Cada proceso necesita un liderazgo diferente
El pueblo de Israel se apresta a cruzar el Jordán e ingresar a la Tierra prometida. Allí su vida cambiará, y a desafíos inéditos se habrá de enfrentar.
Este es el momento cúlmine de toda la transición que, a lo largo de cuarenta años de deambular por el desierto, dará lugar a una nación, a partir de un pueblo de esclavos. De aquí en más la vida será otra; el enfrentamiento cotidiano se referirá a las necesidades normales de un pueblo y no más al riesgo de lo imprevisible. Por tanto, también las estructuras de liderazgo y poder habrán de cambiar.
Moshé era conciente de todo ello. El había sido el visionario, el soñador que enseñó a todo un pueblo a soñar una utopía, que estaba a punto de plasmarse en realidad. Había liderado la liberación de un pueblo que no tenía voluntad de ser liberado; y lo había dirigido a través del desierto, en una etapa en que todas las necesidades vitales de su gente fueron satisfechas de modo milagroso. El discurso a través del cual Moshé ejerció durante todos esos años el poder apelaba a la fe, al pensamiento mágico, a la expectativa de una verdadera y colectiva redención.
“En ese momento rogué a Dios”, expresa Moshé a su pueblo: “Te imploro me dejes pisar para que pueda contemplar la buena tierra que hay al otro lado del Jordán (…). Pero el Eterno estaba irritado conmigo por vuestra culpa y no quiso escucharme. Y respondió: Sube a la cima de la “pisgá” y alza tu vista hacia el occidente, hacia el norte, hacia el sur y hacia el oriente, y mira lo que alcancen a ver tus ojos, porque no has de pasar este Jordán (…)”.
Moshé sabía ya que la estructura de poder debía cambiar luego del cruce del Jordán; era consciente de que no seguiría ejerciendo su liderazgo; y hasta había procurado la elección en vida de Iehoshúa, su sucesor. Su ruego al Creador tenía por objetivo la realización de un sueño largamente alimentado y trabajado: Moshé estaba dispuesto a entrar a la Tierra de Israel como un hombre más, como otra oveja del rebaño que lideraría su sucesor.
Y es que cada época, cada momento histórico, cada contexto – en última instancia, cada proceso de cambio- necesita de su líder específico. Se corre severo riesgo de errática desorientación y dispersión de los esfuerzos, cuando una sociedad es guiada por un líder inadecuado para las circunstancias específicas, cuando los esfuerzos de la dirigencia y los de la sociedad caminan por senderos desencontrados, y no existe entre sus tácticas y estrategias una verdadera y fluida comunicación.
El líder debe ser una proyección del pueblo en tiempo presente, en su real situación. Debe abarcar el peso de su memoria y el vuelo de sus objetivos. En base a todo esto, concluyen nuestros sabios que no fue rigurosamente un “castigo” el que Moshé no entrara a la Tierra… sino el único modo en que era posible evitar toda interferencia del pasado en el proceso que viviría el pueblo de Israel luego del enorme salto cualitativo que significaría el cruce del Jordán.
La gravedad del castigo se ve mitigada, al mismo tiempo, por el permiso que otorga el Creador a Moshé de “mirar” la tierra que físicamente no podrá pisar. La singularidad humana de Moshé se conecta con la singularidad de La Tierra, la utopía inmaterializable se torna realidad en la interpenetración de un hombre que ansía intensamente y “ve”, y una tierra que se descubre ante él en su maravilloso esplendor.
El sueño se mantiene en su carácter de realidad alternativa, de universo ajeno a la conciencia ordinaria, pero roza lo fenomenológico en la conexión final entre el espíritu de Moshé y la ratificación sensorial que la tierra le ofrece al hacerse visible para él. “No has entrado en mí -parece decir- pero yo entro por la puerta de tus ojos”; y la conciencia de Moshé puede, ahora sí, reposar en tranquilidad, porque la imagen que soñó es, inobjetablemente, verdadera realidad.
Rabino Eliahu Birnbaum