Comentario a la parashá Emor

El sentido de la vida y la muerte

Un humbre vivo. Aunque sea el hombre más simple, el más vulgar, el más malvado o aun el más delincuente, no puede transmitir impureza ritual (tumá).

En camibo, el hombre muerto, aunque hay sido el hombre más justo o el más santo o el más puro, dado que su alma ha sido tomada de él, transmite impureza ritual.

De este modo, a través de las leyes concernientes a la pureza ritual, la Torá nos brinda una muestra más del valor de la vida. En el momento en que la vida se interrumpe, el daño es enorme y la herida irreparable: el hombre se convierte en un cuerpo que contamina.

A los Cohanim les está prohibido contaminarse a través del contacto con un cadáver. El Cohen simboliza el culto Divino en la casa de Dios. Por lo tanto, la vida es su símbolo y señal: el Cohen debe alejarse del símbolo opuesto, de la anti’vida: la muerte.

La Torá advierte a los Cohanim no acercarse al muerto. No sólo les está prohibido tocarlo, sino también pararse a su lado. En realidad, todo tipo de contacto con el muerto provoca la impureza ritual del Cohen, y esta ley está aún en vigencia en nuestros días, por lo cual a un judío que es Cohen le está prohibido ir al cementerio, o entrar en una casa donde haya un muerto.

Sin embargo, hay ocasiones en que los Cohanim se ven obligados a contaminarse acercándose a un muerto, pues el Cohen debe participar del entierro de los siete parientes más cercanos: su esposa, su padre, su madre, su hijo, su hija, su hermano y su hermana. También está obligado a ocuparse del entierro de la persona pobre o abandonad que no tenga quien se ocupe de ella (un muerto de mitzvá). El ocuparse del entierro de un muerto es considerado como una de las obligaciones superiores del hombre. Por ello, el Cohen no puede utilizar su condición de tal para evadirse de esta responsabilidad con respecto a sus parientes más cercanos o a la persona que no tiene quien se ocupe de su entierro.

Las prohibiciones impuestas al Cohen con respecto al contacto con el muerto nos enseñan tanto acerca de la naturaleza de la muerte, como acerca de la importancia de la vida.

¿Cómo podemos explicar la impureza que se produce por el contacto entre un hombre vivo y un hombre muerto?

La muerte es el fin natural e inevitable, que nos espera pacientemente al final del camino. Sin embargo, el hombre no vive, generalmente, con la conciencia permanente acerca de la muerte, ni la sombra de ésta. El hombre es un ser dinámico que vive y cree en sí mismo, en su propia fuerza y en su propia vida. Sin embargo, el encuentro con la muerte concreta puede hacer tambalear esta actitud del hombre. El peso de la realidad de la muerte puede ser más fuerte que el de la conciencia acerca de su existencia.

La visión sorprendente del hombre que hasta hace pocos instantes estaba con vida, respiraba y sentía, y que respentinamente deja de respirar, puede sacudir al hombre y estremecerlo con el pensamiento de que “el hombre no vale nada”, “que no vale la pena esforzarse”, “para que luchar”. Este encuentro con la muerte provoca un sentimiento de pesimismo, que puede conducir a pensamientos individuales y sociales perjudiciales, y por ende se produce la “contaminación”.

El sistema de impureza ritual es un medio de defensa del espíritu del hombre ante la muerte. Como todo contacto con la muerte contamina, el ritual permite la vuelta al equilibrio, al pensamiento adecuado, para liberarse de la “filosofía del cementerio”, y se puede entonces volver a tener fe en el valor de su alma y de su vida.

El judaísmo no se relaciona con la muerte como un problema de higiene o limpieza. En el mundo antiguo el velatorio y entierro de los muertos se prolongaba durante muchos días. También hoy se acostumbra a honrar al muerto no llevando a cabo el entierro en forma inmediata, haciéndole permanecer entre los vivos mientras tanto sea posible.

Para el judaísmo, sin embargo, cuanto menor sea el tiempo que transcurre entre la muerte y el entierro, es mejor. El judaísmo considera que la vida y la muerte son fenómenos reales, pero trata de llevar al hombre al equilibrio adecuado entre ambos elementos, por lo cual se hace necesario diferenciar con la mayor celeridad entre los vivos y los muertos.

Es posible señalar otra profunda diferencia entre la vida y la muerte. En el momento de su muerte, el hombre ve a la vida como una serie de momentos pasajeros, y a la muerte como el fenómeno permanente y firme. El judaísmo nos enseña lo contrario: la vida es permanente y firme, mientras que la muerte es algo pasajero y temporal.

Mientras vive, el hombre debe enfrentarse a la relación entre lo temporal y lo permanente. La muerte enfrenta al hombre con el conflicto entre la temporalidad y la permanencia. En esta relación radica el secreto de la existencia. La vida del hombre se caracteriza por la búsqueda de algo duradera, algo que permanezca a lo largo de todos los cambios y trancisiones. En ello consiste la búsqueda del sentido de la existencia humana el hombre busca la existencia metafísica más allá de la mera existencia física.

Desde el punto de vista físico, el hombre depende de las leyes del espacio y del tiempo. A nivel metafísico puede superarlas. Esto explica la necesidad de cultura, de la fe, de algo que le conceda al hombre un sentido de permanencia en el mundo.

La muerte es un fenómenos físico que tiene lugar en la dimensión del espacio. El sentido es un hehcho metafísico que existe en la dimensión del tiempo. En forma paradójica, el hombre puede “vencer” a la muerte en la dimensión del espacio, en cuanto exista en el mundo del sentido, en la dimensión del tiempo, y la muerte sea percibida como temporal y secundaria en relación a la continuidad y la permanencia de la vida espiritual en el mundo del sentido.

El judaísmo santifica a la vida y ve en ella una característica verdaderamente humana. El hombre santifica su vida mediante la constante búsqueda de sentido a su existencia.

Rabino Eliahu Birnbaum