El hombre que se trasciende a sí mismo – Parashat Vayerá

Por Rabino Eliahu Birnbaum

Abrahám se perfila, a esta altura de su biografía, como un librepensador que puede -honestamente- no aceptar la concepción de vida mayoritaria de su época; un hombre valiente, inconformista, que no se rinde ante los conceptos clásicos y no teme enfrentarse al mundo cultural y social. Abrahám es, a su vez, un guerrero y hombre que se desvela por su familia, por su prójimo y por toda la sociedad. Es un hombre excepcional que pregunta y cuestiona porque quiere entender.

Nos encontramos, en primer término, con el episodio en que aparecen tres desconocidos atravesando la tierra de Abrahám, y éste les ruega que acepten su hospitalidad. No les vende un servicio, sino que para él es antinatural no brindar comida y reposo a quien pasa cerca de su morada. La necesidad de justicia y la vocación de servir a los demás se hacen presentes en todos los momentos cruciales de su vida. En esta parashá, Dios está decidido a acabar con las ciudades de Sdóm y Amorá, y Abrahám le increpa: Ý¿Acaso el Gran Juez no hará justicia?, y le desafía a responder por los cincuenta justos que quizá haya en la ciudad. Pero luego comienza a bajar la cuota: Abrahám se inquieta ante la posibilidad de injusticia para con un sólo ser humano.

Finalmente, Dios le acepta perdonar a la ciudad si hay en ella siquiera diez personas justas.

Con todo, y mal que pese a Abrahám, los designios divinos son inefables. Cuando los ángeles – tales eran los hombres que Abrahám había hospedado- llegan a Sdóm, Lot, sobrino de Abrahám, les ofrece hospitalidad. Todos los habitantes de Sdóm quieren atraparlos para ejercer sobre ellos su perversidad. Ante la impotencia de Lot para resolver la situación, los ángeles le ordenan huir con su esposa y sus dos hijas, y se disponen en nombre del Creador, a arrasar la ciudad y aniquilar a sus habitantes. Otra vez se ve aquí la verticalidad con que obra la mano de Dios a la hora de resolver una crisis. Mientras Sdóm y Amorá son arrasadas en medio de azufre y llamaradas, y Lot huye con su familia con la prevención de que nadie de su familia vuelva la vista atrás, su esposa cede a la tentación y desobedece la orden e inmediatamente queda convertida en una estatua de sal. Los ángeles habían anticipado a Abrahám y Sará que, al cabo de poco tiempo, tendrían un hijo. Sará, a partir de lo ilógico que ello sería a su avanzada edad, había reído ante la sola idea de que tal cosa ocurriese. Al cabo de algún tiempo, Sará queda efectivamente embarazada y da a luz un hijo, al que Abrahám pone por nombre Itzják. Generando una línea de continuidad para el pacto de palabra y sangre que había sellado con el Creador, Abrahám circuncida a su hijo a los ocho días de nacido. Tiempo más tarde, el Creador pondrá a prueba la devoción de Abrahám una vez más, solicitándole el sacrificio de su hijo; y demostrará su magnanimidad, y su reticencia a admitir muertes en vano, al contentarse con la intención de Abrahám, y no permitirle consumar el sacrificio de su única y entrañable descendencia.