El Shabat pasado estuve en la sinagoga “Sheerit Israel” de la comunidad sefaradita portuguesa de Manhattan Nueva York. Esta sinagoga fue fundada por los primeros judíos que llegaron a los Estados Unidos hace unos 350 años. En 1654 llegaron judíos descendientes de los que fueran expulsados de Portugal y se mudaron a Ámsterdam y de ahí a Recife Brasil, luego continuaron hasta Nueva Ámsterdam, el sitio que posteriormente se transformaría en Nueva York y los Estados Unidos de Norteamérica. Esta fue la primera comunidad judía en América del Norte por lo que los judíos holandeses fueron los pioneros en estos lares, anticipándose a sus hermanos askenazíes. A partir de veintitrés judíos que llegaron entonces provenientes de Brasil se conformó con el tiempo una numerosa e importante comunidad que más adelante participaría activamente en la gesta independentista de los Estados Unidos que a la postre otorgaría derechos ciudadanos a los judíos. Hasta 1825 fue la única comunidad judía en Nueva York.
Esta vez no nos referiremos al pasado de esta sinagoga sino a la particularidad del estilo de sus rezos y la atmósfera tan especial que se experimenta en esta en el presente, que conserva mucho de su tradición pretérita. La actual sinagoga fue construida en 1897 y es de una arquitectura esplendorosa. El público se sienta sobre bancos de madera antiguos, parte del público luce galeras sobre sus cabezas y viste talitot de seda celeste como se acostumbraba en la Europa del medioevo. El oficiante reza según la usanza sefaradí, o sea, entona las melodías que se cantaban en España antes de la expulsión. Un coro de unos veinte hombres canta desde un balcón ubicado a unos diez metros de altura cerca del arca sagrada y junto al oficiante entona melodías bellas e inspiradoras. Sentado en la sinagoga, por un momento hice un ejercicio de imaginación dirigida, cerré mis ojos y me vi transitando por el túnel del tiempo participando del rezo en una sinagoga importante de España, Portugal o Ámsterdam.
En la sinagoga sefaradí portuguesa todo se lleva a cabo de un modo sumamente ordenado y ceremonial, y a ninguna persona razonable se le ocurriría cambiar en un ápice la costumbre del lugar.
La comunidad “Sheerit Israel” fue establecida en 1654 por judíos que conservaban fielmente la tradición sefaradí tal como se preservaba en la sinagoga portuguesa de Ámsterdam. La tradición fue conservada con devoción y apego, y se caracteriza por una exquisita estética, orden impecable y honor. La comunidad “Sheerit Israel” es el ejemplo más emblemático de conservación de la tradición sefaradí occidental y simultáneamente logró incluir en esta sus costumbres particulares de manera armoniosa. En el correr de los siglos la comunidad desarrolló una costumbre singular que se transformó en su carta de presentación o identidad, la cual se tornó en fuente de energía espiritual y alegría entre numerosas generaciones de judíos norteamericanos.
Cuando fui llamado a la Torá, el encargado de la sinagoga se aproximó y me dijo que para subir a bendecir necesitaba vestir una galera. Junto a la entrada a la sinagoga se ubica pomposamente un estante con numerosas galeras de todos los tamaños y aquellos visitantes que tienen solamente una kipá sobre sus cabezas están invitados a sumar una segunda cobertura para sus testas para así honrar a la Torá al ascender a bendecir. Los conocedores me dijeron que fue muy bueno que llegué vestido con corbata pues de no ser así el encargado no hubiese siquiera considerado la posibilidad de subirme a la Torá. Una vez que hube bendecido el encargado me indico dónde y cómo pararme, así como cuándo y por dónde regresar a mi asiento.
Tras concluir la lectura de la Torá, la ceremonia de retorno del rollo al arca sagrada duró más de veinte minutos. Una procesión conformada por los encargados de la sinagoga, el presidente y el rabino comenzó a moverse a paso de tortuga desde la tarima donde en dirección al arca. La marcha fue lenta y honorable, avanzando con pasos diminutos, y acompañada por los cánticos del coro.
Durante el servicio el público se mantuvo pasivo, escuchó atentamente y placenteramente la lectura de la Torá, al oficiante y al coro empero no cantó ni se movió de su asiento.
En esos momentos pensé para mis adentros en la diferencia abismal existente entre este servicio formal y de etiqueta y el rezo en un minián Carlebach que tenía lugar a pocas cuadras de allí en la sinagoga de igual nombre. Probablemente, estos servicios pueden definirse como el opuesto absoluto del estilo del rezo de la sinagoga “Sheerit Israel”. Como es sabido, el rezo Carlebach incluye cantos, danzas, batidos de palma y la participación activa del público sin que medie protocolo alguno, sin etiqueta alguna en la vestimenta; allí cada hombre y cada mujer pueden expresar libremente sus sentimientos forjando una experiencia de oración personal y espiritual. En cierta forma, el florecimiento de los minianim Carlebach en el mundo entero responde a una necesidad de cambiar las reglas inflexibles que imperaban en muchas de las sinagogas y estos tienen por objetivo generar una experiencia de plegaria en la que el ser humano y no la liturgia o la costumbre esté en el centro. La dura sensación de que se había perdido la espiritualidad entre los muros de la sinagoga impulsó a personas jóvenes a establecer minianim con un estilo diferente y promover una revolución democratizadora en la forma de rezar.
Creo que en el mundo judío se pueden dividir las sinagogas en dos grupos, las clásicas y las postmodernas (y por supuesto que entre estos dos tipos hay un sinnúmero de variantes intermedias). En las primeras se conserva cuidadosamente la liturgia tradicional a los efectos de que perduren tanto el marco colectivo del rezo, así como también las tradiciones de la congregación. En las segundas se procura crear una experiencia de plegaria más íntima, que permita a quienes rezan tener una vivencia significativa. Sin embargo, creo que la diferencia entre ambos tipos de sinagoga no estriba únicamente en el estilo de los rezos sino también en la meta que persiguen los asistentes. A la sinagoga clásica se va a rezar mientras que a la posmoderna se va también a estudiar, a tener una experiencia espiritual, a sentir pertenencia, a sentirse en casa. Asimismo, existen otras diferencias como en la arquitectura, el modo de sentarse, el tiempo que dura el servicio, el lenguaje corporal de quienes rezan, su vestimenta, el tamaño del edificio y por supuesto el tipo de asistentes.
En su estilo literario y filosófico, el Rav Soloveichik caracterizó acertadamente los diferentes tipos de sinagoga y de servicio, al tiempo que comprendió cabalmente la dificultad que enfrenta la sinagoga clásica. En un valiente artículo que publicó a inicios de los años setenta, el Rav Soloveichik llegó a culpar a algunos de los rabinos por el hecho de que muchos judíos no asisten a la sinagoga: “En estos días la sinagoga no es la institución más popular de la comunidad judía, no solamente en las comunidades seculares, sino que incluso en las religiosas. También la comunidad religiosa, que está conformada por personas que buscan a Dios y por ende deberían asistir masivamente a la sinagoga, no le guardan a la misma un especial cariño. Muchas son las causas de tan paradojal situación y yo quisiera señalar algunas de ellas. En primer lugar, la baja popularidad de la sinagoga obedece al espíritu anti-establishent que predomina en nuestros días…sin embargo, nosotros los rabinos no estamos libres de culpa. El judío norteamericano de hace veinte o treinta años, cuando arribé a costas americanas, tendía a ser muy formal y muy ceremonial en su actitud hacia la sinagoga. Ese judío estaba subyugado por la rígida formalidad de las ceremonias y las prácticas sociales… los modales de la sinagoga y su pomposidad, su formalidad al tiempo que el carácter dramático de los rezos le agradaban. El hombre joven de la actualidad posee una personalidad compleja, carece de inocencia, tiene una actitud crítica y sofisticada y siente una especie de alejamiento respecto de la sinagoga organizada. Es de carácter cambiante y emocional al tiempo que su emotividad es de profundo arraigo. Preferiría un rezo más entusiasta y menos formal, preferiría una sinagoga que sea también un sitio de Torá. Creo que los rabinos tenemos que ver con el proceso de distanciamiento del joven religioso de la sinagoga por no saber atender sus necesidades” (Divrei Hagut Vehaarajá, Beit Kneset Mosad Veraaión p.100).
Muy a menudo visito en la diáspora sinagogas magníficas que a duras penas cuentan con un minián de ancianos. Cuando pregunto por qué los jóvenes no asisten me responden que a los jóvenes no les gusta el estilo del rezo por encontrarlo muy pesado, lento y ceremonial. El problema surge cuando las personas mayores de la comunidad no aceptan que se cambie el estilo y las melodías que trajeron de Polonia, Alemania, Marruecos y Polonia en pos de atraer a los jóvenes y engrosar así las filas de los asistentes a la sinagoga. A veces el deseo de preservar las melodías del pasado supera la necesidad de preservar el futuro de la comunidad y esto sin duda que representa un peligro.
Hace unos años ocupé el cargo de Rabino de la comunidad de Turín en Italia. Estos judíos del norte de Italia tienen su origen en Francia y Alemania a diferencia de los de Roma, cuyos orígenes se remontan a la Tierra de Israel. Hay judíos en el Piamonte, en el norte de Italia, hace ya unos ochocientos o novecientos años. En la sinagoga de Turín se mantiene el orden estricta y meticulosamente, cada rezo tiene una melodía particular y cada Shabat o fiesta tiene costumbres especiales. Todas estas reglas son bien conocidas por los líderes comunitarios. Cuando llegué a la comunidad tuve la sensación de que la sinagoga no era atractiva para un amplio grupo de personas que quisieran que esta sea su hogar espiritual y judío. Amén de invitar a las personas a asistir y preparar discursos, comencé a realizar una serie de acciones destinadas a que la relación en la sinagoga sea más personalizada, por ejemplo, saludar personalmente a todos los asistentes, repartir dulces entre los niños, rapé entre los adultos, formar un coro infantil e incorporar la costumbre de arrojar dulces a los niños en el día de su Bar Mitzvá etc.
Recuerdo que en una de las reuniones de la directiva comunitaria se les preguntó a los encargados de la sinagoga cómo percibían mi labor rabínica y estos respondieron que yo generaba una atmósfera demasiado alegre y “¡eso era inaceptable!”.
Creo que nos encontramos ante un desafío que requiere asir la vara por sus dos puntas, preservar el acervo centenario y milenario de las diferentes costumbres comunitarias sin desechar el pasado a la hora de rezar y al mismo tiempo generar un ámbito y un espacio de expresión espiritual a todo aquel que procura sentirse en la sinagoga como su propio hogar.
Por Rabino Eliahu Birnbaum