Reflexiones de una fiesta de Pesaj que pasé en el extranjero – la búsqueda de las raíces familiares y Munkatsch como microcosmos judío.
Tras mucho pensarlo, decidimos celebrar la noche del Seder y pasar los días festivos de Pesaj fuera de Israel. La compañía “Shai Bar Ilán” ofreció a sus clientes un programa de Pesaj en los montes Cárpatos con paseos diarios a las aldeas judías para aprender sobre la historia singular de esta región e investigar las raíces de sus descendientes. Nos sumamos a este viaje para conocer y buscar las raíces de la familia de mi padre Z”L en esta región que fue la cuna del movimiento jasídico
Mi abuelo, Eliahu Iehuda Zusman, cuyo nombre recibí, nació en la ciudad de Satmer, falleció en 1930 y está enterrado en la localidad de Chap, hoy en la frontera entre Ucrania y Hungría. Mi abuela Jaia fue llevada desde Transilvania a la muerte en Auscwitz en 1944. En términos generales la familia vivió en diferentes sitios de Transilvania y Marmoresh, Siguet, Tesht, Arad, Sirt, Munkatsch y Chap. Si bien ya he recorrido no pocas partes del mundo en general y del judío en particular, no me había hecho tiempo de conocer el sitio de origen de mi familia, y de esa forma en Pesaj pude cumplir con la premisa de nuestros sabios según la cual “en cada generación una persona debe considerar que él mismo salió de Egipto” amén de conectarme más estrechamente con mis raíces familiares en estos confines de los Cárpatos.
La visita al pueblo de origen de mi abuelo y mi padre me permitió entender asuntos de los que no era consciente años atrás.
No creo que sea indispensable visitar el sitio de origen para profundizar Enel conocimiento de las raíces familiares, empero hasta el día de hoy la vida en estos confines no se diferencia radicalmente de la que se tenía a principios del siglo XX y la visita nos permite echar un vistazo a la existencia judía y su cultura siguiendo la idea de que una persona es el fruto del paisaje en el que nace y crece.
¿Qué lleva a una persona a leer libros y visitar sitios de internet en pos de reencontrarse con sus orígenes? ¿Acaso se trata solamente de la curiosidad por saber de dónde viene y a dónde va? ¿O acaso se trata de una necesidad espiritual que conecta a la persona con su árbol genealógico no solamente desde una perspectiva biológica sino como una cuestión de identidad?
Tras un breve muestreo que realicé entre mis amigos resulta que la mayoría de nosotros desconoce el marco familiar del cual proviene. Pocos son quienes pueden describir a su familia más de una o dos generaciones atrás. La mayoría de las personas desconoce quiénes eran los padres de sus abuelos, dónde vivían o cuál era su estilo de vida. Si bien ya se han dicho muchas cosas respecto de la necesidad de las personas de basar el futuro en su pasado, cosas como, por ejemplo: “quien carece de pasado, carece de presente y su futuro está envuelto en tinieblas, empero parece que esta expresión está más vinculada a la necesidad de los individuos por conocer su historia nacional y la del colectivo al cual pertenece.
Solemos conocer mucho mejor nuestra historia nacional que nuestro relato familiar. La historia colectiva la estudiamos en el colegio mientras que no todos tienen el mérito de poder escuchar el propio relato familiar de boca de sus padres o abuelos y tratar de reconstruirlo, a veces, suele asemejarse a armar un rompecabezas a partir de un sinnúmero de fragmentos. Probablemente, antes del holocausto la situación era diferente. Es probable que el exterminio interrumpió la cadena de transmisión de las tradiciones familiares que van de generación en generación. Es probable que esta búsqueda del narrativo familiar se trate de un proceso derivado del postmodernismo, o sea, desconectarse del narrativo colectivo para construir un nuevo relato personal.
La historia no solamente es una apasionante disciplina de estudio sino también una herramienta individual de autoconocimiento personal, colectivo y del mundo circundante.
Creo que investigar las raíces familiares es una forma de conferirle a la historia general un sentido personal. El Rabino Jonathan Sacks explica magistralmente la diferencia entre historia y memoria personal y la necesidad de investigar el origen familiar: “Existe una abismal diferencia entre historia y recuerdo personal, la historia es la crónica de un evento que acaeció en otra época a otra persona. Recuerdo es el relato de un evento que me ocurrió a mí por lo que es parte de mi persona y de quien soy. La historia es información mientras que el recuerdo es parte de una identidad…sin recuerdo no hay espacio para una identidad…y así como ocurre con las personas individuales otro tanto acaece con las naciones: se posee una identidad continua solamente en la medida que se pueda recordar de dónde se viene y quiénes fueron los antepasados…ser judío implica saber que más allá de la historia, está la misión de recordar”. La región de los Cárpatos, o como es denominada- Zacarpatia, era parte del Imperio Austrohúngaro hasta el final de la Primera Guerra Mundial y luego fue cambiando de manos entre rumanos, húngaros, eslovacos, polacos y ucranianos. Hoy en día esta región se reparte entre los diferentes países que la limitan con los Montes Cárpatos. En el pasado esta región estaba asociada con el acervo cultural judeo húngaro tradicional. Hasta el holocausto vivieron aquí unos cien mil judíos. En la actualidad, del lado ucraniano de los montes hay solo unos mil, especialmente en las ciudades de Host, Hughorod, Ungwar y Munkatsch.
Existen diversas opiniones respecto del origen de la presencia judía en los Cárpatos, empero es claro que la primera ola migratoria proveniente de Galizia y Ucrania es posterior a las masacres de 1648-9. La mayoría de la población en general y de los judíos en particular habitaban aquí en pequeños pueblos y aldeas y muchos de ellos eran paupérrimos. En esta región surgieron los grupos jasídicos de Satmer, Tzantz y Munkatsch. Distintos líderes jasídicos actuaron en esta región incluido el fundador del movimiento Rabí Israel Baal Shem Tov, aquí nacieron algunos de los premiados con el Nóbel como Isaac Bashevis Singer, Shai Agnón y Elie Wiesel.
Una de las ciudades principales de la región carpática era Munkatsch que se encuentra a orillas del Rio Laturitza. Hasta el final de la primera guerra mundial esta ciudad se encontraba del lado húngaro del Imperio Austrohúngaro y hasta la víspera del holocausto era la principal comunidad de esta región de los Cárpatos y contaba con 14.000 judíos. En la actualidad Munkatsch es denominada Mokchevo y es una ciudad ucraniana en la que viven no más de cien judíos.
En el mundo judío, esta ciudad es conocida en virtud del líder jasídico Rabí Jaím El’azar Shapira, fundador del grupo jasídico local y acérrimo oponente del sionismo. La vida judía en Munkatsch floreció entre polos opuestos, entre un grupo jasídico anti sionista y los partidarios del sionismo, entre los ilustrados egresados de la preparatoria hebrea y quienes abandonaron la religión. Asimismo, existieron grandes discusiones y pleitos entre los distintos grupos jasídicos que convivían en la ciudad: Belz, Satmer, Sapinke y Vishnitz junto a opositores al jasidismo, neólogos, reformistas y comunistas, Beitar y Hashomer Hatzair, todos debatían unos con otros. Visitando las calles del otrora barrio judío de Munkatsch, en el patio de la residencia de su líder jasídico homónimo en pleno ghetto, no pude evitar imaginar cómo era la ya extinta vida judía en esa localidad. A final de cuentas llegué a una triste conclusión que en cierta forma empañó la alegría festiva: “no hay nada nuevo bajo el sol”. Munkatsch fue un microcosmos de la existencia judía. Aquí convivían judíos que detentaban distintas perspectivas de vida tanto en lo político como en lo religioso en un estado de permanente debate y discusión sin lograr desarrollar un vínculo de amor y hermandad entre sí.