El Shabat, en el cual leímos la porción de “Lejlejá”, lo pasé en las localidades de Adís Abeba y Gondar junto a los remanentes de las comunidades judías que allí quedaron, o parafraseando al legendario viajero Rabí Yaakov Sapir: “junto a los apartados hijos de Israel allende los ríos de Etiopía”. Si bien en el pasado visité en Etiopía a nuestros hermanos de “Beita Israel”, se cumplieron en mi persona las palabras del Baal Shem Tov: “cuando una persona visita un lugar una vez debe volver a él más adelante, ya que todo ser humano debe tener muy presente que todos sus andares y sus viajes no son fruto de la casualidad -Dios nos libre- sino que dependen de la Divina Providencia individual de cada quien…” (Comentario del Baal Shem Tov a la Torá a la porción de “Lej Lejá”).
La primera sorpresa de mi viaje la tuve durante el vuelo a Adís Abeba. Dos de las azafatas que acompañaban el vuelo detentaban nombres que aluden al nexo especial entre el pueblo judío y el etíope. Una de ellas se llamaba Saba (Shvá) como la reina etíope que visitó al Rey Salomón y de cuya unión nació Menelik, y la segunda aeromoza se llamaba sencillamente Jerusalém. Muchos d ellos nombres en Etiopía guardan un vínculo con el judaísmo y el pueblo de Israel y la en general la población de este país es muy respetuosa de nuestro pueblo. En una de mis caminatas por ese país un grupo de jóvenes se me acercó exclamando: ¡“Jois”! (“judío”). Como buen judío orgulloso de su origen les pregunté de inmediato si tenían algún problema con ello a lo que me respondieron que no, que simplemente ellos amaban a los judíos.
También después de aterrizar, se revelan ante los ojos del visitante tesoros naturales y paisajísticos de los más bonitos en el mundo. Etiopía posee un carácter único, bíblico. Quien pasea entre sus ciudades y pueblos, entre sus sendas y pequeñas aldeas, siente que deambula por la tierra de la Biblia. Al andar por esta tierra se percibe la sensación del encuentro con algo primigenio, natural, limpio y puro.
Quien visita Etiopía siente que va para atrás en la máquina del tiempo, no cientos sino miles de años. Parece como si el tiempo se hubiese detenido, las marcas de la occidentalización y el desarrollo no llegaron aun a este país y si lo hicieron no se hacen notar, ni en la cultura, ni en el estilo de vida, ni en la conducta de las personas ni en la civilización original que es agrícola.
Desde tiempos pretéritos y hasta la actualidad la agricultura ha sido la principal fuente de sustento de la población etíope. Los métodos de producción ancestrales se preservan con gran apego manteniendo así un carácter bíblico. En muchos sitios puede verse gente arando, sembrando, trillando o aventado la cosecha para limpiar así el grano. No es necesario alejarse para ver personas labrando la tierra con sus propias manos o ayudadas por un buey, y de esa manera se genera un ambiente arcaico a lo largo y ancho del país.
Quien desee aprender las treinta y nueve labores que prohíbe la Torá realizar en Shabat puede hacerlo sin ayuda de ilustraciones o videos, sencillamente debe venir a Etiopía. Allí encontrará a cada paso alguna de estas labores en realización tal como se llevaban a cabo en tiempos bíblicos o talmúdicos. En cada rincón es dable ver la realización de alguna labor como por ejemplo el hilado de la lana, el tejido en el telar, conservando todas fielmente su pasado bíblico.
Empero, no solamente el paisaje es tanto bíblico como primigenio, sino que también la religión allí imperante, el cristianismo. El cristianismo en Etiopía se remonta al siglo cuarto de la era común. Esta forma de cristianismo es muy antigua y exhibe influencia judía. El cristianismo ortodoxo etíope todavía cuida parcialmente el Shabat, circuncida a sus hijos, come vegetariano durante parte de la semana. Es interesante notar la semejanza existente entre los nombres de los días de la semana etíopes con los hebreos. El domingo en amharit se dice ud (uno, o se adía primero como en hebreo), el lunes es denominado “senio” (segundo), el martes “maksanior” (tercero), el miércoles es llamado “rov” (cuarto), el jueves jamush (quinto), el viernes “arav” similar al hebreo “erev” que significa “víspera” (del sábado) y el Shabat es llamado “kuma” (día primigenio) o “sanbat”.
Para entender mejor la cultura etíope es importante recordar una cuestión muy delicada, el pueblo etíope no se ve a si mismo como africano ni como nación de esclavos de piel negra. Si bien Etiopía se encuentra en el continente africano, pero se respiran en ella simultáneamente aromas de oriente y occidente. Desde un punto de vista bíblico el pueblo etíope se diferencia de las demás etnias africanas que son identificadas como descendientes de Jam y Canaán hijo de Noé sobre quien está dicho: “maldito Canaán esclavo de esclavos será para sus hermanos” (Génesis 9:25). El pueblo etíope se identifica como descendiente de Sem hijo de Noé, o sea, de origen semita. Esta percepción tiene también su origen en la leyenda que se transformó en ethos nacional que adjudica el origen de la nación al príncipe Menelik, hijo de la Reina de Saba y el Rey Salomón y de los emisarios que envió el Rey Salomón desde la tierra de Israel hasta Etiopía, los cuales también eran descendientes de Sem y no de Jam.
Viajando entre las aldeas en las que habitaban los judíos hasta que emigraron a Israel llegué hasta la localidad de Ambobar. Estas aldeas están hoy vacías de judíos y muchas de estas alojan en la actualidad población etíope gentil que preservó tanto las sinagogas como los cementerios tradicionales. Generalmente las aldeas judías en Etiopía se construían a la orilla de un rio ya que sus habitantes cuidaban celosamente las reglas de pureza e impureza por lo que solían sumergirse ritualmente con frecuencia.
En la ladea de Ambobar entré a la antigua sinagoga judío de Beita Israel. Se trata de un edificio pequeño y sencillo construido de adobe con techo de quincho. La puerta de entrada estaba cerrada por lo que fue necesario empujarla con fuerza ya que con el tiempo la puerta se fue pegando a su marco. Al entrar, un universo completo se presentó ante mis ojos: la sinagoga se encontraba vacía tanto de personas como de mobiliario, pero estaba repleto de voces de plegarias y añejos anhelos de sus judíos, las oraciones y los cánticos de Beita Israel se encontraban aun presentes, tal como escribiera el Rabino Dov HaLevi Soloveitchik en su artículo “El secreto de una sinagoga”:
“La congregación de Israel (“Kneset Israel”)… no es solamente un cúmulo de personas… existe la congregación de Israel manifiesta que está compuesta por nuestros contemporáneos, o sea, unos trece millones de personas y está la congregación oculta de Israel que incluye a cada judío que haya vivido alguna vez y no solamente los de nuestra actual generación. Esta congregación atemporal incluye a todos aquellos cuyos nombres fueron eternizados y cuya memoria perdurará por siempre. La sinagoga incluye a toda la congregación de Israel en su totalidad… y de este misterio tremendo se deriva su santidad”
Empero, por encima de todo, la gran experiencia fue el encuentro con los judíos etíopes que aun quedan en ese país junto a su rabino Menajem Waldman Shelit”a. Estos judíos preservaron su tradición bíblica con gran entrega y sacrificio viviendo según la Torá en una tierra extraña que no los recibía de buena gana. Sión y Jerusalém estuvieron y están aun en sus corazones y en sus plegarias. En Gondar vi un niño al cual le pregunté si ya había estado en Jerusalém a lo que me respondió que sí, le pregunté cómo y cuándo, y me dijo: en un sueño.
Una leyenda de los judíos etíopes cuenta que en los meses del invierno de la tierra de Israel que son los de la primavera en Etiopía, los pájaros, y especialmente las cigüeñas migraban hacia esta y cuando los judíos las veían les preguntaban: ¿qué tal está Sión? ¿cómo está Jerusalém?
Hasta el día de hoy los judíos etíopes recitan antiquísimas plegarias dedicadas a Jerusalém: “A ti Jerusalém, a quien recuerde a Jerusalém, todo el pueblo es Jerusalém, servid a Jerusalém, tu muro Jerusalém, Jerusalém fue bendecida”.
En la comunidad de Adís Abeba tanto los ancianos como los jóvenes acostumbran a culminar sus rezos no entonando la canción “Yo creo con fe absoluta en el arribo del Mashíaj” sino “Apiádate con tu misericordia de tu pueblo, oh Dios, de Sión recinto de tu gloria…”. Me es difícil de describir la emoción que me embargó cuando escuché a los remanentes de la comunidad judía de Etiopía rezar por el bienestar de sus hermanos que ya viven en la tierra de Israel y en Jerusalém. Quiera Dios que en mérito de estas plegarias se cumplan pronto las palabras del profeta Isaías: “Entonces acontecerá en aquel día que Dios habrá de recobrar de nuevo con su mano, por segunda vez, el remanente de su pueblo que haya quedado en Asiria, de Egipto, de Patros, de Cush (Etiopía), de Elam, de Sinar, de Hamat y de las islas del mar. Y levantará un estandarte a las naciones y juntará a los desterrados de Israel y reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra” (Isaías 11:11-12).
Por Rabino Eliahu Birnbaum