La visita que llevé a cabo a la ciudad de Sarajevo en Bosnia me motivó a pensar largamente sobre el pasado presente y futuro de la comunidad judía de ese lugar. Si bien se trata de una ciudad en la cual el 90% de la población profesa el islam, los judíos viven en completa seguridad, no se percibe antisemitismo alguno, no se requiere de medidas especiales de seguridad en la sinagoga y se puede caminar tranquilamente con kipá por la calle.
No en vano, esta ciudad fue llamada por los judíos sefaraditas que en ella se asentaron como “Jerusalén de Europa” o “Jerusalén de los Balcanes”, ya que las diferentes religiones convivían allí armónicamente conformando un tramado social, cultural y religioso sustentado en todas las etnias y religiones que la habitaban.
En esta ciudad es dable encontrar mezquitas junto a sinagogas, catedrales católicas y ortodoxas, se superponen el llamado al rezo desde los minaretes y el son de las campanas de las iglesias, conformando conjuntamente una melodía sumamente especial. Hasta el día de hoy la población de Bosnia está conformada por un 50% de musulmanes, junto a serbios ortodoxos y croatas católicos. Los judíos sienten que pertenecen al país desde hace muchas generaciones ya que sus ancestros son de los primeros que habitaron esa tierra, por lo que suelen decir: “somos la minoría más pequeña pero la más antigua de Sarajevo”.
Bosnia, o de acuerdo a su nombre oficial Bosnia-Herzegovina, es un pequeño país de los Balcanes en el que confluyen oriente y occidente, se encuentra entre Europa Clásica y Turquía. Aún es posible percibir los estragos provocados por la feroz guerra civil que azotó al país entre 1992 y 1995. Persiste una sensación de inestabilidad que afecta tanto al país como a la comunidad judía y de la cual todos intentan recuperarse. Es importante señalar que los habitantes del país no se definen a sí mismos por su nacionalidad bosnia sino mediante su religión, presentándose como judíos musulmanes o cristianos.
Previo a la guerra civil Bosnia era uno de los territorios que formaba parte de la República Federativa Socialista de Yugoeslavia. Este estado estuvo además conformado por Croacia, Serbia, Montenegro, Macedonia y Eslovenia, desde el final de la segunda guerra mundial y hasta su desmembramiento final en el año 1991.
Judíos de Europa central y oriental llegaron a Sarajevo a lo largo del siglo XVII escapando a las persecuciones de que eran objeto en el Imperio Austrohúngaro. Hasta el Holocausto la comunidad de Sarajevo se desarrolló dinámicamente estableciendo un sinnúmero de instituciones judías, mas esta tragedia puso punto final al florecimiento judío en la ciudad. Lamentablemente un 70% de la comunidad judía de Sarajevo no sobrevivió la ocupación Nazi, quedando solamente cuatro mil de los catorce mil que habitaban la ciudad en la preguerra, y muchos de estos prefirieron emigrar a Israel en vez de retorna a lo que quedó de su comunidad.
Durante la guerra civil la comunidad judía abrió un centro de ayuda humanitaria que brindó apoyo a todas las personas sin distinción de credo o raza. Los miembros de la comunidad no dudaron ni un instante en cuanto a que los servicios prestados por la comunidad debían incluir a todo bosnio que los requiera, sea o no judío. El Sr. Yaakov Pinzi, presidente de la federación de comunidades judías de Bosnia lo explicó de la siguiente manera: “Tras cuatrocientos cincuenta años de vivir en Sarajevo junto a ciudadanos de diferentes razas y religiones, nos transformamos en parte integral de la población de la ciudad. Durante la guerra civil y el sitio que sufrió la ciudad, nos sentimos parte de una gran familia extendida y unida”.
Hoy día la comunidad judía de Sarajevo cuenta con setecientos miembros, algunos de los cuales son descendientes de los judíos sefaradíes llegados desde España, y la mayoría, son el resultado de matrimonios mixtos. Tantos unos como los otros añoran el pasado glorioso de la comunidad y buscan la manera de revivirlo y proyectarlo a futuro. Si bien se trata de una comunidad asimilada y envejecida mantiene actividad regular a lo largo del año. Cada viernes por la noche hay servicio de Kabalat Shabat, asimismo se organizan rezos para Rosh HaShaná y Kipur, y en Pesaj se lleva a cabo un seder comunitario.
De las siete sinagogas que poseía la comunidad hoy solo se mantiene la Ashkenazí inaugurada en 1902. En la sinagoga ashkenazí el servicio es según la usanza sefaradí. Hay otras cuatro sinagogas que se salvaron de la destrucción durante la segunda guerra mundial pero no se encuentran en propiedad de la comunidad judía. Asimismo, la comunidad activa un colegio judío los días domingo a los efectos de profundizar la identidad de los miembros.
Una de las costumbres especiales de esta comunidad es la celebración de “Purim de Sarajevo” el día 4 del mes de Jeshván, día en el cual leen una Meguilá o rollo de pergamino especial que narra los sucesos acaecidos en el pasado en esa fecha. En el año 1819, el Pashá gobernante de la región tomó prisioneros al rabino Moshé Danón junto a otros doce miembros ilustres de la comunidad y exigió un cuantioso rescate por su liberación. De forma milagrosa, ciudadanos musulmanes exigieron al Pashá la liberación de los judíos por lo que estos se salvaron. Desde entonces, la comunidad judía estableció esta celebración a los efectos de agradecer a D´s por el milagro ocurrido.
Hacia el final de mi visita llegué a uno de mis sitios preferidos, el cementerio comunitario. El cementerio sefaradí está emplazado en la ladera del monte Trababich. Visitar el cementerio equivale a transitar por la historia de la comunidad permitiéndome conocer los apellidos típicos de la comunidad tales como Pinto, Papo, Levi, Atías, Eltraz y Pinzi, pudiendo aprender de los personajes destacados y de los diferentes tipos de lápida. Probablemente se trate del cementerio judío más grande de Europa.
Por supuesto que si llegué hasta esta ciudad no pude obviar una visita a la famosa “Hagadá de Sarajevo”. Me dirigí al Museo Nacional a los efectos de poder contemplar una de las maravillas del mundo y uno de los símbolos nacionales del pueblo bosnio. Los bosnios se refieren a la Hagadá como patrimonio histórico nacional y ven en esta una suerte de ave fénix que siempre sale de las llamas en virtud de que sobrevivió numerosas vicisitudes. Debo confesar que contemplar la Hagadá de Sarajevo me emocionó en gran manera y no puede sino ver transcurrir ante mis ojos, como en una película, cientos de años de historia judía.
Tras la conquista Nazi, los ocupadores enviaron al museo a un agente de la Gestapo para que se haga con la Hagadá a los efectos de enviarla a Praga donde se erigiría el “Museo de la Raza Extinguida”. Sin embargo, el bibliotecario le informó al agente nazi que la Hagadá ya no se encontraba entre los libros y la contrabandeó fuera de la ciudad, entregándosela a un Imam musulmán que la escondió entre sus libros del Corán y la mantuvo oculta en su aldea hasta el final de la guerra. A esto me refería en cuanto a que esta Hagadá es una expresión de las vicisitudes que pasó el pueblo judío a lo largo de su historia de huidas y persecuciones.
Al dejar Sarajevo, sentí en mi corazón que existe una brecha entre la Hagadá que logró subsistir milagrosamente durante seiscientos años y la comunidad judía que si bien realiza ingentes esfuerzos en aras de subsistir, dudo mucho que lo consiga.
Por Rabino Eliahu Birnbaum