Sobre la tribu de Gogodola

Papúa, Nueva Guinea, es uno de los países más distanciados de la cultura occidental pero incluso allí hay habitantes que se identifican como descendientes de las diez tribus perdidas y preservan tradiciones judías. Una expedición judía en un mundo perdido.

Tras cuarenta horas de viaje por aire, mar y tierra llegué finalmente a la aldea de Balimo en Papúa Nueva Guinea, uno de los países más alejados del mundo occidental tanto geográfica como culturalmente. El interminable viaje incluyó vuelos internacionales, vuelos domésticos en avionetas livianas, navegación en canoas y trayectos en jeep. Por lo distante del lugar pensé que quizás a este sitio se refirió el profeta Isaías cuando dijo: “Trae a mis hijos de lejos y a mis hijas del confín de la tierra”.

Siempre vi en los grandes viajeros judíos- Benjamín primero y segundo, Yaakov Sapir y el rabino Jaim David Azulay- ejemplos a imitar, por lo que decidí seguir sus pasos. Sin embargo, siempre ardió en mí el deseo de llegar a sitios, aldeas y tribus que ellos no alcanzaron a visitar. Creo que en esta travesía a Papúa Nueva Guinea se cumplió mi anhelo ya que llegué a aldeas nunca vistas por un hombre blanco, ni que hablar por un judío y menos por un rabino.

Una breve visita a Papúa demuestra sin lugar a dudas que la tesis que sostiene que vivimos en un mundo global no es cierta, este es uno de los países más primitivos del planeta y que aún no se ha expuesto al mundo occidental, famoso por sus fenómenos de canibalismo. El ochenta por ciento de los habitantes del país vive en aldeas, islas alejadas y cabañas a lo largo de los ríos. Solo un treinta por ciento de estos está alfabetizado y solo un diez por ciento está conectado a internet. Casi con certeza que esta es la razón por la cual este país se encuentra fuera del mapa turístico mundial. Me gusta viajar a países a los que la globalización aún no ha llegado y por lo tanto tampoco pudo atropellar a la cultura anterior. De esta forma descubrimos nuevos aspectos del mundo y del género humano.

Al encuentro de lo autóctono

Papúa Nueva Guinea se encuentra en el oriente de la isla de Nueva Guinea al norte de Australia. Al oeste de la isla se encuentra Indonesia. Papúa es una isla tropical cercana al trópico y más de noventa por ciento de su superficie está cubierta por bosques tropicales. La isla de Nueva Guinea es la cuarta del mundo en superficie.

Uno de los datos interesantes de este país es la existencia de ochocientas tribus que hablan más de ochocientos dialectos diferentes, sin duda la mayor diversidad lingüística del mundo. Algunos dialectos son hablados únicamente por un puñado de personas pertenecientes a una tribu determinada por lo que muchos de estos lentamente están desapareciendo. En este país se encuentra el doce por ciento de todas las lenguas habladas en el planeta.

Por supuesto que no viajé hasta Papúa solamente para ver paisajes bonitos o con objetivos aventureros  sino para buscar el punto de contacto judío, en resumen, vine a visitar a la tribu Gogodela. El recibimiento que me dieron en el aeropuerto de la ciudad capital, Port Moresby, fue muy especial y emotivo. Los miembros de la tribu Gogodela cantaron “Hevenu Shalom Aleijem” y colocaron collares de flores alrededor de mi cuello según la costumbre local. Los hombres estaban con kipot y las mujeres lucían vestidos con estrellas de David y menorot.

Hace mucho tiempo que se rumorea respecto de la existencia de judíos en el océano pacífico. La idea de que hay judíos en Papúa Nueva Guinea  o que parte de los habitantes de estas tierras tienen raíces biológicas judías acompañó a las primeras expediciones europeas en la región en el siglo diecisiete. Durante la era colonial en el océano pacífico se especulaba con la existencia de comunidades judías desconocidas y la posibilidad  de que en estas islas se encuentren tribus perdidas.

En las dos últimas décadas del siglo diecisiete el explorador y aventurero inglés William Dampier (1652-1715) atravesó dos veces el océano pacífico. De acuerdo con los hallazgos de Dampier se creía que existe una raza de judíos en Nueva Guinea que podían descender de alguna de las diez tribus perdidas.  Él agregó que es innegable que “muchos de los habitantes poseen características judías sumamente claras”. El Dr. James Egan Moulton, misionero metodista, llegó a la isla treinta años más tarde, en la década del sesenta del siglo XIX y vivió allí por tres décadas. Él también arribó a la conclusión de que la tribu Tonga es de ascendencia semita.

Descendientes de las tribus perdidas

A la tribu Gogodela la hallé junto a la aldea de Balimo. El encuentro fue increíble, comenzó con el izamiento de la bandera de Israel y la entonación del Hatikva. Nunca imaginé que escucharía el himno del Estado de Israel en tierras tan lejanas donde no hay ni comunidad judía ni embajada Israelí. Quinientas personas me dieron la bienvenida con cantos y danzas emocionados de que un judío proveniente de Jerusalém les estuviera visitando. Me contaron durante horas la historia de la tribu, me describieron sus antiguas tradiciones y su deseo de volverse a conectar con el pueblo de Israel. Los ancianos de la tribu tocaron el shofar para honrar al visitante jerosolimitano. Sobre una manta que sostenían durante la recepción estaba escrito:

“Bienvenidos a Papúa Nueva Guinea

El paraíso de la tribu perdida y encontrada de Benjamín

la tribu de Gogodela

Que el Dios Santo y Todopoderoso te bendiga

Amamos a Israel

Dios, bendice a Israel

Nuestro origen y nuestro destino

Nuestro comienzo y nuestro final

La tribu de Gogodela cuenta con una población de unas cincuenta mil almas distribuidas en tres aldeas. La mayoría profesa el cristianismo pero creen tener raíces judías. Su tradición indica que sus antepasados eran descendientes de las tribus perdidas que llegaron a la isla provenientes de Isarle Yavesh, y principalmente de Yabi Saba (“el primer sitio” en su lenguaje) que no es otra que la mismísima Jerusalém. En efecto, en cada conversación o evento en los cuales mencioné Jerusalém mis interlocutores vitorearon con entusiasmo.

Según sostienen, ellos cuidaron los preceptos de Shabat y Brit Milá hasta que llegaron los misioneros a comienzos del siglo XX. Cuentan que uno de los ancianos de la tribu itineraba entre las aldeas circuncidando a quienes lo requerían. Este poseía un cuchillo especial y curaba la herida de la circuncisión con diferentes hierbas. Mis anfitriones enfatizaron que entre las diferentes tribus de la isla la única que circuncidaba era la de Gogodela.

Actualmente, aquellos miembros de la tribu que desean retornar al judaísmo son circuncidados. Otra de las tradiciones que cuidaban era la separación entre marido y mujer durante los días de la menstruación y tras un nacimiento. Los miembros de la tribu acostumbraban a tocar el shofar para congregar a la comunidad y quien se ocupaba de dar sepultura a un muerto posteriormente se purificaba. Ellos creen que el dialecto Gogodela es hebreo en su forma más pura y original.

Origen según la tradición

Cuando llegué a la aldea de Balimo descubrí que ellos la llaman en hebreo “Eretz Beula” (tierra mancillada o sometida), nombre adjudicado por los misioneros. Quise explicar a mis anfitriones que ese nombre en hebreo no suena elogioso y que de todas maneras no corresponde conservar un nombre dado por misioneros. Propuse que llamen al lugar “Eretz Gueulá” que significa tierra de redención, y aceptaron la propuesta alegremente.

La mayoría de los miembros de la tribu descansa el domingo. En los últimos años un pequeño grupo de personas comenzó a cuidar el sábado como parte de su deseo de retornar a la tradición de sus ancestros. En el año 2005 el jefe de la tribu de nombre Tony Waiza- quien me acompañó a lo largo de mi visita- cuidó Shabat por primera vez en Papúa Nueva Guinea abriendo así una senda de retorno a la tradición de los ancestros. Actualmente también aquellos que guardan Shabat se encuentran en medio de un proceso de elaboración espiritual y oscilan entre el judaísmo y el cristianismo: estudian Torá y el Nuevo Testamento, creen en Moshé y en Jesús. Se trata de un tipo de cristianismo mesiánico combinado con raíces judías.

Hace unos años un equipo del Centro de Estudios Judaicos de la Universidad de Londres vino y tomó muestras genéticas con la esperanza de encontrar conexión a un posible origen judío. Los resultados no fueron contundentes. El jefe de la investigación, el Profesor Parfitt, sugirió que los resultados parecen indicar que si bien la  tribu Gogodela es genéticamente diferente a las demás tribus isleñas carece de un vínculo especial a pueblo alguno de la zona mediterránea. En la práctica, la raíz judía de la tribu Gogodela se basa principalmente en la tradición oral tribal que se transmitió de generación en generación. Esta tribu en particular y los habitantes de la zona en general carecen de lengua escrita por lo que las tradiciones se transmiten oralmente.

De todas maneras, los miembros de Gogodela se ven a sí mismos como la tribu número trece que se perdió y nada se supo de su existencia. Me explicaron que según sus tradiciones un día llegará un hombre blanco y los llevará de nuevo a Tierra Santa y les confirmará su pertenencia. De acuerdo a sus creencias, el Arca del Pacto y la vara de Aharón se encuentran en dos botes que los trajeron desde la tierra de Israel hace tres mil años. Estos botes están hundidos en una laguna y esperan poder encontrarlos para poder así confirmar su origen judío y retornar a la fe de sus ancestros. Ya se verá.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Shabat solitario en Papúa Guinea

El primer hombre blanco en la solitaria isla de Daro sin provisiones para Shabat. El Rabino Birnbaum en Nueva Guinea.

Como el primer Shabat

Esta fue la primera vez que en mis andanzas por el mundo quedé varado un Shabat en una isla solitaria, sin comunidad judía, vino ni jalot. Sin embargo, fue uno de los sábados más maravillosos que cuidé en mi vida.

A pesar de mis múltiples periplos por el mundo, siempre logré llegar a una comunidad judía para Shabat. Recientemente, en el Shabat de las porciones de lectura Matot y Mas´ei me encontré solo, en el fin del mundo a pocas horas de la entrada del Shabat. Esta fue la primera vez que realmente quedé varado en Shabat. A diferencia de otras veces en las que perdí un vuelo, en esta no pude apresurarme a la casa del rabino comunitario para pasar allí el día sagrado.

En el curso de mi visita a Papúa Nueva Guinea (detalles sobre este viaje en próximos artículos) me encontraba regresando de la localidad de Balimo que se encuentra en una región selvática atravesada por varios ríos en el mismo centro del país rumbo a la capital Port Morsabi. El jueves mis anfitriones me avisaron que se había suspendido el único vuelo semanal que debería llevarme a la ciudad capital para pasar allí el Shabat y que debía permanecer una semana más a la espera del próximo vuelo. La única manera de llegar a la capital era navegando primeramente hasta la isla de Daro que se encontraba a cientos de kilómetros del sitio en el que me encontraba. Si bien debería navegar unas quince horas por ríos y mar abierto en un bote precario decidí que el esfuerzo valía la pena ya que así podría pasar Shabat en un sitio ordenado en el cual dispondría de alimentos, Jalot y vino que había traído desde Israel.

Tras veinticuatro horas de navegación por ríos y mar abierto y tras superar no pocas situaciones de peligro arribamos a la isla de Daro, una pequeña aldea de pescadores de la cual despega un vuelo diario a la capital del país. Al principio me dijeron que el vuelo estaba levemente retrasado, luego que el avión aún no había despegado desde la capital rumbo a la isla y que partiría en cualquier momento. Esto significaba que no llegaría a la capital antes de Shabat.

Comencé a hacer cálculos matemáticos y halájicos: ¿Alcanzaría a subirme al vuelo en cuestión y aterrizar antes de entrar el Shabat? ¿Qué ocurriría si llegase entre el atardecer y la salida de las estrellas? ¿Cómo habré de llegar al hotel? Finalmente avisaron que el vuelo llegaría al isla de Daro media hora antes de entrar el Shabat, comencé a analizar para mis adentros si correspondía subir al vuelo media hora antes del atardecer ya que aterrizaría dos horas más tarde, siendo ya viernes por la noche. Hay juristas halájicos que en caso de gran necesidad permiten continuar viaje durante Shabat cuando el tren barco o avión es manejado por no judíos y estos no realizan la labor específicamente  para el judío (Piskei Uziel 13, Bein Hashmashot; Sefer Jishukei Hajemed Shabat 153(A), Maré Habazak V inciso 30; Tzeidá Laderej pág. 159). Sin embargo, de todas maneras habría de tener que caminar desde el aeropuerto al hotel sin mis implementos personales.

A final de cuentas entendí que el análisis que hice era superfluo ya que los funcionarios del aeropuerto avisaron que el vuelo del viernes había sido cancelado y que el próximo sería el día sábado. Es así que dos horas antes de iniciarse el Shabat me encontré solo en una aldea de pescadores cuando en mi mochila no hay nada para honrar el día, ni vino, ni Jalot, ni comida, ni ropa, ni sidur ni jumash, sencillamente me encontraba al borde de iniciar el día sagrado prácticamente desnudo como el día en que nací.

Kidush sin vino

Como es habitual en mí, al enterarme de que le vuelo había sido cancelado reaccioné diciendo “todo lo que hace el Eterno es para bien” (tal como sentenció el Shulján Aruj: “una persona debe habituarse a decir que todo lo que hace el Eterno es para bien” Oraj Jaím 230:5) y “toda demora es para bien” (expresión que se le asigna al Rabino Jaim David Azulay z”l). Acto seguido busqué rápidamente el mejor hotel posible para que por lo menos pueda deleitar el Shabat.

Corrí a la tienda local a comprar algunos productos pero la oferta en general y la variedad de productos kasher en particular no era interesante. Afortunadamente encontré latas de sardinas y hasta de macarel. Papúa, Nueva Guinea, se encuentra al norte de Australia por lo que busqué productos con sellos de kashrut australiana, milagrosamente encontré latas de maíz, arvejas y ensalada de frutas. Compré una docena de huevos y los cociné en una pequeña olla que encontré en la tienda. Dado que me encontraba en una isla al borde del mar alcancé a llevar la olla a inmersión ritual antes de Shabat.

Sin embargo, a pesar de mis esfuerzos no logré encontrar pan no horneado por judíos pero que al menos haya sido elaborado de un modo permitido. Si bien no soy un entendido en temas de cocina u horneado, mi querida esposa me enseñó a preparar pan pita con solo harina y agua sobre la sartén. Probé suerte y a Dios gracias veinte minutos más tarde logré preparar cinco pequeños panes pita para el Kidush de la noche y las comidas sabáticas, para así comer hasta saciarme junto a los otros manjares que alcancé a adquirir en honor del sagrado Shabat.

¿Sobre qué se realiza Kidush en una noche de Shabat como esta? El viernes por la noche es preferible recitar el Kidush con vino, pero en caso de que no haya el Shulján Aruj indica que se debe: “exprimir un racimo de uvas y sobre el jugo recita el Kidush” (Oraj Jaím 272:2). Sin embargo en la isla de Daro en particular y en Papúa Nueva Guinea en general no hay uvas y casi que tampoco hay frutas o verduras. Solamente se encuentran bananas, mangos y cocos por lo que esta solución no era relevante para mí. En caso de carecerse de vino o jugo de uvas los juristas dividen sus opiniones entre que se recite el Kidush sobre el pan, sobre otra bebida alcohólica común en el país o que no se recite. Según Rabenu Ierujam “allí donde se carece de vino se recita Kidush con otra bebida sea esta alcohólica o no siempre y cuando no sea sobre agua”. Rabenu Asher opina que por la noche el Kidush sea recitado sobre pan y no sobre otra bebida alcohólica. Si se recita sobre el pan, se debe sostener los panes durante todo el recitado y pronunciar la bendición “Hamotzí Lejem min haaretz” (que extraes el pan de la tierra) en vez de “Boré prí Hagafen” (que creas el fruto de la vid) (Mishná Brurá ibid inciso pequeño 29). Otra posibilidad, en caso de carecerse de panes, es recitar la bendición de “Hamotzí” sobre galletas al agua, pastel o masa rellena como el caso de empanadas. De no mediar esa posibilidad se puede recitar el Kidush con cerveza  algún jugo natural (Shmirat Shabat Kehiljatá 55:7:18). Es interesante traer a colación la opinión de la Mishná Berurá según la cual en caso de carecerse tanto de pan como de vino “se come sin recitar Kidush y no se suspende por ello el cumplimiento del precepto de deleitar el Shabat, comiéndose lo que se dispone y se confía en la mención del día sagrado durante el rezo” (289:10).

Como nuestros antepasados en el desierto

El sábado por la mañana tras el rezo matinal frente al mar, los botes y el mercado local, pensé en recitar el Kidush matutino con cerveza, tal como lo especifica el Shulján Aruj: “allí donde se carece de vino se ha de usar cualquier aguardiente o bebida salvo agua, pudiéndose recitar Kidush con la bebida común en el país” (Oraj Jaím 289:2). Sin embargo, cuando pedí cerveza en el hotel me enteré que el país está pasando por periodo de elecciones y en virtud de ello se prohibió la venta de bebidas alcohólicas por tres meses. En un caso así se puede recitar Kidush con otros tipos de bebida comunes en el país tales como jugos de fruta, leche, café o té con azúcar (Shmirat Shabat Kehiljatá 53:11).

Tras la comida de la mañana, quise salir a caminar por la isla. En virtud de las numerosas advertencias que se me hicieron respecto del precario estado de seguridad en el país pregunté al dueño del hotel si era peligroso caminar solo por la calle, a lo que me respondió: “no tiene por qué preocuparse, ya corrió la voz por la isla de que hay un hombre blanco proveniente de Jerusalem y los isleños están emocionados por su visita. Hay quienes incluso sostienen haber visto ángeles que lo acompañaban cuando llegó por lo que todos lo van a respetar y cuidar”. En efecto, cuando  paseé por la isla entre sus casas de adobe y sus mercados las personas se dirigían a mí diciéndome que veían un hombre blanco y que además provenía de la Tierra Santa y Jerusalem. Los isleños son todos cristianos devotos por lo que me encontré todo el Shabat bendiciendo a cientos y miles de lugareños que pedían serlo por el hombre blanco jerosolimitano que llegó rodeado de ángeles.

Dado que no disponía de libros de estudio, tuve mucho tiempo libre para pensar y dialogar con los isleños. Pensé en lo diferente que es pasar un Shabat en el “desierto” en un sitio donde se carecen de los preparativos para el día sagrado. Sin duda, nuestros antepasados cuidaban un Shabat más parecido al mío en la isla de Daro que al que solemos cuidar en nuestros hogares. En la práctica, las treinta y nueve labores prohibidas casi que carecen de sentido en el Shabat occidental. No tenemos problemas de cocción de alimentos ya que disponemos de refrigeradores y todo está preparado desde el día de la víspera, no tenemos problemas de uso de artefactos eléctricos ya que disponemos de “timer” ni problemas de transporte de dominio a dominio ya que disponemos de Eruv. Pero justamente durante el Shabat en la isla volví a meditar sobre las treinta y nueve labores prohibidas y sus derivaciones que de repente se tornaron en relevantes.

Respecto de la Havdalá no tuve que esforzarme ya que en mi mochila siempre llevo mi pipa con tabaco de buen aroma y fósforos. En vez de vino me preparé una taza de café: “No se realiza Havdalá sobre pan, pero sí sobre una bebida alcohólica si es típica del país, y lo mismo ocurre con las demás bebidas salvo el agua” (Shulján Aruj Oraj Jaím 296:2).

No sé si habré de volver pronto a la isla de Daro, pero el Shabat que pasé allí fue uno de los más bonitos de mi vida. Si bien lo pasé sin ver judíos, minián y sinagoga, quizás justamente por ello pude reencontrarme conmigo mismo y con el Shabat y experimentar una especie de Shabat primigenio, semejante al mundo venidero.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Exhumación de muertos y muertos que se mueven

A lo largo de los años en los que me desempeñé como rabino en la diáspora, atendí diferentes pedidos de exhumación a los efectos de enviar los restos a la Tierra de Israel para ser enterrados pues allí es donde residen los familiares del fallecido, pueden visitar la tumba y honrar su memoria.

Trataré de describir un caso de exhumación de restos mortales que parece extraído de un libro de ciencia ficción o de un film de terror y de esa forma explicar el marco halájico en el cual este tema se maneja. Una familia hizo aliá desde Montevideo – Uruguay y me pidió que los ayude a trasladar los restos de su padre ya fallecido hacía ya treinta años del cementerio local al de Petaj Tikva-Israel. Una vez ya realizados todos los preparativos correspondientes, fijé día y hora para ejecutar la tarea y pedí al personal que haga todos los arreglos previos necesarios para recoger los restos mortales, esto es, retirar la lápida y realizar una primera excavación que llegue al nivel de la tapa del ataúd.

Cuando llegué al cementerio todo estaba listo, descendí al foso excavado y con mucho cuidado comencé a revisar la tierra para encontrar los huesos del difunto. En las veces anteriores que realicé esta labor siempre pude encontrar la parte principal del cadáver y a su alrededor muchos huesos diminutos. Esta vez no encontré nada. La tumba estaba completamente vacía. Estando aún dentro del foso comencé a llamar a expertos en la materia de Israel y el mundo y les pregunté si es razonable que en una tumba no se encuentre el cadáver. Su unánime respuesta fue: “no es razonable, debes al menos encontrar algunos huesos”. Sin embargo, tras denodados esfuerzos y tenaz búsqueda no logré encontrar nada.

Repentinamente vino a mi memoria un hecho que había ocurrido la semana anterior. Uno de los veteranos miembros de la comunidad judía del Uruguay, sobreviviente del holocausto y gran persona, me pidió que lo acompañe a adquirir un lugar para él y para su señora en el cementerio. El tesorero de la comunidad se alegró de sobremanera ya que la venta habría de ingresar una importante suma a las arcas de la institución; y me pidió que acompañe al Sr. Zyman al cementerio a elegir lugar y que le ofrezca una ubicación especial a un precio honorable.

Caminando junto al Sr. Zyman en el cementerio le mostré un sitio en la primera fila del corredor principal de modo tal que todo aquel que entre pueda ver la lápida con su nombre grabado en ella. El Sr. Zyman, judío oriundo de Polonia, con su gran sentido del humor me respondió: “Rabino, sin duda que es un sitio muy bonito, tiene buen aire y paisaje, ¡pero no es para mí!” Sorprendido por su comentario le pregunté a qué se debía semejante conclusión. “Rabino, yo sufro de dolores en la espalda y en esta parte del cementerio hay corrientes subterráneas de agua…”. Finalmente el Sr. Zyman compró ese sitio para sí y para su esposa a pesar de los dolores de espalda y recibí las felicitaciones correspondientes por parte del tesorero.

Cuando me encontré parado en la tumba vacía antes mencionada, le pregunté al director del cementerio si es posible que en esta área del cementerio haya corrientes de agua subterránea. Su respuesta fue afirmativa ya que nos hallábamos al nivel del mar lo cual hacía que fluya agua entre las tumbas.

Observé la leve pendiente del suelo y le pedí al director del cementerio que abra la tumba contigua. Tras varias horas de excavación grande, fueron nuestra alegría y nuestra sorpresa al encontrar el cadáver perdido. El cuerpo de la primera tumba se movió a influjos de las aguas subterráneas desplazándose unos tres metros hasta terminar abrazado al de la segunda. El lector escéptico se preguntará si fue posible diferenciar entre los restos de los dos cuerpos. Felizmente no necesité recurrir a los métodos adivinatorios del Gaón de Vilna, ya que los cadáveres se encontraban uno encima del otro, el cadáver que se desplazó quedó encima de su “huésped” y esto era fácilmente reconocible. Tras un esforzado y sutil trabajo logré exhumar los restos, colocarlos en una caja y enviarlos a Petaj Tikva.

La labor de exhumación (en hebreo “likut atzamot” o “pinui atzamot”) era muy común en la antigüedad. Tras pasar unos años en los que el cuerpo se desintegraba, se recogían los huesos y se los colocaba en un panteón familiar junto a los restos de otros parientes y de esa manera se liberaba espacio para inhumar a otro difunto.

Actualmente no acostumbramos a exhumar o enterrar en dos etapas salvo en casos especiales en los que por razones personales se requiere trasladar al difunto de una tumba a otra, mayormente de un cementerio de la diáspora a otro en la tierra de Israel. Asimismo, dado que hoy en la exhumación y posterior inhumación mayormente los restos se encuentran en ataúdes, el Gaón de Munkatsch sentenció que cuando se traslada el cadáver de esta manera no se trata de un caso de “likut atzamot” (Responsa Minjat Elazar 4:12).

El sitio donde el difunto fue enterrado se considera en la halajá como aquél donde tiene descanso eterno, por lo que debe ser respetado y se prohíbe trasladar los restos a menos que medie un justificativo de peso. La halajá prohíbe mover al difunto de su tumba ya que “su honor está en el sitio de su reposo” (“kvodó bimkomó munaj”). Por esta razón, el fallecido no debe ser trasladado de una tumba a otra. El Shulján Aruj sentenció lo siguiente:

“No se traslada al difunto o sus huesos de una tumba honrosa a otra ni de una sencilla a otra y no es necesario explicitar que tampoco de una honrosa a otra  sencilla” (Ioré Deá 363:1, la norma tiene su origen en el Talmud Jerosolimitano Tratado de Moed Katán 2:4).

La línea argumental central por la que se prohíbe el traslado de un  cadáver de una tumba a otra es desarrollada por el Rav Iosef Caro en su comentario Beit Iosef: “La razón por la cual no se traslada un cadáver de una tumba a otra es que genera desconcierto en el muerto, pues teme del día del juicio” (Ioré Deá 363). Si bien nosotros no entendemos cuestiones ocultas ni del ámbito de los muertos, entendemos que al difunto le resulta incómodo ser retirado de la tierra a la que regresó.

El Talmud Babilonio en el Tratado de Baba Batra (154(A)) explica que abrir la tumba deteriora al cadáver y es una afrenta al honor del fallecido. Los juristas dan diferentes explicaciones respecto del tenor del deterioro que conlleva la apertura de la tumba. El “Nodá Biehudá” (Ioré Deá 89) entiende que el Talmud se refiere a retirar un cuerpo en proceso de descomposición, lo cual nos da una imagen poco digna del fallecido. Por lo tanto, no hay deterioro si la exhumación se realiza varios años después de fallecida la persona y es claro que no hay sino huesos. Por su parte, el Rav Tikotschinsky (Guesher HaJaím 26:10) deduce del Talmud Jerosolimitano que la misma exhumación es en sí un acto deshonroso para con el difunto, y por lo tanto, el problema persiste aunque sólo hayan huesos.

De los conceptos vertidos por el Rav Fainstein surge que la raíz de la prohibición reside en el precepto de dar sepultura, el cual queda sin efecto a la hora de la exhumación: “Dado que el precepto de dar sepultura implica que el difunto permanezca enterrado por siempre hasta la resurrección de los muertos… resulta que quien abre una tumba trasgrede con sus propias manos el precepto positivo de enterrar… aunque tenga la intención de volver a inhumarlo” (Igrot Moshé, Ioré Deá II inc.151).

Las razones más comunes que justifican halájicamente una exhumación son la preocupación por el bienestar del difunto o el de la sociedad. Por ejemplo, si se teme por la integridad de la tumba en virtud de inclemencias climáticas o el daño que un humano pueda infligir. Causal de exhumación puede ser si un judío es enterrado en un cementerio gentil, o en un sitio que no le pertenece, o en tierras públicas, o en un sitio que puede deteriorarse o donde se filtra agua. Una tumba que perjudica a la comunidad puede ser trasladada, se puede trasladar un cuerpo al panteón familiar o a la tierra de Israel a los efectos de que pueda ser visitada por sus parientes etc. De todas maneras, siempre se debe tomar en consideración una amplia gama de parámetros como pueden ser el tiempo que lleva enterrado el cuerpo, su estado de conservación y  el estado del ataúd.

Rabí Iosef Caro sentenció en el Shulján Aruj: “Si se trata de un traslado al panteón familiar – se permite, aunque sea de una tumba honrosa a una muy sencilla, puesto que para una persona es agradable encontrarse junto a sus antepasados. Asimismo, si es para enterrar al difunto en la tierra de Israel  – se permite. Si fue enterrado provisoriamente – se lo puede exhumar. Si el cadáver no se preserva en la tumba, o se teme que no judíos lo desentierren, o que se filtre agua, o si se trata de una tumba que se descubre en medio del terreno de un particular – es preceptivo trasladarlo” (Ioré Deá 363).

Quiera Dios que se cumpla en nosotros lo dicho por el profeta Ieshaiahu (25:8): “Tragará a la muerte para siempre. Y el Eterno enjugará las lágrimas de todos los rostros. Y el oprobio de Su pueblo lo quitará de toda la tierra, porque el Eterno así lo ha dispuesto”.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Bendiciones a parejas y familiares no judíos

¿Qué debería hacer el rabino de una comunidad de la diáspora en un caso como este?

Al momento de abrirse el Arca Sagrada en una sinagoga sefaradí y al concluir la lectura de la Torá en una ashkenazí se acostumbra a recitar una plegaria por la mejoría de todos los enfermos y enfermas del pueblo de Israel. Según la usanza sefaradí se recita “Dios por favor sánalo, Dios por favor sánalo, Dios por favor sánalo, cúralo, dale fuerzas, robustécelo y devuélvele su anterior vigor, que sea esta Tu voluntad y todos diremos Amén”; y según la ashkenazí: “Quien bendijo a nuestros ancestros Abraham, Itzjak, Yaakov, Moshé, Aharón, David y Shlomó; Sara, Rivka, Rajel y Lea, bendecirá y sanará al enfermo fulano hijo de mengana… le enviará pronto curación completa desde el cielo a sus 248 órganos y 365 tendones y articulaciones junto a los demás enfermos del pueblo de Israel, le concederá salud espiritual y física…”.

En estos momentos, se acercan al Arca Sagrada o a la tarima donde se lee la Torá todos aquellos que tienen un familiar enfermo y piden por su mejoría. El momento en el cual el encargado de la sinagoga (“gabai” o “shames”) anuncia que se habrá de recitar la plegaria por los enfermos (“misheberaj”) es uno de los más emocionantes del servicio ya que es cuando los presentes claman los nombres de sus seres queridos para sumarlos a la oración expresando así el anhelo por su recuperación. En esta plegaria se revelan y manifiestan la preocupación y la responsabilidad que se asume por el prójimo y su bienestar tanto físico como espiritual.

Hete aquí que en una de las sinagogas de la diáspora en las que recé recientemente, me tocó presenciar que uno de los asistentes al rezo pidió una plegaria de pronta mejoría para su novia llamada “María hija de Cristina”. El rabino conocía bien a quien formuló la petición y ésta le sorprendió de sobremanera. Balbuceando le dijo: “pero tu novia no es judía…”, a lo que el muchacho le respondió: “Lo sé, pero tuvo un accidente y siento la necesidad de rezar por su mejoría, no le pido que nos case sino solamente que recite la plegaria para que se recupere, y ¡ella misma me pidió que se lo solicite!”.

¿Cómo se debe actuar en un caso como este? ¿Se puede orar por la mejoría de la novia gentil de un muchacho judío? ¿Se puede rezar por la mejoría de la esposa gentil de un judío? ¿Acaso es la forma correcta de acercar al muchacho judío a la sinagoga y evitar que se aleje de ella?

Este caso, sin duda, expresa las características singulares de la existencia judía en la era postmoderna, acechada por peligros y riesgos al tiempo que plena de posibilidades y desafíos. La vida judía contemporánea no es para nada sencilla y sus componentes no son obvios o naturales tal como lo era en el pasado. Hoy día, la vida judía está basada en la posibilidad de elección del individuo. En muchas de las comunidades de la diáspora judíos casados o ennoviados con mujeres gentiles asisten asiduamente a la sinagoga en Shabat para así, mediante la inmersión en la experiencia del rezo comunitario, mantener el vínculo con la tradición ancestral. Hasta hace algunas décadas esto no ocurría pues cuando un judío desposaba una mujer gentil, de hecho estaba optando por alejarse de la comunidad y del pueblo de Israel. Sin embargo, hoy en día vemos que a ojos de las personas involucradas existe la posibilidad de conciliar ambos mundos. Es posible asimilarse y al mismo tiempo mantener una identidad judía, es posible vivir con una pareja gentil y asistir cada Shabat a la sinagoga e incluso cuidar en la casa las reglas de la kashrut. En el pasado existía una correlación entre la asimilación, o sea, la pérdida de identidad judía y la exogamia o matrimonio con un gentil, empero, en nuestra sociedad post moderna es posible mantener diferentes identidades y abrazar diferentes verdades simultáneamente. Aparentemente, se puede mantener una identidad judía junto a una pareja gentil sin mayores contradicciones (por supuesto que no veo en esta situación algo recomendable o ideal, simplemente describo una realidad frecuente en el  mundo judío).

El Talmud en el Tratado de Guitín (61(A)) nos enseña: “se da limosna a los indigentes gentiles al igual que a los judíos, se visita a los enfermos gentiles al igual que a los judíos, se entierra a los muertos gentiles al igual que a los judíos en aras de mantener una convivencia pacífica” (“mishum darkei shalom”). El Talmud entiende que existe una necesidad de mantener relaciones justas e igualitarias entre judíos y gentiles en todo lo referente a lo asistencial y al bienestar social “en aras de una convivencia pacífica” por lo que se visita al gentil durante su enfermedad.

El Rav Ovadia Iosef fue consultado si se permite a un converso rezar por la salud de su padre que yace agónico, y este respondió:

“Según lo antedicho es claro que si los padres del converso son musulmanes y están enfermos se permite que rece por ellos para su pronta mejoría ya que no son idólatras. Se puede también decir que si sus padres son cristianos, por lo que agregan a la fe en el Dios único, otras figuras, no se los considera idólatras ya que los Ba´alei HaTosafot comentaron en el Tratado de Sanhedrín 63(B) que los hijos de Noaj (las naciones) no fueron advertidos respecto de la prohibición de creer en otras entidades además de en Dios por lo que está permitido orar por ellos… y por lo tanto corresponde orar por él ante HaShem en cuyas manos se encuentran los destinos de todos los seres vivientes, y si el gentil en cuestión no es digno de una pronta mejoría Dios hará lo correcto ante Sus ojos y no se debe prohibir esta plegaria bajo ningún concepto. Menos aún se debe de prohibir si el gentil es quien pide que se ore por su salud ya que ello es una muestra clara de que cree en HaShem y entiende que no hay nada imposible para Él, por lo que se puede rezar por esta persona”. (Responsa Iabía Omer VIII Oraj Jaím 38).

El Rav Ovadia Iosef, tal como es habitual en su filosofía halájica, encuentra un camino digno y apropiado para permitir que se rece por la salud de padres no judíos tanto se trate de musulmanes como de cristianos. Además, él ve un mérito especial en el hecho de que el gentil es quien pide ser bendecido mediante una plegaria judía lo cual manifiesta claramente su fe en el Dios de Israel aunque no pertenezca a nuestro pueblo. De esta respuesta se puede aprender respecto de nuestra pregunta inicial y entender que no hay prohibición de orar por la salud de un familiar no judío, y en mi opinión, hacerlo tiene la ventaja de reforzar el vínculo del judío que ora a su tradición.

Considero que en dilemas de este tipo debemos contemplar la totalidad del panorama que se nos presenta y sopesar posibles beneficios frente a perjuicios así como también tomar en cuenta el sentir del judío que pide una plegaria para su pareja gentil. A pesar de lo complejo y delicado de la situación en la cual un rabino recita una plegaria por la esposa gentil de un judío, no veo en ello una aprobación general de la situación familiar de este ni una conciliación a posteriori con la exogamia. Por otra parte, si no se respeta a la pareja gentil del judío así como también sus sentimientos y pedidos, podemos provocar su alejamiento de su tradición milenaria.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Puerto Rico y las raíces judías de los indígenas

Efectivamente, hay algunos confines de la tierra por los que no me he aventurado, empero, a Dios gracias, año tras año su número se encuentra en franco descenso. Uno de los países a los que no había llegado era Puerto Rico, más recientemente fui invitado a esa tierra para dictar una conferencia en un congreso interreligioso sobre “las raíces hebreas de los indígenas americanos”, y la visita me alegró mucho.

Puerto Rico es una isla situada en el Mar Caribe en el archipiélago de las Antillas Mayores. Desde el punto de vista político se trata de un protectorado norteamericano pero desde el punto de vista cultural se trata de una sociedad latinoamericana. Su ciudad capital, San Juan, fue declarada por la UNESCO como patrimonio de la humanidad. Esta isla tropical fue bendecida con trescientas playas serenas, de arena blanca, con profusos palmares y un paisaje deslumbrante. Sin embargo, más allá de las bellas costas tropicales, al interior de la isla se esconde una apasionante historia judía amén de la comunidad israelita más numerosa del Caribe. A diferencia de otras islas de la región que son ricas en su memoria judía, en Puerto Rico no hay testimonios documentados de esta con anterioridad al siglo XX. Habiendo sido una isla dominada por la corona española hasta 1898, se trataba de un sitio poco amigable para judíos en virtud de las leyes que impedían su presencia. La historia judía en Puerto Rico se remonta al siglo XV. Los primeros judíos que arribaron a sus costas eran “conversos”, criptojudíos que mantuvieron sus tradiciones a escondidas de los celosos ojos de la iglesia católica y esperaban encontrar en la isla un remanso a las persecuciones de las que eran objeto, en virtud de la distancia geográfica que los separaba de la península Ibérica. Para su infortunio, España estableció colonias en el Nuevo Mundo y la Inquisición se instaló en estas, por lo que los criptojudíos debieron alejarse de los centros poblados y establecerse en las zonas montañosas más alejadas. La vida de los judíos en Puerto Rico mejoró una vez que España capituló ante los Estados Unidos en 1898 entregándole la isla.

El primer gran grupo migratorio de judíos llegó en los años 30 y 40 del siglo XX escapados de Europa y los horrores del nazismo. La segunda ola migratoria judía tuvo lugar en los años 50 tras el triunfo de Fidel Castro en la revolución cubana de 1959. Unos quince mil judíos abandonaron Cuba, la mayoría se asentó en Miami, Florida, pero muchos lo hicieron en Puerto Rico. Estos inmigrantes engrosaron las filas de la floreciente comunidad judía puertorriqueña tanto en número como en fervor religioso.

En Puerto Rico existe hoy la mayor y más variada comunidad judía del Caribe con unos dos mil miembros, que se reparten entre diferentes sinagogas pertenecientes a todas las corrientes: ortodoxa, conservadora y reformista. En San Juan hay tres sinagogas: la comunidad conservadora “Sha’arei Tzedek” fundada en 1953, la reformista “Beit Shalom” establecida en 1967 y un “Beit Jabad” abierto en 1997. Asimismo, existe una pequeña comunidad de jasidei “Satmer” al occidente de la isla conocida bajo el nombre de “Torat Jesed” y está formada por descendientes de criptojudíos y conversos que eligieron seguir esta línea religiosa.

En la isla existe un importante número de cristianos que sostienen ser descendientes de criptojudíos y algunos de estos se encuentran en proceso de acercamiento al judaísmo. Muchas familias isleñas poseen apellidos judíos tales como: Rodríguez, Méndez, Gómez y Cardozo. Estos habitantes llegaron a Puerto Rico tras la conquista española y permanecieron allí a pesar de los reglamentos que prohibían la presencia judía en la isla.

El congreso del cual participé se ocupaba de las raíces hebreas  de las tribus que habitaban el Caribe y Centroamérica. Fue muy sorprendente y emocionante escuchar a los distintos académicos explicar por qué, en su opinión, los primeros habitantes de la región fueron judíos. Una de las teorías más interesantes sostiene que a cada una de las islas llegó una de las tribus exiliadas de la tierra de Israel, en otras palabras, esto significa que los indígenas americanos son descendientes de las diez tribus perdidas. En Puerto Rico se cree que los indígenas eran descendientes de la tribu de Efraím.

Uno de los hallazgos más interesantes que nos ilustra sobre la historia remota de los habitantes de la isla es una serie de monolitos antiguos que en opinión de muchos investigadores prueban el arribo de las diez tribus perdidas a costas puertorriqueñas. Estas piedras fueron halladas en 1880 por el Padre José María Nazario -1838-1919- en la ciudad de Guayanilla. Según cuenta la leyenda, una anciana que agonizaba llamó al cura para mostrarle la biblioteca indígena y cuando este llegó encontró unas ochocientas piedras que en su opinión exhibían letras hebreas y símbolos judíos amén de un estilo de grabado sobre la piedra diferente al del común de los isleños. El Padre Nazario escribió un diario con letra manuscrita en el cual buscaba demostrar el origen judío de las piedras, pero con el correr de los años este libro desapareció.

Hace algunos años, el arqueólogo Daniel Rodriguez Ramos – a quien conocí durante mi visita- investigó estas piedras, les efectuó pruebas de carbono 14 y descubrió que efectivamente se trata de monolitos de la era precolombina, de entre el 900 y el 800 A.E.C. En su opinión, estas fechas coinciden con la época en la cual las diez tribus de Israel fueron exiliadas, esto es, en el 786 A.E.C. Lo innovador de esta extraña tesis radica en que las tribus israelitas exiliadas por los asirios habrían llegado al continente americano antes que Cristóbal Colón; en otras palabras, Colón no habría descubierto el Nuevo Mundo sino los judíos (Colón llegó a la isla de Puerto Rico en su segunda expedición el 19 de noviembre de 1493).

De acuerdo con estos hallazgos, Colón no llegó a las Américas por casualidad ni descubrió la región de manera sorpresiva sino que planificó llegar al Nuevo Continente sabiendo que hay judíos y a los efectos de sumárseles. Otros sostienen que la razón oculta de la expedición de Cristóbal Colón era la de encontrar a las diez tribus perdidas del pueblo de Israel. Por esta razón incorporó a la tripulación a un traductor del idioma hebreo (Luis de Torres o por su nombre hebreo Iosef Ben Haleví Haivrí). En mi opinión se debe considerar con seriedad la posibilidad de que Cristóbal Colón haya sido presa de la obsesión por encontrar a las tribus perdidas, pues su hallazgo habría sido un paso de importancia que anunciaría la pronta redención y el arribo del Mashíaj, lo cual habría aliviado a los judíos del sufrimiento de las persecuciones inquisitoriales. Por supuesto que el hecho de ser estas novedades tan radicales, les quita credibilidad a ojos de muchos de los investigadores.

Los investigadores contemporáneos no son los primeros en sostener la tesis de que las tribus perdidas se encuentran en el continente americano. El rabino holandés Menashe ben Israel (1604-1657) escribió en su libro “Tikvat Israel” (“La Esperanza de Israel”) publicado en Londres en 1652 el testimonio de un criptojudío portugués  llamado Aharón Levi o en portugués Antonio de Montesinos, quien relata que en sus viajes por América del Sur (Ecuador, Perú , Colombia y Venezuela) se topó con tribus indígenas que mantenían costumbres judías, sabían recitar el “Shemá Israel” y en su opinión se trataba de descendientes de las tribus de Reuvén y Leví. Menashe ben Israel apoyaba esta tesitura de modo entusiasta y por ello escribió en su libro:

“Las costumbres y las leyes de estas tribus se asemejan en su mayoría a las de los judíos lo cual es una señal de que los indígenas las aceptaron y cumplieron cuando judíos habitaron entre ellos… los habitantes de las islas advierten a sus mujeres que no asistan a sus templos sin haberse purificado previamente… consideran un gran pecado cohabitar con una mujer parturienta… y los que habitan en México guardan el jubileo… y también el día sábado y cada Shabat asisten a sus templos idólatras, rezan fervientemente y sacrifican ofrendas, divorcian a sus mujeres mediante “Guet” y los habitantes de Peruania cumplen con las leyes del levirato, además, los indígenas saben que el mundo fue creado y que pasó por un diluvio… y de todo lo anterior resulta evidente que los hijos de Israel habitaron esas tierras y los indígenas adoptaron de estos sus leyes y sus  costumbres” (Tikvat Israel cap. 3).

El origen hebreo de los indígenas de la región es un tema que se encuentra entre la realidad y la ficción, entre la leyenda y la historia. Empero, tal como acostumbro a puntualizar, no importa tanto cuál es la verdad histórica sino aquello que las personas desean pensar y creer. El mero hecho de que exista la creencia de que es probable que los indígenas americanos sean  descendientes de judíos genera un vínculo y un apego entre estas diferentes naciones y el pueblo de Israel, y es bueno que así sea.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Un perfil de la Aliá

Tras varios períodos de sionismo realizador, los judíos de la diáspora ya no sienten una intensa necesidad de hacer aliá. Un esbozo de diversas tendencias migratorias judías hacia Israel con motivo del cuadragésimo quinto aniversario de mi aliá.

En estos días celebro cuarenta y cinco años de mi aliá. Tenía trece años y medio de edad cuando me separé de mis padres y mi hermana que vivían en Uruguay y vine solo a Israel. En esos tiempos había diversos programas de “Aliat Hanoar” que ayudaban a muchachos jóvenes a asentarse en Israel, similares al actual plan “Naalé” (sigla hebrea de “jóvenes que inmigran antes que sus padres”). Esos eran días de ideología sionista y anhelos por Sión. Muchas veces me preguntaron y otras yo me pregunté a mi mismo ¿por qué había hecho aliá? ¿Cómo tomé la decisión de irme a Israel sin mis padres? ¿Cómo es que un muchacho tan joven toma solo una decisión tan importante para el resto de su vida? Desde la perspectiva de los años transcurridos, me resulta difícil responder a estas interrogantes aun para mí mismo, quizás porque carecen de una única respuesta racional o quizás porque son muchas y además variadas.

La leyenda familiar relata que durante la ceremonia de mi Brit Milá en Uruguay, mi padre, de bendita memoria, me vistió con ropajes reales, un uniforme del Ejército de Defensa de Israel. Me elevó y me bendijo con que algún día tendré el mérito de ser un soldado y un oficial en el ejército israelí. Más adelante, cuando decidí hacer aliá, me presenté tembloroso ante mi padre y le dije que quería irme a estudiar a Israel. Él me respondió que aún era muy joven y que además mi madre no me lo permitiría. Le contesté: ¿acaso en el día de mi Brit Milá no me bendijiste con que algún día sería soldado y oficial en el ejército de Israel? ¿Cómo voy a poder hacerlo sin ir a Israel? Dado que él era quien me había bendecido, le pedí que arregle el tema ante mi madre y a Dios gracias así fue. Mi padre tuvo el mérito de verme después de mi aliá e inclusive falleció en Israel dos meses después de que recibí el rango de oficial del ejército.

Si bien no comulgo con una visión mística de la vida y la realidad, como dato curioso puedo contarles que mi carrera como viajero en el mundo judío la comencé en aquél viaje de Uruguay a Israel vía Roma mediante la ayuda que recibí del mismísimo Profeta Elías (Eliahu Hanaví). Al llegar a la capital italiana teníamos que pasar la noche en un hotel para conectar a la mañana siguiente el vuelo de continuación a Israel. Tanto mis padres como los funcionarios de Aliat Hanoar me indicaron que por la noche debía permanecer en el hotel sin salir. Empero, una cosa son las indicaciones y otra muy distinta las acciones. Era mi primera vez en Roma por lo que decidí salir a conocer la ciudad que encierra esa esplendorosa historia y pasar por el Arco de Tito, camino a la tierra de Israel. Es así que tomé el tren desde el hotel, que estaba próximo al aeropuerto, en dirección al Arco de Tito y otros sitios históricos. El único inconveniente fue que como aún no era un viajero experimentado no atiné a llevar conmigo anotado el nombre del hotel y después de pasear por la ciudad un par de horas me perdí y no tenía idea de cómo regresar. Tras caminar largamente por las calles y mercados de la ciudad, pasada  ya la medianoche y presintiendo ya que iba a perderme el vuelo, se me acerca una persona barbada de aspecto bíblico y me preguntó en hebreo: “jovenzuelo, ¿a dónde vas?”  “Voy a Sion” – le respondí. Esta persona insistió y me preguntó: “¿y dónde vas a pasar la noche?” Le respondí que no sabía el nombre del hotel. Me hizo una serie de preguntas identificatorias hasta que me dijo: “tu hotel se llama ´Portones de Roma´ y está en la calle Castello número 33”. Me acompañó en el viaje por tren, hasta me compró el boleto y en un determinado momento me indicó que me baje, y así lo hice. Gracias a él estoy hoy en Israel a pesar de que desconozco su nombre o su identidad.

Etapas en la aliá

Creo que se puede dividir la situación de la aliá de los últimos  sesenta y nueve años en tres etapas diferentes. La primera es la etapa de la crisis y la reunión de las diásporas. En esos primeros años de existencia, el Estado de Israel actuó como centro y refugio del pueblo judío para comunidades en crisis. Los procesos de fundación del Estado y recuerdo del Holocausto, el arribo de los sobrevivientes de la guerra y posteriormente el arribo de los judíos originarios de los países árabes trajeron el primer contingente migratorio al país. En esos primeros años llegaron a Israel comunidades judías enteras provenientes de Bulgaria, Marruecos, Irak, Yemen, India, Cochín y demás. El Estado de Israel cuidaba a los judíos y estos a su vez cuidaban de él.

La segunda etapa fue la de las guerras y el sionismo. Las guerras de la independencia, de los seis días y de Yom Kipur fueron un símbolo de heroísmo y resultaron motivo de orgullo para los judíos del mundo entero e impulsaron la aliá de muchos, no por temor a su seguridad personal, sino en virtud de la convicción en cuanto a que es bueno vivir en nuestro país y hasta morir por él. Las guerras generaron orgullo nacional e identificación con Israel como el Estado del pueblo judío.

Sin embargo, hoy, en mi opinión, nos encontramos en una tercera etapa, la más difícil de las tres. El pueblo judío se transformó en cosmopolita, el nuevo judío se va a sí mismo como ciudadano del mundo y se siente en casa en todas partes. Muchos se autodefinen como miembros del pueblo judío pero no necesariamente como pertenecientes a la nación israelita que tiene en el este Estado su patria y centro. El Estado de Israel no representa un elemento importante de identidad judía y entonces el pueblo se aleja de este paulatinamente. Según el último informe  “Pew” publicado recientemente en los Estados Unidos 7 de cada diez judíos americanos (69%) expresaron sentir un nexo emocional con el Estado de Israel sin que por ello piensen en hacer aliá. Un 43 % de los judíos norteamericanos perciben a su identidad judía como basada en la preocupación por el Estado de Israel, sin embargo, esto no implica que vean como necesario el hacer aliá. Esta actitud encierra un aspecto de preocupación mas no de responsabilidad o compromiso por Israel. Hoy día los judíos no padecen prácticamente en ningún país del mundo en virtud de su identidad. La etapa de la pobreza y el padecimiento quedaron atrás y la generación del high tech y los start up considera que otros países del mundo, y no solo Israel, son una opción suficientemente buena para radicarse y trabajar. Debemos recordar que en los últimos años la enorme mayoría de los judíos no reside en países pobres sino de ingresos medios y altos, muchos de estos más prósperos y desarrollados que Israel.

A lo largo de la historia y también en los últimos años es mayor el número de judíos que migran de país en país al número de olim que llegan a Israel. Más de doscientos mil judíos migraron de Rusia y Ucrania hacia Alemania, judíos franceses migran a Suiza y Norteamérica, judíos sudafricanos migran a Australia y Nueva Zelanda, judíos de Caracas migran a Panamá y a Miami y de esa forma el judío continúa siendo un pueblo errante entre las naciones sin sentir necesidad o deseo de hacer aliá.

No existe el sionismo clásico

Amén de la migración judía, existen otros factores que alejan a los judíos del sionismo y del Estado de Israel. Vivimos en un mundo sin ideologías. Las creencias y las ideas que dieron forma a la humanidad en general y al pueblo judío en particular desaparecen paulatinamente de nuestras vidas. La identidad judía de nuestros hermanos de la diáspora se debilita paulatinamente a pesar de los múltiples planes educativos que incluyen visitas a Israel. Además, un sinnúmero de aspectos políticos dificultan al judío occidental liberal en su identificación con Israel y por ende la aliá. La brecha creciente entre las identidades judías de Israel y la diáspora le genera al olé dificultades a la hora de insertarse en el país y sentir que todos formamos parte de un mismo pueblo. La asimilación y los matrimonios mixtos afectan la identidad de los judíos de la diáspora y por ende también del lugar de Israel en sus conciencias. Además, los temas de la relación entre Estado y religión alejan también a judíos que no ven con agrado ni el marco institucional ni la imposición religiosa existentes en Israel. A ello es necesario agregarle el debilitamiento del poder de los estados en el mundo postmoderno y el empoderamiento de los individuos y de las comunidades.

De esta forma, en mi opinión, se creó una situación en la cual ya no existe más el sionismo en su formato ideológico clásico, sin embargo, hay aliá por razones prácticas y utilitarias o como consecuencia de crisis económicas y políticas, por efecto del ingreso de musulmanes a Europa o por causa del antisemitismo.

En el año 2015 llegaron a Israel 30.000 judíos, 8.000 provenientes de Francia, 7.000 de Ucrania, 6.500 de Rusia,  3.000 de Etiopía y de otros países que atraviesan crisis como Venezuela y Brasil. Asimismo, llegan a Israel continuamente familias provenientes de Norteamérica e Inglaterra que buscan dar a sus hijos una educación judía de alto nivel sin tener que pagar 25.000 dólares de matrícula por niño por año.

Sin embargo, a pesar de los procesos que operan sobre el pueblo judío en la diáspora y los cambios en la actitud hacia el sionismo y la aliá, debemos recordar aún que existe una diferencia sustancial entre los judíos de Israel y sus hermanos diaspóricos, estos últimos no son independientes. Su existencia depende de la política adoptada por el país que los acoge, viven como minoría en una sociedad mayoritaria que determina su condición. En el Estado de Israel vivimos en un país en el cual la mayoría es judía y en el cual nosotros somos quienes determinamos nuestro futuro y nuestro destino. Alcanza con esto para ver, también hoy en día, a la aliá como un acto de gran valor.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Del escritorio de un rabino en la diáspora Rezar en un avión o en un aeropuerto

El viajero religioso se enfrenta a no pocas dificultades y desafíos cuando viaja al exterior, pero en mi opinión uno de los más importantes es el tema del rezo. En esta cuestión se conjugan dificultades técnicas relativas al lugar y al tiempo así como también aquellas relativas a la concentración  y la sensación personal durante la plegaria. El sitio y el entorno  en los cuales la persona reza definen su posibilidad de concentrarse, su sentimiento y su experiencia religiosa. Si una persona reza en un lugar en el que no se siente a gusto, esto afectará su oración y su sentir tanto humano como judío.

Hay veces que los vuelos despegan en horarios que no son ni mañana ni noche y en los cuales todavía no se puede colocar tefilín. Además, a veces el horario en el que está permitido rezar comienza y concluye durante el vuelo, lo cual nos obliga a rezar a bordo o en el aeropuerto entre una conexión y otra. En los vuelos de El Al en los que la mayoría de los pasajeros son “paisanos nuestros” no hay mayor dificultad, pero cuando se vuela en compañías extranjeras o en vuelos internacionales que no parten desde Israel, rezar con talit y tefilín se transforma en un espectáculo para la generalidad de los pasajeros que genera tanto incomodidad como una sobre exposición innecesaria. En determinados vuelos o aeropuertos, rezar en público puede significar un riesgo a la seguridad personal. Recuerdo que hace unos años viajé a la India vía Amán – Jordania y no me sentí cómodo de rezar en el aeropuerto ni tampoco durante el vuelo de Air Jordan, en el que los pasajeros que me rodeaban vestían “kafías”.

En este artículo de “Rabino Internacional” intentaré explicar todo lo referido al rezo en aviones o en aeropuertos, tanto desde el punto de vista halájico como del punto de vista práctico, para así dar algunas recomendaciones interesantes que en mi opinión habrán de resultar relevantes para los viajeros.

El tema del rezo en un avión despierta una serie de preguntas. ¿Cuándo rezar? ¿Hacerlo con minián (quórum de diez) o a solas? ¿Rezar de pie o sentado? ¿Hacia dónde dirigirse durante el rezo? ¿Cómo manejar la cuestión de la exposición pública durante la plegaria?

Es claro que estando en un avión es menester cumplir con los horarios de los rezos. El horario de rezo en un avión se fija según la ubicación del mismo, esto es, según el territorio que se encuentra debajo en cada momento dado o según el espacio aéreo que se atraviesa. Si el avión se encuentra sobre New York los horarios de rezo en el avión serán los de la ciudad y si este cruza el mar se fija el horario de rezo según el país o ciudad más cercanos. En lo personal, prefiero siempre rezar antes de subir al avión o tras descender de este si todavía es horario de hacerlo.

En uno de mis viajes, volé junto al Rabino Simja HaCohen Kuk, Rabino titular de la ciudad de Rejovot. Le pregunté qué opinaba respecto de rezar con  minián en un avión y si coincidía con aquellos juristas que lo prohíben. Su respuesta fue: “En estos temas se requiere no solo de la halajá sino también de sano criterio, por ello, por una cuestión de lógica y respeto por el prójimo no se debe rezar con minián durante un vuelo”. Además, la plegaria pública mayormente implica una molestia para el personal de a bordo que atiende a los pasajeros y cuando el minián tiene lugar cerca del baño, el mal olor que de  allí se despide agrega una razón más para no rezar en esos sitios.

Respecto del deber de rezar de pie, en el avión esto implica una dificultad tanto desde el punto de vista de la aglomeración (al menos en clase turista) como por las oscilaciones de la aeronave que pueden causar la pérdida de la concentración. En el Shulján Aruj (Oraj Jaím 94:4-6) se indica que “quien monta en burro no necesita descender para rezar aunque tenga quien le tenga el animal sino que puede rezar en el camino. Si se encuentra en un barco o viaja en una carreta, si puede rezar de pie que lo haga y sino que ore  sentado en su sitio”. También hoy día, es mucho más seguro y más cómodo rezar sentado. El Rabino Ovadiá Iosef y otros juristas escribieron que “una persona que viaja sentada en el autobús o en el avión y ve que se le acaba el tiempo de rezar y no puede ponerse de pie, que lo haga sentado para así poder concentrarse mejor”. Es claro que si no se reza de pie no es necesario dar tres pasos hacia atrás pues no se puede caminar. En cuanto a las reverencias o inclinaciones durante el rezo, alcanza con inclinar solamente la cabeza. Asimismo, el Rambám (Maimónides) escribió en sus leyes referentes al rezo (Hiljot Tefilá 5:1) que estar de pie no es requisito previo para poder rezar. Según la halajá, si se rezó sentado no es necesario hacerlo posteriormente de pie (Mishná Berurá fin del inciso 94).

Respecto del deber de dirigir la plegaria hacia la tierra de Israel, es prácticamente imposible de cumplirlo en un avión, especialmente para quienes rezan sentados. Por lo tanto, es necesario orientar el corazón hacia el Creador y hacia la tierra de Israel aunque se esté sentado en dirección contraria (Shulján Aruj, Oraj Jaím 94:3).

En cuanto al tema de rezar a la vista de los demás pasajeros, para mí es algo muy difícil. Me considero un judío orgulloso de su pertenencia nacional y su legado religioso. Escribí anteriormente en este mismo espacio que la kipá no baja de mi cabeza ni siquiera en sitios en los cuales quizás sería más prudente hacerlo. Pero en mi opinión, el tema del rezo en público a la vista de no judíos es algo diferente. No me avergüenzo de mi judaísmo, pero no siento necesidad ni veo razón para hacer con este un show. Si en medio del vuelo una persona se envuelve en el talit y coloca tefilín es natural que los demás pasajeros lo miren y es de suponer que esto ha de afectar tanto la concentración como el sentir de quien reza. Mi sensación es que el momento del rezo es uno de los más íntimos que tiene el creyente con su Creador y no hay ninguna necesidad o razón para compartirlo con otras personas que no son de nuestro pueblo. En mi opinión, en estos temas es necesario tomar en cuenta la sensación de la persona que reza.

A los efectos de lidiar con esta situación en aquellos trayectos aéreos que demandan rezar a bordo sin que sea posible posponer la plegaria, desarrollé una serie de métodos de supervivencia que quisiera compartir con mis lectores. El primer método se llama “ajustar el reloj”. En vuelos largos hacia el este, como por ejemplo de los Estados Unidos hacia Israel, el tiempo se acorta por lo que las personas continúan durmiendo tras la salida del sol y cuando ya hay luz en el exterior. Por eso, en esas situaciones, yo me programo un pequeño reloj que me despierte al primer horario en el que se puede recitar Shajarit que es cuando la generalidad de los pasajeros aun duerme y si alguien me ve rezando, probablemente piense que está soñando.

El segundo método es el “cuarto de azafatos”. En los aviones grandes hay un camarote para el personal de a bordo. A veces estos se encuentran en el piso superior del avión, otras, en la parte posterior o separados por cortinas. Cuando tengo que rezar en el avión suelo pedir al encargado de a bordo en un lenguaje respetable que soy un Rabbi y necesito orar en soledad por lo que le solicito su ayuda en esta cuestión. Generalmente, los azafatos gentiles respetan a los líderes religiosos de los diferentes credos y en la búsqueda de brindar un buen servicio encuentran una solución y me adjudican un pequeño espacio cerrado en el cual rezar.

El tercer método es el de “la frazada”. Se trata de una invención de mi autoría desarrollada a lo largo de muchos años de viajes. Como es sabido, a cada viajero se le adjudica una manta para las horas de descanso. Mi recomendación es que cubran la mitad superior del cuerpo hasta encima de la cabeza y bajo esta podrán rezar cómodamente a salvo de las miradas de los demás pasajeros. Bajo la manta se puede colocar tefilín y rezar sentado. En este caso, recomiendo no envolverse en el talit sino hacerlo al llegar al hotel o a destino. He rezado así numerosas veces y a quien observa le parece que duermo, sin sospechar que bajo la manta erigí un pequeño santuario. Es claro que todos estos métodos demandan que el rezo sea breve, por lo tanto, se pueden recitar las bendiciones matinales y los cánticos de alabanza de manera normal para luego ingresar en uno de los escondites antes mencionados, y allí recitar tanto el “Shemá” con sus bendiciones como la “Amidá”.

Asimismo, la plegaria en el aeropuerto puede resultar incómoda por las miradas del público. En estos, las soluciones prácticas suelen ser variadas y sencillas. En primer lugar, siempre se puede buscar un rincón tranquilo y silencioso por el que no pasan viajeros. Estos sitios suelen encontrarse en los extremos de las terminales o en el segundo piso. Quien tiene acceso a los clubes o salas de espera privadas de las aerolíneas, puede dirigirse en estos a las salas de reunión donde es dable encontrar rincones tranquilos poco frecuentados.

Otro consejo es buscar las salas de cambiar pañales de los aeropuertos, que suelen encontrarse en los aeropuertos europeos y generalmente son de dimensiones no pequeñas y cuentan con mesas, piletas para lavar las manos y normalmente carecen de retrete. Solo es necesario revisar que la habitación está limpia y no hay pañales usados en el tacho de basura. De ser así, se puede entrar a esta habitación, cerrarla y rezar con tranquilidad.

En algunos sitios del mundo, el aeropuerto destina una sala de rezo para cada religión, como por ejemplo, en el de Frankfurt. Sin embargo, en otros países no se adjudica una sala separada a cada religión sino que existe una capilla interreligiosa para todos los credos. En estas salas se tiene cuidado que no hayan símbolos ni estatuas de ninguna religión sino únicamente mesas sillas y alfombras (para el rezo de los musulmanes). En algunas partes estas salas son definidas como de meditación e introspección para que quede claro que no pertenecen a ninguna religión específica. En estas salas no hay idolatría ni símbolos de esta por lo que está permitido rezar en ellas, ya que no se trata ni de iglesias, ni de mezquitas sino de salas de meditación. Estas salas no se pueden definir como sitio religioso sino como puntos de reunión y descanso en beneficio de los pasajeros que procuran silencio para poder rezar. En estos sitios no hay “nada impropio o relativo a al  paganismo, la herejía o la idolatría, cuyo carácter prohibido está siempre vigente” (ver responsa Tzitz Eliezer XII 15, Responsa del Maharam Shik Oraj Jaím  67 y 68). En general, en el aeropuerto suelen haber letreros que indican la ubicación de este tipo de salas, las cuales suelen ser muy silenciosas y agradables. Cada vez que hice uso de estas salas me encontré  en completa soledad y sin la presencia de otros fieles de otras religiones.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Judaísmo clandestino: Un primer encuentro con los judíos de Pakistán

En virtud del trato hostil que reciben por parte de los musulmanes, los judíos que viven hoy en Pakistán se ven en la necesidad de ocultar su verdadera identidad debiendo hacerse pasar por cristianos. Un encuentro secreto con ellos devela por primera vez una historia increíble.

Un correo electrónico que recibí recientemente me anunció que afortunadamente todavía existen judíos en Pakistán. Mi cabeza comenzó a funcionar horas extras y examiné todas las posibilidades existentes de viajar hacia ese país para encontrarlos. Revisé posibles conexiones aéreas y hasta analicé con amigos cercanos en el Supremo Tribunal Rabínico de Israel la posibilidad de dejarle a mi esposa un “Guet” (divorcio) condicional para que en caso de que no logre retornar sano y salvo de la misión, ella no quede con  estado civil indefinido.

Cuando le escribí a mi contacto en Pakistán que tenía pensado viajar hasta allí me contestó: “es muy emocionante saber que hay alguien dispuesto a venir a visitarnos para ver de cerca la situación de las familias judías que viven en este país, pero tomando en cuenta los riesgos que esto implica tanto para usted señor rabino como para los judíos locales, la postura antisemita de la población en general y de las autoridades locales, una visita de este tipo no es para nada segura. Especialmente para los judíos, tanto si usted visita como si es visitado, si en Pakistán se descubre que alguien es judío, ello implica inexorablemente pena de muerte”.

En otro intercambio epistolar intenté presionar nuevamente a mis anfitriones respecto de si existe la posibilidad real de llegar a ese país de visita con un pasaporte no israelí, a lo que me respondieron: “no todo depende del pasaporte con el que se ingresa. Importa cómo se ve usted, qué nombre detenta, el motivo de su visita y a quién viene a ver. Por ejemplo, si usted se ve como rabino, ello será inaceptable para las autoridades paquistaníes y la mayoría musulmana. Aquí las autoridades todo el tiempo buscan personas con ese perfil, por lo que no le recomiendo que nos visite a menos que usted sea oriundo de aquí, pueda hablar nuestra lengua fluidamente y pasar desapercibido entre la población local”.

En esta etapa comprendí que con un apellido como Birnbaum, aspecto judío y título de rabino, mi sueño de viajar a Pakistán a encontrar judíos se aleja indefectiblemente. Tras revisar el tema con otras instancias, entendí que es sumamente riesgoso viajar a Pakistán  y pasamos al plan “B”, encontrarnos en un tercer lugar.

Testimonio en el Cementerio

La primera idea que se me ocurrió fue llevar a cabo el encuentro en un país vecino, la India, pero Pakistán se encuentra en malas relaciones con sus  vecinos hindúes a quienes consideran sus archienemigos. Mis contactos en Pakistán me explicaron que para ellos viajar a la India implicaría estar en la mira atenta de los servicios de seguridad de ambos países por el resto de sus vidas, especialmente si alguien descubre que son judíos. Analizamos la posibilidad de encontrarnos en Dubai u otro país árabe, pero al final de cuentas decidimos hacerlo en otro país cuyo nombre no mencionaré. De hecho, toda la información que aparece en este artículo la recibí de las personas con las que me reuní cuyos nombres e identidades no puedo revelar.

La República Islámica de Pakistán linda con Irán, Afganistán, China e India, y su población se estima en unos doscientos millones de habitantes. Es considerado el segundo mayor país musulmán después de Indonesia. Antes de que se transformase en un país dominado por Al Qaeda, en los días en los que todo su territorio pertenecía a la India británica, vivían allí miles de judíos. Antes de encontrarme con mis amigos paquistaníes me habían llegado rumores respecto de que quedaron judíos en ese país que se convirtieron a otras religiones y se presentaban bajo diferentes identidades. Tras encontrarlos, me cercioré que los rumores eran ciertos, pero también me quedó claro que la comunidad judía de Pakistán es una agrupación que actualmente vive oculta y no es reconocida como tal, está aislada y desconectada de las demás comunidades judías del mundo.

La presencia judía en Pakistán se remonta al período pre islámico y pre cristiano. Hasta la aparición del Islam en el siglo séptimo los judíos vivían en este país con total libertad, erigieron sinagogas y establecieron escuelas. Con el arribo del Islam las cosas comenzaron a cambiar en aquellas zonas gobernadas por Rajas o reyes musulmanes. Dado que todo el subcontinente indio estaba dividido en numerosos pequeños reinos, los judíos que habitaban en las zonas no musulmanas continuaron viviendo en relativa libertad.

El origen de los judíos paquistaníes es variado, pero en su mayoría son descendientes de la comunidad “Bnei Israel” de la India los cuales migraron a Pakistán en el siglo XVIII cuando el país era parte del Imperio Británico. Otros judíos llegaron desde Irán y desde Afganistán. En los días en los que la India y Paquistán eran un solo país, esto es, antes de la partición de 1947, la mayoría de los habitantes locales brindaba a los judíos un trato amable, tolerante e igualitario.

En la primera mitad del siglo XX vivían en el país unos tres mil judíos, dispersos entre las ciudades de Karachi, Peshawar, Quetta y Lahore. La comunidad más importante se encontraba en Karachi y contaban con una importante sinagoga. En Peshawar había dos sinagogas, en Lahore una pequeña sala de rezos que pertenecía a la comunidad judía afgana y una sala de rezos en Quetta. La sinagoga central en Karachi, “Maguén Shlomó”, fue  erigida en 1892 y destruida en 1988 por orden del gobierno paquistaní para construir en su lugar un centro comercial.  La sinagoga de Karachi era popularmente conocida como “Israeli Masgid” o “Iahudí Masgid” (La mezquita judía).

En la ciudad de Karachi, la más importante de Paquistán, había un cementerio judío conocido como “Cementerio Bnei Israel” o “Iahudi Kabarstán”. Este cementerio existe hasta hoy y es uno de los únicos símbolos judíos que siguen existiendo en este país y da testimonio de la vida comunitaria que existió otrora.

El 15 de agosto de 1947 la India fue partida y comenzó la independencia paquistaní. Esta partición puso fin al dominio británico. Los judíos, temerosos de su incierto futuro en el novel estado musulmán comenzaron a huir. La mayoría logró escapar hacia diferentes destinos tales como Israel, Gran Bretaña o la India. Muchos de quienes se quedaron comenzaron a profesar su judaísmo en secreto por temor a su seguridad personal y se presentaban  como cristianos. Tras la guerra de los seis días su situación empeoró tanto económicamente como en virtud de la política estatal de exterminar a los judíos. Tras las guerras de desgaste y de Yom Kipur más judíos abandonaron ese país, muchos otros que se quedaron pasaron a una estricta clandestinidad pero permanecieron fieles a las tradiciones judías. Algunos de ellos permanecen fieles a estas hasta el día de hoy.

En virtud del peligro constante de exterminio que pende sobre los judíos paquistaníes, hoy en día no hay sinagoga activa o instituciones judías de algún tipo. La comunidad guarda un estricto secreto. El último rabino titular fue el Rav Niar Azam, discípulo del Rav Kurshid Alam, quien continuó sirviendo a la comunidad judía en la medida de sus posibilidades hasta su fallecimiento.

Aspecto cristiano

Mi encuentro con el pequeño grupo de judíos paquistaníes fue apasionante, su líder me dijo: “creo que esta es la primera vez que semejante información, así de detallada, le es entregada por parte nuestra a algún extranjero”.

Resumen textual del contenido de nuestra conversación:

¿Dónde viven los judíos en Pakistán?

“Hoy día los judíos viven en comunidades mezcladas en las grandes ciudades, en las pequeñas y en pequeños pueblos a lo largo y ancho de Pakistán. Es muy difícil tener una vida judía allí, prácticamente imposible, la comunidad judía tiene mayoritariamente un nivel económico medio y bajo”.

¿Los habitantes musulmanes son conscientes de que viven entre ellos judíos?

“No. En algunos casos solamente parientes cercanos o personas de confianza de la comunidad local lo saben. La mayoría de los judíos se hacen pasar por cristianos. En Pakistán existe tolerancia cero a la presencia judía”.

¿En qué ciudades viven?

“Los judíos en Pakistán viven dispersos por todo el país para no llamar la atención innecesariamente. Viven en Islamabad, Rawalfindi, Peshawar, Gojurnawalla, Lahore, Raiwinad, Klarkabad, Moltan, Karachi y otras muchas regiones”.

¿Cuántos judíos ocultos creen ustedes que viven todavía en Pakistán?

“Es muy difícil estimarlo por las condiciones de secreto en las que viven, sin embargo, a los efectos de darle un estimativo, solamente los descendientes de mi abuelo y sus cuatro hermanos deben ser más de dos mil personas. En mi opinión pueden haber más de diez mil, pero no todos están dispuestos a identificarse como judíos, vivir como tales o emigrar a Israel”

Criptojudíos contemporáneos

Uno de mis anfitriones me contó su historia personal que de alguna manera expresa la singular historia de los judíos de Pakistán en las últimas generaciones:

“Soy paquistaní y judío, sé que soy descendiente del pueblo de Israel aunque carezco de un documento que lo certifique y solo dispongo de tradiciones familiares. Mis abuelos maternos ocultaron su identidad judía en virtud del antisemitismo y de los ataques multitudinarios a los que se veían expuestos, especialmente tras el establecimiento del Estado de Israel. Ellos sabían que eran judíos y mantuvieron su identidad en secreto pero exteriormente  vivían como criptojudíos. Mi madre creció como judía en secreto, se enamoró de mi padre y se casaron. Él es musulmán, secular en lo filosófico y en lo práctico, pero la quiso y la respetó a pesar de su religión.

Es así que fui educado por la familia paquistaní de mi padre, en el mundo árabe, pero manteniendo la identidad judía de mi madre. Es así que desde el punto de vista islámico soy musulmán y para el judaísmo soy judío. Yo escogí el judaísmo, de modo tal que mi alma judía se envolvió en una identidad paquistaní musulmana.

La mayor parte de la comunidad judía de Pakistán, incluida mi familia, comenzó a usar el nombre del padre como apellido y no el de la familia, en todos los documentos oficiales a partir de 1947 por temor a ser identificados. Al incrementarse el nivel de las amenazas, algunas familias adoptaron apellidos locales comunes. A pesar de las persecuciones y el dolor, nuestra familia continuó transmitiendo la tradición judía y el conocimiento de nuestro apellido original de generación en generación, aunque en nuestra zona era imposible vivir abiertamente como judío. Mi hermano y gran parte de mi  familia extendida así como algunos miembros de la comunidad continuamos viviendo en Pakistán ocultando nuestra verdadera identidad. La mayoría de los judíos  se presenta como cristianos pues esa comunidad religiosa es más fácilmente aceptada por el estado musulmán. Algunos, incluso pertenecen a congregaciones cristianas o a iglesias para pasar desapercibidos”

A veces pensamos que los criptojudíos existieron únicamente en España o Portugal y que en nuestra realidad contemporánea ya no los hay. La historia judía en las diferentes diásporas está enlazada con la de los demás pueblos y civilizaciones de modo tal que se crean circunstancias en las cuales los judíos deben ocultar su identidad pero continúan preservando el fuego del judaísmo en el hogar y en el corazón. Ese es el poder y el secreto del pueblo judío.      

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Kipá y Mar´it Ain

Quisiera presentar ante ustedes una experiencia de vida acompañada de un dilema. Hace unos años caminaba tranquilamente por las calles de Amsterdam, capital de Holanda. De repente, me encontré con que estaba deambulando por un barrio no recatado y en el que una persona religiosa no tiene qué hacer allí. Llegué a esa zona de la ciudad por completa casualidad y en virtud de mi desconocimiento del trazado urbano, pero una vez que quise salir de allí procuré, sin mayor éxito, encontrar una calle lateral que me permita la retirada. Me pregunté a mí mismo, ¿acaso debo quitarme la kipá para evitar provocar la profanación del Nombre Divino (“Jilul HaShem”) y una apariencia que puede inducir al error (“Mar´it Ain”)? Esta situación presenta una interrogante de índole más general y es si quien trasgrede una prohibición de la Torá debe permanecer con la cabeza cubierta o quizás es conveniente que en determinadas situaciones la descubra.

Una pregunta similar se despierta, por ejemplo, cuando una persona en la diáspora ingresa a un restaurante no Kasher para usar el baño, beber agua, un café o a los efectos de mantener una reunión de trabajo: ¿está permitido ingresar al restaurante en esas circunstancias o acaso esto provoca una apariencia que induce a un malentendido? ¿Se debe ingresar con kipá o se   debe ocultar la identidad religiosa para evitar una mala interpretación y no despertar sospechas?

“Y estaréis limpios” – una práctica social

Del versículo del libro de Números (32:22) que reza “y estaréis limpios ante D´s y ante Israel” aprendemos la importancia de que la conducta humana sea intachable tanto ante los ojos de D´s como a la percepción de la sociedad. Lo que se nos enseña es que no alcanza con ser íntegros ante D´s sino que es además necesario que nuestra conducta no despierte sospechas ante las personas aunque nuestros actos sean rectos y pulcros. En otras palabras, no sólo importa lo que la persona hace sino que además importa qué piensan los demás de estos actos, y de esto aprendemos que un judío tiene, además de un deber religioso para con D´s, un deber social. El ser humano es social por naturaleza y por lo tanto la halajá enfoca la vida del Hombre también desde este aspecto. Por esta razón existen halajot o normas que no sólo se ocupan de lo que ocurre a puertas cerradas sino también toman en cuenta el plano público y comunal.

El Rabino Moshé Fainstein se refiere con gran seriedad al aspecto de la limpieza o pulcritud de los actos no como simple recomendación sino  sostiene que se trata ni más ni menos que de una prohibición de la Torá. “Y aún sin este aspecto considero humildemente que lo que aprendemos del versículo ‘y estaréis limpios ante D´s y ante Israel’ respecto de la prohibición de generar sospechas tiene su origen en la Torá e implica abstenerse de acciones que resulten dudosas” (Responsa Igrot Moshé Oraj Jaím IV 82).

La “apariencia” es un concepto halájico originado en el versículo antemencionado. La pregunta básica que surge es ¿qué problema hay? Si una persona no trasgrede ninguna norma ¿por qué importa lo que piensan los demás? El primer temor es que otra persona presencie una acción sin entender el contexto o las circunstancias que la forzaron y por error piense que a priori está permitido realizarla y trasgreda prohibiciones. Otra posibilidad es que quien observa entienda que se está cometiendo una trasgresión y dude de la integridad de quien la realiza. La primera explicación parte de una preocupación por el otro que no aprenda de mis acciones mientras que la segunda se origina en una preocupación por la persona misma que actúa para que no se piense mal de él.

Entonces, ¿es menester quitarse la kipá para evitar que el público piense que se puede caminar por una calle impúdica o para evitar que la gente piense mal de quien por allí transita?

A veces, las personas descubren sus cabezas cuando realizan una acción indebida, para lo cual se apoyan en lo dicho por la Guemará en el Tratado de Kidushín (40 (A)): “Dijo Rabí Ilai el sabio: si una persona ve que su impulso le domina que se vaya a un sitio donde nadie lo conoce, vista ropas negras, se cubra con estas y haga lo que desea pero que no profane el Nombre de D´s públicamente”. A primera vista parecería que nuestros sabios de bendita memoria le recomiendan a quien trasgrede una prohibición que cambie su ubicación geográfica y su aspecto exterior para no generar un problema de apariencia y no profanar el Nombre Divino. Sin embargo, es claro que esta no es una indicación ideal a priori sino solamente una medida a tomar en caso de fuerza mayor. En la opinión de algunos comentaristas, el alejarse del sitio que se frecuenta y cambiar los ropajes son justamente medidas destinadas a poder superar el impulso instintivo. Cabe puntualizar que la Guemará pone énfasis en que quien va a trasgredir “vista ropas negras y se cubra con estas”, esto es, cubra también su cabeza para que no se vea la kipá y se evite así la profanación del Nombre Divino.

Al Rav Fainstein se le formuló una pregunta similar a la que nos ocupa respecto si es o no menester decirles a jóvenes religiosos que van a bailar con muchachas, lo cual está prohibido por la halajá, que se quiten la kipá: “en cuanto a la cuestión de quienes van a bailar juntos muchachos con muchachas trasgrediendo las reglas de recato aunque cuidan el resto de los preceptos y van habitualmente con sus cabezas cubiertas, si se les debe o no decir que al ir a estos sitios se descubran la cabeza para que las personas no digan que este tipo de bailes está permitido puesto que gente observante que cubre su cabeza lo hace y así no aprenderán de ellos… en mi humilde opinión no se les debe indicar que trasgredan otra norma más, aunque sólo sea la importante costumbre de cubrir la cabeza, y haya quien piense que esto sería de utilidad… pues resulta simple de entender que cada trasgresión que la persona realiza implica la profanación del Nombre Divino y si se quiebra además otra norma, la profanación es aún mayor (Responsa Igrot Moshé Ioré Deá II 33).

En esta respuesta, el Rav Fainstein afirma con gran convicción que no se debe descubrir la cabeza cuando una persona trasgrede una prohibición. Empero, en otra oportunidad fue consultado si entrar o no con kipá al teatro o al cine, y aquí su respuesta fue más compleja, presentando dos posibilidades de acción: “en cuanto a ir al teatro o al cine, se trata de algo prohibido y no corresponde permitir que se quite el sombrero y descubra su cabeza sumando así una mala acción a otra. Si la pregunta se refiere a quien es atacado por su mala inclinación y no ha de escuchar la voz de quien le inste a desistir, quizás conviene que se quite el  sombrero y se evite la profanación del Nombre Divino y no se sepa que se trata de un judío observante. En este caso esta idea tiene peso solamente cuando la intención es en pos del cielo, pero como en un caso así es difícil afirmar que la intención de esta persona en cuestión toma en cuenta lo celestial, si entra con cabeza descubierta la persona estará faltándole el respeto a otra norma, por lo que no se le debe permitir descubrirse” (Responsa Igrot Moshé Oraj Jaím II 95).

La respuesta del Rabino Zilberstein fue única amén de poco común, cuando se le consultó respecto de un “Avrej” o joven estudiante de Torá que solía encontrarse con un judío secular al que intentaba acercar al judaísmo. Este pidió al estudiante que venga a enseñarle al restaurante que él dirige, pero no solo que este no era un restaurante kasher sino que se trataba de uno particularmente “treif”. El Rabino Zilberstein le respondió al joven estudiante que entre al restaurante pero cubriéndose con una  peluca para así por una parte cumplir con el deber de cubrirse la cabeza y por la otra no ser reconocido… sin duda una solución original y creativa. Sin embargo, a continuación el Rabino Zilberstein contó que le propuso esa solución a su suegro el Rabino Eliashiv el cual la rechazó arguyendo que la gente reconocería al joven estudiante por sus vestimentas y facciones, y si lo ven sin kipá en un restaurante “treif” se profanará el Nombre Divino (Jishukei Jemed, Baba Kama. Cap. 3:1).

El principio rector de cubrirse o no la cabeza es también correcto, a mi entender, respecto del ingreso a un restaurante no kasher a los efectos de mantener una reunión o beber algo permitido. Si bien el Rabino Fainstein sentencia que no se puede entrar a un restaurante no kasher para evitar malas apariencias y que las personas sospechen que uno come alimentos prohibidos, en la práctica, en caso de gran necesidad o premura permite hacerlo de manera discreta: “si bien está prohibido comer en un restaurante no kasher para evitar apariencias que inducen al error, se puede entrar en un restaurante así en caso de gran necesidad (por ejemplo, desfallecimiento por  hambre o la necesidad de usar el baño) a condición que el ingreso sea discreto de modo tal que no sea percibido por los demás” (Igrot Moshé, Oraj Jaím II 40).

El Rabino Asher Weis objeta esta opinión del Rav Fainstein y escribe: “en cuanto a lo que se acostumbra hoy en día en el mundo de los negocios que se realizan encuentros de trabajo en restaurantes y allí se tratan temas financieros mientras se come, ¿puede acaso un judío observante  participar de una reunión así cuidándose de no trasgredir nada o acaso estamos ante un caso de apariencia que puede inducir al error?” Su respuesta resulta innovadora en el concepto de la apariencia: “las definiciones de qué es una apariencia que puede inducir al error varían según el lugar, el tiempo y la circunstancia. Hay cosas que hasta ayer implicaban una apariencia que induce al error y una vez que esto fue trillado por muchos ya no lo es… me parece que en esta cuestión, dado que el restaurante está destinado principalmente a los funcionarios de las diferentes compañías y no hay otro sitio donde sea cómodo comer, ¿por qué se habrá de sospechar de judíos íntegros?”

Por lo tanto, es claro que hoy día no está prohibido ingresar a un hotel no kasher para evitar una apariencia que induzca al error, ya que quienes ven al judío entrar asumen que se trata de alguien que visita el hotel y no de que vino a comer no kasher.

Los conceptos de apariencia que induce al error y profanación del Nombre Divino son subjetivos y dependen del lugar, el tiempo, y fundamentalmente de la persona que trasgrede una norma específica. Por ello me parece que corresponde aplicar un criterio práctico y recurrir al “quinto tomo del Shulján Aruj”. Lo principal en este tema es de quién se trata y cuál es su aspecto exterior. Si se trata de alguien con barba y vestido con ropajes rabínicos y facciones judías aunque se descubra la cabeza esto no ayuda en nada, sino más bien todo lo contrario. Empero, si se trata de alguien que viaja a un sitio distante en el cual no hay judíos, nadie lo conoce, está vestido con ropa casual y lleva una kipá sobre su cabeza, es probable que descubrírsela evite la profanación del Nombre Divino.

En mi opinión, quitarse la kipá encierra dos peligros, primeramente, que la persona se perciba a sí misma como trasgresora lo cual pueda afectar su identidad religiosa así como también pueda llevar a otros a pensar mal de él. Si se trata de personas que lo conocen y lo ven en un sitio prohibido sin kipá, esto puede generar además la sospecha de que vino allí por propia voluntad y descubrió su cabeza para no ser reconocido. Si se trata de personas que no lo conocen y ven a alguien con kipá pensarán que está allí por error y no intencionalmente.

Por lo tanto… si bien al caminar por esa calle de Amsterdam no sabía hacia dónde dirigirme ni si debía o no mantener la kipá en mi cabeza, ahora, tras mucho pensarlo, me recomiendo a mí mismo y a mis amigos no quitarse la kipá y bajar la aplicación de “Waze” al Smartphone para no perderse en lugares indeseados.

Por Rabino Eliahu Birnbaum

¿El rabino es un sentenciador de halajá? ¿o un asistente social?

Un conocido cuento rabínico relata sobre una pareja joven que se casó y poco tiempo después la novia entró a la oficina del rabino, se sentó en silencio y así se mantuvo sin decir palabra alguna. El rabino intentó hacer preguntas y entender qué sentimientos se anidaban en su corazón y por qué venía a su oficina tan poco tiempo después de la boda. ¿Ocurrió algo?- preguntó el rabino. ¿Tienes algún problema con tu marido? La joven respondió que no. Entonces, ¿por qué has venido a verme?- indagó sorprendido. La joven respondió: recuerdo que mi madre solía decir a menudo “voy a lo del rabino”, yo también quiero seguir los caminos de mi madre y por eso vine a verlo.

¿Por qué las personas acuden al rabino y cuál es su función? Creo que una de las dificultades para definir el rol del rabino es la indefinición inherente al cargo. En cada generación se le confirió a la función  rabínica un contenido adecuado al lugar y a la época.

Una de las sensaciones que me marcaron en mis años de labor como rabino comunitario en la diáspora fue la de “decepción”. Al principio, me preparé intensamente para poder sentenciar halajá y mi expectativa era que ese sea el eje central de mi labor y signifique mi principal ocupación. Sin embargo, uno tras otro, quienes se apersonaron a mi oficina o mi hogar venían a asesorarse conmigo por temas personales o familiares y solamente muy de vez en cuando me formulaban consultas halájicas. Rápidamente llegué a la conclusión de que el rabino debe fungir principalmente como asistente social, atender las necesidades espirituales de las personas y no solamente ayudarles a cumplir con todos los detalles del “Shulján Aruj” [2]. Creo que justamente es en la diáspora que la labor rabínica adquiere gran importancia, ya que la vida del judío gira en torno a la comunidad, lo cual genera lazos personales profundos y estrechos entre el rabino y los miembros de la misma y en función de la confianza que se desarrolla las personas acuden con consultas del ámbito personal que no necesariamente guardan conexión con asuntos religiosos. Es así que el rabino se transforma más en un asistente social que en un jurisconsulto halájico o teólogo, y termina dedicando más tiempo a conversaciones sobre el espíritu de la persona que sobre cuestiones de fe en D´s.

Pienso que la anécdota que más caracteriza a mi maestro el Rabino Amital de bendita memoria y su concepción del rol rabínico, aquella que muy a menudo relataba, se refiere a los rabinos “Baal HaTania” y “Tzemaj Tzedek” [2]. Estos, un día se sentaron a estudiar Torá, cada uno en una habitación diferente y en medio de ambos, en una tercera habitación se encontraba un bebé que dormía en su cuna. En medio de la noche el bebé se despertó y comenzó a llorar. El “Tzemaj Tzedek” estaba tan concentrado en su estudio que no escuchó el llanto del bebé. Su padre, Rabí Schneor Zalman de Ladi, fundador del movimiento jasídico “Jabad”, escuchó el llanto del niño, se acercó a este, lo alzó en brazos y lo meció hasta que se volvió a dormir. Luego, entró a la habitación donde su hijo estaba sumergido en el estudio y le dijo: “no sé qué estás estudiando, pero debes saber que el estudio de Torá no tiene valor si no está atento al llanto de un bebé”.

La función del rabino como asistente social es polifacética. A veces el rabino solamente necesita escuchar los problemas de las personas como forma de disiparlos [3], otras veces, se ve en la necesidad de orientar, encaminar, apoyar y reforzar a las personas que a él acuden. No cabe duda que un rabino no  puede brindar terapia psicológica o emocional, a menos que se haya  preparado para ello formal y profesionalmente. Por eso, muchas veces lo que debe hacer es escuchar atentamente para luego derivar al consultante a la ayuda profesional pertinente, trátese tanto de asistente social como de sicólogo, siquiatra, asesor conyugal, experto en adicciones etc. En la práctica, el rabino en estas cuestiones funge más como paramédico que como doctor, “cura a los de corazón destrozado y cicatriza sus heridas” (Salmos 147:3). El paramédico brinda primeros auxilios, identifica la herida y estabiliza al paciente para que luego el médico pueda tratarlo y curarlo. De la misma forma, el rabino actúa como sala de emergencias y no como área de internación.

Permítanme compartir con ustedes un correo que recibí hace unos meses y que me produjo una gran emoción. En síntesis, esto es lo que dice: “Mi nombre es Natalia y soy de Uruguay, donde fuiste rabino hace dieciocho años. Trabajo con ancianos de la comunidad y si bien no te conocí cuando eras rabino comunitario, siento que te conozco a través de sus relatos. Ellos me cuentan muchas cosas de ti pero especialmente se acuerdan cómo los escuchabas y prestabas atención a los problemas de cada uno, cómo sabías hablarles y la ayuda que les brindaste en sus vidas personales. No me cabe duda que dejaste una marca importante en las vidas de estas personas”.

En uno de sus artículos, el Rabino Soloveichik escribe que el rol del rabino se puede aprender de la figura de Moshé Rabenu: “Moshé se dio cuenta que su rol de maestro no cubría las necesidades de la nación, y para ejercer el  liderazgo del pueblo de Israel necesitaba también orientarlos y dirigirlos… amén de enseñarles o indicarles cuál es la ley, necesitaba también encarar a las personas en sus aspectos emocionales, ocuparse de ellas  y criarlas en esos años de infancia nacional colectiva con suma paciencia y empatía, como un gran padre y un gran artista a la vez. El padre-educador no enseña únicamente conocimiento sino que además involucra su espíritu y su identidad con la del niño. Lo que necesitamos hoy es un trato cálido en la misma medida que un pensamiento brillante, la enseñanza sola no alcanza y no es apropiada” (“Prakim Bremajshevet HaRav” p.118).

En la diáspora, el público acostumbra a consultar al rabino sobre una vasta gama de temas, tales como la búsqueda de pareja, casamiento, relaciones familiares, matrimonios mixtos, divorcios, relaciones parentales, depresión, estrés, adicciones, luto, cuestiones económicas, relaciones laborales y problemas financieros. Estos y otros temas exigen que el rabino los encare a partir de un profundo conocimiento de la persona que tiene en frente.  Lamentablemente, escuché que hace poco un señor mayor que acababa de enviudar se dirigió a un rabino para compartir con él lo solo que se siente tras la pérdida, ante lo cual la respuesta de este fue: “le recomiendo que compre un perro para que lo saque a pasear y no se sienta tan solo”.

Existen diferentes razones por las cuales parte del público decide consultar justamente a un rabino por temas personales y delicados. Normalmente, el rabino está disponible, se encuentra aquí y ahora en su casa o en la oficina. Es importante recordar que normalmente los rabinos comunitarios son contratados en horario completo, no solo para Shabat, fiestas u horas de la tarde. Además, el rabino está disponible en horarios que los profesionales comunes no lo están, puede recibir personas en su casa por la noche a la hora que esto sea necesario. Por lo general el rabino conoce personalmente a quienes lo consultan, su marco familiar y muy a menudo acompañó a la familia en el ciclo de vida judío, en una bar mitzvá, en un entierro, casamiento etc., de modo tal que la persona no le resulta extraña sino que por el contrario, el estrecho vínculo es el que permite que quien acude en busca de ayuda abra ante este su corazón. El rabino posee una actitud creyente, de valores y conexión  con la halajá, y aunque quien consulte sea o no religioso, esto resulta una cuestión de peso a la hora de decidir acudir al líder espiritual.

Generalmente, la persona que acude al rabino lo hace en virtud de la confianza que en él deposita y del deseo de hablar con alguien y no con una estructura terapéutica o institucional, amén de la confianza en que el rabino sabrá mantener total discreción. Creo que si el rabino, además de líder religioso hace también de papá, se puede acudir a él por cualquier tema y cualquier pesar.

El Rabino Iejiel Yaakov Weinberg, autor del libro “Sridei HaEsh” (pag. 287) se refirió al tema del rabino como asistente social, a pesar de que era consciente de la renuencia de algunos colegas a incorporar esta función en su “job description”: “En primer lugar un rabino debe enseñar Torá al pueblo de Israel… el segundo rol que debe cumplir es el de llevar el estudio a la implementación práctica, tanto desde la función de sentenciador halájico como la de juez rabínico. El tercer rol que debe cumplir es el de dar conferencias públicas en Shabat y días de fiesta… el cuarto es el de preocuparse por los enfermos, los pobres, los ancianos, quienes están pasando por un mal momento, los deprimidos y los que fracasan tanto en los aspectos materiales como en los espirituales. A esto se le llama en nuestros días ‘asistente social’. Es sabido que muchos de nuestros hermanos de origen oriental ven con cierta sorna el perfil profesional del rabino moderno… pero no debemos tomarlo a la ligera”.


[1] Libro principal de consulta halájica.

[2] Se refiere a los rabinos Jasídicos R. Shneor Zalman de Ladi (1745-1812) y R. Menajem Mendel Schneorson (1789-1866). Tradicionalmente se recuerda a los sabios por el nombre de su principal obra literaria, en este caso los libros “Tania” y “Tzemaj Tzedek”.

[3] Parafraseando al Rey Salomón quien dijo en Proverbios (12:25) “La congoja en el corazón del hombre lo abate pero  una buena palabra lo alegra”