Bendito sea Dios que libera a los prisioneros

Por excederme en la velocidad a la hora de conducir un vehículo, por complicarme con un soldado del ejército boliviano y por hacer propaganda sionista en Cuba. Sobre distintas detenciones que sufrí en mis diferentes viajes y las originales maneras por medio de las cuales logré liberarme.

A Dios gracias nunca estuve preso pero sí he tenido el “privilegio” de estar detenido en una serie de países alrededor del mundo. A continuación les habré de detallar las circunstancias que me llevaron a semejante situación y las experiencias vividas.

Una investigación camino a un sepelio

Hace ya varios años, cuando era el Gran Rabino de la comunidad Israelita del Uruguay me fui de vacaciones junto a mi familia a una playa lejana y apartada. Como es típico en el caso de rabinos, mis vacaciones se vieron interrumpidas en virtud del fallecimiento de un miembro de la comunidad. Por la mañana recibí la notificación de que la persona había fallecido y que el entierro se llevaba a cabo en horas del mediodía. Por cuanto que me encontraba vacacionando, no iba vestido con vestimenta “de etiqueta”, o sea, con saco y corbata. Me despedí de mi familia y emprendí el viaje de varias horas en dirección al cementerio judío local.

En virtud de que quería llegar temprano al entierro a los efectos de acompañar a la familia e indicarle los pasos a seguir viajé a una velocidad excesiva. Por respeto hacia el lector no he de especificar qué número marcaba el velocímetro, solo diré que era sesenta kilómetros por hora por encima de lo permitido. Dado que me disponía a cumplir con uno de los preceptos que por su encumbrada importancia los sabios dicen que sus dividendos se reciben en este mundo mas el capital solo en el venidero, asumí que recaería sobre mí el principio de que “un enviado para cumplir una mitzvá no sufre percances”, pero se ve que me equivoqué.

Tras dos horas de viaje un patrullero con su sirena encendida comenzó a perseguirme. Una vez que me detuve, el agente policial descendió de su vehículo se acercó a mí y me preguntó el motivo de mi excesiva velocidad.  Mi respuesta fue sincera: soy el Gran Rabino de la comunidad israelita y estoy camino al cementerio para oficiar un entierro. El agente policial vio mi atuendo informal que consistía en unos jeans y una T shirt, me miró de reojo y dijo: “Así como el Obispo de la ciudad tiene un atuendo especial, esperaría del Gran Rabino que también vista ropas dignas de su función”. Todas mis explicaciones respecto de que estoy vestido informalmente en virtud de que regreso de mis vacaciones no surtieron efecto. El policía pidió ver documentación que me acredite como Gran Rabino del Uruguay. Intenté explicarle que no existe semejante documento mas él no se convenció y me llevó a la estación de policía más cercana a los efectos de continuar la investigación. Una vez allí el agente quiso abrirme un caso por exceso de velocidad e intento de suplantación de identidad. “Este individuo se quiere hacer pasar por el Gran Rabino de la ciudad de Montevideo pero con este aspecto es imposible que lo sea”. Tras dos horas de detención y la intervención del presidente de la comunidad quien envió un fax certificando cuál era mi posición comunitaria logré salir en libertad y llegué al cementerio al momento mismo del entierro.

“Prueba oficial”

Hace muchos años salí de paseo con mi señora en dirección a Perú y Bolivia. En determinado momento del viaje teníamos que cruzar la frontera entre Bolivia y Perú y elegimos hacerlo por el lago Titicaca, el segundo mayor lago de Sudamérica a 3821 metros de altura por sobre el nivel del mar en medio de los Andes.

Llegamos con el autobús al lago y tras la revisión de los pasaportes nos dispusimos a cruzar el lago en un ferry. El autobús se detuvo y yo procuré un excusado. En la puerta de un edificio sobre el cual ondeaba la bandera boliviana se encontraba de guardia un soldado de ese país al cual con toda inocencia pregunté dónde estaba el baño. El soldado me indicó que fuera a la izquierda y luego a la derecha pero rápidamente me di cuenta que no me estaba enviando al sitio correcto. Volví hacia donde se encontraba el soldado y me percaté de que vestía un cinturón cuya hebilla lucía una esvástica. Por un momento perdí la paciencia y comencé a gritarle, quizás por haberme enviado a un sitio equivocado pero principalmente por la esvástica. “¿Cómo te comportas?”- le increpé. “¿Por qué no me indicaste la ubicación correcta de los baños?” “¿Qué ejemplo de soldado está dando?” “¡Eres una vergüenza para el ejército boliviano!” etc.

Luego volví a donde se encontraba mi señora, subimos al ferry que nos haría cruzar el lago. De inmediato se nos acercó un grupo de ocho soldados bolivianos y me pidieron que los acompañe al cuartel. Por un instante no entendí qué pasó ni qué querían. Es importante entender que tanto en América Latina como en países del oriente las leyes no siempre son claras y las fuerzas de seguridad las van elaborando en el momento conforme su parecer o comodidad por lo que es difícil predecir qué puede ocurrir en los diferentes momentos.

Al llegar al cuartel rodeado de soldados y acompañado por los llantos de mi mujer, un oficial me acusó de haber ofendido a la bandera boliviana, lo cual es una “falta grave”. Según dijo, mis gritos no solo fueron una ofensa para con el soldado y el ejército boliviano sino que también ofendieron a la máxima insignia del país. Tuve un par de horas para pensar sobre mi defensa. Preparé un discurso emotivo y una línea argumental para exponer ante el oficial que me interrogaría.

Una vez llegado le dije: “Señor oficial, lamento profundamente lo que hice pero en ningún momento tuve la intención de ofender a la bandera boliviana. Yo respeto al país, sus soldados y su insignia. Yo soy ciudadano israelí y oficial en el ejército de defensa de Israel y como usted sabe nuestros países son amigos y nuestros ejércitos cuentan con instancias de cooperación mutua. ¿Cómo habría de osar ofender a un soldado del ejército boliviano? No fue esa mi intención”. El oficial me miró y me dijo: “tiene razón, pero… ¿cómo he de cerciorarme de que usted es un oficial del ejército israelí? ¿Tiene algún documento que lo identifique como tal?” Le expliqué al oficial que yo ya estaba en servicio de reserva por lo cual no llevaba conmigo una identificación. “Entonces-me dijo- usted no puede dejar el cuartel y será enjuiciado, sólo podrá irse si demuestra ser oficial del ejército de su país”.

De repente se me ocurrió una idea original. Vi que cerca nuestro habían unos fusiles, y le dije: “puedo demostrar que soy oficial del ejército- exclamé, deme un fusil y yo se la desarmo y vuelvo a armar con los ojos cerrados y así le habré demostrado mi condición de militar”. Al oficial le gustó la idea y me dijo: “si lo hace queda libre”. Afortunadamente en ese tiempo todavía tenía fresco el entrenamiento recibido durante el servicio obligatorio y logré desarmar y armar el fusil con una venda sobre los ojos en un tiempo razonable. Mi interlocutor quedó boquiabierto y me dijo que sin duda yo era un oficial del ejército israelí, hasta estrechó mi mano con orgullo y así, cinco horas después de haber sido detenido puede subir al ferry que nos condujo al Perú.

Una bendición desde Jerusalem

Mi siguiente detención tuvo lugar en Papúa Nueva Guinea hace cuestión de unos meses cuando visité a la tribu Gogodala que sostiene poseer raíces judías. Salí a tomar fotos del mercado de una de las islas empleando un drone que se maneja a control remoto. A los pocos minutos de tomar fotos llegó un jeep y un soldado del ejército local me gritó que en esa área está prohibido el uso de Drones por cuanto que es a minutos de la frontera entre Indonesia y Australia. De inmediato me hizo subir al jeep y me condujo a una estación de policía a los efectos de interrogarme. No he de negar que me puse nervioso y demás está decir lo agradable que fue estar detenido en Papúa Nueva Guinea.

Se trata de un país profundamente cristiano, por lo que opté por una estrategia diferente a la empleada en Bolivia. No me presenté como militar sino como religioso. Le expliqué al oficial que soy rabino y vengo de la sagrada ciudad de Jerusalem, allí donde vivió Jesús una temporada. Cuando mencioné Jerusalem vi que los ojos del oficial y los soldados comenzaron a lagrimear. En ese momento ofrecí al oficial bendecirlo junto a sus soldados cumpliendo así con el versículo que dice “quienes te bendigan serán benditos y quienes te maldigan serán malditos”. El oficial cambió de gesticulación y de enemigo se transformó en querido entrañable. Coloqué mi mano sobre su cabeza y lo bendije en hebreo y en inglés. Luego nos sentamos a tomar un café en la estación de policía y conversamos sobre diferentes temas relacionados a la fe y las creencias para luego despedirnos y así, acto seguido, regresé al hotel. Por supuesto que un pequeño obsequio no estuvo de más ya que en esa parte del globo no conocen lo dicho por nuestro Rey Salomón en cuanto a que “quien odia presentes vivirá”.

La primera vez que visité la ciudad de La Habana en Cuba este era un país estrictamente comunista y su gobernante era Fidel Castro. Cuando me dispuse a visitar la comunidad judía local mis amigos me advirtieron que no lleve conmigo material escrito en hebreo ni sobre temas de judaísmo o sionismo. Lamentablemente no les presté atención y en mi bolso llevaba revistas en hebreo y material sionista. Los funcionarios de migración decidieron revisar mi bolso de mano y allí encontraron el material en cuestión. Tras mirarlo detenidamente me dijeron que se me acusaba de querer introducir propaganda sionista al país isleño por lo que me llevaron detenido para ser interrogado por un oficial migratorio de mayor rango. Durante tres horas fui interrogado hasta en lo más nimios detalles vinculados a mi visita. El diálogo se llevó a cabo en un ambiente de sospecha máxima, hasta que el oficial me preguntó dónde me domiciliaba. Cuando le respondí que vivía en el Kibutz Sa´ad en Israel sus ojos brillaron de alegría y emoción y me preguntó: “¿vive usted en un kibutz? El kibutz es una sociedad socialista como Cuba. Nosotros estudiamos mucho sobre el kibutz y si usted proviene de uno, aquí en Cuba se sentirá como en su propia casa. ¡Bienvenido!

Las bonitas palabras del oficial no me liberaron de tener que ser seguido, durante toda mi visita por el servicio secreto cubano, el cual quería cerciorarse de qué exactamente hacía en su país, pero al menos, me permitieron visitar a nuestros hermanos, los judíos de Cuba.

Por Rabino Eliahu Birnbaum