juegos sino que es menester que desarrolle algún tipo de práctica deportiva él mismo. Una de las lecciones que aprendí de mi rabino y maestro el Rav Aharón Liechtenstein de bendita memoria es que en la rutina diaria del estudioso de la Torá hay también espacio para el deporte. Como estudiante en la Yeshivá tuve el mérito de poder participar de partidos de basquetbol en los que el Rav Liechtenstein jugaba con los alumnos los días viernes tras concluir la sesión de estudios. El Rosh Yeshivá sabía dar lecciones de conducta y ética también desde el campo de juego. Recuerdo una vez un muchacho que subía al ataque para anotar tantos y después no se apuraba en regresar para defender junto a sus compañeros, lo cual le mereció la observación del Rav: “tu forma de juego no es ética…”

El Rav Kuk resaltaba la importancia de la actividad física y el ejercicio  a los efectos de fortificar tanto el cuerpo como el alma: “grande es el esfuerzo físico, necesitamos de un cuerpo sano, nos dedicamos mucho a lo espiritual y olvidamos la santidad del cuerpo, dejamos de lado la salud y el temple corporal”. Cuando el rabino comunitario participa de actividades deportivas junto a los miembros de su congregación vela por su salud física y la de sus feligreses.

Recuerdo que al llegar a la comunidad judía de Uruguay sentía que el público estaba distante de mí, el difunto anterior rabino había sido un gran estudioso y a veces un tanto separado del sentir popular. Sentí que debía encontrar una manera de conectarme con la gente y así poder hablar de igual a igual con los miembros de mi comunidad. Decidí hacerme socio del club deportivo judío “Macabi” e inocentemente creí que de esa forma podría conocer judíos locales y llegar a sus corazones. Durante las primeras semanas que asistí tuve una extraña sensación de soledad y distanciamiento. Cuando entraba al vestuario las personas que allí se encontraban salían, cuando iba a nadar (en horario masculino) quienes se encontraban en la piscina cesaban su entrenamiento y salían, cuando pedía a diferentes personas jugar con ellas squash o tenis siempre estaban “ocupadas” y no podían jugar conmigo, y ni que hablar que cuando entraba a las duchas me encontraba siempre solo. Muy rápidamente entendí que las personas no veían en mí una persona más que venía a practicar deporte sino que me miraban desde una óptica cristiana, cual “santo varón” de quien había que alejarse ¡para no perturbarle! Exactamente lo contrario de lo que yo procuraba.

Tras algunas semanas conocí a algunos socios del club y lentamente se fue quebrando el hielo. Empecé a tomar clases de squash y jugué con varios socios.  A los efectos de hacer las partidas más interesantes e incorporarles un toque judío comencé a apostar con mis contrincantes, no dinero Dios no lo permita, sino por participación en clases y rezos. Antes de cada partida establecimos que si el rabino ganaba el contrincante debía asistir al siguiente servicio del viernes por la noche. Bendito sea Dios tuve ayuda del cielo y empecé a ganar partidas y así muchos judíos comenzaron a llegar al Kabalat Shabat para así pagar su deuda con el rabino. En virtud de que les gustó el método del rabino de hacerlos participar en las actividades, mis contrincantes deportivos comenzaron a traer a sus amigos a los rezos y de esa forma en cuestión de medio año los viernes a la noche la sinagoga estaba llena de pared a pared con unos quinientos o seiscientos hombres y mujeres y por otra parte la fila de socios de “Macabi” que pedían jugar conmigo se alargaba más y más aunque les pudiera implicar perder.

Habiendo sido rabino en Uruguay, Sudamérica y Turín no pude darme el lujo de desconocer a los principales equipos de futbol: Peñarol y Nacional en Montevideo, el Juventus y el Milán en Turín. Si bien procuré siempre animar a los aficionados de los diferentes equipos, me esmeré en que no se sepa cuál era el de mi preferencia. Cualquier respuesta podía desacreditarme ante la otra mitad de la comunidad y por ello cada vez que venían miembros de la congregación y me invitaban a acompañarlos al estadio y orar por la victoria de su equipo me negaba ya que encontrarme en la tribuna junto a ellos me ponía en evidencia. Sin embargo, una vez hice excepción a mi regla de conducta. Esto ocurrió cuando me encontraba en medio de un proyecto muy grande de construcción de una Mikve comunitaria. Si bien las personas habían donado generosamente, por naturaleza, los costos de todo proyecto grande de construcción tienden a exceder lo programado y faltaba dinero para concluirlo. Un grupo de aficionados de uno  de los equipos se acercó a mí y me formuló una propuesta difícil de rechazar: “Rabino, sabemos que le falta dinero para terminar la Mikve, ¡si nos ayuda le ayudaremos!”.  La oferta consistía en que si yo iba con ellos al estadio y rezaba para la victoria de su equipo, si este ganaba ellos se encargaban de juntar el dinero faltante para el proyecto. Sin duda se trataba de una oferta difícil de rechazar, ¡asistir a un partido de fútbol a cambio de una Mikve!

Tras meditarlo asentí y llegado el día, con libro de salmos en mano me encaminé junto a ellos rumbo al estadio. Tras pocos minutos de iniciado el juego me di cuenta que aunque recite el libro entero de los salmos el equipo en cuestión no podría ganar, sencillamente jugaban muy mal. A final de cuentas el equipo en pos del cual asistí perdió, pero los judíos que me habían invitado dijeron: “Rabino, nuestro equipo perdió… ¡pero tú ganaste! Por habernos acompañado y habernos hecho sentir de que te importamos, nosotros completaremos el faltante para terminar la Mikve, y a Dios gracias así fue.

Por Rabino Eliahu Birnbaum