Muchos se preguntan si hay judíos en el Japón, o en otras palabras: ¿hay japoneses judíos? La comunidad judía del Japón es la más oriental de entre las de Asia. La presencia judía en el Japón no es de larga data y de hecho no hay “judíos japoneses”. Los primeros judíos llegaron al Japón en 1861 al abrir este país sus puertas al occidente. En 1845 los portones del Japón se abrieron a la inmigración occidental y de esa forma comenzaron a llegar principalmente judíos provenientes de Shanghái y de Hong Kong. Hasta fines del siglo XIX habían ingresado al Japón unas decenas de judíos únicamente los cuales residían en las ciudades de Yokohama, Kobe y Nagasaki. La primera sinagoga en suelo japonés fue construida en 1894 en Nagasaki. Durante la segunda guerra mundial muchos judíos huyeron de Europa vía Siberia hacia Japón. La famosa Yeshivá “Mir” pasó una breve temporada en suelo japonés antes de llegar finalmente a Shanghái. La mayoría de los judíos que llegaron a Japón abandonaron el país en 1941 en virtud de la guerra con EE.UU. Al día de hoy hay unos mil judíos en territorio japonés, la mayoría de los cuales son hombres de negocios norteamericanos, europeos e israelíes que se radicaron allí por cuestiones profesionales. En Tokyo hay una comunidad judía conservadora y dos “Beit Jabad” y en la ciudad de Kobe hay una comunidad ortodoxa.
Al visitar el Japón la pregunta que más me preocupaba era ¿cómo vive y se siente un judío en Japón? La interrogante surge en virtud de las características particulares de la cultura japonesa y la sensación de que se trata de un mundo muy cerrado y hasta de un “planeta en si mismo” en algunos aspectos. En Japón casi no radican extranjeros, hay no más de dos millones de foráneos en una población local de unos 130 millones de nipones. Los japoneses habitan una isla tanto geográfica como cultural y hasta el día de hoy no parecen ser parte de occidente. Para quien observa desde afuera, la cultura japonesa es única y diferente a todo lo que nos es conocido. Se trata de una cultura que durante un milenio se desarrolló bajo influencias asiáticas y europeas pero fundamentalmente en el marco de un aislamiento hermético del mundo exterior. El japonés es un pueblo con una fisonomía facial particular, un idioma diferente, escritura diferente, religión diferente, una música y un ritmo particulares, una caligrafía y un estilo artístico propio, una arquitectura singular, hermosos jardines, ceremonia de té, meditación, kimono y vestimentas tradicionales, una cocina rica y variada, todo lo cual confluye en constituir un mundo muy especial y diferente. La combinación entre pasado histórico, cultura antigua, tecnología y modernidad transforman a este país en una de las grandes potencias mundiales y conforman una combinación cultural y humana definitivamente única.
Si bien Tokyo es la mayor urbe del mundo y en ella habitan unos treinta millones de personas, quien camina por sus calles escucha el sonido del silencio. Las personas caminan silenciosa y calmamente, ni siquiera hablan unos con los otros y los automóviles no utilizan sus bocinas. Da la sensación que cada quien vive su vida tranquilamente y está conectado a sí mismo y como mucho al teléfono celular que porta. Estoy acostumbrado a visitar grandes ciudades en las cuales el barullo de sus calles es parte inseparable del paisaje, empero, en Tokyo me sorprendieron el silencio y la tranquilidad que reinan en sus calles.
Los japoneses contemporáneos no tienen mayor idea de quiénes somos o qué somos los judíos por lo que no existe aquí el antisemitismo. A lo largo de la historia no ha habido contacto entre judíos y la tierra del sol naciente y estos llegaron al Japón recién en la era moderna y en pequeño número por lo que nunca tuvieron una presencia demográfica significativa. En el oriente y en el Japón existe una suerte de admiración por los judíos como personas exitosas en el área de los negocios pero no son un factor de relevancia en el ámbito local.
Durante el último siglo se ha desarrollado un fenómeno muy interesante en el Japón y es el de gentiles amantes de Israel. Se trata de sectas cristianas como el caso de la secta Makoya que fue fundada en 1948 por el Prof. Abraham Ikoro Tashima, quien a raíz de un sueño comenzó a cooperar con el pueblo de la Biblia que retornaba a su terruño; y la agrupación “Beit Shalom” que es la asociación de cristianos amantes de Israel en Japón.
Como es sabido, a lo largo y ancho del mundo muchos pueblos son considerados como posibles descendientes de la diez tribus exiliadas poco antes de la destrucción del primero Templo y hay quienes consideran que el pueblo japonés efectivamente desciende de alguna de estas, sobre la que está escrito: “…a las islas de más allá, que no han oído Mi fama ni han visto Mi gloria, y declararán Mi gloria entre las naciones. Y traerán a todos vuestros hermanos de todas las naciones” (Isaías 66) (es de recordar que el Japón es un país conformado por islas en el noroeste del Océano Pacífico).
Las religiones principales en el Japón son el budismo, el sintoísmo y el cristianismo, siendo la segunda la más difundida. Sintoísmo significa literalmente “el camino de los dioses” y se transformó en la religión oficial a mediados del siglo XIX. Hay algunas costumbres sintoístas que se asemejan a las judías, una de ellas es la similitud entre la estructura de los santuarios sintoístas y el tabernáculo y posterior templo de Jerusalém. A diferencia de los templos budistas en los cuales hay estatuas, en los santuarios sintoístas no las hay y creen que su dios es espiritual y carente de cuerpo. Sus santuarios están distribuidos en grados crecientes de santidad, un área en el cual todo creyente puede venir a rezar, otro destinado a los sacerdotes y otra destinada únicamente al sumo sacerdote y es una especie de santo sanctórum. Asimismo, el santuario sintoísta dispone de una pileta para la ablución de manos, un arca sagrada con barras de transporte, y un altar para la quema de ofrendas de arroz y vino únicamente. Tanto los sacerdotes como el sumo sacerdote poseen una indumentaria especial.
Sin embargo, la historia más apasionante respecto de Japón y los judíos es la que no se ha contado. Se trata de una historia entre imaginaria y fantasiosa y permanece solamente en el pensamiento y en los libros de historia. A fines del siglo XIX se propagó en Rusia un libro de propaganda antisemita titulado “Los protocolos de los sabios de Sión” el cual describe un presunto plan judío para apoderarse del mundo y de la economía. Durante su permanencia en Siberia en el año 1919 los japoneses se toparon con este libro y como no conocían a judío alguno inocentemente creyeron todo lo que estaba en él escrito. Inclusive lo tradujeron al japonés para que así el pueblo nipón pueda tener acceso al mismo.
En 1934, a raíz de las persecuciones nazis contra judíos en Europa, los japoneses comenzaron a idear un plan singular para desarrollar su economía que consistía en traer a los judíos perseguidos a las tierras recientemente conquistadas por el Japón en territorio chino. Los japoneses creyeron que los refugiados habrían de potenciar su economía y atraerían inversores judíos de otros países lo cual mejoraría la imagen japonesa a ojos americanos. Este plan recibió el nombre de “Plan Fugu” e implicaba la absorción de un millón de judíos en Manchuria y Shanghái, tierras recientemente conquistadas a los chinos y en las cuales ya existían florecientes comunidades judías. El plan habría de conceder libertad civil y religiosa completa a los judíos así como también establecer una especie de provincia judía independiente, y contemplaba la construcción de escuelas y hospitales especiales para los inmigrantes. El plan fue autorizado por el gobierno japonés en 1938.
Es interesante tratar de entender el nombre del plan: “Fugu”. Se trata de un pez que posee un sabor muy especial pero que además posee sustancias venenosas que si no se procesan tras la pesca y antes de la ingestión pueden afectar gravemente al comensal. Esta era la actitud japonesa hacia el plan, este podría traer enormes beneficios al país pero implicaba asumir ciertos riesgos. En los protocolos se detalla el temor japonés de que los judíos se apoderen de toda la economía nipona lo cual sería nefasto para el país. A final de cuentas, por diferentes causas el “Plan Fugu” nunca se llevó a la práctica. Es interesante imaginar cómo se vería hoy el Japón de haber prosperado la iniciativa.
El Rav Kuk en sus epístolas se refiere al carácter singular de la nación japonesa, sus virtudes especiales y el vínculo particular que puede desarrollar con el pueblo judío:
“Se trata de un pueblo libre e ilustrado, que despierta de un largo sueño con renovados bríos y tiene la posibilidad de contemplar la luminaria israelita con ojos más lúcidos que otras naciones cuya vida espiritual ha sido estropeada por el veneno del odio al judío” (Igrot Reaiá 669, escrita en 1914).
Por Rabino Eliahu Birnbaum