La cuna de la diáspora

La renovada vida judía en Sefarad es sólo una pequeña parte del presente, la cual vive en la sombra del pasado, que aún late. El antisemitismo se encuentra fuertemente arraigado a la cultura.

Madrid

La capital de España está llena de plazas, fuentes, cafés y museos, los cuales crean, en conjunto, una ciudad llena de vida y color. Sin embargo, todo judío que pasea por sus calles, no puede dejar de sentir la sombra de la inquisición que sobrevuela la “plaza mayor”, donde se realizaban los autos de fé de los judíos.

En nuestras fuentes antiguas, España figura como “Aspamia” – símbolo de un lugar distante. “Una persona duerme aquí (en Babilonia) y ve un sueño en Aspamia” (Talmud Babilónico, tratado de Nidá 30b). Aspamia, es similar a la palabra local Hispania, la cual es utilizada hasta hoy día. El origen de la palabra Sefarad, se encuentra en la profecía de Ovadiá: “y la diáspora de esta hueste de los hijos de Israel, los que están entre los cananeos hasta Sarepta y la cautividad de Jerusalem, que está en Sefarad, poseerán las ciudades del Neguev” (Ovadia 1:20).

Sabemos bastante sobre la historia de los judíos en España durante 1500, hasta que fueron expulsados del país el 31 de marzo de 1492. Conocemos a su vez a los exiliados de España, los cuales se dispersaron por el mundo judío; pero sin embargo, sobre el regreso de los judíos a España en el siglo XIX y XX, sabemos muy poco.

Los judíos y el judaísmo desaparecieron de la tierra española y de la Península Ibérica hasta finales del siglo XIX, al menos de forma visible y abierta. Los judíos fueron expulsados, los anusim se escondieron en sus casas y la cultura judía desapareció incluso de los museos. Sin embargo, hace algunas décadas comenzaron los judíos a retornar a España, esta vez, sin esconder su identidad. ¿Cómo vive un judío en la tierra de la cual fue expulsado? ¿Qué siente un judío que vive en dicha tierra durante la “edad de oro” y a su vez en el período de la expulsión?

Después de 400 años sin judíos españoles comenzó nuevamente la vida judía. Prácticamente no hay relación entre el judaísmo español de ese entonces y la España de hoy día, la cual ha sido importada de otros lugares – pero de todas formas, el viejo espíritu aún ronda por el aire.

Romance español

Nadie sabe exactamente cuándo comenzó el asentamiento judío en España. Sin embargo, está claro que empezó hace más de 2000 años. Pareciera ser que los primeros colonos judíos llegaron junto a los fenicios que descubrieron España en sus valientes travesías. Incluso si suponemos que los judíos llegaron más tarde aún, ellos se asentaron en España cuando la misma era parte del imperio romano.

En la edad media, España era el punto de encuentro de tres religiones – el judaísmo, el catolicismo y el islam. El antecedente histórico de este tan especial fenómeno, es el status geopolítico de España en esa época. Durante la edad media no era España una única unidad política, sino que un mosaico de reinados católicos y musulmanes los cuales se encontraban en guerra constante los unos con los otros.

La espléndida época de desarrollo espiritual, literario, económico y científico de los judíos de España, fue precisamente bajo el gobierno musulmán. Nombres de diplomáticos como Jasdai Ibn Shaprut, Shmuel Hanaguid y su hijo Yosef, y científicos como Shlomó Ibn Gbirol, Moshé Ibn Ezra, Abraham Ibn Ezra, Iehuda Halevi y demás son los más importantes de la época, y sus nombres y su legado fueron grabados para la eternidad en la historia del pueblo judío.

En ese entonces comenzó la larga guerra de la reconquista. Los católicos quisieron volver a gobernar sobre las áreas que conquistaron los musulmanes. Durante los siglos siguientes, la judería española contó con gran importancia en la historia ibérica. Tanto los musulmanes como los católicos utilizaron a predios y comunidades judías para expandir su control sobre lugares y ciudades alejadas. En los momentos en que los judíos y los musulmanes competían por el control sobre España, siempre los judíos tenían un rol. Sin embargo, en el momento en que los católicos comenzaron a gobernar nuevamente en toda España, la tolerancia de la iglesia respecto a los judíos acabó.

En el siglo XIII, la reconquista finalizó, España volvió a manos de los católicos y dejó de ser una sociedad pastoral y abierta. Ahora, la necesidad de intermediarios judíos cayó y su influencia se redujo. En el año 1250, sucedió la primera falsa acusación española y comenzó la presión dentro de la comunidad judía. En 1391 (151) las persecuciones contra los judíos comenzaron a ser violentas y represivas: miles de judíos fueron asesinados de a motines. Sinagogas fueron convertidas en iglesias y los libros sagrados fueron robados o censurados.

La unión matrimonial de dos dinastías, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, inició el proceso de unión de la España católica. La inquisición comenzó a funcionar en 1481 para “purificar” a dicho emergente reinado. Hasta fines de julio de 1492 más de cien mil judíos huyeron de España; otros doscientos mil fueron expulsados en ese mismo año, en lo que será recordado a través de las generaciones como “la expulsión de España”. Como escribió Rabi Ytzjak Abrabanel en su interpretación al libro de Melajim: “todo lugar a donde la orden del rey llega, un gran duelo para los judíos. Y hubo un gran pánico… que como él no ha habido desde el exilio de Iehudá de su tierra y caminaron sin fuerza 300 mil personas del pueblo dentro del cual yo me encuentro, desde jóvenes hasta ancianos, niños y mujeres en un solo día de todos los países del rey. En el que se despertó su deseo por salir – salió”

¿Hubo un decreto de excomulgación?

Hay quienes quieren decir que los judíos no retornaron a España porque los Rabinos decretaron excomulgación a todo aquel que retorne. En realidad, no está probado si hubo o no un decreto de excomulgación e incluso no es necesario, dado que el decreto de expulsión de los reyes de España sansionaba con pena de muerte a todo judío que retorne a España. Sin embargo, más allá del ámbito legal, el cual estaba respaldado por la ley hasta principios del siglo XIX y de hecho hasta que la leyes inquisitoriales fueron anuladas en 1834, los judíos no volvieron a España por un simple aspecto social: es difícil ingresar y vivir en un país donde los judíos no son queridos. Los judíos no podían vivir en España no por la “excomulgación judía”, sino por la “excomulgación española”.

El Rab Kuk escribe respecto a la excomulgación: “respecto a la vivienda en España – no he encontrado aún en forma específica si hubo un decreto de excomulgación o un juramento, y de hecho, probablemente la excomulgación no es más dura que la excomulgación de vivir en Egipto, respecto a la cual la prohibición es asentarse, pero no comerciar si su intención es retornar” (Igrot HaReaiá, parte 4, sección 632). También en las respuestas halájicas Kol Mebaser, escribió el Rab Meshulam Raata (Parte 3, sección 13): “Y lo que dicen respecto a que los expulsados de España establecieron un decreto que no se debe regresar a España, no lo encontré en ningún libro, y es tan sólo un rumor, no tiene ninguna base. Al contrario: en las respuestas halájicas del Mabit, parte 1, sección 307, dice lo contrario: “ya hace 70 años no hay judíos en Aragón, y nosotros estamos seguros que no habrá más judíos allí, porque Hashem bendito sea reunirá a los dispersos del pueblo de Israel en la tierra de Israel pronto en nuestros días”.

Luego de corroborar e investigar si hay o no un decreto, encontré solamente en los reglamentos del “Maamad” de Londres, del siglo XVIII, el cual escribe que los descendientes de Anusim que salieron de España y retornaron al judaísmo tienen prohibido viajar de regreso por razones que son más que obvias; pero esta es una prohibición que tan sólo se aplica a un grupo específico.

En el pasado se han realizado intentos de pedir a las autoridades españolas permitir el ingreso de los judíos. Ya en 1641 un judío de nombre Iaacov Kansino el cual se encontraba en Madrid, negoció con el Duque Oliveraz respecto al regreso de los judíos a España, pero sus planes se vieron frustrados por la junta de la inquisición. También en los días de Carlos II (1665-1700) se realizó un intento de que los judíos vuelvan a España y de acuerdo a la proposición de uno de los ministros del gobierno, asentarlos en tierras que necesitan ser desarrolladas, sin embargo, también esta propuesta fue rechazada por la corona.

En el año 1802 (!) escribió el Rey de España de ese entonces, Carlos IV: “a mi corazón misericordioso y religioso le cuesta cambiar la ley aceptada en nuestro país, de no dejar ingresar a los judíos sin que estos acepten el catolicismo, dado que nosotros deseamos preservar la pureza de la religión católica… y por eso yo ordeno seguir implementando la ley de la inquisición respecto a los judíos que ingresan a España sin excepción alguna…”

Esto demuestra que incluso en los primeros años del siglo XIX estaba prohibido para los judíos vivir en España. Es posible que el comienzo de la tradición respecto al decreto de excomulgación provenga del deseo de “venganza” para con el decreto Español: si los reyes de España decidieron que los judíos no entran en su país, entonces los judíos realizaron un decreto de “ojo por ojo”, que no se debe ingresar a España.

Se abren las puertas

¿Cuándo se abrieron las puertas de España? Éste, fue un largo proceso, lleno de vaivenes. En 1808, las leyes inquisitoriales fueron canceladas por Napoleón, pero luego fueron restauradas por el rey Fernando VII en el año 1814. Las leyes fueron nuevamente canceladas en 1820, aunque se restablecieron tres años más tarde. Tan sólo en 1834 se decidió cancelarlas en forma definitiva. En el año 1865 fueron canceladas a su vez las leyes que prohibían a quien no tenía “sangre española y católica pura en sus venas” trabajar como empleado público o político. Y de hecho, los judíos comenzaron a retornar, de a poco, a dicho país. En el año 1877 había 406 judíos en todo España, de los cuales 31 se encontraban en Madrid. En 1900 el total de judíos era mil. Aún no existía la libertad de culto en dicho estado: desde 1876 la constitución Española determinaba que estaba prohibido realizar actos religiosos en lugares públicos, excepto católicos.

Las guerras en el norte de África (1859-1860) y las dificultades de sustento en las ciudades de Marruecos, la malaria y otro tipo de enfermedades contagiosas, así como las persecuciones por parte del gobierno y los pogroms, llevaron a un proceso de emigración de Marruecos a la cercana España. Y de hecho, los primeros judíos se asentaron en general en la ciudad de Sevilla, al sur del país. En esos años, tan sólo algunos pocos judíos llegaron al país.

Paralelamente a lo que sucedía en el norte de África, en el sur de Rusia comenzaron los famosos pogroms en Kiev y Odesa en el año 1881. Muchos judíos se escaparon a los países vecinos tales como Austria, Rumania y Turquía, y en determinado momento pidieron a las autoridades ingresar a España. Dado que parte de los fugitivos eran descendientes de los expulsados de España, el rey Alfonso XII decidió abrir las puertas de España ante ellos e incluso les deseó a su llegada: “Bienvenidos a su vieja tierra”.

A comienzos del siglo XX continuó la emigración de los judíos hacia España, esta vez en especial hacia Madrid. Los judíos llegaron a España durante la Primera Guerra Mundial y allí encontraron refugio. Entre los inmigrantes se encontraba el famoso líder sionista Max Nordau, quien a comienzos de la guerra fue expulsado de Paris y se quedó en España hasta fines de la misma. Durante la Primera Guerra Mundial, el parlamento español buscó la forma de preservar a los judíos españoles que se encontraban en los países balcánicos, ¡los cuales fueron tenidos en cuenta luego de más de 400 años! – como ciudadanos que deben ser protegidos. En el año 1917 se dio permiso para construir un Beit Kneset y comenzaron a realizarse tefilot en el “Beit Hamidrash Abarbanel”.

Recién en 1968 – hace tan sólo cuarenta años – se decidió cancelar en forma definitiva el decreto de expulsión. El primer ministro de ese entonces, Emilio Castelar, declaró por primera vez en forma oficial, la apertura de las puertas del estado para los judíos.

Lenguaje antisemita

A pesar de que los judíos españoles son considerados relativamente nuevos, el antisemitismo es antiguo allí. Los judíos cambiaron, pero la relación hostil para con ellos no. Cientos de años de actividades católicas teológicas, públicas y físicas contra los judíos, dejaron sus huellas en los habitantes del estado y no tan fácilmente pueden ser borradas. El antisemitismo se encuentra inmerso en el idioma, en la mentalidad y en los estereotipos, por lo que es prácticamente imposible desarraigarlos de la cultura local. No por los nuevos musulmanes que llegaron allí, como en el resto de los países europeos, sino por los antiguos católicos que allí viven.

Hasta hoy en día el nombre judío incluye a todos los que son odiados por el público, tales como: extranjeros, traidores, infieles y opositores políticos. También en el diccionario oficial de la Real Academia Española de Letras, fueron preservados distintos conceptos, los cuales demuestran la difícil relación para con lo judío y todo lo que lo rodea. Respecto al concepto “hebreo”, el diccionario dice: “hebreo es un Israelí o un judío que aún respeta la ley de Moshé y trabaja en el área comercial”. La palabra “aún” refleja la visión de la iglesia que la única verdadera religión es la católica; asimismo, al definir al judío como comerciante, no se lo hace con la intención de decir que este es un oficio bien visto. La palabra “judío” fue definida en el diccionario de la Academia hasta 1956 como “tacaño y prestamista”.

La expresión “judeada” en español, significa realizar un hecho judío. Esta palabra se encuentra explicada en el diccionario de la Real Academia que fue publicado en 1956: “hechos anti-morales que generalmente hacen los judíos”. En el diccionario que fue publicado en 1988 fue “corregida” la definición y se escribió: “judeada: acto negativo que en el pasado se creía adecuado de ser realizado por los judíos”. Es decir, cambiaron la forma de definir pero no la definición misma.

La conclusión es clara: los judíos actúan de forma indebida y esto es lo que los identifica. La palabra SINAGOGA es definida como “lugar en el que se reúnen judíos a rezar y oír la Torá de Moshé” y como “lugar de encuentro de personas que planean actos inmorales y que instigan peleas y discusiones”.

Somos testigos de que años de daños, inquisición y expulsión, no son fácil de borrar. A pesar de que pasaron cientos de años en que los españoles no vieron a un judío en la tierra de España, el odio profundo no desapareció. España es considerada hasta hoy en día – como demostró el Dr. Gustavo Perednik – como el país más antisemita de Europa. El judío español es una figura distorsionada la cual no tiene relación alguna con el judío real que se encuentra en dicho país y en el mundo.

Ayuda a los judíos

A pesar de los sentimientos anti judíos y anti israelíes, que caracterizan al público español, no es posible ignorar el momento histórico en que el Rey de España visitó el Beit Kneset de la comunidad judía de Madrid, exactamente 500 años después de la expulsión de España. En dicho evento, fue expresado el deseo del pueblo español de renovar los lazos con el pueblo judío. También el presidente israelí de ese entonces, Jaim Ertzog, participó de dicho evento.

Durante la segunda guerra mundial, España fue neutral en forma oficial, a pesar de que sus líderes apoyaron a la Alemania Nazi abiertamente. A pesar de esto, y también gracias a esto, los españoles ayudaron a salvar a muchos judíos. En 1924 fue publicado un edicto en el cual se otorgó ciudadanía a toda persona de ascendencia española, en especial de los países balcánicos. Dicho edicto salvó a muchos judíos durante la Segunda Guerra Mundial, los cuales encontraron refugio en España. Muchos judíos llegaron a España de Alemania entre los años 1931-36. España ayudó a liberar a judíos de ascendencia Española de los campos de exterminio, y la neutralidad Española le permitió a 25.600 judíos utilizar a España como camino de escape del campo de guerra europeo. La mayor parte de los judíos que encontraron refugio en España abandonaron luego el país y se marcharon hacia otros lugares.

De hecho: España formalizó sus relaciones diplomáticas con Israel tan sólo hace 20 años, luego de que fue aceptada en la Unión Europea en el año 1986.

Retornaron a la patria

En España viven hoy día 30.000 judíos. Los dos centros principales son Madrid, con 15.000 judíos, y Barcelona, la segunda más grande ciudad del país. Sin embargo, existen también otras diez comunidades judías, pequeñas o muy pequeñas, todas las cuales se encuentran integradas a “La Federación de Comunidades Judías de España”. Así son las comunidades de Málaga, Torremolinos, Marbella, Granada, Sevilla, Valencia, Palma de Mallorca, Melilla y Ceuta en la parte española de Marruecos.

Muchos judíos llegaron a España desde Argentina, a partir de los años ´70 del siglo XX, y en el último tiempo se sumaron otros muchos judíos de Venezuela que emigraron de allí por la crisis que se vive en el país. El judío errante sigue en su camino y busca nuevos horizontes para una vida tranquila y un buen sustento, de acuerdo a las necesidades.

Cuando la ley de libertad de culto fue aprobada en forma oficial en 1968, la comunidad sefaradí-ortodoxa de Madrid recibió permiso para construir el primer Beit Kneset en España desde la inquisición, en el corazón de la capital – en la calle Balmes. La comunidad de Madrid cuenta hoy día con 6 sinagogas, así como una comunidad conservadora, un colegio judío, mikve, un restaurante casher, un kolel para estudiar Torá, un negocio donde se venden productos kasher, un Gran Rabinato y todo lo necesario para poder llevar a cabo una vida judía.

El gran dilema que sienten los judíos que viven en España lo oí de uno de los miembros más antiguos: “la inquisición no nos ha dejado aún, nosotros pensamos en ella, vivimos en su sombra y recordamos a sus víctimas, pero rezamos por una mejor vida y un mejor futuro para el país”.

Pareciera ser que el sentimiento entremezclado del judío que vive en un país con una gran cultura por un lado y con destrucción por el otro, puede ser comprendido mediante el poema que escribió Rafael Cansinos, uno de los descendientes de anusim, en honor a la inauguración del Beit Kneset de Madrid. En este poema, el cual irrita cualquier oído sionista, describe Cansinos a los judíos como aquellos que “retornan del exilio / a su antigua tierra: España… la tierra que nunca olvidamos / no durante los días y no durante las noches del largo exilio / nosotros retornamos a ti… nuestra patria… podemos descansar en España luego de un largo exilio / nos encontramos nuevamente en nuestra tierra, en nuestra patria, en España”.

También el Rey de España, cuando visitó el Beit Kneset de Madrid con motivo de los 500 años de la expulsión de los judíos de España, dijo: “España no es tan solo otra nostalgia para el pueblo judío, sino una patria donde los judíos pueden sentirse en su casa. Los judíos españoles se encuentran en su casa en España, la casa de todos los españoles, sin importar cuál es su religión y su credo”.

¿Será realmente así?

Reflexiones sobre España y los judíos

En estos días el pueblo judío ha recibido la buena nueva de la posibilidad de recibir ciudadanía y pasaporte español para todos los descendientes de los expulsados de 1492. Quisiera analizar algunos aspectos de este tan trascendente evento y especialmente traer a la memoria cuestiones ya olvidadas respecto de la relación ambivalente entre los judíos y España a lo largo de la historia, relación en la cual han alternado sucesiva y simultáneamente el amor y el odio, y en la cual también interactúan conjuntamente la nostalgia y el dolor.

En el marco de mis ocupaciones laborales suelo visitar año tras año en más de una oportunidad tanto a España como a Alemania. Me cuesta decidir en cuál de los dos países me veo más invadido por sentimientos de dolor y enojo en virtud de lo que pasaron los judíos en esos lares. España es un país de contradicciones para el judío. Es la tierra de la edad de oro del judaísmo español (“Tor Hazahav”) y de la expulsión, tierra de refugio durante los días del holocausto, así como también tierra de opresión e inquisición. Tanto la actitud dual de los judíos hacia España, así como el intento de este país por atraerlos nuevamente nada tienen de nuevos.

Unos sesenta millones de turistas de todo el mundo visitan España anualmente. Según la organización internacional de turismo España se ubica en el tercer puesto mundial en visita anual de extranjeros, siguiendo solamente a Francia y a China en este parámetro y captando el 7% de todo el turismo mundial (más que países como Italia o los Estados Unidos). La capital, Madrid, ubicada en el centro geográfico de este país es una metrópolis colmada de jardines y parques, cafés y museos, todos los cuales le confieren un carácter policromático y vibrante. Sin embargo, considero que el turista judío no puede dejar de sentir el recuerdo de las sombras inquisitoriales que acechan en la Plaza Mayor, sitio en el cual se llevaron a cabo varias de las ejecuciones o autos de fe de judíos.

El nombre del país, España o “Hispania” era llamado “Aspamia” en nuestras fuentes clásicas. Nuestros sabios de bendita memoria mencionan a Aspamia como ejemplo de un sitio alejado: “Una persona que duerme aquí (en Babilonia) mas sueña en Aspamia” (Talmud Babilonio Tratado de Nidá 30(2)). El nombre “Sefarad” como sustituto del vocablo Aspamia se origina en la profecía de Ovadiá (1:20) la cual reza: “y la cautividad de Israel que está en Sefarad…”

El retorno de los judíos a este país simboliza una nueva etapa en la cual tras centurias de opresión religiosa se abrió la posibilidad de que estos habiten una tierra que por trescientos cincuenta años prohibió altivamente su ingreso.

¿Por qué los judíos no retornaron antes a España? ¿Qué los detuvo? ¿Acaso son los judíos quienes se abstuvieron o fueron los españoles quienes les detuvieron?

Hay quienes conectan entre el no retorno judío y la prohibición o anatema que decretaron en ese sentido las autoridades religiosas judías, empero, en realidad esta prohibición no era necesaria por cuanto que mientras las leyes inquisitorias estuvieron vigentes a ningún judío se le ocurrió volver y además el edicto de expulsión era muy claro en cuanto a que la presencia judía en la península se penaba con la muerte. Sin embargo, además del aspecto legal que se mantuvo vigente mediante decretos confirmatorios del siglo XIX hasta la abolición final de esta normativa en 1834, el no ingreso de judíos a España encierra también un aspecto sociológico muy sencillo y es que es muy difícil asentarse en un país en el cual no se es bienvenido o tolerado. Por lo tanto, debe decirse que los judíos estaban privados de asentarse en España no en virtud de un “boicot judío” sino en virtud de un” boicot español”.

En el pasado se llevaron a cabo intentos de pedir a las autoridades españolas que permitan el ingreso de judíos. Ya en 1641 un judío llamado Jacobo Cansino que radicaba en Madrid mantuvo una negociación con el Duque de Olivares sobre el retorno de los judíos a ese país, empero, este proyecto fue saboteado por el Supremo Consejo Inquisitorial. Asimismo, en días del Rey Carlos II (1665-1700) hubo un intento de devolver a los judíos a España de acuerdo con la propuesta de uno de los ministros de la corte quien pensó asentarlos en las colonias españolas a los efectos de desarrollarlas. Sin embargo, esta propuesta también fue abortada, esta vez por la casa real.

En el año 1802 el entonces rey de España Carlos IV escribió: (OJO, ponerle texto original) “…mi corazón misericordioso y devoto dista muchísimo de permitir cambiar la ley que es aceptada en nuestros dominios en cuanto a no aceptar judíos sin que estos acepten sobre sí la ley de la iglesia ya que deseamos mantener la pureza de la fe católica … es por ello  que ordeno continuar manteniendo la ley inquisitorial sin excepción con aquellos hebreos que ingresen al reino de España…”

Estas premisas son más que claras, está completamente prohibido para todo judío asentarse en España durante las primeras décadas del siglo XIX. Es probable que la leyenda respecto del juramento judío de no retornar a España sea de hecho una suerte de venganza ante la negativa española de no permitir su ingreso.

La apertura de las puertas de España a la inmigración judía no acaeció de repente o de una sola vez, sino que fue un largo proceso pleno de altos y bajos. Si bien en 1808 las leyes inquisitoriales fueron anuladas por Napoleón estas fueron reinstauradas por el rey Fernando VII en 1814. Nuevamente fueron derogadas entre 1820 y 1823 para ser nuevamente instauradas por el rey Fernando.

Solamente en 1834 se decidió derogar estas leyes definitivamente y en 1865 fueron derogadas también las referidas a la pureza de sangre, las cuales impedían que sirva en un puesto público o de mando a quien no puede demostrar ascendencia católica pura.

En 1968 (hace sólo 50 años) se decretó la anulación total del decreto de expulsión.

Sin embargo, desde el punto de vista estrictamente legal, la derogación del decreto de expulsión no implica que las demás religiones puedan gozar de libertad de culto sobre suelo español o ingresar al país. Según la constitución de 1876 los únicos rituales religiosos permitidos en el dominio público son los católicos. Sólo en la constitución de 1896 se derogó el edicto de expulsión y el entonces primer ministro Emilio Castelar declaró por vez primera que las puertas de España estaban abiertas a los judíos. En 1917 se concedió por primera vez un permiso para la construcción de una sinagoga y comenzaron a realizarse servicios religiosos en el “Beit Midrash Abarbanel”. Cuando finalmente se promulgó en 1968 la ley que garantiza la libertad de culto la comunidad sefaradita ortodoxa recibió permiso de construir en el corazón de la capital, en la calle Balmes, la primera sinagoga desde los días de la inquisición. La primera sinagoga desde la expulsión fue construida en Barcelona en 1954.

El antiguo anatema

Si bien existe una tradición oral en cuanto que los expulsados de España declararon que no volverían a la península ibérica (España y Portugal) para a asentarse, esto carece de una clara fuente o respaldo tanto halájico como histórico. A este respecto  el Rav Kuk escribe: “Sobre el anatema de no asentarse en España no encontré aun una fuente que especifique si se trata de anatema, juramento o voto, y por ende no creo que sea de carácter más estricto que la prohibición de asentarse en la tierra de Egipto la cual aplica sólo para residencia permanente mas no si se trata de una visita por trabajo con la intención de retornar posteriormente al país del cual se proviene” (Igueret HaReaiá II 632). En la responsa Kol Mevaser el Rabino Meshulam Rate (3:3) escribe: “En cuanto a lo que se dice que los expulsados de España decretaron un anatema por efecto del cual no retornarían a ese país, no lo encontré documentado en libro alguno por lo que esta tradición carece de fundamento sólido (más aun, en la responsa “Mabit” 1:307 se demuestra lo contrario: “puesto que ni hay judíos en Aragón hace ya setenta años, y creemos que ningún judío se asentará ya en esos lares pues el Eterno Bendito Sea reúne a Su pueblo en la tierra de Israel prontamente. Analízalo detenidamente y lo entenderás”).

Tras haber revisado e investigado el tema de si existe o no un fundamento sólido para el anatema encontré únicamente en los reglamentos del “Ma´amad” de Londres en el siglo XVIII que pende una prohibición de retornar a ese país para los descendientes de cripto judíos que salieron de España y retornaron al judaísmo en el extranjero, por razones obviamente comprensibles para ese grupo específico pero que no se aplican para el resto del pueblo judío.

El retorno a España, ¿cuándo y por qué?

Hasta cuanto sabemos, antes del 1834, año en que se abolieron las leyes inquisitoriales no hubo judíos en España. Solamente en la segunda mitad del siglo XIX presenciamos un cambio que causó el retorno de estos al país por lo que comenzaron a fluir paulatinamente y en pequeños números. En 1877 había 406 judíos en toda España 31 de los cuales residían en Madrid. En 1900 su número ya alcanzaba los mil.

El fundamento legal de su ingreso fue la reforma constitucional de 1868 que dejó sin efecto el edicto de expulsión de 1492 y garantizó la libertad de culto y consciencia para todos los habitantes sea cual fuere su fe. Sin embargo, esto no afectó el carácter oficial del credo católico en el país.

Además, la situación de los judíos de la vecina Marruecos les forzó a abandonar ese país en busca de nueva residencia. Las guerras que comenzaron en el Norte de África entre 1859 y 1860 sumadas a las dificultades económicas en las ciudades marroquíes, la explosión demográfica en los barrios judíos, la propagación de la malaria y otras enfermedades contagiosas, el encarcelamiento de judíos por parte de las autoridades, la demolición de sinagogas, las persecuciones, el sufrimiento tanto corporal como espiritual y los pogromos causaron la emigración desde Marruecos en dirección a España. Efectivamente, los primeros judíos comenzaron entonces a retornar a España tras cuatrocientos años de ausencia asentándose principalmente en las ciudades sevillanas en el Sur del país. En esos años ingresaron solamente unas decenas de judíos.

Paralelamente a estos eventos en el Norte de África, en el sur de Rusia comenzaron a estallar pogromos en reiteración real, entre ellos los fatalmente conocidos de Kiev y Odessa de 1881. Muchos judíos huyeron a países vecinos tales como Austria, Rumania, Turquía y en determinado momento pidieron a las autoridades españolas permiso de ingreso. Por cuanto que varios de entre los refugiados eran descendientes de los expulsados de España, el Rey Alfonso XII abrió ante ellos las puertas del país y hasta dijo: “Bienvenidos a vuestra antigua patria”. Durante la primera guerra mundial el parlamento español debatió respecto de la posibilidad de proteger a los judíos de los Balcanes descendientes de los expulsados de Sefarad.

En los inicios del siglo XX continuó el flujo migratorio judío hacia España mas esta vez se asentaron principalmente en Madrid. Judíos llegaron a España durante la primera guerra mundial y encontraron en ésta refugio. Entre los inmigrantes se encontraba el prominente líder sionista Max Nordau quien fuera expulsado de Paris en el inicio de la guerra teniendo que asentarse en España hasta el final de esta.

Actualmente viven en España unos 30.000 judíos. Hay quienes sostienen que esta cifra es exagerada y no refleja la realidad. Es menester recordar que muchos judíos llegaron a España provenientes de Sudamérica durante los años de las crisis económicas, aunque la mayoría de estos retornaron posteriormente a la Argentina, el Uruguay etc.

En el presente los dos principales centros judíos de España son Madrid y Barcelona. Sin embargo, existe otra decena de pequeñas o pequeñísimas comunidades judías agrupadas bajo el rótulo de la “unión de comunidades judías españolas” en: Málaga, Torremolinos, Marbella, Granada, Sevilla, Valencia, Palma de Mallorca, Melilla y Ceuta (estas últimas en el Marruecos español).

Antisemitismo a la española

Parecería que a pesar de que los judíos en España son relativamente nuevos, el antisemitismo es antiquísimo. Los judíos cambiaron y no son la continuación natural de aquellos que fueron expulsados, empero, la actitud hostil hacia ellos no ha variado. Cientos de años de prédica católica antijudía tanto pública como práctica han dejado una huella indeleble en los habitantes de este país. El antisemitismo en España está tan profundamente enraizado que encuentra renovadas manifestaciones en la mentalidad de la gente, tanto en términos lingüísticos como de estereotipos que resultan imposibles de erradicar de la cultura popular. El antisemitismo está presente no solo en virtud de los nuevos inmigrantes musulmanes como en otros países europeos sino a raíz de los antiguos habitantes cristianos.

Años y años de ataques a judíos, inquisiciones y expulsión no se pueden borrar con facilidad. A pesar de que durante siglos ningún ojo español se topó con un judío el odio profundo de los españoles para con nuestro pueblo no ha desaparecido en lo más mínimo. España es hasta el día de hoy uno de los países más antisemitas de Europa y en este el vocablo “judío” es sinónimo de traidor, extraño, hereje y adversario político.

En el diccionario oficial de la real academia española se preservaron conceptos que expresan una actitud hostil hacia nuestro pueblo. Del vocablo “hebreo” dícese que es “un israelita o judío que “aun” mantiene su fe mosaica y se dedica al comercio”. La palabra “aun” expresa claramente la actitud implacable de la iglesia en cuanto a que la única fe verdadera es la católica y la definición de hebreo como comerciante no es traída a colación en virtud de la admiración que esta profesión despierta a los ojos del espíritu popular sino con un tono de desprecio y crítica abierta.

De acuerdo con el diccionario de la real academia en su edición de 1956 “judío” es un “tacaño prestamista a interés”.

Hacer una “judiada” significa realizar una acción inmoral digna de un judío. Esta palabra figura explícitamente en el diccionario de la real academia de 1956. En 1988 este vocablo fue “corregido” y sustituido por: “Acto negativo que en el pasado se consideraba digno de un judío”. En efecto, hay aquí un cambio de estilo, pero no de contenido, la conclusión es clara: los judíos realizan acciones que no son apropiadas y esto les particulariza. Hasta hoy, en el lunfardo español cuando alguien quiere decir “no me engañes” dice “no hagas una judiada”, o sea, una acción digna de un judío.

El vocablo “sinagoga” tampoco ha sido renovado en los diccionarios de la lengua española y se define como “lugar de reunión en el cual los judíos rezan y oyen la ley de Moisés” y también como “sitio de encuentro de personas que planifican un acto ilegal o procuran pleito”.

De esta manera la imagen del judío en España se tornó deforme e imaginaria sin que refleje a una persona real que habita en la península ibérica o en el mundo.

Sin embargo, a pesar de los sentimientos antisemitas y antiisraelíes que caracterizan a la población española no podemos pasar por alto la visita simbólica que realizara el rey de España en 1992 a la sinagoga de Madrid conmemorando los quinientos años de la expulsión. En este evento se puso de manifiesto el deseo del pueblo español de renovar su vínculo con el pueblo judío. El entonces presidente de Israel Jaim Herzog también participó de este magno acontecimiento.

Asimismo, otro punto favorable en la relación sensible y ambivalente de España hacia los judíos se puso en evidencia con el salvataje de muchos de nuestros hermanos durante la segunda guerra mundial. En 1924 se proclamó un decreto por medio del cual se concedía ciudadanía española a toda persona de origen sefaradí, especialmente a los originarios de los Balcanes. Esto salvó cuantiosas vidas de judíos que hallaron refugio en España. Muchos judíos alemanes se refugiaron en este país entre 1931 y 1936. A pesar de la postura oficial del Gral. Francisco Franco de apoyo a las fuerzas del eje, no se puede pasar por alto los numerosos intentos y gestiones llevadas a cabo por el gobierno español que condujeron a la salvación de judíos que eran ex ciudadanos españoles o sus descendientes, tanto durante el holocausto como con posterioridad al mismo. España gestionó la liberación de judíos españoles de los campos de exterminio. De esta manera se produjo una situación única amén de interesante, tras concluir la segunda guerra mundial la mayoría de los judíos miembros de la comunidad judía española eran de origen askenazí.

La neutralidad española durante la segunda guerra mundial permitió a 25.600 judíos usar a ese país como vía de escape de Europa. Sin embargo, la gran mayoría de estos abandonaron España tras concluir la guerra.

El vínculo ambivalente de los judíos hacia España se mantuvo a lo largo de los años no solamente en el ámbito de la memoria histórica sino también en el de los hechos reales. Incluso tras haber sido expulsados de España, los judíos continuaron hablando en ladino (“Mame Loshn”) en todos aquellos rincones del imperio otomano a los que arribaron, desde Marruecos y Turquía hasta los Balcanes, Salónica y el Sur de Italia.

No hay como un idioma para reflejar la cultura y el espíritu de quienes lo hablan. El ladino era el idioma de los exiliados de España y Portugal que se dispersaron a lo largo y ancho del Mar Mediterráneo. Cuando los judíos fueron expulsados de la península ibérica se llevaron consigo la lengua que empleaban, esto es, el español del siglo XV que se hablaba y escribía en la España de la época. Por ello el ladino hoy día preserva la gramática española de entonces, tal como aquellas personas que en la actualidad hablan hebreo bíblico o mishnaico en pleno siglo XXI. Incluso en la actualidad existen numerosas comunidades en las cuales los judíos preservan esta lengua y se esfuerzan por evitar que se pierda para que de esa manera no se corte el centenario nexo con su patria y hogar, España.

Muchos de los judíos expulsados continuaron cultivando su cultura española en el exilio. Las compras, la comida, el mercado, la carnicería, todo se continuaba llevando a cabo en ladino, los judíos carecían de amigos gentiles sino que únicamente socializaban con sus hermanos de habla ladina.  Continuaron rezando con la misma tonada que en España, cantando las mismas melodías y romances, comiendo los mismos platillos   de otrora entre los que se incluían los “huevos jaminados” y las “burrequitas”.

En diversos confines del mundo judío conocí personalmente familias judías que conservan hasta el día de hoy las llaves de las casas que dejaron en España pues a lo largo de las generaciones soñaban con volver.

Asimismo, se preservaron los apellidos de los judíos sefaradíes y testimonian la cadena ininterrumpida de las raíces judías sefaradíes; entre ellos Saporta, Nahmias, Shaltiel, Cohen, Halegua, Pardo, Shabtai y Moljo.

El profundo dilema que embarga a los judíos que viven actualmente en España lo escuché de uno de los ancianos de la comunidad: “la inquisición todavía no nos ha abandonado, pensamos en ella, vivimos bajo su sombra, recordamos a sus víctimas, pero rezamos por una vida mejor y un futuro promisorio para este país”. Creo que el complejo sentir de un judío que vive en un país que conjuga simultáneamente una cultura esplendorosa y la destrucción es dable de comprender desde las letras del poema que escrito por Rafael Cansinos, un autor descendiente de cripto judíos, con motivo de la inauguración de la sinagoga de Madrid. Este poema expresa el distanciamiento de los judíos de España y el anhelo de retornar a esta.

Además, el rey de España al visitar la sinagoga conmemorando los quinientos años de la expulsión dijo “¡Cuánto os hemos echado de menos!”.

Y yo agrego, ¿acaso esto es así?

Actualmente, una generación más tarde el gobierno español declaró su intención de conceder la ciudadanía a todo judío que pueda probar que es descendiente de los expulsados. Sin entrometerme en el criterio de la decisión y los móviles que motivaron esta decisión histórica, se trate de sentimiento de culpa, gesto simbólico o una necesidad demográfica y económica, me cuesta entender el entusiasmo que embarga a tantos judíos al saber de la posibilidad de aplicar para recibir la ciudadanía de un país en el que se vertió tanta sangre judía en el pasado y que en el presente es tan antisemita y tan antiisraelí.

El pueblo judío es conocido por su capacidad de supervivencia, por el “genio judío” o “ídishe kop”, ¿cómo entonces se les ocurre a los judíos volver a la España de la que fueron cruelmente expulsados en el pasado y a la que tantos abandonan en el presente?

De todas maneras, es de destacar que hasta el momento ni los legisladores hispanos ni los judíos en España u otros sitios saben cuáles son los requisitos para acceder a la ciudadanía española. ¿Es necesario descender de españoles por ambos padres o alcanza con uno solo? Un descendiente por parte de padre que no es judío de acuerdo con la halajá, ¿puede aplicar o solamente puede hacerlo la familia biológica de una madre judía que fue ejecutada por la inquisición? ¿Es necesario que el aplicante abrace la fe judía y crea en el Dios de Abraham Itzjak y Yaakov, o acaso si es descendiente de sefaradíes, aunque hoy sea cristiano es suficiente?

Algunos dicen que únicamente los rabinos son quienes deben decidir quién es sefaradí tal como establecen quién es judío. Esto tampoco está claro en cuanto al criterio a ser aplicado. ¿Cómo habrán de determinarlo? ¿En virtud del apellido solamente? ¿Sobre la base de documentos que se encuentran únicamente en los sótanos de la inquisición o mediante árboles genealógicos prácticamente irrecreables? Se trata de una misión compleja, difícil y no siempre real.

Creo que debemos aplicar nuestro antiguo principio según el cual “si te dicen que hay Torá entre las naciones no lo creas, si te dicen que hay sabiduría entre estas créelo” Sería inteligente y procedente si el pueblo de Israel prestase atención a la idea subyacente en el decreto del gobierno español y lo aplicase para sí. Hay descendientes de judíos españoles y de cripto judíos dispersos por el mundo entero. En España, Portugal, Grecia, el Sur de Italia, México, Brasil, Colombia, El Salvador, Texas, Nuevo México y la Florida.  En estos sitios viven muchas personas que se ven a sí mismos como hijos del pueblo judío y piden retornar a su fe original. Quizás sea importante y corresponda que un pueblo sabio y entendedor confíe en la sabiduría de la nación española y adopte este principio.

Por Rabino Eliahu Birnbaum