Exhumación de muertos y muertos que se mueven

A lo largo de los años en los que me desempeñé como rabino en la diáspora, atendí diferentes pedidos de exhumación a los efectos de enviar los restos a la Tierra de Israel para ser enterrados pues allí es donde residen los familiares del fallecido, pueden visitar la tumba y honrar su memoria.

Trataré de describir un caso de exhumación de restos mortales que parece extraído de un libro de ciencia ficción o de un film de terror y de esa forma explicar el marco halájico en el cual este tema se maneja. Una familia hizo aliá desde Montevideo – Uruguay y me pidió que los ayude a trasladar los restos de su padre ya fallecido hacía ya treinta años del cementerio local al de Petaj Tikva-Israel. Una vez ya realizados todos los preparativos correspondientes, fijé día y hora para ejecutar la tarea y pedí al personal que haga todos los arreglos previos necesarios para recoger los restos mortales, esto es, retirar la lápida y realizar una primera excavación que llegue al nivel de la tapa del ataúd.

Cuando llegué al cementerio todo estaba listo, descendí al foso excavado y con mucho cuidado comencé a revisar la tierra para encontrar los huesos del difunto. En las veces anteriores que realicé esta labor siempre pude encontrar la parte principal del cadáver y a su alrededor muchos huesos diminutos. Esta vez no encontré nada. La tumba estaba completamente vacía. Estando aún dentro del foso comencé a llamar a expertos en la materia de Israel y el mundo y les pregunté si es razonable que en una tumba no se encuentre el cadáver. Su unánime respuesta fue: “no es razonable, debes al menos encontrar algunos huesos”. Sin embargo, tras denodados esfuerzos y tenaz búsqueda no logré encontrar nada.

Repentinamente vino a mi memoria un hecho que había ocurrido la semana anterior. Uno de los veteranos miembros de la comunidad judía del Uruguay, sobreviviente del holocausto y gran persona, me pidió que lo acompañe a adquirir un lugar para él y para su señora en el cementerio. El tesorero de la comunidad se alegró de sobremanera ya que la venta habría de ingresar una importante suma a las arcas de la institución; y me pidió que acompañe al Sr. Zyman al cementerio a elegir lugar y que le ofrezca una ubicación especial a un precio honorable.

Caminando junto al Sr. Zyman en el cementerio le mostré un sitio en la primera fila del corredor principal de modo tal que todo aquel que entre pueda ver la lápida con su nombre grabado en ella. El Sr. Zyman, judío oriundo de Polonia, con su gran sentido del humor me respondió: “Rabino, sin duda que es un sitio muy bonito, tiene buen aire y paisaje, ¡pero no es para mí!” Sorprendido por su comentario le pregunté a qué se debía semejante conclusión. “Rabino, yo sufro de dolores en la espalda y en esta parte del cementerio hay corrientes subterráneas de agua…”. Finalmente el Sr. Zyman compró ese sitio para sí y para su esposa a pesar de los dolores de espalda y recibí las felicitaciones correspondientes por parte del tesorero.

Cuando me encontré parado en la tumba vacía antes mencionada, le pregunté al director del cementerio si es posible que en esta área del cementerio haya corrientes de agua subterránea. Su respuesta fue afirmativa ya que nos hallábamos al nivel del mar lo cual hacía que fluya agua entre las tumbas.

Observé la leve pendiente del suelo y le pedí al director del cementerio que abra la tumba contigua. Tras varias horas de excavación grande, fueron nuestra alegría y nuestra sorpresa al encontrar el cadáver perdido. El cuerpo de la primera tumba se movió a influjos de las aguas subterráneas desplazándose unos tres metros hasta terminar abrazado al de la segunda. El lector escéptico se preguntará si fue posible diferenciar entre los restos de los dos cuerpos. Felizmente no necesité recurrir a los métodos adivinatorios del Gaón de Vilna, ya que los cadáveres se encontraban uno encima del otro, el cadáver que se desplazó quedó encima de su “huésped” y esto era fácilmente reconocible. Tras un esforzado y sutil trabajo logré exhumar los restos, colocarlos en una caja y enviarlos a Petaj Tikva.

La labor de exhumación (en hebreo “likut atzamot” o “pinui atzamot”) era muy común en la antigüedad. Tras pasar unos años en los que el cuerpo se desintegraba, se recogían los huesos y se los colocaba en un panteón familiar junto a los restos de otros parientes y de esa manera se liberaba espacio para inhumar a otro difunto.

Actualmente no acostumbramos a exhumar o enterrar en dos etapas salvo en casos especiales en los que por razones personales se requiere trasladar al difunto de una tumba a otra, mayormente de un cementerio de la diáspora a otro en la tierra de Israel. Asimismo, dado que hoy en la exhumación y posterior inhumación mayormente los restos se encuentran en ataúdes, el Gaón de Munkatsch sentenció que cuando se traslada el cadáver de esta manera no se trata de un caso de “likut atzamot” (Responsa Minjat Elazar 4:12).

El sitio donde el difunto fue enterrado se considera en la halajá como aquél donde tiene descanso eterno, por lo que debe ser respetado y se prohíbe trasladar los restos a menos que medie un justificativo de peso. La halajá prohíbe mover al difunto de su tumba ya que “su honor está en el sitio de su reposo” (“kvodó bimkomó munaj”). Por esta razón, el fallecido no debe ser trasladado de una tumba a otra. El Shulján Aruj sentenció lo siguiente:

“No se traslada al difunto o sus huesos de una tumba honrosa a otra ni de una sencilla a otra y no es necesario explicitar que tampoco de una honrosa a otra  sencilla” (Ioré Deá 363:1, la norma tiene su origen en el Talmud Jerosolimitano Tratado de Moed Katán 2:4).

La línea argumental central por la que se prohíbe el traslado de un  cadáver de una tumba a otra es desarrollada por el Rav Iosef Caro en su comentario Beit Iosef: “La razón por la cual no se traslada un cadáver de una tumba a otra es que genera desconcierto en el muerto, pues teme del día del juicio” (Ioré Deá 363). Si bien nosotros no entendemos cuestiones ocultas ni del ámbito de los muertos, entendemos que al difunto le resulta incómodo ser retirado de la tierra a la que regresó.

El Talmud Babilonio en el Tratado de Baba Batra (154(A)) explica que abrir la tumba deteriora al cadáver y es una afrenta al honor del fallecido. Los juristas dan diferentes explicaciones respecto del tenor del deterioro que conlleva la apertura de la tumba. El “Nodá Biehudá” (Ioré Deá 89) entiende que el Talmud se refiere a retirar un cuerpo en proceso de descomposición, lo cual nos da una imagen poco digna del fallecido. Por lo tanto, no hay deterioro si la exhumación se realiza varios años después de fallecida la persona y es claro que no hay sino huesos. Por su parte, el Rav Tikotschinsky (Guesher HaJaím 26:10) deduce del Talmud Jerosolimitano que la misma exhumación es en sí un acto deshonroso para con el difunto, y por lo tanto, el problema persiste aunque sólo hayan huesos.

De los conceptos vertidos por el Rav Fainstein surge que la raíz de la prohibición reside en el precepto de dar sepultura, el cual queda sin efecto a la hora de la exhumación: “Dado que el precepto de dar sepultura implica que el difunto permanezca enterrado por siempre hasta la resurrección de los muertos… resulta que quien abre una tumba trasgrede con sus propias manos el precepto positivo de enterrar… aunque tenga la intención de volver a inhumarlo” (Igrot Moshé, Ioré Deá II inc.151).

Las razones más comunes que justifican halájicamente una exhumación son la preocupación por el bienestar del difunto o el de la sociedad. Por ejemplo, si se teme por la integridad de la tumba en virtud de inclemencias climáticas o el daño que un humano pueda infligir. Causal de exhumación puede ser si un judío es enterrado en un cementerio gentil, o en un sitio que no le pertenece, o en tierras públicas, o en un sitio que puede deteriorarse o donde se filtra agua. Una tumba que perjudica a la comunidad puede ser trasladada, se puede trasladar un cuerpo al panteón familiar o a la tierra de Israel a los efectos de que pueda ser visitada por sus parientes etc. De todas maneras, siempre se debe tomar en consideración una amplia gama de parámetros como pueden ser el tiempo que lleva enterrado el cuerpo, su estado de conservación y  el estado del ataúd.

Rabí Iosef Caro sentenció en el Shulján Aruj: “Si se trata de un traslado al panteón familiar – se permite, aunque sea de una tumba honrosa a una muy sencilla, puesto que para una persona es agradable encontrarse junto a sus antepasados. Asimismo, si es para enterrar al difunto en la tierra de Israel  – se permite. Si fue enterrado provisoriamente – se lo puede exhumar. Si el cadáver no se preserva en la tumba, o se teme que no judíos lo desentierren, o que se filtre agua, o si se trata de una tumba que se descubre en medio del terreno de un particular – es preceptivo trasladarlo” (Ioré Deá 363).

Quiera Dios que se cumpla en nosotros lo dicho por el profeta Ieshaiahu (25:8): “Tragará a la muerte para siempre. Y el Eterno enjugará las lágrimas de todos los rostros. Y el oprobio de Su pueblo lo quitará de toda la tierra, porque el Eterno así lo ha dispuesto”.

Por Rabino Eliahu Birnbaum