La incineración de cadáveres

Les quiero compartir una anécdota de los días en que ejercía como Rabino Principal de la comunidad judía de Uruguay. Un día se acercó a mí una señora sexagenaria y sola cuyos padres murieron en el holocausto y fueron incinerados en los crematorios de Auschwitz, desde donde ascendieron al cielo y fueron convertidos en cenizas. La señora en cuestión vino con una petición: “así como mis padres fueron cremados yo pido que cuando muera mi cadáver sea incinerado y al igual que ellos reducido a cenizas y que estas sean esparcidas por el cementerio judío”. Si bien el dolor de mi interlocutora y su necesidad me eran comprensibles, sus palabras me sorprendieron por su vehemencia.

Disculpe señora – le respondí – pero creo que si usted quiere cremar su cuerpo cuando llegue a los ciento veinte se equivocó de dirección pues como usted sabe la costumbre judía es muy clara en cuanto a que no se incineran cadáveres, ¿por qué entonces se dirige con semejante pedido al rabino comunitario? La mujer respondió con un tono de perplejidad: “quiero que mi cadáver sea incinerado y las cenizas esparcidas por el cementerio judío y no que se depositen en una urna en el cementerio gentil, además, quería pedirle que tras mi fallecimiento alguien de la comunidad diga por mí kadish”.

Traté de convencerla, empleando diferentes recursos retóricos, le dije que llegado el momento sea enterrada en el cementerio judío de acuerdo a la tradición, agregué que si fuera posible consultar a sus padres estos no estarían de acuerdo con la cremación, a lo que me respondió que ella los conoció y ellos asentirían. Esgrimí un argumento teológico diciéndole que el Kadosh Baruj Hú seguramente no estaría de acuerdo con la incineración de su cadáver a lo que me respondió que el Eterno escogió ese procedimiento para sus padres por lo que sin duda se trata de una acción noble. Le expliqué que si se enterraba en el cementerio dejaría tras de sí una lápida que podría ser visitada por sus parientes, a lo que me respondió que no tiene familia y está completamente sola en el mundo. Se me ocurrió decirle que Adolf Eichman, tras ser ejecutado en la horca, su cuerpo fue cremado y sus cenizas esparcidas en el mar frente a las costas de Yafo, ¿acaso querría ella emular en su fallecimiento al del asesino de sus padres?

Finalmente, a los efectos de convencerla tuve que aplicar el sexto sentido que poseemos los rabinos y le dije: “¿entiendo que para usted es importante que esparzamos sus cenizas en el cementerio judío y alguien diga por usted kadish, no es cierto? –Por supuesto, exclamó. ¡Soy judía! Sería inconcebible que mis cenizas descansen en un cementerio gentil y que no se diga por mi kadish. Estimada señora, le respondí, de acuerdo a la tradición comunitaria y las leyes de la Torá no nos es permitido esparcir en un cementerio judío las cenizas de quien pidió ser cremado y tenemos prohibido recitar kadish para la elevación del alma de esta persona. Si es así, me dijo, quiero ser enterrada en una tumba como corresponde en el cementerio judío.

Este no es un caso único ni anómalo en el mundo comunitario judío. En virtud de que la práctica de la cremación se ha tornado más y más común en la sociedad moderna muchos judíos piden adoptarla para sí. Hace cuestión de una década el veinte por ciento de los estadounidenses fallecidos fueron cremados. Para el año 2005 su número ascendió al treinta y dos por ciento, y para el año 2025 la asociación norteamericana de cremación de cadáveres pronostica que más de la mitad de los fallecidos optarán por la cremación.

Actualmente, y a modo de reflejo de la práctica occidental, se estima que por lo menos un treinta por ciento de los judíos fallecidos en Europa y Norteamérica son cremados, y este guarismo se encuentra en franco ascenso. Recuerdo que en la comunidad de Turín, donde serví como rabino, era muy frecuente que personas pidan ser cremadas tras su fallecimiento. A estos efectos firmaban un acuerdo con la empresa que realizaba la incineración, y lamentablemente, a pesar de mis ingentes esfuerzos, tras el fallecimiento de la persona era imposible evitar la incineración y el acuerdo firmado era irreversible.

La incineración del cadáver se lleva a cabo en un horno especial (crematorio), el cual alcanza una temperatura de mil grados Celsius. Tras la cremación se colocan las cenizas en una urna, algunos se la llevan a su casa, otros la depositan en un cementerio y hay quienes esparcen las cenizas en el mar u otros sitios. Hay religiones tales como el hinduismo, el budismo y el cristianismo que ven en la cremación del cadáver una acción valiosa. Todo aquel que viajo a la India seguramente vio rituales de quema de cadáveres en piras a los costados de la carretera así como también el vertido de las cenizas resultantes en diferentes localidades a orillas del rio Ganges.

Diversas razones impulsan a un número creciente de occidentales a adoptar la cremación post mortem. Hay quienes lo hacen por razones económicas ya que la cremación es más barata que el entierro. Hay quien lo hace por razones ambientales ya que la cremación es rápida y limpia. En otros casos el criterio es de movilidad, ya que en la vida moderna la gente migra de ciudad en ciudad por cuestiones laborales y demás y la cremación permite transportar las cenizas cómodamente de localidad en localidad. Además, es innegable el hecho de que esta práctica, en judíos, es consecuencia del alejamiento del judaísmo y la asimilación. El entierro es percibido como la forma tradicional de trato de un cadáver por lo que a veces personas alejadas de la tradición prefieren incinerarlo. Por una razón u otra la cremación de cadáveres se ha tornado moda.

Hasta hoy, el recuerdo traumático de la cremación de cadáveres judíos durante el holocausto, evitó que muchos judíos opten por la incineración. Empero, en la medida que el tiempo pasa y estos recuerdos se tornan más lejanos el porcentaje de judíos que opta por la cremación aumenta gradualmente.

El precepto de dar sepultura

De acuerdo a la Torá es preceptivo dar sepultura tanto a los ejecutados por el tribunal como a toda persona, tal como está escrito (Deuteronomio 21:22-3): “Si un pecador pasible de ser condenado a muerte fuere ajusticiado y colgado de un árbol su cuerpo no permanecerá colgado toda la noche sino que será sepultado ese mismo día, porque el ahorcado es maldito de Dios y tú no impurificarás la tierra que el Eterno tu Dios te dio por heredad”. Otro tanto encontramos en lo dicho por nuestros sabios (Tratado de Sanhedrín 46(B)): “Dijo Rabí Iojanán en nombre de Rabí Shimón Bar Iojai: ¿dónde encontramos en la Torá referencia al precepto de dar sepultura? Lo aprendemos del pasaje “lo sepultarás”. Maimónides en su Libro de los Preceptos: el precepto 231 de la Torá es el que nos ordena enterrar a los ejecutados por el tribunal el mismo día de la ejecución, tal como está escrito: ´será sepultado ese mismo día´. El Sifrí dice que “se trata de un precepto positivo tanto para los ejecutados como para los demás muertos, esto es, que sean sepultados el mismo día en que fallecen”.

La prohibición de incinerar el cadáver

Es consenso general que no existe permiso alguno para incinerar el cadáver de un judío, ya que por una parte de hacerlo se estaría dejando sin efecto el cumplimiento del precepto positivo de darle sepultura y además los diferentes juristas a lo largo de las generaciones han expuesto un sinfín de razones suplementarias. Hay quienes lo prohíben por dejar sin efecto el precepto de enterrar el cadáver (Responsa Melamed Leho´il Ioré Deá II 114), otros opinan que implica un maltrato del cadáver (Guesher HaJaím I 16:9), hay quienes lo derivan de “no permanecerá colgado toda la noche” (Responsa Ajiezer III 72), otros lo infieren de la prohibición de la Torá de conducirse según la usanza gentil (Da´at Cohen Ioré Deá 197) y hay quienes consideran que la cremación atenta contra la fe en la resurrección de los muertos (Responsa Ajiezer a Ioré Deá 197).

En su Responsa “Sridei Esh”, en referencia a la gravedad de la prohibición de cremar el cadáver, el Rabino Wainberg escribe: “Desde un punto de vista estrictamente halájico sin duda que la profanación del Shabat es mucho más grave, pero desde el punto de vista de la fe personal, sin duda que en el acto de la cremación hay una negación de la resurrección de los muertos y la trascendencia del alma, pues nosotros vemos y sabemos que toda persona que conserva aunque solo sea una chispa de fe judía pide que su cuerpo sea enterrado, mientras que aquellos que perdieron todo tipo de sentimiento religioso y son puramente materialistas piden ser cremados (II inciso 98).

Si bien está ampliamente consensuado entre los juristas que está prohibido cremar el cadáver, de todas maneras subsisten algunas discusiones al respecto. Entre los juristas que permitieron la cremación se encuentran los rabinos italianos a mediados del siglo XIX. Es de destacar que la tecnología que permite la cremación a alta temperatura en un horno completamente cerrado es originaria de Italia. El primer experimento en cremación se realizó en la ciudad de Padua en 1869, y en horno cerrado en Milán en 1875. Italia fue decana y líder mundial en la tecnología de cremación de cadáveres.

Los judíos italianos se encontraban muy influenciados por la cultura local por lo que no es de sorprender que la aparición de esta tecnología generara un vivo debate entre sus rabinos, desde las hojas de diferentes publicaciones periódicas y libros.  Se escribieron varios libros sobre este tema siendo uno de los más famosos “Ieané Baesh” (“será afligido por el fuego”) de Rabí Eliá Ben Akmozag de Livorno.

Una de las ideas más extremas en cuanto a permitir la cremación de cadáveres pertenece al Rabino Moshé Ashkenazí, rabino de la comunidad de Trieste y fallecido en 1869, quien estableció  claramente que “en definitiva podemos resumir que no hay ninguna prohibición halájica de cremar el cadáver, más aun, según el judaísmo esto es algo positivo y se trata de un deber para todo judío.

El primer estudio de la cuestión la llevó a cabo Rabí Iosef Leví de Barcelli quien en 1874 sostiene que está permitido incinerar le cadáver por cuanto que el muerto no siente dolor y además en tiempos bíblicos esta era una práctica aceptada, tal como leemos en Jeremías 34:5, “sino que morirás en paz y serás cremado tal como lo fueron tus padres los reyes anteriores”. El Rabino Ohad Luli de Padua sostuvo en 1875 que la cremación no está prohibida por la Torá pero puede afectar emocionalmente a la familia lo cual debe ser tomado en cuenta. El Rabino Emilio Bachi de la comunidad de Saluccio en el Piamonte permitió la cremación de cadáveres por cuanto que no encontró juristas que lo prohíban de moda terminante.

Sin embargo, este tema no solo fue digno de palabras orales o por escrito sino también de acciones. En 1911 falleció el Rabino Itzjak Jaím Castiglioni quien había ejercido la función de Rabino Principal de la ciudad de Roma y fue discípulo del Rabino Ashkenazí antes mencionado, pidió que su cadáver sea cremado y efectivamente sus cenizas fueron depositadas en el cementerio judío de Trieste.

Por supuesto que muchos de los rabinos italianos, quizás la mayoría, de la época se opusieron a esta práctica, de todas maneras el debate se llevó a cabo en diferentes foros y con un alto nivel de erudición judaica.

El Rabino Efraim Oshri fue rabino del Ghetto de la ciudad de Kaunas (Kovne) durante el holocausto. Respondió a miles de preguntas de judíos provenientes de diferentes extracciones religiosas y tras concluida la guerra reunió las respuestas en un libro de responsa en cinco tomos que se publicó bajo el título “Responsa desde los abismos”. Un judío que para sobrevivir se hacía pasar por alemán y en su entorno nadie sabía que era judío, estaba agonizando en virtud de un cáncer que le aquejaba y pronto habría de ser su sepelio, bajo la señal de la cruz en un cementerio gentil y rodeado de nazis, por lo que preguntó: “¿quizás sea mejor que mi cuerpo sea cremado para evitar así semejante situación?” El Rabino Oshri le respondió que de ninguna manera, que un judío debía hacer todo lo que estaba a su alcance con tal de evitar que su cadáver sea cremado.

El entierro y la incineración expresan dos perspectivas completamente opuestas tanto de ver el mundo como nuestro rol en él. La incineración se refiere al ser humano como conquistador de la naturaleza mediante el fuego y la tecnología en vez de aceptarla de modo armónico. El entierro expresa respeto por el ciclo vital. Cuando enterramos el cadáver de nuestro ser querido devolvemos lo que recibimos, el entierro refleja el ritmo del universo.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

El discurso rabínico

Se suele decir que “el poder del rabino radica en su boca”. Si nosotros entendemos el rol del rabino no solamente circunscrito al estrecho ámbito de la halajá sino que vemos en él un líder espiritual y comunitario que debe tomar posición, formar opinión pública e influenciar en el pensamiento y las costumbres de los miembros de su congregación, sin duda que una de las herramientas de las que dispone es la palabra y la pronunciación de homilías.

Hace cuestión de unas semanas visité la comunidad judía de Cuba y tuve allí una experiencia muy particular que no me había tocado vivir anteriormente. En víspera de Shabat se dirigió a mí la presidenta de la comunidad y me pidió que esa noche vaya a la sinagoga principal y después del Kabalat Shabat dirija unas palabras a los presentes. Por diferentes razones intenté evitarl, mas la presidenta insistió tenazmente y me dijo que por varios años no había habido rabino en la comunidad y que en todo ese tiempo el público no había escuchado una disertación sobre la Parashá de la semana. En vistas de la situación entendí que debía asistir a la sinagoga principal y disertar. Al llegar constaté que había presentes unas doscientas personas entre hombres, mujeres y niños. Preparé un mensaje breve, que dure aproximadamente unos diez minutos y no más ya que es sabido que una de las reglas de oro del buen discurso sinagogal es que “su inicio y su final no disten en demasía el uno del otro”. Subí al púlpito y hablé sobre la Parashá de “Vaietzé”. Cuán grande fue mi sorpresa cuando al finalizar todo el público aplaudió de pie y pidió otra disertación. Al principio pensé que se trataba de buenos modales y de gentileza para con el rabino disertante pero luego fui entendiendo que por mucho tiempo esa gente no había escuchado discursos rabínicos y que estaban sedientos de recibir más mensajes de pensamiento judío. Nuevamente hablé por unos diez minutos y nuevamente el público aplaudió de pie y pidió otra homilía… y así ocurrió cuatro veces y tras hablar cuarenta minutos descendí finalmente del púlpito. Por lo general el público pide al rabino que abrevie su mensaje por lo que en Cuba me sucedió un milagro revelado al pedir la comunidad que siga hablando una y otra vez.

En nuestros días es común que el rabino diserte cada Shabat y a veces más de una vez durante el sagrado día. Este fenómeno refleja la necesidad que tiene el público de escuchar palabras de Torá así como también expresa el tan especial vínculo que se genera entre el rabino y su comunidad. En el caso del ejercicio del rabinato en la diáspora, el discurso puede llegar a ser de gran trascendencia pues el público que asiste a la sinagoga suele ser más heterogéneo y en virtud de ello es necesario adaptar a éste el mensaje.

La disertación rabínica o “derashá” solía ser un acontecimiento popular y de gran importancia durante la Edad Media, empero en esos días la labor retórica no estaba a cargo del rabino titular de la comunidad sino que era realizada por un disertante o “darshán” profesional que recorría las diferentes comunidades y recibía un pago por su homilía. El Profesor Simja Asaf, quien estudió por muchos años la historia del Rabinato, en su libro “Korot Harabanut” escribe: “En las comunidades importantes se designaban disertantes especiales que hablaban ante el público en cada sábado. Este tipo de disertantes existía en las comunidades de Poznán, Frankfurt, Praga, Vilna, Slutzk y otras y estos a su vez eran grandes eminencias en el pueblo de Israel. Sin embargo en casos especiales o de suma importancia el mismo rabino comunitario era el disertante. Había dos sábados que estaban reservados especialmente para el rabino titular de la ciudad, el Shabat Hagadol (anterior a Pesaj) y el Shabat Shuvá (entre Rosh HaShaná y Yom Kipur). En estas ocasiones estaba obligado a hablar y este deber estaba estipulado en el contrato del rabino” (pág. 52).

Empero, en las últimas generaciones el rol de disertante pasó a la responsabilidad del rabino titular por cuanto que entre otras razones, conoce bien a su rebaño y entiende mejor que nadie qué tema es conveniente hablar para así llegar al corazón de la gente. La asunción de la responsabilidad de las disertaciones por parte del rabino comunitario es una señal más de los muchos cambios que operó este rol en cuanto a su status y su relación con la comunidad. El Rabino Iejiel Yaakov Wainberg, autor del libro “Sridei Esh”, escribió en su maravilloso artículo “Mosad Harabanut” (p. 289) que una de las funciones centrales del rabino comunitario actual es disertar: “la tercer función del rabino, además de enseñar Torá y sentenciar halajá es la de disertar en público tanto en Shabat como en los días de fiesta. La disertación pública fue vista tradicionalmente como el deber del rabino jefe del lugar, y su finalidad era la de inculcar en las personas amor a la Torá y temor a Dios, reforzar la fe, las esperanzas y la determinación del pueblo de Israel de fungir como reino de sacerdotes y nación sagrada”.

¿Cuál es el secreto de la disertación rabínica o “drashá” que la hace tan importante y difícil a la vez? Se trata del arte de hablar, del correcto equilibrio y armonía entre el disertante, el  contenido expresado y el público receptor. Hay disertaciones que si bien son dichas en público su mensaje no llega al corazón de los escuchas. Una buena disertación es aquella que al mismo tiempo toca y no toca. Una buena disertación es aquella tras la cual el oyente entendió lo que escuchó, puede volver sobre el contenido de la misma con claridad y hasta llega a repetirla en su casa para su familia o en otro evento.

El rabino en su rol de disertante y comentarista

La disertación del rabino es una ventana abierta a su mundo interior, sus áreas de interés y su nivel intelectual. El público se impresiona así de las palabras del rabino, de su modo de pensar, de las fuentes a las que recurre y de los ejemplos concretos que trae a colación. En la práctica, cuando un rabino diserta sobre un tema determinado y cita una fuente midráshica o filosófica, la comunidad no juzga necesariamente las fuentes citadas sino al rabino mismo. El rabino se transforma en el intérprete o “Midrash” legítimo para la comunidad, es quien hace llegar la Torá de HaShem a los escuchas transformándose en fuente de inspiración para los receptores de su mensaje. Esta apreciación es válida para el público religioso pero mucho más aún lo es para el público no observante. Por un lado la disertación debe ser fiel al origen y por el otro el rabino debe de fungir como intérprete y conducto de esa fuente clásica a su comunidad. Según esto, el disertante debe ser fiel tanto a sus maestros que le transmitieron las fuentes pero al mismo tiempo serlo también a las necesidades, inquietudes, creencias y formas de pensar de los miembros de su congregación. Una de las diferencias entre el papel de comentarista y el de disertante o “darshán” es que el comentarista revela la voluntad de HaShem en un pasaje de la Torá mientras que el “darshán” debe acercar la palabra de Hashem al Hombre. Un buen retórico debe ser capaz de combinar estas dos funciones en un mismo discurso.

En mi opinión, el secreto de una buena disertación radica en “saber ante quién estás parado”, qué público es el que está sentado ante ti. La correcta interacción depende del conocimiento que el rabino tenga del público que le escucha y su capacidad de ser sensible a sus necesidades y capacidades.

¿De qué no hablar?

Uno de los dilemas del mundo rabínico es si existen o no temas que no deben ser mencionados, si es mejor callar algunas cuestiones por el bien de la comunidad y del rabino mismo. La respuesta tiende a ser que sí, pero nuevamente, esto depende del momento y la situación en la que se encuentra el rabino en cuestión. Lamentablemente, debo admitir que hay algunos discursos pronunciados por algunos rabinos que mejor hubiese sido que nunca se hubieren pronunciado. Hay rabinos que logran alejar de la Torá a personas individuales y a veces a comunidades enteras mediante contenidos o estilos retóricos inadecuados para la audiencia. Un discurso puede acercar al judaísmo o alejar de este dependiendo del pensamiento y de la boca del disertante.

El referirse o no a cuestiones políticas es otro de los dilemas de los rabinos y disertantes. Hay quienes ven con buen ojo que el rabino menciones temas de orden político en su “derashá” para de esa manera demostrarle a su comunidad que tiene interés por los temas más inmediatos que urgen a los miembros de la congregación; por otra parte, hay quienes sostienen que al referirse el rabino a temas políticos pierde al segmento del público que disiente con su postura. En Israel los temas políticos que pueden llegar a tocar los rabinos en sus disertaciones suelen ser temas nacionales mientras que en las comunidades judías de la diáspora el tema suele tender ser sobre política interna comunitaria.

Finalicemos entonces con unas palabras del rabino Eliezer Papo, autor del libro “Pele Yoetz” que se refiere al disertante con estas palabras:

“Qué buena es la disertación pública, mas para su suceso esta requiere de varias condiciones. En primer lugar el disertante debe pedir a HaShem que le salve de la vanidad y que sus palabras den fruto; además, debe pedir a HaShem que su mensaje sea expresado en un lenguaje correcto, claro y agradable a los oyentes tal como una novia es bonita a los ojos de su marido. En segundo término debe ser breve y evitar agobiar a su público. En tercer lugar, debe ser muy cuidadoso en cuanto a la dignidad de su público y evitar ofender a  alguien en particular o acusar colectivamente a la grey. Debe verse incluido en el público y cuando señala una conducta errónea debe decir ´nosotros nos equivocamos en esto o aquello, vayamos pues a la luz de las enseñanzas de HaShem´. Además, el disertante debe repasar previamente su homilía para que esta sea fluida… el sabio que escuche y aprenda la lección y qué bueno es que cada cosa se haga a  su tiempo”

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Judaísmo en el corazón del mundo islámico

En Indonesia se encuentra la mayor concentración de musulmanes del mundo, pero justamente allí se está desarrollando una comunidad judía con total libertad y seguridad. Incluso algunos musulmanes vienen a escuchar las disertaciones del rabino.

Si bien Indonesia es el mayor país musulmán del mundo, al caminar por sus calles tanto en la capital Jakarta como en la norteña ciudad de Jaipura me sentí sumamente seguro.

Llegué a Indonesia tras estar en el otro lado de la isla, en Papúa Nueva Guinea. La isla se divide en dos, del lado oriental se encuentra Papúa Nueva Guinea que es un país cristiano y del lado occidental se encuentra Papúa Indonesia cuya población es musulmana.

Indonesia es un archipiélago ubicado en el Sudeste asiático, se encuentra entre la India y Australia y linda con Malasia, Singapur y Papúa Nueva Guinea. El país está conformado por diecisiete mil islas alineadas a lo largo del trópico, de las cuales solamente seis mil están habitadas. Su población supera los 260 millones de habitantes que en su mayoría son musulmanes, conformando la mayor concentración musulmana del mundo. Las religiones minoritarias tales como el cristianismo, hinduismo y el budismo tienen status de confesiones reconocidas. El judaísmo no entra en esta categoría de religión reconocida pero de todas maneras no hay persecución anti judía.

La visita a Indonesia fue apasionante no solamente por las bellezas naturales del país sino principalmente por el grupo humano que encontré, la comunidad de “Torat Jaím”, conformada por personas que se encuentran en proceso de acercamiento al judaísmo tradicional y aducen poseer raíces judías. Pertenecen a la tribu “Santany”, nombre del lago al que arribaron sus ancestros al llegar a Indonesia. ¿Quién podría creer que en un país musulmán hay descendientes de judíos que tienen un estilo de vida religioso y poseen una sinagoga activa?

A mediados del siglo XIX unos pocos judíos habitaban la isla y eran provenientes de los países de oriente. Mi maestro en temas de viajes por el mundo, el Rabino Yaakov Sapir visitó Indonesia, si bien en esos días el archipiélago se encontraba bajo gobierno holandés y esta región tenía el nombre de Lavatavie. Esto es lo que escribió el rabino Sapir en su libro Even Sapir (pág. 117): “Al saber que allí se encuentran algunos de nuestros hermanos quise visitarlos para verlos, conocer sus raíces y ver qué les hace falta… Tras la visita me cercioré que hay aquí muchos judíos pero que no se denominan como tales y sus hijos casi que se olvidaron que provienen de vientres judíos. No tienen ni sinagoga, ni cementerio, ni maestro, ni cantor litúrgico, ni matarife, ni circuncidador, y se han mezclado entre los gentiles asemejándoseles en todas sus acciones. A pesar de ello, en sus corazones se sienten judíos y no abjuran de su fe, Dios no  lo permita”

Algún día volveréis

Los miembros de la comunidad “Torat Jaím” vinieron a recibirme al paso de frontera entre Papúa Nueva Guinea e Indonesia, junto a la ciudad de Jaipura. Fuera de Israel, generalmente acostumbro a andar con kipá en los países cristianos mas en los musulmanes, a los efectos de no sobresalir más de la cuenta, cubro mi cabeza con un gorro. Grande fue mi sorpresa al ver que mis anfitriones se allegaron a mí luciendo sendas kipot sobre sus cabezas y tzitziot que se dejaban ver entre sus ropas. De inmediato me quité el gorro y dejé ver mi kipá, práctica que mantuve hasta el final de la visita.

Es difícil de describir la emoción que me produjo el llegar a una isla solitaria en el océano pacífico y descubrir allí una comunidad judía observante. Tal como ya mencionamos, los hombres tenían kipot sobre sus cabezas y las mujeres casadas cubrían su cabello. La recepción incluyó bailes al son de melodías jasídicas contemporáneas y un rezo de Minjá en la bonita y prolija  sinagoga comunitaria. Esta posee un arca sagrada en cuyo interior se encuentra un libro de la Torá impreso, que hace de símbolo o representación del rollo de pergamino. Los miembros de la comunidad se mostraron buenos conocedores en todos los pasajes del rezo y tras concluir este, el presidente de la comunidad tocó un shofar como manifestación de la alegría que sentían de ser visitados por un judío de la tierra de Israel.

De acuerdo a la tradición que detentan, hace cuatrocientos años sus antepasados llegaron a Indonesia que se encontraba entonces bajo gobierno holandés procedentes del Perú (a la que llaman Carmen) de donde se escaparon en virtud de su carácter de criptojudíos y las persecuciones de la inquisición. Según indica su legado, estos judíos abandonaron Perú en barcos que ellos mismos construyeron. Por esta razón de acuerdo a la costumbre de la tribu, todo joven que llega a la edad adulta, como rito de pasaje debe construir por sí mismo un bote de madera, cortarlo a la mitad y enviar una de las partes río abajo como forma de recordar el origen de sus antepasados.

Los cuatro patriarcas que llegaron a la isla, provenientes del Perú, son llamados por los miembros de la comunidad “melamdim” (maestros). A su arribo, los “melamdim” debieron inscribirse como miembros de una de las seis religiones permitidas a los efectos de poder obtener un trabajo. De esa forma los miembros de la tribu comenzaron a perder lentamente su identidad hasta que en 1880 llegaron misioneros cristianos comenzando entonces el proceso de evangelización de la tribu. Estos misioneros quemaron las sinagogas de la tribu, les confiscaron el único de rollo de la Torá que poseían y les prohibieron cumplir el Shabat y otros preceptos. Sin embargo, aun tras haberse convertido al cristianismo, se abstuvieron de visitar la iglesia.

El narrativo como conformador de identidad

Cuando presento grupos con conexión al judaísmo hay personas que me preguntan ¿cómo podemos estar seguros de que tienen raíces judías? Tras muchos años de viajes e investigaciones he llegado a la conclusión de que es muy importante escuchar atentamente el narrativo de cada grupo. Las tradiciones que se transmiten de generación en generación tienen suma importancia en la conformación de la identidad individual y en el delineado de los límites colectivos. El presente se va moldeando a partir de los relatos de los padres y los abuelos, y por ello el secreto judío radica más en las leyendas que en las demostraciones históricas.

Es indudable que la identidad de este grupo en Indonesia es acompañada de diferentes narrativos. No vengo a juzgar un fenómeno con ojos de historiador sino más bien a escuchar con atención las diferentes narraciones y relatos tribales. Humildemente debo admitir que en esta actitud veo parte importante de mi labor, salvar relatos y tradiciones de tribus perdidas sin necesidad de analizar la verdad histórica de estas.

Actualmente, la comunidad “Torat Jaím” en la ciudad de Jaipura cuenta con unas doscientas familias. La comunidad fue establecida en el año 2013 con la autorización de las autoridades musulmanas. En la sinagoga se rezan tres rezos diarios y por supuesto que también hay servicios de Shabat. Otra comunidad perteneciente a la misma tribu radica en la ciudad de Mandu y suman unas cincuenta familias. Existe otra comunidad judía en la capital Jakarta y cuenta con unos cien miembros procedentes de diferentes sitios en el mundo. A veces hay musulmanes que se acercan a la sinagoga para participar de los servicios y escuchar la disertación del rabino.

Muchos de los miembros de la comunidad trabajan en minas de oro, Indonesia es famosa por la calidad de su oro y podría recibir el título de “El Dorado modero”. Los judíos que trabajan en las minas tienen permiso especial de ausentarse el sábado de sus labores, lo cual es una expresión más de la tolerancia religiosa imperante en el país. En términos generales, la comunidad judía se siente libre y segura de vivir abiertamente de acuerdo a su fe. En la comunidad me dijeron “Nosotros aquí podemos caminar con kipá en el mercado o cualquier sitio que sea sin problema alguno”.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Sarajevo

La visita que llevé a cabo a la ciudad de Sarajevo en Bosnia me motivó a pensar largamente sobre el pasado presente y futuro de la comunidad judía de ese lugar. Si bien se trata de una ciudad en la cual el 90% de la población profesa el islam, los judíos viven en completa seguridad, no se percibe antisemitismo alguno, no se requiere de medidas especiales de seguridad en la sinagoga y se puede caminar tranquilamente con kipá por la calle.

No en vano, esta ciudad fue llamada por los judíos sefaraditas que en ella se asentaron como “Jerusalén de Europa” o “Jerusalén de los Balcanes”, ya que las diferentes religiones convivían allí armónicamente conformando un tramado social, cultural y religioso sustentado en todas las etnias y religiones que la habitaban.

En esta ciudad es dable encontrar mezquitas junto a sinagogas, catedrales católicas y ortodoxas, se superponen el llamado al rezo desde los minaretes y el son de las campanas de las iglesias, conformando conjuntamente una melodía sumamente especial. Hasta el día de hoy la población de Bosnia está conformada por un 50% de musulmanes, junto a serbios ortodoxos y croatas católicos. Los judíos sienten que pertenecen al país desde hace muchas generaciones ya que sus ancestros son de los primeros que habitaron esa tierra, por lo que suelen decir: “somos la minoría más pequeña pero la más antigua de Sarajevo”.

Bosnia, o de acuerdo a su nombre oficial Bosnia-Herzegovina, es un pequeño país de los Balcanes en el que confluyen oriente y occidente, se encuentra entre Europa Clásica y Turquía. Aún es posible percibir los estragos provocados por la feroz guerra civil que azotó al país entre 1992 y 1995. Persiste una sensación de inestabilidad que afecta tanto al país como a la comunidad judía y de la cual todos intentan recuperarse. Es importante señalar que los habitantes del país no se definen a sí mismos por su nacionalidad bosnia sino mediante su religión, presentándose como judíos musulmanes o cristianos.

Previo a la guerra civil Bosnia era uno de los territorios que formaba parte de la República Federativa Socialista de Yugoeslavia. Este estado estuvo además conformado por Croacia, Serbia, Montenegro, Macedonia y Eslovenia, desde el final de la segunda guerra mundial y hasta su desmembramiento final en el año 1991.

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Sarajevo fue establecida en el siglo XV por los otomanos como capital de Bosnia y hoy es habitada por unos trescientos mil habitantes. Hasta la Shoá vivieron aquí unos catorce mil judíos, porcentaje importante de un total de sesenta mil habitantes que habitaban la ciudad en esa época. Otros judíos vivían en pequeñas comunidades de los alrededores, algunas de las cuales persisten hasta nuestros días, tales como Tulsa, Benia, Luka, Duboy, Mostar y Zenika. Durante la guerra civil la comunidad judía ascendía a unas dos mil almas, hoy día su número es de setecientas. Los primeros judíos que llegaron a la ciudad en el siglo XVI provenían de la Península Ibérica de la cual huían en virtud de la expulsión y las persecuciones religiosas por lo que buscaron refugio en el Imperio Otomano. Los primeros judíos llegaron en 1565 provenientes del puerto croata de Dubrovnik, Sofía y Salónica de donde pasaron a Sarajevo. Algunos de los sefaraditas arribaron portando las llaves de hierro de sus casas en España y Portugal. Estas llaves pasaron de generación en generación como recordatorio de este segundo exilio padecido. Jerusalén era un tanto abstracta y distante para ellos, siendo España realmente el hogar que habían perdido. Algunas familias judías de Sarajevo aun detentan estas llaves amén de hablar ladino, la lengua de los sefaradíes expulsados. Por generaciones preservaron las melodías y los romances en su forma original, como parte de su acervo cultural, algunos de los cuales llegaron hasta nuestros días.

Judíos de Europa central y oriental llegaron a Sarajevo a lo largo del siglo XVII escapando a las persecuciones de que eran objeto en el Imperio Austrohúngaro. Hasta el Holocausto la comunidad de Sarajevo se desarrolló dinámicamente estableciendo un sinnúmero de instituciones judías, mas esta tragedia puso punto final al florecimiento judío en la ciudad. Lamentablemente un 70% de la comunidad judía de Sarajevo no sobrevivió la ocupación Nazi, quedando solamente cuatro mil de los catorce mil que habitaban la ciudad en la preguerra, y muchos de estos prefirieron emigrar a Israel en vez de retorna a lo que quedó de su comunidad.

Durante la guerra civil la comunidad judía abrió un centro de ayuda humanitaria que brindó apoyo a todas las personas sin distinción de credo o raza. Los miembros de la comunidad no dudaron ni un instante en cuanto a que los servicios prestados por la comunidad debían incluir a todo bosnio que los requiera, sea o no judío. El Sr. Yaakov Pinzi, presidente de la federación de comunidades judías de Bosnia lo explicó de la siguiente manera: “Tras cuatrocientos cincuenta años de vivir en Sarajevo junto a ciudadanos de diferentes razas y religiones, nos transformamos en parte integral de la población de la ciudad. Durante la guerra civil y el sitio que sufrió la ciudad, nos sentimos parte de una gran familia extendida y unida”.

Hoy día la comunidad judía de Sarajevo cuenta con setecientos miembros, algunos de los cuales son descendientes de los judíos sefaradíes llegados desde España, y la mayoría, son el resultado de matrimonios mixtos. Tantos unos como los otros añoran el pasado glorioso de la comunidad y buscan la manera de revivirlo y proyectarlo a futuro. Si bien se trata de una comunidad asimilada y envejecida mantiene actividad regular a lo largo del año. Cada viernes por la noche hay servicio de Kabalat Shabat, asimismo se organizan rezos para Rosh HaShaná y Kipur, y en Pesaj se lleva a cabo un seder comunitario.

De las siete sinagogas que poseía la comunidad hoy solo se mantiene la Ashkenazí inaugurada en 1902. En la sinagoga ashkenazí el servicio es según la usanza sefaradí. Hay otras cuatro sinagogas que se salvaron de la destrucción durante la segunda guerra mundial pero no se encuentran en propiedad de la comunidad judía. Asimismo, la comunidad activa un colegio judío los días domingo a los efectos de profundizar la identidad de los miembros.

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Una de las señoras con las que dialogué me comentó: “Mi abuela era judía y mi abuelo musulmán. Éramos una familia sumamente asimilada como la mayoría de los judíos de Sarajevo. Yo era muy apegada a mi abuela por lo que a pesar de que ella falleció siendo yo una niña, siempre supe que era judía. No conocía las costumbres, pero siempre sentí el significado histórico que implicaba el ser judía. Si bien el alto índice de matrimonios mixtos preocupa a los directivos comunitarios, ellos no ven en estos la pérdida de un miembro sino la adición de uno nuevo mediante la inclusión de los cónyuges no judíos. Lamentablemente, mi sensación es que en esta comunidad la actividad religiosa es escasa en comparación a otras comunidades judías en general y en los Balcanes en particular.

Una de las costumbres especiales de esta comunidad es la celebración de “Purim de Sarajevo” el día 4 del mes de Jeshván, día en el cual leen una Meguilá o rollo de pergamino especial que narra los sucesos acaecidos en el pasado en esa fecha. En el año 1819,  el Pashá gobernante de la región tomó prisioneros al rabino Moshé Danón junto a otros doce miembros ilustres de la comunidad y exigió un cuantioso rescate por su liberación. De forma milagrosa, ciudadanos musulmanes exigieron al Pashá la liberación de los judíos por lo que estos se salvaron. Desde entonces, la comunidad judía estableció esta celebración a los efectos de agradecer a D´s por el milagro ocurrido.

Hacia el final de mi visita llegué a uno de mis sitios preferidos, el cementerio comunitario. El cementerio sefaradí está emplazado en la ladera del monte Trababich. Visitar el cementerio equivale a transitar por la historia de la comunidad permitiéndome conocer los apellidos típicos de la comunidad tales como  Pinto, Papo, Levi, Atías, Eltraz y Pinzi, pudiendo aprender de los personajes destacados y de los diferentes tipos de lápida. Probablemente se trate del cementerio judío más grande de Europa.

Por supuesto que si llegué hasta esta ciudad no pude obviar una visita a la famosa “Hagadá de Sarajevo”. Me dirigí al Museo Nacional a los efectos de poder contemplar una de las maravillas del mundo y uno de los símbolos nacionales del pueblo bosnio. Los bosnios se refieren a la Hagadá como patrimonio histórico nacional y ven en esta una suerte de ave fénix que siempre sale de las llamas en virtud de que sobrevivió numerosas vicisitudes. Debo confesar que contemplar la Hagadá de Sarajevo me emocionó en gran manera y no puede sino ver transcurrir ante mis ojos, como en una película, cientos de años de historia judía.

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La Hagadá de Sarajevo es la más antigua del mundo que llegó a nuestros días, fue escrita en Barcelona en el siglo XIV a modo de presente a una pareja de novios. La Hagadá está escrita con bella caligrafía sobre pergamino y está ornamentada con bellísimas ilustraciones realizadas con oro y plata. La Hagadá salió de España junto a sus dueños en 1492, pasó por Italia en el año 1510 y desde Venecia arribó a Sarajevo, siendo adquirida por el Museo Nacional en el año 1895. La Hagadá exhibe un sellado de la Inquisición del año 1609, la cual revisaba todos los textos judíos y si hubiere encontrado en esta algún contenido hostil hacia el cristianismo habría sido quemada y no habría llegado a nuestros días. Es probable que el inquisidor que revisó al Hagadá, Giovanni Dominezzi, era un cripto judío que mantenía su judaísmo en secreto y por lo tanto se esmeró en no dañar semejante objeto de culto.

Tras la conquista Nazi, los ocupadores enviaron al museo a un agente de la Gestapo para que se haga con la Hagadá a los efectos de enviarla a Praga donde se erigiría el “Museo de la Raza Extinguida”. Sin embargo, el bibliotecario le informó al agente nazi que la Hagadá ya no se encontraba entre los libros y la contrabandeó fuera de la ciudad, entregándosela a un Imam musulmán que la escondió entre sus libros del Corán y la mantuvo oculta en su aldea hasta el final de la guerra. A esto me refería en cuanto a que esta Hagadá es una expresión de las vicisitudes que pasó el pueblo judío a lo largo de su historia de huidas y persecuciones.

Al dejar Sarajevo, sentí en mi corazón que existe una brecha entre la Hagadá que logró subsistir milagrosamente durante seiscientos años y la comunidad judía que si bien realiza ingentes esfuerzos en aras de subsistir, dudo mucho que lo consiga.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

San Miguel: Rezando al son de las campanas

¿Está permitido rezar en una ciudad llena de iglesias o en una habitación que en una de sus paredes pende una cruz? En virtud de un Shabat en la localidad mexicana de San Miguel, analizaremos la problemática del  cumplimiento de los preceptos del judaísmo en ciudades cristianas.

Hace un par de semanas pasé Shabat en la ciudad mexicana de San Miguel de Allende. Por causa de su belleza, esta ciudad que fue fundada en 1542, fue declarada por la UNESCO patrimonio cultural de la humanidad en el 2008. En la actualidad, San Miguel de Allende es un destino turístico central a nivel internacional, conservando un carácter único que combina la herencia española con la cultura mexicana de un modo auténtico y multicolor.

San Miguel es una ciudad profundamente cristiana. En cada calle y cada esquina nos encontramos con una iglesia. En la plaza central se encuentra la iglesia de San Miguel Arcángel que fue erigida en el siglo XVIII en estilo barroco y se ha transformado en emblema de la ciudad. Desde cada rincón de la ciudad se puede divisar esta gran iglesia. Los campanarios de las diferentes iglesias se escuchan cada quince minutos y estatuas e imágenes de los diferentes santos se encuentran por doquier.

La estancia en una ciudad tan intensamente cristiana me resultó un tanto   extraña, a pesar de que estoy muy acostumbrado a encontrarme en entornos no judíos. El hotel en el cual me hospedé lleva el nombre de unos de los apóstoles de Jesús, sobre el marco de la puerta de mi habitación pendía una imagen o cuadro de “Santa María” y sobre mi cama había un crucifijo con la figura de Jesús crucificada en él. El viernes por la noche rezamos en la casa de una familia judía sita en la calle Jesús y cuyo frente da en dirección a la iglesia principal. Durante la “Amidá” (plegaria principal que se recita de pie y en silencio), me encontré de pie hacia el Este dirigido a  la distante Jerusalém mas contemplando las cruces de las iglesias cercanas. Durante todo el rezo sonaron las campanas de las iglesias que fueron la cortina musical del Kabalat Shabat y del canto de “Lejá Dodí”.

A raíz de este Shabat comencé a investigar una serie de preguntas fundamentales respecto de la convivencia de judíos y cristianos en la diáspora y en cuestiones halájicas referidas a esta coexistencia: ¿está permitido rezar en una ciudad repleta de idolatría? ¿Se puede rezar en una habitación de una de cuyas paredes pende una cruz? ¿Se puede recitar la “Amidá” dirigiéndose a Jerusalém aunque ello implique pararse de frente a una iglesia o cualquier otro símbolo perteneciente a otra religión que no es la judía?

Irse de la ciudad

La gran mayoría de los judíos de la diáspora vive actualmente en sociedades mayoritariamente gentiles y cristianas. Por una parte es obvio que los judíos no deben conectarse al cristianismo pero al mismo tiempo no les es posible ignorar los signos cristianos existentes en las diferentes ciudades y países. Esta situación hace que el judío no solamente deba encontrar la manera de mantener buenas relaciones con sus vecinos cristianos y respetar sus creencias sino que además deba ingeniárselas para preservar sus propias creencias judías en el marco de la convivencia con otros credos. A lo largo de las generaciones los sabios del pueblo de Israel procuraron encontrar el camino equilibrado de paz y respeto mutuo entre las religiones. Son conocidos los conceptos del “Nodá Miehudá” quien escribió en el prólogo a su libro de responsa homónimo:

“Es sabido en todas partes que predico en mis homilías el respeto por las demás naciones en cuyas tierras habitamos actualmente y que es nuestro deber orar por la paz de sus reyes, ministros y ejércitos así como por el bienestar del reino y sus súbditos, y debemos cuidar de no ser desagradecidos con quienes nos prodigan generosamente asilo  manutención en sus dominios… las naciones en medio de las cuales habitamos hoy día comparten con nosotros los principios de la fe, creen en la creación del mundo, en la veracidad de las profecías de los profetas de Israel, en los milagros descritos en la Torá y los libros de los profetas por lo que es doblemente evidente que debemos respetarles y encumbrarles”.

Nuestros sabios de bendita memoria nos enseñaron que el sitio donde se reza tiene importancia y es necesario evitar hacerlo en recintos de idolatría. Respecto del versículo de Éxodo 9:29 “En cuanto salga de la ciudad extenderé mis manos al Eterno…” Rashi comenta: “En cuanto salga de la ciudad mas no dentro de la misma ya que estaba llena de imágenes idolátricas”. Basándose en el Midrash Shemot Rabá Rashí explica que Moshé no deseaba rezar a Dios dentro del perímetro de la ciudad ya que en esta abundaba la idolatría egipcia por lo que realizó el esfuerzo de cambiar su ubicación geográfica para hacerlo. El Natziv, en una de sus respuestas explica que Moshé normalmente rezaba en alguna de las sinagogas que los judíos habían erigido en tierra egipcia por lo que no le afectaba la profusión de ídolos circundante. Sin embargo, en esa ocasión en virtud de las características particulares de la plaga del granizo quiso rezar fuera (Responsa Meshiv Davar 1:10).

El Ramá sentenció:

“Quien viaja y se encuentra cerca del albergue en caso de poder apartarse al costado del camino en un sitio donde nadie le interrumpa que lo haga allí y no en el hostal gentil para no ser molestado por los dueños de casa, en  caso de poder apartarse a la vera del camino que rece en el albergue en un rincón” (Oraj Jaím 94:69).

Entre rito y recordatorio

El Rabino Moshé Fainstein analiza la posibilidad rezar en una sinagoga contigua a una iglesia y establece que se puede adoptar una actitud flexible y rezar en esta ya que desde su interior no se visualizan los símbolos religiosos ajenos y es claro cual sol de mediodía que quienes se encuentran allí le rezan al únicamente al Kadosh Baruj Hú (Responsa Igrot Moshé, Oraj Jaím 1:47-48).

El fenómeno de crucifijos colgados sobre camas es común en diferentes hospitales y hoteles en los países cristianos. Los juristas contemplaron la situación de rezo en una habitación que exhibe un crucifijo en una de sus paredes. Su conclusión es que de ser posible rezar fuera de tal recinto es preferible pero si no lo es permitido rezar dentro de la habitación en cuestión a condición de que el orante se pare frente a una pared de la que no penda un crucifijo o imagen. Así lo dispone la Mishná Berurá: “Si en la pared oriental hay una imagen prohibida habrá de rezar hacia otra aunque no sea la que da al Este” (Shulján Aruj Oraj Jaím 94:69).

Esta misma autoridad halájica agrega (ídem 29) que en resumidas cuentas lo principal es encontrar un sitio para rezar libre de distracciones por lo que la cuestión de imágenes extrañas en la mayor parte de los dominios donde habitan judíos es inevitable. Recalca que de haber imágenes de este tipo en la pared hacia la que orientamos el rezo es menester girar y hacerlo en otra dirección aunque no sea la de la tierra de Israel. De no ser posible, se puede cubrir la imagen en cuestión para que no sea visible durante la plegaria. (Kaf Hajaím a Oraj Jaím 113:27) o de no mediar alternativa se puede cerrar los ojos durante el rezo (ver Shearim Hametzuianim Bahalajá a Kitzur Shulján Aruj 18:7). Si por alguna razón es imposible rezar en otra dirección y no hay manera de no hacerlo sino frente a una cruz los juristas recomiendan no inclinarse ante esta (ídem 6).

Es interesante resaltar que si bien los objetos de culto cristianos son considerados como instrumentos de idolatría y está prohibido obtener beneficio de los mismos, el autor de Terumat Hadeshen puntualiza que el crucifijo que portan los curas en su vestimenta son únicamente recordatorios por lo que no deben ser considerados idolatría que debe ser proscrita. El Ramá sentenció que “una imagen ante la cual se inclinan es un objeto de idolatría y está prohibido obtener beneficio, mas el crucifijo que se pende del cuello es un recordatorio y no instrumento de idolatría por lo que se permite obtener del mismo beneficio (Shuljan Aruj Ioré Deá 141).

Para finalizar, si bien era consciente del carácter cristiano de la ciudad, la mayoría de sus habitantes no sabían que yo era judío y profesaba otro credo. Caminando por la ciudad, al pasar junto a una iglesia, muchas señoras impresionadas por mi barba y mi kipá se acercaron y me pidieron “¡Padre, Padre, bendígame!” La situación me obsequió una renovada comprensión del versículo que reza: “Y Iosef reconoció a sus hermanos mas estos no le reconocieron”.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

La tribu Igbo

Todo viaje es interesante, pero cuando se trata del continente africano siempre es diferente  y especial; y si se trata de Nigeria con el objeto de conocer a la tribu Igbo que sostiene descender de judíos sin duda es un destino apasionante. A pesar de la distancia, la dificultad y el peligro; cuando se procura entender fenómenos en el mundo judío la única opción es viajar y ver con los propios ojos, tal como reza el antiguo dicho popular: “quien transita un camino que otros ya transitaron ve cosas que muchos ya vieron, mas quien va por sendas que pocos exploraron ve cosas que pocos vieron”. Por ello, me encaminé a investigar los orígenes de la tribu Igbo de Nigeria, quienes sostienen ser judíos.

De esta manera cumplí con el testamento de Hasdai Ibn Shaprut, quien en su misiva al Rey de los Khazares escribió lo siguiente: “si existe un sitio propicio para la redención del pueblo de Israel… y si tuviese la certeza de que es así, dejaría de lado mi encumbrada posición, abandonaría a mi familia y cruzaría diligentemente toda colina, mar y continente hasta llegar a los dominios de su alteza real…”

En esta travesía hacia la tribu Igbo se mezclan fantasía y realidad, historia y sociología, mitos y relatos personales. Intentaré pues exponer ante mis lectores mis impresiones y los descubrimientos de este viaje.

Es oportuno recordar que si bien los judíos etíopes han sido objeto de múltiples investigaciones por parte de las diferentes instituciones gubernamentales, los demás grupos africanos que sostienen poseer ascendencia judía no han sido estudiados y las investigaciones académicas sobre estos se encuentran aún en pañales. Existen algunos grupos en diferentes países africanos que sostienen poseer algún tipo de ascendencia judía, entre ellos la tribu Igbo de Nigeria, la tribu Lambe en Zimbabue, la tribu Basa en Camerún entre otros. Es común toparse con expresiones de sorpresa al sostener que hay judíos en el continente negro ya que resulta extraño asociar esos confines geográficos con presencia judía, si bien nuestra historia nacional comienza con un periplo de cuarenta años en el desierto africano.

Quise comprender por qué los miembros de la tribu Igbo se identifican como judíos y se sienten ligados a nuestro pueblo. ¿Acaso esto posee un  fundamento histórico y una tradición o se trata simplemente de una invención? ¿Cómo es posible que un grupo humano que carece de vínculos con el judaísmo decida ser judío en un país cristiano y musulmán en el corazón de África?

Los Igbo son llamados por las demás tribus nigerianas “los judíos del África”, no por su origen o religión sino por tratarse de la elite cultural del país e influir tanto en la educación como el comercio nigeriano e internacional. Un alto porcentaje de los miembros de esta tribu son profesionales liberales: médicos, abogados, contadores e ingenieros, muchos de los cuales trabajan en el sistema educativo y la administración estatal nigeriana.

Hay quienes sostienen que el nombre de la tribu, “Igbo”, se origina en la palabra hebrea “ivrí” (“hebreo”). La tradición tribal narra que sus ancestros llegaron desde la tierra de Israel y se presentaron como “los hebreos”, mas como los lugareños no les entendían los llamaron “Igbo”.

El recibimiento

Desde el inicio tanto la bienvenida como el clima fueron muy cálidos. Al caminar por las calles con kipá se me acercaron no pocos lugareños que me preguntaban: “¿Eres de Israel? Entonces somos hermanos…”  Al principio no comprendía el tenor de semejante expresión, mas cuando decenas y hasta centenas de personas me lo repitieron entendí que en la consciencia de la tribu Igbo está muy presente la conexión al pueblo judío.

El recibimiento que me dieron en sus hogares fue un tanto “amargo” y paso  inmediatamente a explicar a qué me refiero. Esta tribu posee una antigua tradición y consiste en servir al visitante una “almendra amarga”. Todo huésped que ingresa al hogar recibe un plato con almendras amargas (no de la especie que conocemos en Israel sino una variedad local muy amarga), el anfitrión sostiene el plato y pronuncia unas palabras de bienvenida que expresan alegría por la visita. Acto seguido el invitado debe ingerir una almendra y no hacerlo implica una ofensa al dueño de casa. Tras varias visitas y varios discursos de bienvenida no puedo decir que las almendras me llegaron a gustar pero la intención de los anfitriones fue buena y correspondía honrar sus tradiciones.

Los Igbo ancestrales, todas las mañanas antes de salir a trabajar rezaban a “Tzakwo Abiama Tzinika Kali Anu Yagua na Ana” (Dios de Abraham creador del cielo y la tierra), acto seguido agradecían a Dios el haberlos despertado y al finalizar respondían “Isa” (Amén).

Una antigua tradición de la tribu Igbo es circuncidar a sus hijos al octavo día de su nacimiento y la cumplen hasta hoy. También aquellos que viven como cristianos continúan circuncidando a sus hijos, lo cual obviamente no está bien visto por las demás tribus nigerianas. A la edad de trece años celebran una suerte de ceremonia de “bar mitzvá” que recibe el nombre de “vestir la prenda”.

Las bodas Igbo guardan gran similitud con las judías incluido el uso del palio nupcial o “jupá”. Tanto el novio como la novia escogen testigos y entre ambos lados se aportan cincuenta monedas que se dividen por partes iguales entre los testigos que las guardan como testimonio del enlace. En la ceremonia nupcial se sirve una copa de vino blanco y los novios beben de la misma.

La tribu Igbo posee también la costumbre del levirato. Si el marido fallece la viuda debe casarse con uno de los hermanos del difunto para que este posea descendencia que continúe la familia. Los Igbo donaban devotamente un diezmo de sus cultivos a los pobres y poseían una ciudad refugio para los asesinos involuntarios.

El ciclo del año judío se ve claramente reflejado en las costumbres de los Igbo. Cuando el jefe de familia divisa el novilunio llama a los miembros de la misma y les bendice por un buen nuevo mes. Cuando la luna se divisa llena todos los niños salen a celebrar y los adultos les relatan cuentos.

El año nuevo de la tribu Igbo cae durante el mes de septiembre y comienza con la puesta del sol. La celebración del año nuevo está destinada a pedir a Dios por un año mejor y pleno de bendición. Temprano por la mañana la aldea se despierta al son del toque de colmillos que nos recuerdan al toque del shofar.

Los Igbo acostumbraban a peregrinar una vez al año a una localidad llamada “Arotzoko” (hijos de Aharón). Según la tradición allí se encuentra una antigua arca sagrada de los días en que los ancestros judíos salieron en camino a África y llegaron ella hasta el sitio que hoy se denomina “Arotzoko”. Asimismo poseen vestimentas sacerdotales especiales. La leyenda indica que cuando arribaron los misioneros los miembros de la tribu temieron que el arca y las indumentarias sacerdotales sean destruidas por lo que decidieron guardarlas dentro de un edificio cerrado para protegerlas. No logré verlas con mis propios ojos pero me aseguraron que en mi próxima visita me llevarán a este sitio  secreto.

Los judíos de la tribu Igbo poseen identidad judía y se ven a sí mismos como judíos. Varios de ellos no quieren escuchar hablar de conversión al judaísmo ya que se sienten seguros en su fe y en su  status por lo que no ven necesidad de convertirse mientras que otros ven en la conversión una expresión de su voluntad de continuar viviendo como judíos.

¿Acaso la consciencia es significativa? ¿Qué valor tiene la voz interior? ¿Es quizás esta voz interior una suerte de palabra Divina que nos revela en estos días quiénes son aquellos que habrán de marchar junto a Israel? ¿Quiénes son los perdidos y quiénes los alejados? Solo Dios lo sabe.

En lo que refiere a sus expectativas respecto de su pertenencia al judaísmo, casi todos los consultados expresaron aspiraciones como por ejemplo “retornar a la Torá”, deseo de visitar Jerusalém y de renovar la tradición que les fue vedada por tanto tiempo. Al final de cuentas, todos desean pertenecer a un mundo judío más amplio. Es importante destacar que la mayoría de las personas que consulté no están interesadas en hacer “aliá”. Los miembros de la tribu Igbo poseen una fuerte identidad tanto nacional  como tribal y no desean abandonar su patria. Es menester señalar que la “aliá” de los judíos etíopes y el reconocimiento que recibieron al ser identificados como posibles descendientes de la tribu perdida de Dan en los años ochenta y noventa del siglo veinte, despertaron el interés en el desarrollo de la identidad de otras presuntas tribus perdidas en otras regiones de África.

Historia antigua

Durante generaciones los Igbo desarrollaron versiones de su historia tribal que los posiciona como parte de la diáspora judía y sostienen que sus antepasados llegaron a África mediante las antiguas rutas comerciales del continente.

Hay también quienes sostienen que el rio Sambatión (allende el cual fueron dispersadas las diez tribus por los asirios) se encuentra en África, y no en vano el Talmud cita a África como el sitio del exilio de as diez tribus (Tratado de Sanhedrín 94(A)): “¿A dónde fueron exiliadas las tribus? Mar Zutra dice que a Áfriqui, y Rabi Janina dice a los Montes de Slug” Es de señalar que no todos coinciden  en cuanto a que el Áfriqui mencionado  en el Talmud coincide con el actual continente negro.

Existe una serie de fuentes que sostienen que hubo presencia judía en Nigeria desde el 638 antes de la era común. Esta tesis arguye que judíos migraron hacia África tras la destrucción tanto del primer como del segundo Templo y establecieron comunidades a lo largo y ancho del continente. Los primeros migrantes habrían sido de las tribus de Gad, Asher, Dan y Naftalí. La población israelita habría continuado expandiéndose hacia el sur del continente africano y en dirección del Sahara. La tribu Igbo considera descender principalmente de la de Gad. Según la tradición tribal Gad es el padre de todos. La tradición oral de los Igbo menciona a un guerrero legendario llamado Erí hijo de Gad y nieto de Yaakov: “Y los hijos de Gad: Tzifión, Jagui, Shuní, Etzbón, Erí, Arodí y Ar´elí” (Génesis 46:16).

Hay otros que sostienen que los Igbo migraron desde Siria, Portugal y Libia a África occidental alrededor del 740 de la era común. Más tarde se les habrían sumado más migrantes judíos de Portugal y Libia en 1484 y 1667.

Una historia nueva

La tribu Igbo fue influenciada por el cristianismo que predicaron los misioneros que llegaron al África en tiempos del colonialismo británico en el siglo XIX. La similitud entre las antiguas creencias Igbo y el cristianismo los llevó a adoptar la nueva religión con mayor facilidad víctimas de la confusión y el engaño.

Los miembros de la tribu cuentan que al descubrir los misioneros que los Igbo poseen costumbres judías enviaron una misiva a la iglesia británica la cual les indicó que no revelasen de dónde proceden ni a qué nación pertenecen. Los misioneros actuaron con violencia contra la tribu Igbo y contra aquellos que se negaron a adoptar la fe cristiana.

Color de piel

Uno de los temas que han despertado sorpresa e interrogantes respecto de la conexión de esta tribu al pueblo judío es el color de su piel. Por alguna razón existe la idea carente de base genética o halájica de que un judío supuestamente posee piel de color claro y esto no es así. De hecho los falashas poseen el mismo color de piel que sus vecinos de igual manera como los judíos se asemejan a los habitantes de la región en la que viven tal como en el caso del Yemen, Bujara o Polonia. La Mishná en el tratado de Negaím (2:1) menciona que el color de la piel de los hijos de Israel varía según la región geográfica en la que habitan y posee diferentes matices: “Una mancha cutánea intensamente blanca se ve oscura en la piel de un alemán y la mancha cutánea oscura en la piel de un negro se ve como muy blanca. Rabí Ishmael dice: los hijos de Israel se asemejan al cedro de tipo Eshkroa (árbol de tonalidades marrones) ni blancos ni negros sino medianos”

Sin embargo, es de destacar que en la jurisprudencia halájica el color de la piel no es una señal que indique si la persona es o no judía. El Rabino Yaakov Sapir autor del libro “Even Sapir” (parte II cap. 68) escribe sobre los judíos que son “similares en su aspecto a los lugareños incluidos los judíos de la India, Etiopía y el Yemen que se les considera como los judíos con el origen más probado si bien son de tonalidad oscura”. El Rabino Uziel también se refirió en una de sus respuestas al color de la piel de los judíos de la India (Kovetz Bnei Israel 5722 pág. 25) diciendo que “jamás se alejó a una persona de la comunidad judía por su aspecto o por poseer un color de su piel similar al de los gentiles…”. El Rabino Moshé Fainstein respecto de los judíos etíopes afirmó que “del punto de vista de la halajá no importa el color de su piel” (carta del 5744).

La idea apasionante que aprendemos de la tribu Igbo es que la identidad judía puede superar límites políticos, raciales, lingüísticos entre otros, lo cual transforma al judío en un pueblo realmente global, amén de enseñarnos que la Torá es su fuerza unificadora.

Los judíos negros de Nigeria están seguros de que el color de la piel no es un obstáculo para volver a integrarse al pueblo judío ya que según su tradición la Omenana es la costumbre judía original y su color de piel es el color original del judío y en sus palabras: “Tzipora la esposa de Moshé era negra y Abraham Avinu también lo era”.

La situación actual

Hoy en día existen unas 30 comunidades de judíos Igbo en Nigeria, en cada una de estas hay una sinagoga algunas de las cuales poseen rollos de la Torá aptos halájicamente para su uso. Asimismo, muchos de los miembros de la tribu Igbo general continúan combinando en sus vidas prácticas judías con cristianas incluyendo la realización de circuncisiones al octavo día de vida si bien asisten a iglesias. Estas comunidades están diseminadas en las provincias de Abudja, Anambra, Imón, Lagos, Port Harcourt, Onogo y Aboni.

Hay investigadores que consideran que unos treinta mil Igbo detentan prácticas judaicas y unos tres mil observan los preceptos y retornaron a la tradición judía plenamente. Estas personas cuidan Shabat, colocan tefilín a diario y no comen carne para cuidar las leyes de la cashrut. En todas las comunidades hay un jazán o cantor litúrgico que sabe leer hebreo y dirige el rezo. En la mayoría de las sinagogas hay servicios de Shabat y en algunas todos los días de la semana. Al ingresar a una de las sinagogas vi escrito sobre la pared en letras hebreas un letrero que llamó mi atención: “Kol Israel Arevim Zé La Zé, Am Israel Jai” (Todos los judíos somos responsables uno por el otro, el pueblo de Israel vive).

Epílogo

Creo que descubrir la vida judía en el continente negro, aunque no reconozcamos la judeidad de quienes la detentan, es una revelación tanto interesante como emocionante en cuanto a que “No hay sitio carente de Su presencia”. Esto nos enseña que hay vida judía en sitios a los cuales ni Coca Cola ni Jabad aun llegaron.

Cuando me dispuse a abandonar a los Igbo en Abudja, estos me abrazaron y me dijeron a modo de despedida: “El retorno de los exiliados que Dios le prometió al pueblo de Israel ya ha comenzado, puede únicamente demorarse mas no cancelarse… Israel nos ha brindado un modelo de resurgimiento nacional y nosotros lo seguimos”. Esta fe, muy probablemente, mantendrá encendida la chispa judía en Nigeria a pesar de las guerras y las masacres, las tensiones entre el occidente cristiano y el norte musulmán y a pesar de la actividad de Al Qaeda en ese país. Para finalizar entonamos juntos el “Hatikvá” y nos despedimos con las palabras “Nefesh Iehudí Homiá” (“el alma judía anhela”).

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Bendito sea Dios que libera a los prisioneros

Por excederme en la velocidad a la hora de conducir un vehículo, por complicarme con un soldado del ejército boliviano y por hacer propaganda sionista en Cuba. Sobre distintas detenciones que sufrí en mis diferentes viajes y las originales maneras por medio de las cuales logré liberarme.

A Dios gracias nunca estuve preso pero sí he tenido el “privilegio” de estar detenido en una serie de países alrededor del mundo. A continuación les habré de detallar las circunstancias que me llevaron a semejante situación y las experiencias vividas.

Una investigación camino a un sepelio

Hace ya varios años, cuando era el Gran Rabino de la comunidad Israelita del Uruguay me fui de vacaciones junto a mi familia a una playa lejana y apartada. Como es típico en el caso de rabinos, mis vacaciones se vieron interrumpidas en virtud del fallecimiento de un miembro de la comunidad. Por la mañana recibí la notificación de que la persona había fallecido y que el entierro se llevaba a cabo en horas del mediodía. Por cuanto que me encontraba vacacionando, no iba vestido con vestimenta “de etiqueta”, o sea, con saco y corbata. Me despedí de mi familia y emprendí el viaje de varias horas en dirección al cementerio judío local.

En virtud de que quería llegar temprano al entierro a los efectos de acompañar a la familia e indicarle los pasos a seguir viajé a una velocidad excesiva. Por respeto hacia el lector no he de especificar qué número marcaba el velocímetro, solo diré que era sesenta kilómetros por hora por encima de lo permitido. Dado que me disponía a cumplir con uno de los preceptos que por su encumbrada importancia los sabios dicen que sus dividendos se reciben en este mundo mas el capital solo en el venidero, asumí que recaería sobre mí el principio de que “un enviado para cumplir una mitzvá no sufre percances”, pero se ve que me equivoqué.

Tras dos horas de viaje un patrullero con su sirena encendida comenzó a perseguirme. Una vez que me detuve, el agente policial descendió de su vehículo se acercó a mí y me preguntó el motivo de mi excesiva velocidad.  Mi respuesta fue sincera: soy el Gran Rabino de la comunidad israelita y estoy camino al cementerio para oficiar un entierro. El agente policial vio mi atuendo informal que consistía en unos jeans y una T shirt, me miró de reojo y dijo: “Así como el Obispo de la ciudad tiene un atuendo especial, esperaría del Gran Rabino que también vista ropas dignas de su función”. Todas mis explicaciones respecto de que estoy vestido informalmente en virtud de que regreso de mis vacaciones no surtieron efecto. El policía pidió ver documentación que me acredite como Gran Rabino del Uruguay. Intenté explicarle que no existe semejante documento mas él no se convenció y me llevó a la estación de policía más cercana a los efectos de continuar la investigación. Una vez allí el agente quiso abrirme un caso por exceso de velocidad e intento de suplantación de identidad. “Este individuo se quiere hacer pasar por el Gran Rabino de la ciudad de Montevideo pero con este aspecto es imposible que lo sea”. Tras dos horas de detención y la intervención del presidente de la comunidad quien envió un fax certificando cuál era mi posición comunitaria logré salir en libertad y llegué al cementerio al momento mismo del entierro.

“Prueba oficial”

Hace muchos años salí de paseo con mi señora en dirección a Perú y Bolivia. En determinado momento del viaje teníamos que cruzar la frontera entre Bolivia y Perú y elegimos hacerlo por el lago Titicaca, el segundo mayor lago de Sudamérica a 3821 metros de altura por sobre el nivel del mar en medio de los Andes.

Llegamos con el autobús al lago y tras la revisión de los pasaportes nos dispusimos a cruzar el lago en un ferry. El autobús se detuvo y yo procuré un excusado. En la puerta de un edificio sobre el cual ondeaba la bandera boliviana se encontraba de guardia un soldado de ese país al cual con toda inocencia pregunté dónde estaba el baño. El soldado me indicó que fuera a la izquierda y luego a la derecha pero rápidamente me di cuenta que no me estaba enviando al sitio correcto. Volví hacia donde se encontraba el soldado y me percaté de que vestía un cinturón cuya hebilla lucía una esvástica. Por un momento perdí la paciencia y comencé a gritarle, quizás por haberme enviado a un sitio equivocado pero principalmente por la esvástica. “¿Cómo te comportas?”- le increpé. “¿Por qué no me indicaste la ubicación correcta de los baños?” “¿Qué ejemplo de soldado está dando?” “¡Eres una vergüenza para el ejército boliviano!” etc.

Luego volví a donde se encontraba mi señora, subimos al ferry que nos haría cruzar el lago. De inmediato se nos acercó un grupo de ocho soldados bolivianos y me pidieron que los acompañe al cuartel. Por un instante no entendí qué pasó ni qué querían. Es importante entender que tanto en América Latina como en países del oriente las leyes no siempre son claras y las fuerzas de seguridad las van elaborando en el momento conforme su parecer o comodidad por lo que es difícil predecir qué puede ocurrir en los diferentes momentos.

Al llegar al cuartel rodeado de soldados y acompañado por los llantos de mi mujer, un oficial me acusó de haber ofendido a la bandera boliviana, lo cual es una “falta grave”. Según dijo, mis gritos no solo fueron una ofensa para con el soldado y el ejército boliviano sino que también ofendieron a la máxima insignia del país. Tuve un par de horas para pensar sobre mi defensa. Preparé un discurso emotivo y una línea argumental para exponer ante el oficial que me interrogaría.

Una vez llegado le dije: “Señor oficial, lamento profundamente lo que hice pero en ningún momento tuve la intención de ofender a la bandera boliviana. Yo respeto al país, sus soldados y su insignia. Yo soy ciudadano israelí y oficial en el ejército de defensa de Israel y como usted sabe nuestros países son amigos y nuestros ejércitos cuentan con instancias de cooperación mutua. ¿Cómo habría de osar ofender a un soldado del ejército boliviano? No fue esa mi intención”. El oficial me miró y me dijo: “tiene razón, pero… ¿cómo he de cerciorarme de que usted es un oficial del ejército israelí? ¿Tiene algún documento que lo identifique como tal?” Le expliqué al oficial que yo ya estaba en servicio de reserva por lo cual no llevaba conmigo una identificación. “Entonces-me dijo- usted no puede dejar el cuartel y será enjuiciado, sólo podrá irse si demuestra ser oficial del ejército de su país”.

De repente se me ocurrió una idea original. Vi que cerca nuestro habían unos fusiles, y le dije: “puedo demostrar que soy oficial del ejército- exclamé, deme un fusil y yo se la desarmo y vuelvo a armar con los ojos cerrados y así le habré demostrado mi condición de militar”. Al oficial le gustó la idea y me dijo: “si lo hace queda libre”. Afortunadamente en ese tiempo todavía tenía fresco el entrenamiento recibido durante el servicio obligatorio y logré desarmar y armar el fusil con una venda sobre los ojos en un tiempo razonable. Mi interlocutor quedó boquiabierto y me dijo que sin duda yo era un oficial del ejército israelí, hasta estrechó mi mano con orgullo y así, cinco horas después de haber sido detenido puede subir al ferry que nos condujo al Perú.

Una bendición desde Jerusalem

Mi siguiente detención tuvo lugar en Papúa Nueva Guinea hace cuestión de unos meses cuando visité a la tribu Gogodala que sostiene poseer raíces judías. Salí a tomar fotos del mercado de una de las islas empleando un drone que se maneja a control remoto. A los pocos minutos de tomar fotos llegó un jeep y un soldado del ejército local me gritó que en esa área está prohibido el uso de Drones por cuanto que es a minutos de la frontera entre Indonesia y Australia. De inmediato me hizo subir al jeep y me condujo a una estación de policía a los efectos de interrogarme. No he de negar que me puse nervioso y demás está decir lo agradable que fue estar detenido en Papúa Nueva Guinea.

Se trata de un país profundamente cristiano, por lo que opté por una estrategia diferente a la empleada en Bolivia. No me presenté como militar sino como religioso. Le expliqué al oficial que soy rabino y vengo de la sagrada ciudad de Jerusalem, allí donde vivió Jesús una temporada. Cuando mencioné Jerusalem vi que los ojos del oficial y los soldados comenzaron a lagrimear. En ese momento ofrecí al oficial bendecirlo junto a sus soldados cumpliendo así con el versículo que dice “quienes te bendigan serán benditos y quienes te maldigan serán malditos”. El oficial cambió de gesticulación y de enemigo se transformó en querido entrañable. Coloqué mi mano sobre su cabeza y lo bendije en hebreo y en inglés. Luego nos sentamos a tomar un café en la estación de policía y conversamos sobre diferentes temas relacionados a la fe y las creencias para luego despedirnos y así, acto seguido, regresé al hotel. Por supuesto que un pequeño obsequio no estuvo de más ya que en esa parte del globo no conocen lo dicho por nuestro Rey Salomón en cuanto a que “quien odia presentes vivirá”.

La primera vez que visité la ciudad de La Habana en Cuba este era un país estrictamente comunista y su gobernante era Fidel Castro. Cuando me dispuse a visitar la comunidad judía local mis amigos me advirtieron que no lleve conmigo material escrito en hebreo ni sobre temas de judaísmo o sionismo. Lamentablemente no les presté atención y en mi bolso llevaba revistas en hebreo y material sionista. Los funcionarios de migración decidieron revisar mi bolso de mano y allí encontraron el material en cuestión. Tras mirarlo detenidamente me dijeron que se me acusaba de querer introducir propaganda sionista al país isleño por lo que me llevaron detenido para ser interrogado por un oficial migratorio de mayor rango. Durante tres horas fui interrogado hasta en lo más nimios detalles vinculados a mi visita. El diálogo se llevó a cabo en un ambiente de sospecha máxima, hasta que el oficial me preguntó dónde me domiciliaba. Cuando le respondí que vivía en el Kibutz Sa´ad en Israel sus ojos brillaron de alegría y emoción y me preguntó: “¿vive usted en un kibutz? El kibutz es una sociedad socialista como Cuba. Nosotros estudiamos mucho sobre el kibutz y si usted proviene de uno, aquí en Cuba se sentirá como en su propia casa. ¡Bienvenido!

Las bonitas palabras del oficial no me liberaron de tener que ser seguido, durante toda mi visita por el servicio secreto cubano, el cual quería cerciorarse de qué exactamente hacía en su país, pero al menos, me permitieron visitar a nuestros hermanos, los judíos de Cuba.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Rabinato y deporte: ¿opuestos irreconciliables?

¿Existe alguna relación entre el rabinato y el deporte? Los partidos de fútbol y demás competiciones deportivas, ¿forman parte del mundo del rabino de la diáspora? ¿Cómo aprovechar eventos deportivos para acercar judíos alejados?

En diferentes partes del mundo la actividad deportiva es parte de la cultura del país, en América Latina partidos de fútbol, en los Estados unidos juegos de béisbol, en Inglaterra y sus excolonias el cricket y en Israel el basquetbol. En cada uno de estos países los judíos son parte de la cultura local y por lo tanto son aficionados acérrimos de los diferentes equipos. Hay quienes sostienen que el béisbol es un deporte judío ya que la mayoría de los judíos americanos se interesan más por este deporte que por el futbol y además, este deporte se asemeja a una partida de ajedrez sobre el terreno de juego ya que es posible planificar, calcular, desarrollar estrategias y analizar resultados tal como en el estudio del Talmud.

Muchos judíos de la diáspora están más ligados emocionalmente al fútbol que al judaísmo. Una de las formas de acercar a estos judíos es por medio de sus aficiones deportivas. Si ellos perciben que el rabino vive únicamente en el ámbito de la sinagoga y no conoce aquello que es de su interés, se les dificultará de sobremanera valorarlo. Sin embargo, si el rabino se esfuerza por entender su sentir y acercarse a su universo cultural y deportivo enseñando así que la Torá está conectada a la vida también fuera de la academia de estudios, les será más fácil sentirse cercanos a él y aprender de este otras cosas. Para que un rabino pueda acceder a personas que se encuentran lejanas de su ámbito espiritual debe hacer el esfuerzo de ingresar a su mundo, al menos en aquellas cuestiones que están permitidas y son posibles. Por esta razón, durante los años que ejercí el rabinato en la diáspora y hasta el día de hoy en mis viajes por el mundo judío, me encuentro a mí mismo jugando al futbol, montando a caballo, navegando y buceando en altamar, jugando pingpong y demás deportes junto a jóvenes judíos.

A pesar de mis raíces sudamericanas no soy aficionado al fútbol ni a algún equipo en particular, pero al ejercer funciones como rabino en la diáspora siempre tuve el cuidado de estar al día con los últimos resultados deportivos. Muchas mañanas me encontré con personas que lucían rostros de tristeza y desazón y yo sabía que no se trataba de duelo por un familiar fallecido, Dios no lo permita, sino por la derrota de su equipo en un juego el día anterior. Mi función como rabino era la de animarlos y sembrar en su interior la esperanza de que días mejores llegarían para su club.

Empero, no alcanza con que el rabino esté al tanto de los resultados de los juegos sino que es menester que desarrolle algún tipo de práctica deportiva él mismo. Una de las lecciones que aprendí de mi rabino y maestro el Rav Aharón Liechtenstein de bendita memoria es que en la rutina diaria del estudioso de la Torá hay también espacio para el deporte. Como estudiante en la Yeshivá tuve el mérito de poder participar de partidos de basquetbol en los que el Rav Liechtenstein jugaba con los alumnos los días viernes tras concluir la sesión de estudios. El Rosh Yeshivá sabía dar lecciones de conducta y ética también desde el campo de juego. Recuerdo una vez un muchacho que subía al ataque para anotar tantos y después no se apuraba en regresar para defender junto a sus compañeros, lo cual le mereció la observación del Rav: “tu forma de juego no es ética…”

El Rav Kuk resaltaba la importancia de la actividad física y el ejercicio  a los efectos de fortificar tanto el cuerpo como el alma: “grande es el esfuerzo físico, necesitamos de un cuerpo sano, nos dedicamos mucho a lo espiritual y olvidamos la santidad del cuerpo, dejamos de lado la salud y el temple corporal”. Cuando el rabino comunitario participa de actividades deportivas junto a los miembros de su congregación vela por su salud física y la de sus feligreses.

Recuerdo que al llegar a la comunidad judía de Uruguay sentía que el público estaba distante de mí, el difunto anterior rabino había sido un gran estudioso y a veces un tanto separado del sentir popular. Sentí que debía encontrar una manera de conectarme con la gente y así poder hablar de igual a igual con los miembros de mi comunidad. Decidí hacerme socio del club deportivo judío “Macabi” e inocentemente creí que de esa forma podría conocer judíos locales y llegar a sus corazones. Durante las primeras semanas que asistí tuve una extraña sensación de soledad y distanciamiento. Cuando entraba al vestuario las personas que allí se encontraban salían, cuando iba a nadar (en horario masculino) quienes se encontraban en la piscina cesaban su entrenamiento y salían, cuando pedía a diferentes personas jugar con ellas squash o tenis siempre estaban “ocupadas” y no podían jugar conmigo, y ni que hablar que cuando entraba a las duchas me encontraba siempre solo. Muy rápidamente entendí que las personas no veían en mí una persona más que venía a practicar deporte sino que me miraban desde una óptica cristiana, cual “santo varón” de quien había que alejarse ¡para no perturbarle! Exactamente lo contrario de lo que yo procuraba.

Tras algunas semanas conocí a algunos socios del club y lentamente se fue quebrando el hielo. Empecé a tomar clases de squash y jugué con varios socios.  A los efectos de hacer las partidas más interesantes e incorporarles un toque judío comencé a apostar con mis contrincantes, no dinero Dios no lo permita, sino por participación en clases y rezos. Antes de cada partida establecimos que si el rabino ganaba el contrincante debía asistir al siguiente servicio del viernes por la noche. Bendito sea Dios tuve ayuda del cielo y empecé a ganar partidas y así muchos judíos comenzaron a llegar al Kabalat Shabat para así pagar su deuda con el rabino. En virtud de que les gustó el método del rabino de hacerlos participar en las actividades, mis contrincantes deportivos comenzaron a traer a sus amigos a los rezos y de esa forma en cuestión de medio año los viernes a la noche la sinagoga estaba llena de pared a pared con unos quinientos o seiscientos hombres y mujeres y por otra parte la fila de socios de “Macabi” que pedían jugar conmigo se alargaba más y más aunque les pudiera implicar perder.

Habiendo sido rabino en Uruguay, Sudamérica y Turín no pude darme el lujo de desconocer a los principales equipos de futbol: Peñarol y Nacional en Montevideo, el Juventus y el Milán en Turín. Si bien procuré siempre animar a los aficionados de los diferentes equipos, me esmeré en que no se sepa cuál era el de mi preferencia. Cualquier respuesta podía desacreditarme ante la otra mitad de la comunidad y por ello cada vez que venían miembros de la congregación y me invitaban a acompañarlos al estadio y orar por la victoria de su equipo me negaba ya que encontrarme en la tribuna junto a ellos me ponía en evidencia. Sin embargo, una vez hice excepción a mi regla de conducta. Esto ocurrió cuando me encontraba en medio de un proyecto muy grande de construcción de una Mikve comunitaria. Si bien las personas habían donado generosamente, por naturaleza, los costos de todo proyecto grande de construcción tienden a exceder lo programado y faltaba dinero para concluirlo. Un grupo de aficionados de uno  de los equipos se acercó a mí y me formuló una propuesta difícil de rechazar: “Rabino, sabemos que le falta dinero para terminar la Mikve, ¡si nos ayuda le ayudaremos!”.  La oferta consistía en que si yo iba con ellos al estadio y rezaba para la victoria de su equipo, si este ganaba ellos se encargaban de juntar el dinero faltante para el proyecto. Sin duda se trataba de una oferta difícil de rechazar, ¡asistir a un partido de fútbol a cambio de una Mikve!

Tras meditarlo asentí y llegado el día, con libro de salmos en mano me encaminé junto a ellos rumbo al estadio. Tras pocos minutos de iniciado el juego me di cuenta que aunque recite el libro entero de los salmos el equipo en cuestión no podría ganar, sencillamente jugaban muy mal. A final de cuentas el equipo en pos del cual asistí perdió, pero los judíos que me habían invitado dijeron: “Rabino, nuestro equipo perdió… ¡pero tú ganaste! Por habernos acompañado y habernos hecho sentir de que te importamos, nosotros completaremos el faltante para terminar la Mikve, y a Dios gracias así fue.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Judíos en la tierra del sol naciente

Muchos se preguntan si hay judíos en el Japón, o en otras palabras: ¿hay japoneses judíos? La comunidad judía del Japón es la más oriental de entre las de Asia. La presencia judía en el Japón no es de larga data y de hecho no hay “judíos japoneses”. Los primeros judíos llegaron al Japón en 1861 al abrir este país sus puertas al occidente. En 1845 los portones del Japón se abrieron a la inmigración occidental y de esa forma comenzaron a llegar principalmente judíos provenientes de Shanghái y de Hong Kong. Hasta fines del siglo XIX habían ingresado al Japón unas decenas de judíos únicamente los cuales residían en las ciudades de Yokohama, Kobe y Nagasaki. La primera sinagoga en suelo japonés fue construida en 1894 en Nagasaki. Durante la segunda guerra mundial muchos judíos huyeron de Europa vía Siberia hacia Japón. La famosa Yeshivá “Mir” pasó una breve temporada en suelo japonés antes de llegar finalmente a Shanghái. La mayoría de los judíos que llegaron a Japón abandonaron el país en 1941 en virtud de la guerra con EE.UU. Al día de hoy hay unos mil judíos en territorio japonés, la mayoría de los cuales son hombres de negocios norteamericanos, europeos e israelíes que se radicaron allí por cuestiones profesionales. En Tokyo hay una comunidad judía conservadora y dos “Beit Jabad” y en la ciudad de Kobe hay  una comunidad ortodoxa.

Al visitar el Japón la pregunta que más me preocupaba era ¿cómo vive y se siente un judío en Japón? La interrogante surge en virtud de las características particulares de la cultura japonesa y la sensación de que se trata de un mundo muy cerrado y hasta de un “planeta en si mismo” en algunos aspectos. En Japón casi no radican extranjeros, hay no más de dos millones de foráneos en una población local de unos 130 millones de nipones. Los japoneses habitan una isla tanto geográfica como cultural y hasta el día de hoy no parecen ser parte de occidente. Para quien observa desde afuera, la cultura japonesa es única y diferente a todo lo que nos es conocido. Se trata de una cultura que durante un milenio se desarrolló bajo influencias asiáticas y europeas pero fundamentalmente en el marco de un aislamiento hermético del mundo exterior. El japonés es un pueblo con una fisonomía facial particular, un idioma diferente, escritura diferente, religión diferente, una música y un ritmo particulares, una caligrafía y un estilo artístico propio, una arquitectura singular, hermosos jardines, ceremonia de té, meditación, kimono y vestimentas tradicionales, una cocina rica y variada, todo lo cual confluye en constituir un mundo muy especial y diferente. La  combinación entre pasado histórico, cultura antigua, tecnología y modernidad transforman a este país en una de las grandes potencias mundiales y conforman una combinación cultural y humana definitivamente  única.

Si bien Tokyo es la mayor urbe del mundo y en ella habitan unos treinta millones de personas, quien camina por sus calles escucha el sonido del  silencio. Las personas caminan silenciosa y calmamente, ni siquiera hablan unos con los otros y los automóviles no utilizan sus bocinas. Da la sensación que cada quien vive su vida tranquilamente y está conectado a sí mismo y como mucho al teléfono celular que porta. Estoy acostumbrado a visitar grandes ciudades en las cuales el barullo de sus calles es parte inseparable del paisaje, empero, en Tokyo me sorprendieron el silencio y la tranquilidad que reinan en sus calles.

Los japoneses contemporáneos no tienen mayor idea de quiénes somos o qué somos los judíos por lo que no existe aquí el antisemitismo. A lo largo de la historia no ha habido contacto entre judíos y la tierra del sol naciente y estos llegaron al Japón recién en la era moderna y en pequeño número por lo que nunca tuvieron una presencia demográfica significativa. En el oriente y en el Japón existe una suerte de admiración por los judíos como personas exitosas en el área de los negocios pero no son un factor de relevancia en el ámbito local.

Durante el último siglo se ha desarrollado un fenómeno muy interesante en el Japón y es el de gentiles amantes de Israel. Se trata de sectas cristianas como el caso de la secta Makoya que fue fundada en 1948 por el Prof. Abraham Ikoro Tashima, quien a raíz de un sueño comenzó a cooperar con el pueblo de la Biblia que retornaba a su terruño; y la agrupación “Beit Shalom” que es la asociación de cristianos amantes de Israel en Japón.

Como es sabido, a lo largo y ancho del mundo muchos pueblos son considerados como posibles descendientes de la diez tribus exiliadas poco antes de la destrucción del primero Templo y hay quienes consideran que el pueblo japonés efectivamente desciende de alguna de estas, sobre la que está escrito: “…a las islas de más allá, que no han oído Mi fama ni han visto Mi gloria, y declararán Mi gloria entre las naciones. Y traerán a todos vuestros hermanos de todas las naciones” (Isaías 66) (es de recordar que el Japón es un país conformado por islas en el noroeste del Océano Pacífico).

Las religiones principales en el Japón son el budismo, el sintoísmo y el cristianismo, siendo la segunda la más difundida. Sintoísmo significa literalmente “el camino de los dioses” y se transformó en la religión oficial a  mediados del siglo XIX. Hay algunas costumbres sintoístas que se asemejan a las judías, una de ellas es la similitud entre la estructura de los santuarios sintoístas y el tabernáculo y posterior templo de Jerusalém. A diferencia de los templos budistas en los cuales hay estatuas, en los santuarios sintoístas no las hay y creen que su dios es espiritual y carente de cuerpo. Sus santuarios están distribuidos en grados crecientes de santidad, un área en el cual todo creyente puede venir a rezar, otro destinado a los sacerdotes y otra destinada únicamente al sumo sacerdote y es una especie de santo sanctórum. Asimismo, el santuario sintoísta dispone de una pileta para la ablución de manos, un arca sagrada con barras de transporte, y un altar para la quema de ofrendas de arroz y vino únicamente. Tanto los sacerdotes como el sumo sacerdote poseen una indumentaria especial.

Sin embargo, la historia más apasionante respecto de Japón y los judíos es la que no se ha contado. Se trata de una historia entre imaginaria y fantasiosa y permanece solamente en el pensamiento y en los libros de historia. A fines del siglo XIX se propagó en Rusia un libro de propaganda antisemita titulado “Los protocolos de los sabios de Sión” el cual describe un presunto plan judío para apoderarse del mundo y de la economía. Durante su permanencia en Siberia en el año 1919 los japoneses se toparon con este libro y como no conocían a judío alguno inocentemente creyeron todo lo que estaba en él escrito. Inclusive lo tradujeron al japonés para que así el pueblo nipón pueda tener acceso al mismo.

En 1934, a raíz de las persecuciones nazis contra judíos en Europa, los japoneses comenzaron a idear un plan singular para desarrollar su economía que consistía en traer a los judíos perseguidos a las tierras recientemente conquistadas por el Japón en territorio chino. Los japoneses creyeron que los refugiados habrían de potenciar su economía y atraerían inversores judíos de otros países lo cual mejoraría la imagen japonesa a ojos americanos. Este plan recibió el nombre de “Plan Fugu” e implicaba la absorción de un millón de judíos en Manchuria y Shanghái, tierras recientemente conquistadas a los chinos y en las cuales ya existían florecientes comunidades judías. El plan habría de conceder libertad civil  y religiosa completa a los judíos así como también establecer una especie de provincia judía independiente, y contemplaba la construcción de escuelas y hospitales especiales para los  inmigrantes. El plan fue autorizado por el gobierno japonés en 1938.

Es interesante tratar de entender el nombre del plan: “Fugu”. Se trata de un pez que posee un sabor muy especial pero que además posee sustancias venenosas que si no se procesan tras la pesca y antes de la ingestión pueden afectar gravemente al comensal. Esta era la actitud japonesa hacia el plan, este podría traer enormes beneficios al país pero implicaba asumir ciertos riesgos. En los protocolos se detalla el temor japonés de que los judíos se apoderen de toda la economía nipona lo cual sería nefasto para el país. A final de cuentas, por diferentes causas el “Plan Fugu” nunca se llevó a la práctica. Es interesante imaginar cómo se vería hoy el Japón de haber prosperado la iniciativa.

El Rav Kuk en sus epístolas se refiere al carácter singular de la nación  japonesa, sus virtudes especiales y el vínculo particular que puede desarrollar con el pueblo judío:

“Se trata de un pueblo libre e ilustrado, que despierta de un largo sueño con renovados bríos y tiene la posibilidad de contemplar la luminaria israelita  con ojos más lúcidos que otras naciones cuya vida espiritual ha sido estropeada por el veneno del odio al judío” (Igrot Reaiá 669, escrita en 1914).

Por Rabino Eliahu Birnbaum

La prohibición de convertir al judaísmo en la Argentina

La Argentina es el único país del mundo en el cual está prohibido realizar conversiones. Esta prohibición se basa en una decisión del año 1927 que modeló a la comunidad judeo-argentina desde el punto de vista social y religioso en los últimos ochenta años. La prohibición de realizar conversiones es uno de los pilares de la comunidad ortodoxa en ese país hasta el día de hoy. Por otra parte, la comunidad conservadora a la que pertenecieron por muchos años la mayoría de los judíos de la Argentina continuó convirtiendo y no aceptó la prohibición arguyendo que esta no se encuentra en el Shulján Aruj, que en la práctica su contenido es problemático desde el punto de vista ético y además los rabinos que la decretaron carecen de potestad para semejante edicto.

Hay dos personalidades rabínicas diferentes detrás del decreto prohibitorio. Una es un rabino sirio y la otra un rabino ruso. El primero es el Rabino Shaul David Sutton (nacido en Aleppo en el año 1851) y el segundo el Rabino Aharón Halevi Goldman (nacido en Podolia, Rusia, en 1854). Uno era discípulo de los sabios de Aleppo y el otro discípulo de los rabinos Eljanan Spector, Shmuel Salant, Jafetz Jaím y Kuk. El primero vivía en la gran ciudad de Buenos Aires y el segundo en la pequeña localidad de Moisesville que es una de las colonias establecidas por el Baron Hirsch para los judíos llegados desde Rusia. El primero fue autor de un libro de responsa titulado “Diber Shaul” y el segundo escribió otro del mismo género titulado “Divrei Aharón”. El primero era más flexible en su sentencia halájica también en temas vinculados a la conversión tal como es tradicional entre los sabios judeo-orientales y el segundo era más estricto. Oriente y Occidente se encontraron sobre suelo argentino y uniendo pensamiento y fuerzas emitieron un edicto prohibitorio único en el mundo entero.

En el año 1927 el Rabino Sutton publicó el texto de la prohibición el cual  aparentemente fue pegado en las pizarras de anuncios en la ciudad de Buenos Aires y rezaba, entre otras: “dado que esta ciudad es muy liberal, cada quien hace lo que le place y carece de una autoridad rabínica a la cual respeta… y por lo tanto todo aquel que se le antoja una muchacha no judía la trae a su casa y la hace su esposa sin mediar conversión o trae judíos comunes del mercado y la convierte ante ellos… por esta razón he difundido anuncios según los cuales está prohibido por siempre aceptar conversos en la Argentina en virtud de las razones que expuse anteriormente, y no se debe trasgredir esta norma, y ya dijeron nuestros sabios que quien quiebra una cerca es picado por una serpiente… quien quiera convertirse que viaje a Jerusalém y quizás allí lo acepten…” El mozo Shaul David Sutton S”T (“Sefaradí Tahor” o sefaradí de origen autentificado).

Al analizar el texto de la prohibición es importante hacer algunas puntualizaciones de peso. Primeramente, el decreto no fue dictado por un tiempo sino “por siempre”. Esto viene a enseñarnos que los rabinos que lo emitieron no lo percibieron como una  medida temporal restringida a una época o un sitio específico sino que se trata de un cambio ideológico en cuanto a la posibilidad de que exista conversión al judaísmo sobre suelo argentino y no concede libertad de elección en este tema a las futuras generaciones ni les permite considerar cambiar de actitud o la posibilidad de anular la prohibición. En segundo término, si bien la prohibición es ilimitada en cuanto a su validez en el tiempo está restringida únicamente al territorio argentino y no a toda América Latina como algunos tienden a pensar.

En tercer lugar, el texto de la prohibición es claro en cuanto a que no tiene por finalidad eliminar por completo la conversión al judaísmo ya que ofrece la posibilidad de viajar y presentarse ante el tribunal de Jerusalem. Por lo tanto, si bien la prohibición cerró la puerta principal a los interesados en la conversión no cerró los accesos laterales. No queda claro si la mención del viaje a Jerusalem es algo ideal para los días mesiánicos o si se trata de un programa concreto que orienta a los interesados en dirección a Sion.

La historia de la comunidad judía argentina comienza con el arribo masivo a ese país de refugiados que escaparon de los pogromos, las persecuciones y las dificultades de Europa del Este. Estos llegaron principalmente de Galizia, Polonia y Rusia procurando encontrar un mejor destino donde establecer sus hogares. Posteriormente llegaron judíos provenientes de Siria, Turquía y Marruecos.

Tenemos evidencias respecto de vida judía en Buenos aires desde el año 1860, sin embargo, la ola migratoria importante tuvo lugar en la última década del siglo XIX. Sobre el final de la década del veinte del siglo XX la Argentina era uno de los pocos países al cual los judíos podían inmigrar con relativa facilidad. En efecto, entre 1921 y 1930 la inmigración judía a la Argentina adquirió dimensiones importantes, en el año 1900 había 30.000 judíos en ese país mientras que en 1920 su número ascendía a los 160.000 y continuó incrementándose hasta 1946. Después del Holocausto solamente en Buenos Aires había 200.000 judíos y poco después su número llegó a rondar las 400.000 almas.

No llevó mucho tiempo hasta que los judíos en la Argentina comenzaron a sentirse cómodos en compañía de sus connacionales gentiles y comenzaron a trabarse relaciones de amistad, trabajo y familia entre las partes. El fenómeno de los matrimonios mixtos comenzó a extenderse y la combinación de judíos inmigrantes a un nuevo mundo  junto con el deseo de integrarse a la sociedad y asemejarse a las demás personas generó un gran problema. Muchos judíos comenzaron a dirigirse a los rabinos con la finalidad de que estos conviertan al judaísmo a sus parejas y de esa manera “casherisen” sus matrimonios. Ese es el marco sociológico y religioso que dio nacimiento al famoso edicto de prohibición de conversiones.

Sin embargo, parece ser que el edicto prohibitorio no fue aceptado por la totalidad de los rabinos argentinos, sus impulsores no eran los rabinos principales ni tenían un status comunitario importante por lo que muchos de sus colegas no lo acataron. Esta es la razón por la cual pidieron el apoyo de los Rabinos jefes de la tierra de Israel. Así escribió el rabino Abraham Itzjak Hacohen Kuk el 9 de Nisán de 1928: “Bien hicieron sus excelencias rabínicas en establecer esta prohibición en su país, pues en este abunda el desacato… y no han de aceptar ningún converso… y por la presente apoyo y respaldo el decreto de estos sabios y las demás eminencias que la apoyan en Argentina” Muchos y buenos de entre los sabios judíos del mundo entero expresaron su apoyo al Rabino Sutton y procuraron reforzar su autoridad así como la vigencia del edicto.

Empero, en el marco de la prohibición hay lugar para casos especiales. En el año 1966 llegó a la Argentina el Rabino David Cahana, quien previamente se había desempeñado como rabino de la fuerza aérea israelí para fungir como Rabino Jefe y Presidente del Tribunal Rabínico de la AMIA. Él buscó la manera de por un lado mantener en efecto el edicto prohibitorio pero al mismo tiempo permitir la realización de algunas conversiones especiales sobre suelo argentino. Asesorado por el Jefe del Tribunal Rabínico de la ciudad de Tel Aviv obtuvo una solución halájica creativa que le permitió realizar conversiones en la Argentina con el aval del Superior Rabinato de Israel.

El Rabino Ehrenberg propuso una solución halájica que implica una interpretación novedosa e interesante del edicto original: “Aunque digamos que pueden  viajar a Jerusalem, la intención de lo dicho es que el tribunal jerosolimitano es el que tiene la potestad de aceptarlos y ningún otro, por lo que si este tribunal acepta enviar un representante a la Argentina a los efectos de realizar conversiones en su nombre se cumple el edicto prohibitorio pues es como si el prosélito hubiese sido aceptado ante el tribunal de Jerusalem” (Divrei Iehoshúa III 42). Lo novedoso de la postura del Rabino Ehrenberg es que de acuerdo a la prohibición el tribunal de Jerusalem está autorizado para aceptar a los conversos y por lo tanto este puede designar un representante que actúe en la Argentina y de esa manera se puede convertir en territorio argentino con el aval del tribunal de Jerusalem.

Con el paso de los años el decreto prohibitorio pasó por una segunda etapa. Entre las comunidades oriundas de Alepo se llegó a un acuerdo en 1935 por efecto del cual se extiende la prohibición de aceptar conversos a las comunidades de Estados Unidos y México y de esa manera la pusieron en vigor en todas las comunidades sirias.

Este es el texto de la prohibición de las comunidades sirias: “Hemos tomado la iniciativa de poner un cerco protector a la santidad por la autoridad que nos  concede la sagrada Torá y por el cual se prohíbe a cualquier hijo o hija de Israel de mezclarse con no judíos y tampoco se permite hacerlo mediante conversión y ningún tribunal rabínico de las comunidades sirias en Norteamérica tiene permitido convertir a un gentil que desee casarse con un hijo o hija de Israel. En caso de que alguien quiebre esta prohibición se avisará que nadie se case con sus hijos…” (Rabino Ezra Tawil S”T Jefe del Tribunal Rabínico de la comunidad Maguén David 1935).

Este decreto fue aceptado por todas las comunidades sirias del mundo y se mantiene estrictamente el “no convertir, no aceptar conversos de otras comunidades, no aceptar conversos como miembros de la comunidad siria, no casar miembros de la comunidad siria con conversos, no recibir en la comunidad o en el colegio a hijos de sirios con conversos”. Si comparamos este texto con el del edicto prohibitorio argentino vemos que el último si bien prohíbe las conversiones en suelo argentino pero acepta conversiones realizadas en Jerusalém el decreto de los judíos sirios prohíbe la aceptación de los conversos de modo absoluto. En virtud de las limitaciones de espacio y tiempo no nos es posible analizar el efecto de los decretos en una perspectiva histórica, empero, es interesante señalar que en las comunidades sirias a lo largo y ancho del mundo el porcentaje de matrimonios mixtos tiende a cero mientras que en la comunidad argentina los índices de asimilación son hasta el día de hoy de los más altos del mundo. En Argentina actualmente más del 70% de los judíos se casan con no judíos.

Por Rabino Eliahu Birnbaum