El “Dor Hemshej” del Pueblo Judío – Parashat Jaiei Sará

Por Rabino Eliahu Birnbaum

La Torá, en sus infinitos abordajes y lecturas, no permite que nos encerremos en un sólo personaje o grupo de situaciones prototípico, sino que nos hace transitar por diferentes personalidades de continuo, para ejemplificar en cada situación y proceso una nueva faceta de la cosmogonía hebrea.

Así, de Abrahám y Sará, pasamos a Itzják y Rivká; otra pareja arquetípica de la vida judía. Esta parashá engloba dos procesos fundamentales para la concepción judía de la vida: muerte y unión conyugal, están íntimamente conectados en un único proceso vital.

Sará fallece y su hijo se une en matrimonio. Abrahám busca un lugar especial, separado del resto, para enterrar a su esposa. De aquí en más, la concepción de un espacio sagrado separado, para el descanso eterno será una constante en la cultura de Israel.

Eliezer, siervo de Abrahám, es instruido para buscar una esposa para Itzják; pero no entre la gente de Cnáan, no entre los vecinos, sino en la tierra y en la familia que Abrahám abandonó. Abrahám dejó su familia y su tierra para encontrarse a sí mismo, pero no se confunde: sabe que su revolución está en la tierra que habita, pero no en sus pobladores; la revolución tiene que ver con esta tierra porque a ella fue enviado, y porque su revolución está con él donde él esté. Y sabe que es más probable encontrar la mujer adecuada para su hijo en quien haya nacido en el mismo marco que él y sea extranjera en la tierra que habrá de habitar.

Itzják es, ante todo, un personaje pasivo, introvertido. Es conducido con mano fuerte a lo largo de su vida. En primer término, es llevado por su padre al sacrificio. Luego, determinan por él con quién se habrá de casar. Y es su esposa quien decide por él, ya en la vejez, a qué hijo habrá de conceder cada bendición.

De los tres patriarcas de la Torá, Itzják es el único que nace, vive y muere en la tierra de Israel; es el único monógamo, y el único de quien se dice que “ama” a su mujer. La revolución había sido comenzada por Abrahám, su padre. El papel que Itzják debía cumplir está más relacionado con la perpetuación de los “nuevos” valores y su consumación, que con rebelarse ante nada. Itzják es el “Dor HaHemshéj”, la generación de la continuidad, a falta de la cual toda revolución se torna estéril y fugaz.

Este amor de Itzják es interpretado de varias maneras. Por un lado, Itzják, el único sedentario entre todos, tiene tiempo y predisposición para amar. Ama infinitamente a su madre, y cuando ésta muere, ama a su mujer…”y se consoló Itzják por su madre”. En segundo término, su soledad no es apañada por una vida nómade y de actividad vertiginosa como sucediera a Abrahám, sino que vive una vida apacible: sus sufrimientos y su soledad se manifiestan, entonces, en una infinita necesidad de amor, de amar y ser amado; es el primer personaje “romántico” de la Torá que se enamora a primera vista: Rivká “se cayó del camello” cuando lo vio, y él se enamoró a su vez de ella, “a primera vista”.

Los sufrimientos de Itzják, un hombre que sabiamente cumple con el deber que le ha tocado, y vive en la tierra que había prometido a su padre el Creador, en armonía con todos los valores que había heredado, se ven trocados, en último término, por un amor infinitamente intenso. La ley de compensaciones se muestra inefable: quien tiene la vida más trágica y más vacía de creación, resulta ser, finalmente, quien más intensamente vive la consumación.