Antes de que se olvide el idioma

Estambul, Turquía

Hasta el siglo anterior, Turquía era la casa de una gran comunidad judía, y el centro vivo de la cultura del ladino, la cual tiene su origen en España. 500 años luego del gran apogeo, en Estambul sienten tanto decadencia como temor

Hay quienes describen la historia judía como una escalera que se encuentra apoyada en la tierra y su parte superior llega hasta el cielo. La escalera es la analogía del pueblo judío, el cual se encuentra siempre en una escalera, a veces sube un escalón y a veces baja dos. La existencia judía no es simple, plana y horizontal, sino que es vertical. Otros describen la existencia judía como un péndulo de reloj que no para ni por un minuto, a veces está arriba y a veces abajo. Pareciera ser que dichas descripciones caracterizan a la judería turca hasta hoy día.

En el pasado, los judíos fueron bien recibidos en el imperio Turco Otomano; pero justamente ahora, los judíos viven en el país turco, musulmán-laico, con determinado temor por su seguridad. En mi última visita a Turquía vi la gran seguridad que hay fuera de las sinagogas, los edificios comunitarios y las oficinas del Rabinato. El tema se volvió más delicado luego de varios atentados que tuvieron lugar en las sinagogas, entre ellos dos veces en el Beit Kneset “Neve Shalom”. La situación de seguridad me retornó al pasado, a la época de los anusim de España – de allí llegaron los judíos a Turquía, como lugar donde podrían vivir como judíos con libertad y sin temor.

Los momentos más importantes de la historia judeo-turca son, en particular, la llegada de los expulsados de España en el siglo XV, la conversión al islamismo del falso mesias Shabetai Tzvi en el siglo XVII, y los atentados a las sinagogas en el siglo XX.

Ni la llegada de los judíos de España, ni la gran decepción que dejó Shabetai Tzvi a los judíos de Turquía y al mundo judío, les preocupan a los judíos locales, sino por supuesto la tercer problemática, la seguridad personal y judía. A pesar de que la comunidad vive con sus vecinos musulmanes en relativa paz hace por lo menos 500 años, hoy día no es fácil vivir como una minoría judía en el gran país musulmán. La comunidad judía es por supuesto un muy pequeño grupo en la Turquía de hoy día: la población general, los cuales 99% de ella son musulmanes, cuenta con casi 70 millones de personas; la comunidad judía de todo el país cuenta con menos de 30 mil personas.

De dónde provienen los judíos de Turquía

Luego de la expulsión de los judíos de España y Portugal, el Sultán Biazir II publicó una invitación formal a los judíos a venir a su territorio, y ellos empezaron a llegar al imperio en grandes números. El sultán soñó con transformar el imperio otomano en una potencia internacional e intercultural, y como parte de esta tendencia se dirigió a los cientos de miles de expulsados y les sugirió asentarse en su imperio, y disfrutar de completa libertad de culto.

El imperio Otomano incluía en aquellos días no solo Turquía, sino también Grecia y parte de los Balcanes, como grandes partes del Medio Oriente. La oferta del Sultán Biazir le dio nueva esperanza a los judíos sefaradíes perseguidos. En 1492 el Sultán ordenó a los dirigentes de las provincias del imperio Otomano “no negar la entrada a los judíos o crear dificultades, sino que recibirlos con alegría”. Los judíos vinieron, y en Turquía se asentaron principalmente en Estambul, Esmirna y Edirne.

“Usted llaman a Fernando rey sabio”, dijo el Sultán, “¡pero al haber expulsado a los judíos, transformó a su tierra en pobre y a la nuestra en rica!”. Los judíos de hecho se desempeñaron en distintas tareas en el imperio Otomano: los musulmanes turcos no se encontraban interesados en emprendimientos comerciales y dejaron el comercio para las minorías religiosas. Tampoco confiaban en los súbditos cristianos de los países que habían conquistado hace tan sólo un poco tiempo atrás, y por tal razón, en forma natural prefirieron a los judíos.

Los expulsados de España y Portugal encontraron en Estambul una gran comunidad de judíos Romagnotes (judíos que vivían en el imperio bizantino, y que cuidaron sus costumbres luego de la conquista del imperio Otomano. De acuerdo a varios investigadores, estos judíos se fueron de la tierra de Israel luego de la destrucción del segundo Templo, hacia la zona de Asia Menor y los Balcanes), italianos y askenazíes. La llegada de los sefaradíes cambió la composición de la comunidad. Se cuidaron las buenas relaciones entre los distintos grupos, pero las diferencias culturales eran tan grandes que no pudieron mediar entre ellas, sino después de muchos años. Finalmente, los judíos Romagnotes fueron los que se “asimilaron” dentro de los judíos que llegaron de España y tomaron sus costumbres.

A lo largo de los años, los expulsados de España pasaron a ser el factor dominante y determinante en la vida cultural, comercial y medicinal del país. Durante 300 años después de la expulsión, el éxito y la creatividad de los judíos Otomanos en Turquía y en el resto de los países del imperio se encontraban a un muy parecido nivel de la Edad de Oro en España. Cuatro ciudades otomanas – Estambul, Esmirna, Safed y Salónica – se convirtieron en centros del judaísmo sefaradí.

Uno de las más grandes innovaciones que los judíos trajeron al imperio Otomano era la prensa. En 1493, tan sólo un año después del exilio de España, David y Shmuel Ibn Najmías estableció la premier imprenta hebrea en Estambul.
La cultura del ladino

Los expulsados de España, cuya lengua era el judeo-español, no solo que llevaron con ellos su rica cultura judía al imperio Otomano, la cual llegó a su apogeo en la época de oro, sino también el idioma el cual los acompañó durante siglos. Los judíos que llegaron a Turquía siguieron preservando su lengua original, pareciera ser como un intento de arraigarse a su origen en la Península Ibérica en España. Los cientos de años de estadía en Turquía no llevaron a los poetas, a los escritores, a los exégetas y a los rabinos a adoptar la lengua turca; las obras fueron escritas y dichas en forma completa en Ladino.

El origen del ladino se encuentra en el español antiguo y se encuentran integradas palabras y dialectos del hebreo y el arameo. Hay quienes distinguen entre el idioma original en el que hablaban los judíos de España, el judeo-español o el “j’udaismo”, y el Ladino el cual se desarrolló en especial luego de la expulsión de España y se transformó en el idioma oficial de los judíos expulsados de los Balcanes, del imperio Otomano, del Norte de África y de todos lados a donde fueron llevados los expulsados de España.

El Ladino fue escrito con letra Rashi o con letras hebreas cuadradas. A veces se escribía el Ladino en letras latinas y a veces en letras “jetzi kulmus” (redondas) el cual era muy aceptado en distintas comunidades españolas.

Lamentablemente el Ladino comienza a desaparecer. Los jóvenes ya no lo hablan, ni tampoco es una lengua hablada. Es cierto que se está intentando “renovar” el idioma, pero de hecho el principal uso de la misma es el las obras, el teatro, la universidad, la litúrgica, el folklore y la música.

Los judíos de Turquía lograron preservar el idioma durante 500 años, pero en el siglo XX tuvo lugar un gran y dramático cambio. La identidad de los judíos turcos como exiliados de España ya no es más preservada con tanto rigor.

Los jóvenes de la comunidad piden unir su futuro con el futuro del país y ser turcos en todo sentido. Está claro que evitan hablar el Ladino en forma pública. Es lógico que también motivos de seguridad influyan. En mis visitas a Estambul disfruto hablar ladino con los ancianos de la comunidad y los adultos; ellos aún disfrutan de dicho idioma y se encuentran orgullosos de poder hablar el idioma el cual los une a su pasado.

La fuente de “Meam Loez”

El ladino no era solamente la lengua diaria de los judíos de Turquía y del resto de la diáspora sefaradita, sino que también servía como el idioma de rezo y estudio de la Torá. Varios libros fueron traducidos al ladino, desde el Tanaj hasta el Shulján Aruj. Pero al parecer el libro más importante que fue escrito en ladino es “Meam Loez” – libro que incluye midrashim, pirushim, halajot y ética, y el cual fue escrito por Eabi Iaacov Culi (1689-1732), en el siglo XVIII. “Meam Loez” fue escrito en torno a la porción semanal, así como otro tipo de libros halájicos y éticos en el mundo sefaradita.
A pesar de que el libro fue traducido al hebreo tan sólo en el año 5327 (por el Rabino Shmuel Kravitzer), pocos saben que el mismo fue originalmente escrito en ladino. El autor planeó completar la obra, y crear una amplia antología sefaradita, sin embargo no logró terminar la tarea y otros rabinos continuaron en su camino y en su estilo, lo que él comenzó.

La primera impresión del “Meam Loez” fue realizada en Estambul (Kushtandina) en el año 1730. El libro fue impreso en letras Rashi como en ese entonces escribían en ladino las comunidades judías.

“Meam Loez” es considerado la perla y el coronamiento de la literatura judaica religiosa, en ladino, y prueba de esto es el lugar central que tomó el libro en las comunidades sefaraditas y en parte de las comunidades ashkenazíes. Es interesante, que a pesar de su estilo popular muchos poskim lo citan, ya sean sefaradíes, desde el Jidá hasta el Rab Ovadia Yosef, y ashkenazíes como “Minjat Ytzjak” o el “Tzit Eliezer”.

A lo largo del tiempo, hay quienes definieron el libro como midrash, antología, colección, increíble enciclopedia de parshanut, libro de ética, halajá y minhag, y a su vez como libro de conocimientos generales sobre el mundo y la naturaleza. Sin embargo, “Meam Loez” no es un libro común, por sobre todo, es posible definirlo como un libro educativo.

La verdadera característica que se esconde detrás de la obra de “Meam Loez” no es tan sólo el lenguaje popular, de forma que todos puedan comprenderlo. El escritor muestra en su introducción la necesidad de dicho libro dada la situación de la población turca (se asemeja a las palabras del Rambam en su introducción a Moré Nebujim):
“Esta es la Torá cerrada y sellada en manos de Israel… y mi corazón me despertó y me dijo, ¿por qué te duermes? Levántate y haz un libro que reúna a todos los campamentos, correcto y ordenado, para que oigan y para que estudien en las festividades y en los shabatot y en todos los días conmemorativos de la casa de Israel”

El Rab Culi, quien comprende que su generación se encuentra en una situación de ignorancia y falta de conocimiento de la Torá, busca traer conocimiento divino al corazón de sus lectores. El mismo, a pesar de ser miembro de la elite religiosa del imperio Otomano, escribió su libro para las masas de Israel, las cuales no conocían el hebreo o el arameo (más allá de las letras), y de hecho, toda la obra religiosa de a lo largo de las generaciones se encuentra más allá de su alcance. El peligro que sobrevolaba a la sociedad judía del imperio otomano era el dogmatismo del judaísmo, dado que tan sólo la elite rabínica tenía la capacidad de estudiar y comprender los distintos niveles de la Torá, pero el público en general, en cambio, prácticamente no conocía la religión de sus ancestros. Así, es posible comprender como un personaje tan erudito como el Rab Iacov Culi escribe un libro tan popular como “Meam Loez”.

El Jajam Bashi y el Rishón LeTzión

Es difícil hablar sobre la comunidad judía de Turquía, sin nombrar a uno de los conceptos más especiales del mundo judío y rabínico de ella: el Jajam Bashi (en turco: el líder de los sabios), este es el título que se le dio al Gran Rabino de las comunidades judías en el imperio Turco-Otomano. El rol del Jajam Bashi era ser la persona que conectaba entre los judíos y el gobierno. Este puesto comenzó en el año 1853 en Kushta (sin embargo, ya en 1453 fue nombrado el Rabino Moshé Capsali como el primer “jajam bashi”, pero el puesto no continuó después de su cadencia, hasta ser renovado el siglo XIX).

El modelo del Jajam Bashi es un intento del imperio Otomano de aplicar a la comunidad judía el modelo de la iglesia católica. Así como toda iglesia católica cuenta con su propio gobierno independiente el cual actúa con el patrocinio del gobierno, lo mismo intentó hacer con los judíos. La mayor parte del trabajo no era religioso, sino organizativo y político, mediante la representación de la comunidad para con el gobierno y viceversa.

En paralelo al puesto del Jajam Bashi, en Eretz Israel fue desarrollado el título de Rishón LeTzión LeIsrael. Ambos conceptos, Jajam Bashi y Rishón LeTzión, son formas de denominar a Grandes Rabinos en distintas etapas y en distintos lugares. De hecho, no había relación directa entre los mismos hasta que en el año 1842 los puestos fueron unificados. A diferencia del Jajam Bashi, la fuente del nombre “Rishón Letzión” no es de tierras ajenas, sino que es un título que dieron los judíos desde el siglo XVII al Rabino de Jerusalem. Más tarde, el título se expandió y fue otorgado al Gran Rabino Sefaradita de Israel. Cuando el Gran Rabinato de Israel fue establecido en el año 1921 (5681) por el gobierno británico, fue a su vez creado el puesto del Gran Rabino Ashkenazí.

Hasta hoy en día los judíos de Turquía son representados en forma legal, como fue a lo largo de las generaciones, por el Jajam Bashi, el Rabino Ytzjak Haleva, el cual trabaja arduamente por fortalecer la comunidad desde adentro y por fuera junto con el resto de los rabino de Turquía.

500 años de la comunidad: hoy y en ese entonces

En el año 1992, la comunidad festejó 500 años de existencia – de hecho fue el 500avo aniversario de la expulsión de España (sin tener en cuenta que la comunidad judía turca existe desde antes de que los expulsados de España lleguen).
En el año 1900 vivían en Estambul 300.000 judíos, en 1940 la comunidad disminuyó en forma significativa, cuando más de 100.000 judíos realizaron aliá a Israel. Hoy día, la comunidad judía turca cuenta con 27.000 judíos. Es la segunda comunidad judía en términos numéricos en un país musulmán, después de la comunidad judía remanente en Irán.

La mayor parte de los judíos viven en Estambul, cerca de 2500 en Esmirna, alrededor de 140 en Bursa y tan sólo 100 en la capital Ankara. Hay también algunos judíos en Adana, Canakkale, Iskenderun y Kirklareli, y también 100 caraítas, grupo independiente, el cual no acepta sobre sí mismo la autoridad del Gran Rabino y cumple sus propias costumbres.
En Turquía hay veintitrés sinagogas en funcionamiento, dieciséis de ellas en Estambul. Algunas son muy antiguas, en especial el Beit Kneset Ahrida en la zona de Balat, el cual se encuentra en pie desde el siglo XV. A pesar de que este hecho puedo sorprender a muchas personas, también existe una comunidad ashkenazí en Estambul, la cual llegó al país desde Austria a fines del siglo XIX. La comunidad se encuentra hoy día en el Beit Kneset Maguen David, el cual fue construido en el año 1900.

La comunidad cuenta, asimismo, con un colegio primario, donde estudian cerca de 300 alumnos y un colegio secundario con cerca de 250 alumnos. En Esmirna, tienen un colegio primario adicional, el cual cuenta 140 alumnos. Asimismo, posee la comunidad judía de Turquía un hospital, el cual se encuentra en funcionamiento hasta hoy en día y lleva el nombre “Or HaJaim”. Tiene también un centro comunitario, restaurantes casher y un museo judío el cual documenta la historia de la comunidad en Turquía. Además, todas las semanas se publica un diario comunitario llamado “shalom”. En el pasado el diario se publicaba completamente en ladino, pero hoy en día se publica en turco y tan sólo una o dos páginas son escritas en el antiguo idioma.

El desafío de la comunidad judía mundial, preservar lo existente, es bastante más difícil en un país musulmán, pero la comunidad judía de Estambul, logra tener éxito a pesar de las dificultades y los peligros. Los judíos de Turquía retornaron de forma alguna a la vida de sus antepasados, debido a su deseo de preservar la identidad, junto con sus preocupaciones por la seguridad. Los judíos de Turquía, como muchas comunidades judías alrededor del mundo, preservan su cultura con orgullo, y por el otro lado se encierran cada vez más detrás de las paredes y de las rejas. La historia se repite: anusim (forzados) antes y anusim ahora.

Rabino Eliahu Birnbaum

Turquía: Rezando en una mezquita

En un artículo anterior describí a mis lectores el fallido intento de atravesar la frontera desde Antakia en el sur de Turquía en dirección de Alepo en Siria. En esta ocasión continuaré la descripción de mi travesía por las comunidades pequeñas de Turquía. Visité las sinagogas de las localidades de Chulo, Kirekelreli, Chankla, Adirene y pasé un Shabat muy especial en la comunidad de Boursa, desde donde regresé a Estambul y de allí a la tierra de Israel.

La sinagoga en la ciudad de Chulo fue convertida en mezquita. Actualmente no viven judíos en esa localidad y la sinagoga hace de monumento recordatorio a nuestros hermanos que aquí habitaron y abandonaron la ciudad por diferentes razones a lo largo de las últimas décadas. En Chulo solía existir una comunidad judía pequeña cuya sinagoga contaba con servicios religiosos regulares. El edificio de la sinagoga se mantiene tal como era tanto por fuera como por dentro, el arca sagrada permanece en su sitio y el decorado del techo, así como también las columnas se mantienen tal como eran. Solamente se le agregó el minarete desde el cual el “muecín” o “almuédano” llama a los fieles musulmanes a rezar, siendo el único cambio significativo del edificio respecto de su plano original.

Cuando me enteré de la situación en la que se encontraba la sinagoga pedí visitarla. Me entristeció saber cuál fue el destino de nuestro pequeño Santuario y me emocioné al ingresar para rezar “Shajarit”, la oración matutina. ¿Acaso entré a una sinagoga o a una mezquita? ¿Se debe catalogar el edificio en función de lo que fue en el pasado o de lo que es en el presente? ¿Se trata de una sinagoga judía o de una mezquita musulmana? ¿Cómo se define la naturaleza del edificio, según quien lo construyó y rezó en él durante generaciones o según quien lo hace en la actualidad? Carezco de una respuesta a estos dilemas, empero ocuparon mi mente y mi corazón a lo largo de toda la visita.

El miércoles por la mañana llegué a la sinagoga-mezquita, me dirigí al guardia apostado en la entrada y le pedí entrar para rezar en el lugar. Si bien mi aspecto difería del musulmán local promedio que suele visitar el lugar, me recibió muy amablemente y me invitó a ingresar. Tras quitarme los zapatos, tal como se acostumbra hacer en las mezquitas, ingresé a la sala principal y me emocioné profundamente al ver el arca sagrada de la sinagoga en completa soledad junto al sitial desde el cual el imam dirige el rezo. La mezquita estaba vacía, mas la sinagoga estaba repleta de las voces de los judíos que allí rezaban y hoy ya no están. Mi rezo en la sinagoga transformada en mezquita fue uno de los más significativos de mi vida, sentí que recé. Sentí que no oraba solamente por mí y que no me encontraba solo, sino que lo hacía en nombre de todos los judíos que alguna vez poblaron los asientos del edificio que hoy está alfombrado en toda su superficie. Sentí orgullo judío al estar de pie en la mezquita y recitar “Shemá Israel” envuelto en mi talit y con mis tefilín puestos.

Como es sabido, las autoridades halájicas han debatido largamente respecto de la cuestión de rezar en edificios destinados a la idolatría y en mezquitas. La mayoría de las eminencias halájicas de nuestro tiempo niegan el carácter idólatra del islam y de ello se desprende la autorización para ingresar a una mezquita. Maimónides responde muy claramente a la consulta de Ovadiá el prosélito (quien se convirtiera del islam al judaísmo): “los ismaelitas no son idólatras en absoluto y rinden culto al Dios Único como corresponde, adjudicándole una unicidad carente de defecto alguno…” (Responsa de Maimónides, edición Blau 369). Por lo tanto, las mezquitas no se consideran casas de idolatría y por la base de la norma se permite ingresar a las mismas.

El Rabino Ovadiá Iosef permite ingresar a una mezquita e inclusive rezar en el interior de la misma: “en la mezquita de los árabes, en la que no se lleva a cabo idolatría alguna y oran a Dios adjudicándole una unicidad completa, no hay prohibición de rezar. Vi que varias eminencias y grandes piadosos rezaban dentro de la mezquita que se encuentra en la cueva de Majpelá” (tumba de los patriarcas en Jevrón) (Responsa Iabía Omer III, Ioré Deá 15). Asimismo, el Rabino Jaím David HaLeví escribió: “…empero en las mezquitas de los ismaelitas no aplica la prohibición de rezar ya que no son idólatras…” (Asé Lejá Rav I pregunta 59).

Durante mi visita a la ciudad de Kirekelreli me encontré con el último judío que quedó en la ciudad, y si bien es un hombre de negocios parte de su cargo es el de cuidar de la solitaria sinagoga. Se me ocurrió que existe actualmente el status particular de “último judío” de la ciudad o aquél que detenta las llaves de la sinagoga. El “último judío” de Kirekelreli es reconocido por todos los lugareños como “judío” y no esconde ni su origen ni su fe. Por otra parte, me explicó que ello le dificulta encontrar pareja proveniente de una familia musulmana. Los padres de las muchachas que él conoció le dijeron: “pensamos que ustedes no habrán de ser felices juntos si se casan y cada quien conserva su fe religiosa… y por supuesto que nuestra hija no se va a convertir al judaísmo ni habrá de ser judía… por lo que no tienen sentido que se casen…” Resulta interesante que son justamente los musulmanes quienes enfatizan que él no debe casarse con una no judía.

Boursa

Según antiguas fuentes hebreas, los judíos romaniotes habitaron la ciudad bizantina de Boursa en el noroeste de Turquía desde el año 820. Alrededor de la segunda mitad del siglo XVI judíos sefaradíes comenzaron a llegar y asentarse en Boursa. Cabe recordar que judíos españoles fueron invitados por el imperio otomano a asentarse en sus dominios y se abrieron las puertas a su ingreso.

Empero no solamente el Sultán otomano Baizit II invitó a judíos a su reino, sino que también lo hizo el Gran Rabino de Adirene durante los años 50 del siglo XV. El Rabino Isaac Sarfaty, descendiente de Rashí, escribió una misiva a los judíos de Europa invitándolos a asentarse en Turquía: “Escuché de las enormes penurias – peores que la muerte – por las que pasan nuestros hermanos en virtud de las despóticas leyes, de los bautismos forzados y las expulsiones… os cuento que Turquía es un país en el cual nada falta y si queréis aquí todo puede darse vuelta para bien. ¿Acaso no ha de ser mejor para vosotros vivir bajo gobierno musulmán que bajo el de los cristianos? Aquí toda persona vive segura, habita tranquilamente bajo su vid y bajo su higuera. Aquí podréis vestir ropas elegantes. Por el contrario, en tierras cristianas vosotros no osáis siquiera a vestir a vuestros hijos pequeños con los colores azul o rojo… y ahora, en vista de todo esto, ¿por qué habríais de demoraros? ¡Abandonad de inmediato esa tierra maldita!” (Aproximadamente 1454).

Los inmigrantes españoles y portugueses que arribaron a tierras otomanas se agruparon en comunidades que por lo general obedecían al sitio del cual provenían. Cada una de las congregaciones era independiente, poseía sinagoga, rabino, colegio, maestros, instituciones propias religiosas y de caridad, y muchas veces, inclusive un tribunal rabínico.

La sinagoga “Haguerush” fue construida hace unos quinientos años – a inicios del siglo XVI – bajo el gobierno del Sultán Selim II. La sinagoga posee una tebá superior para el oficiante con forma de galería, a la cual se puede acceder por medio de dos escaleras espirales desde ambos lados de la entrada. Esta tebá es fuera de lo común y similar a la que se puede encontrar en la India en la ciudad de Cochín. Al ascender, el oficiante a la tebá queda a la altura del “Ezrat Nashim”, la galería o palco donde rezan las mujeres, estando más cercano a éstas que a los hombres.

El Shabat en Boursa fue magnífico. A pesar de que quedan solamente unos treinta judíos en la comunidad hubo minián tanto el viernes por la noche como el sábado por la mañana. Llamó particularmente mi atención el nombre de la sinagoga, “Haguerush” (“la expulsión”). Los judíos de Boursa todavía recuerdan la expulsión de España. A pesar de que pasaron ya cientos de años desde que arribaron al imperio otomano recuerdan aún la expulsión de la península ibérica. Ven en ella parte de su historia personal y comunitaria. El presidente de la comunidad, el Sr. León Elnekavé, es descendiente de las familias sefaradíes que llegaron desde España a Boursa tras la expulsión y continúa hablando ladino, así como también relatando las historias de su familia. Resulta interesante hasta qué punto las comunidades judías y los judíos perpetúan su memoria histórica y continúan sintiéndose conectados al pasado, de modo tal que la sinagoga “Haguerush” sigue conmemorando un evento histórico que es también memoria personal.

Por Rabino Eliahu Birnbaum