Reflexiones sobre el futuro del pueblo judío

En estos días intermedios entre el Día de Recordación del Holocausto (“Yom HaShoá”) y el Día de la Independencia (“Yom Haatzmaut”), días en los que la sociedad israelí está dedicada a meditar respecto de su futuro yo también deseo expresar unos pensamientos sobre este tema. La existencia del pueblo judío da lugar a un sinnúmero de reflexiones, pero creo que la interrogante más clara, central e importante es la siguiente: ¿tiene futuro el judaísmo de la diáspora? ¿Está asegurado el futuro del pueblo judío? ¿Cómo asegurar y preservar el futuro judío? No soy profeta ni porto palabras de profecía en mi boca, empero, en virtud de mis diferentes viajes por el mundo judío trataré de exponerles algunas de mis impresiones.

Si bien desde un punto de vista religioso y teológico se nos aseguró que el pueblo de Israel no está abandonado a su suerte (“Porque Israel no está enviudado ni Judá de su Dios” Jeremías 51:5) y ningún judío será echado a un lado (“Dios trata de no apartar de él al pecador” Samuel II 14:14), también es cierto que otras promesas Divinas aún no se han materializado completamente. La promesa Divina respecto de que el pueblo de Israel será numeroso como las estrellas del cielo y como la arena a orillas del mar aún no se ha concretado en su sentido literal. El número de judíos en la actualidad asciende solamente a unos catorce millones, menos de un uno por ciento de la sociedad china que cuenta con mil cuatrocientos millones de personas. Es por ello que yo prefiero actuar asumiendo que el futuro judío no está asegurado, de esa forma me embargan un sentido de responsabilidad y un ferviente deseo de actuar, y quizás, por qué no, una sensación de sociedad con Dios en la labor de salvaguardar la existencia judía.

El pueblo judío es eterno y maravilloso, posee una larga historia y mira hacia el futuro  a la espera de la redención. Sin embargo, esta nación ha pasado por innumerables cambios y ha operado numerosos procesos a lo largo de su derrotero. La existencia judía oscila entre peligros y oportunidades, desafíos y dificultades, tal como señalara el Rav Kuk al comparar la historia judía con el movimiento de un péndulo de relojería, a veces se encuentra arriba y otras abajo. El pueblo judío es una especie de “péndulo histórico” en permanente lucha por sobrevivir ante los desafíos, tanto los internos como los externos.

El siglo XXI presenta una imagen exitosa del pueblo judío. Su florecimiento se manifiesta en el marco de una independencia nacional fruto de la existencia de un estado judío tras el vuelco histórico que operamos cuando pasamos del horror del holocausto a la euforia del resurgimiento amén de la reunión de las diásporas de la que somos testigos. Asimismo, somos testigos de la buena situación política, económica y social de los judíos en la diáspora, de su contribución en las diferentes áreas de la ciencia, la tecnología, la medicina, la economía y la cultura. Vemos la enorme cantidad de premios Nobel recibidos por judíos del mundo entero. Sin embargo, conjuntamente con este florecimiento, el pueblo judío enfrenta grandes problemas, al punto de que tenemos la sensación de que nos encontramos en una guerra por la supervivencia del colectivo judío en general y de cada uno de sus miembros en particular.

Para asegurar su futuro el pueblo judío se debe pasar de poner el énfasis en la supervivencia a enfocarlo en la continuidad. La supervivencia está definida por el diccionario como “mantenerse con vida en situaciones extremas”. Algunas de las comunidades judías están aún ancladas en tiempos de supervivencia cuando en realidad deben pasar a la etapa de la continuidad. Es indispensable que nos planteemos desafíos de continuidad y no solamente desafíos de supervivencia.

La vida judía en la diáspora está influida por procesos tanto exógenos como endógenos tales como los movimientos geopolíticos, la globalización, la migración judía, la inmigración a la tierra de Israel, la demografía menguante, la asimilación, los matrimonios mixtos, el debilitamiento de la identidad judía y de la educación judía en la diáspora, el alto costo de la vida comunitaria judía, la diversidad de identidades y de opiniones respecto de la interrogante “¿quién es judío?”, divisiones internas, no afiliación comunitaria de la mayoría de los judíos del mundo, procesos de urbanización, el fortalecimiento del Islam, el antisemitismo, el postmodernismo, la interacción entre la diáspora e Israel etc.

A todos estos se le suman dos procesos inversos que tienen lugar actualmente en el pueblo judío y son por un lado un movimiento de acercamiento y simultáneamente otro de alejamiento. Por una parte vemos asimilación y pérdida de identidad judía y por  otro notamos un retorno a la tradición y a la práctica religiosa. Un proceso debilita al pueblo judío y el otro lo fortalece. Ambos dos tienen lugar en los mismos países, en las mismas ciudades y en las mismas familias, un hijo se aleja del judaísmo al tiempo que otro se acerca.

En mi opinión el problema central del pueblo judío no son los matrimonios mixtos  sino la pérdida de identidad judía y la asimilación. Los matrimonios mixtos son un problema, pero este es causado por la asimilación. En la actualidad la identidad judía no es simple, natural y congénita sino electiva. Cada persona puede elegir ser o no judía y puede también escoger qué tipo de identidad judía detentar. Hasta el siglo XVIII la religión era el elemento central de la identidad judía, empero, a partir del período iluminista la religión perdió esa centralidad protagónica. Una de las diferencias más notables entre el mundo clásico y el moderno en el ámbito de la identidad es que en el pasado la familia y el sitio de residencia determinaban profundamente la identidad de la persona. En la actualidad, en este mundo moderno y postmoderno el ser humano en general y el judío en particular están expuestos a diferentes alternativas en la elección de su identidad. El judío contemporáneo se enfrenta al desafío de la elección de su identidad, debiendo confirmarla, adoptarla y vivir conforme a esta por propia voluntad y por propia elección.

Generalmente acostumbramos a explicarles a los jóvenes judíos de la diáspora que deben preservar su identidad y el futuro del pueblo de Israel para preservar así encendido el tizón de la continuidad histórica. Les decimos que deben mirar hacia el pasado judío con orgullo y procurar continuar con su existencia y perpetuar la travesía eterna de nuestra nación. Yo pregunto: ¿acaso deberíamos hacerlo? ¿Es esta la respuesta para un joven judío que se está asimilando? ¿Es esta una respuesta razonable para un joven que está alejado de su judaísmo? ¿Es esta la respuesta adecuada para un muchacho que jamás estudió historia judía o para la mayoría de los judíos no afiliados que son la mayoría del pueblo judío en la actualidad? ¿Acaso un conocimiento histórico de índole informativo alcanza para dar forma a una identidad judía?

Esta pregunta se conecta también con las famosas palabras del Rav Soloveichik a la luz de las cuales crecimos y fuimos educados: el rabino Soloveichik explica el milagro de la existencia judía a lo largo de la historia y también en el futuro por medio de los conceptos de “pacto de destino” y “pacto de misión”. Esto es, ¿hablamos de una existencia judía forzosa e inevitable como designio del destino o libre y electiva? ¿Acaso el judío que se asimila se siente vinculado al pueblo judío en virtud de su sufrimiento? ¿El vínculo se establece en virtud del pasado y una conexión histórica? ¿O quizás sea necesario acentuar la idea de misión por sobre la de destino?

Muchas comunidades construyen museos para documentar y preservar el pasado. Si bien acostumbramos a citar a Napoleón quien decía que “un pueblo que recuerda su largo pasado tendrá un gran futuro”, últimamente he comenzado a pensar que el pasado pone en peligro al futuro judío. Les temo a las comunidades que tienen museos. En esas comunidades la conciencia está enfocada en el pasado, no en el presente ni en el futuro. En muchas ocasiones esas comunidades están congeladas en el tiempo y no se renuevan. Una comunidad con museo viven en el pasado cuando en realidad debería invertir sus pensamientos en el futuro. Los individuos no pueden vivir en el pasado y tampoco el colectivo judío puede simplemente recordarlo o evocarlo aunque este haya sido maravilloso. Creo que debemos concebir una vida judía de la diáspora enfocada y enmarcada en el  futuro del pueblo de Israel y no únicamente basado en su pasado. Debemos pensar principalmente en su presente y en su porvenir. La premisa debe ser que “un pueblo que piensa en su futuro tiene futuro”… no alcanza con tener un pasado para acceder a un futuro.

El pasado y la historia son importantes cuando por su intermedio se transforman hechos anteriores en recuerdo activo, conocimiento histórico que es dable encontrar en las páginas de los libros en una memoria personal, en un sentimiento que late fuertemente en la identidad judía de nuestros jóvenes. La historia es un factor pasivo y solo al lograr transformarse en recuerdo pasa a ser un factor activo. El individuo conforma su identidad en relación a su pasado y a su presente. Por ello, debemos profundizar el diálogo permanente entre ambos tiempos como fundamentos que plasman la identidad, empero, creo que siempre debe comenzarse con el futuro para desde este retornar sobre el pasado, no al revés.

A los efectos de pensar en el porvenir sobre la base de conceptos renovados y no del pasado creo que es necesario retornar sobre la vieja básica y simple pregunta: ¿por qué ser un judío hoy?, o ¿por qué soy judío? Creo que en la actualidad todo judío debe formularse más y más esta simple interrogante: ¿Por qué soy judío? ¿Por qué ser judío en Australia? ¿Por qué ser judío en Guatemala? ¿Por qué ser judío en Polonia tras el holocausto? ¿Por qué ser judío en Francia  o en Norteamérica? Las respuestas pueden y deben variar según el sitio, pero fundamentalmente deben inspirar al futuro judío tanto individual como colectivamente.

Existen muchas respuestas a la interrogante “por qué ser judío”. Respuestas religiosas, nacionales, existenciales, universales, de pertenencia, de significado, familiares, comunitarias etc. Pero es crucial que entendamos que no existe una respuesta que se adecue a todo judío. La respuesta a esta interrogante no puede ser la misma para un anciano que para un joven, para un creyente y para un no creyente, para una persona que tienen una larga tradición familiar judía y para quien acaba de descubrir su judaísmo. Cada persona debe construir y forjar sus propias respuestas a las interrogantes judías contemporáneas. Es necesario renovar la reflexión, renovar el diálogo judío y comunitario al respecto, es menester encontrar respuestas diferentes que logren preservar al mayor número posible de judíos dentro del campamento con miras al futuro y no solo como estudio histórico.

Debemos dar al judío religioso y al judío tradicional la respuesta que busca y al judío asimilado el significado que procura. Debemos hablar como Moshé Rabenu: “al cielo y a la tierra”, a cada judío individualmente y en un sinnúmero de idiomas. Tal como solía decir el Rebe de Kotzk: “hay maestros jasídicos que buscan hablar de un modo tal que sus palabras puedan llegar hasta el cielo, yo quiero hablar de un modo tal que mis palabras puedan llegar hasta las tripas, hasta el ombligo…”

Por Rabino Eliahu Birnbaum