El mes pasado “tuve la suerte” de visitar dos países que atraviesan profundas crisis: Venezuela y Ucrania.
En ambos países no cabe duda que las comunidades judías locales se ven afectadas por la situación del país. No soy ni sovietólogo ni politólogo, empero procuraré explicar la arista judía de la situación tal como la percibí en mis visitas a las ciudades capitales de Caracas y Kiev.
La comunidad judía venezolana es nueva comparada con la ucraniana cuyos orígenes nos retrotraen miles de años en el pasado. Los primeros judíos arribaron a Venezuela en el siglo XVII y se trató principalmente de descendientes de criptojudíos provenientes de las islas del Caribe. En un principio se establecieron en la localidad de Coru en el noreste del país y de allí migraron a la ciudad de Caracas. Sin embargo, no fue sino hasta el siglo XIX que se organizó la primera comunidad judía a instancias de olas migratorias provenientes del Brasil, África del Norte (especialmente de Marruecos) y Curaçao. Posteriormente, muchos judíos se dirigieron a Venezuela tras finalizar la Primera Guerra Mundial y antes del estallido de la Segunda. Un número aún mayor de judíos llegó al país tras el Holocausto.
A diferencia del caso venezolano, los primeros judíos que se asentaron Ucrania lo hicieron en el siglo séptimo durante la existencia del Reino de los Khazares. Las tradiciones históricas narran que judíos arribaron a los dominios del príncipe Vladimir provenientes del Reino de los Khazares e intentaron convertirlo al judaísmo, empero este optó por abrazar la fe cristiana. Benjamín de Tudela recuerda a Kiev como una “populosa urbe de judíos”. En el siglo XII llegaron a Ucrania judíos provenientes de Europa Central y en los siglos XV y XVI judíos provenientes de Polonia. De todas maneras, es importante señalar que los judíos ucranianos son considerados parte de la judería rusa, o en la práctica, de los imperios ruso y soviético ya que el país recién recibió su independencia en 1992.
En la actualidad viven en Ucrania unos 300.000 judíos 200.000 de los cuales residen en la capital Kiev, si bien las estimaciones demográficas oscilan entre 100.000 y 500.000 careciéndose de la posibilidad de establecer un número preciso. Existe un total de cien comunidades judías en todo el país siendo algunas de estas de importancia y otras más pequeñas. Además de la ciudad capital, existen comunidades judías en Tomer, Berdichev, Odessa, Nikolaiev, Jarkov y Lemberger (Lvov), Chernobyl (Sadigura), Dniepopetrovsk, Medziboz (la ciudad del Baal Shem Tov). En Uman, la ciudad donde está enterrado Rabí Najman de Breslav, habitan unos cincuenta judíos amén de las decenas de miles que peregrinan anualmente a esa localidad.
Ambas comunidades comparten una fuerte sensación de que tienen “los días contados” y se encuentran en medio de un “combate de retirada”. Asimismo, los judíos de ambas comunidades expresan su sensación de inseguridad y especialmente de incertidumbre respecto del futuro de los países tanto en su condición de judíos como de ciudadanos.
Existen factores comunitarios internos que fijan el carácter de la vida judía tales como la identidad judía, la educación judía, la demografía, la economía, la aliá y la inmigración. Sin embargo, estos factores son sólo parte de un complejo rompecabezas que influye sobre la existencia judía ya que existen factores externos ajenos al judaísmo que influyen en la vida comunitaria tales como la geopolítica, la globalización, el desarrollo de la ciencia y la tecnología, las tendencias demográficas globales, los cambios culturales, el antisemitismo y la actitud del cristianismo y el islam hacia el judaísmo.
Estos factores hacen que la situación de las comunidades judías de la diáspora resulte heterogénea no solo en virtud de la diversidad existente entre los diferentes judíos sino además por las diferencias existentes entre los entornos en los que estos habitan, las características de la sociedad mayoritaria y la situación política del país.
No cabe duda de que las comunidades judías venezolana y ucraniana se ven afectadas por las crisis que han sobrevenido sobre los países. En ambos casos los judíos viven en estado de incertidumbre no solamente respecto al futuro sino al salir diariamente del hogar camino a los diferentes quehaceres. En Caracas casi que no hay productos en las tiendas e incluso escasean artículos de la canasta básica. Las personas relatan con gran sentido del humor cómo deben formarse durante horas en largas filas para poder adquirir aceite, leche o papel higiénico, suelen salir poco de sus casas en general y especialmente se abstienen de hacerlo por las noches. Cada salida implica un gran riesgo ya que personas hambrientas pueden detener al transeúnte o a quien conduce su vehículo para robarle dinero, el reloj o cualquier otro objeto de valor. Este es el origen de la “costumbre” existente en el país de no detenerse ante semáforos en rojo, no sea cosa que sean asaltados a punta de pistola.
Sin embargo, a pesar de las semejanzas entre las crisis políticas imperantes en ambos países, existe a mi entender una gran diferencia entre los judíos de Venezuela y los de Ucrania. Los primeros son “nuevos en el país” ya que no residen en el país más que un siglo. Por ello, su identidad nacional es débil y hasta casi nula. No se sienten parte del ser nacional ni de la revolución, no piensan en el futuro de Venezuela como país sino en el suyo propio como comunidad o como empresarios. Cuando comenzó la crisis, no intentaron cambiar la situación por medio de un intenso involucramiento, sino que simplemente comenzaron a emigrar hacia los países vecinos tales como Panamá, Costa Rica o Estados Unidos. En Venezuela vivían 20.000 judíos en el año 2000 y hoy no quedan más que 7.000-8.000. La reducción fue de más de un cincuenta por ciento y no está dicha aún la última palabra.
Por su parte, en Ucrania la situación es radicalmente diferente, los judíos residen el país hace ya siglos y se sienten parte integral del colectivo nacional.
En efecto, se sienten parte integral del país. En Ucrania vivió el más alto porcentaje de judíos de todas las repúblicas de la ex-Unión Soviética. Los judíos se sienten parte de “la nación ucraniana” y por ello también lucharon por esta. Su identidad es ucraniana, y más aún, su identidad judía está vinculada a su identidad ucraniana. Ellos se sienten parte del pueblo judío, pero en no menor medida, y quizás en mayor medida, parte de la nación ucraniana. Por ello, en las últimas manifestaciones que tuvieron lugar en la plaza central de Kiev no era de sorprender ver jóvenes judíos en la primera línea de fuego. Ellos sentían que luchaban como judíos para construir a Ucrania.
La identidad nacional y la profunda pertenencia a la nación ucraniana traen aparejadas implicancias respecto del vínculo al pueblo judío y al Estado de Israel ya que por una parte el compromiso ideológico y social hace descender el nivel de antisemitismo transformando al judío en un miembro más de la nación ucraniana empero por la otra crea un distanciamiento del pueblo judío y de la necesidad de hacer aliá al Estado de Israel por motivos sionistas e ideológicos. Al final de cuentas, la cuestión central es la referente a la identidad, a la cuestión del hogar y la familia. Todo joven judío ucraniano precisa responder a las interrogantes de ¿Cuál es mi pueblo? ¿Cuál es mi familia? ¿Dónde está mi hogar? ¿A quién pertenezco?
En los últimos veinte años el 70% de los judíos del área de la ex-Unión Soviética abandonaron el país, algunos fueron a Israel y otros emigraron a Alemania, Canadá y los Estados Unidos. Actualmente los judíos ucranianos nuevamente piensan en la aliá, pero están divididos entre los jóvenes que desean quedarse y defender la patria y los mayores que ven en Israel y otros destinos un refugio seguro para sí.
En el mundo posmoderno la identidad judía es una identidad renovada. La identidad no está marcada únicamente por haber nacido judío sino a partir de la construcción de una identidad personal ladrillo tras ladrillo. La identidad judía de muchos de los jóvenes en el mundo judío incluye también un elemento de reparar o mejorar el mundo, de preocupación no únicamente por el pueblo judío, sino que también por la sociedad general. Esto nos indica que las vías de conexión de los jóvenes al judaísmo pasan también a veces por campos extraños y no siempre sabemos cuál es el camino que los habrá de conducir a su identidad judía.
Por Rabino Eliahu Birnbaum