En un artículo anterior describí a mis lectores el fallido intento de atravesar la frontera desde Antakia en el sur de Turquía en dirección de Alepo en Siria. En esta ocasión continuaré la descripción de mi travesía por las comunidades pequeñas de Turquía. Visité las sinagogas de las localidades de Chulo, Kirekelreli, Chankla, Adirene y pasé un Shabat muy especial en la comunidad de Boursa, desde donde regresé a Estambul y de allí a la tierra de Israel.
La sinagoga en la ciudad de Chulo fue convertida en mezquita. Actualmente no viven judíos en esa localidad y la sinagoga hace de monumento recordatorio a nuestros hermanos que aquí habitaron y abandonaron la ciudad por diferentes razones a lo largo de las últimas décadas. En Chulo solía existir una comunidad judía pequeña cuya sinagoga contaba con servicios religiosos regulares. El edificio de la sinagoga se mantiene tal como era tanto por fuera como por dentro, el arca sagrada permanece en su sitio y el decorado del techo, así como también las columnas se mantienen tal como eran. Solamente se le agregó el minarete desde el cual el “muecín” o “almuédano” llama a los fieles musulmanes a rezar, siendo el único cambio significativo del edificio respecto de su plano original.
Cuando me enteré de la situación en la que se encontraba la sinagoga pedí visitarla. Me entristeció saber cuál fue el destino de nuestro pequeño Santuario y me emocioné al ingresar para rezar “Shajarit”, la oración matutina. ¿Acaso entré a una sinagoga o a una mezquita? ¿Se debe catalogar el edificio en función de lo que fue en el pasado o de lo que es en el presente? ¿Se trata de una sinagoga judía o de una mezquita musulmana? ¿Cómo se define la naturaleza del edificio, según quien lo construyó y rezó en él durante generaciones o según quien lo hace en la actualidad? Carezco de una respuesta a estos dilemas, empero ocuparon mi mente y mi corazón a lo largo de toda la visita.
El miércoles por la mañana llegué a la sinagoga-mezquita, me dirigí al guardia apostado en la entrada y le pedí entrar para rezar en el lugar. Si bien mi aspecto difería del musulmán local promedio que suele visitar el lugar, me recibió muy amablemente y me invitó a ingresar. Tras quitarme los zapatos, tal como se acostumbra hacer en las mezquitas, ingresé a la sala principal y me emocioné profundamente al ver el arca sagrada de la sinagoga en completa soledad junto al sitial desde el cual el imam dirige el rezo. La mezquita estaba vacía, mas la sinagoga estaba repleta de las voces de los judíos que allí rezaban y hoy ya no están. Mi rezo en la sinagoga transformada en mezquita fue uno de los más significativos de mi vida, sentí que recé. Sentí que no oraba solamente por mí y que no me encontraba solo, sino que lo hacía en nombre de todos los judíos que alguna vez poblaron los asientos del edificio que hoy está alfombrado en toda su superficie. Sentí orgullo judío al estar de pie en la mezquita y recitar “Shemá Israel” envuelto en mi talit y con mis tefilín puestos.
Como es sabido, las autoridades halájicas han debatido largamente respecto de la cuestión de rezar en edificios destinados a la idolatría y en mezquitas. La mayoría de las eminencias halájicas de nuestro tiempo niegan el carácter idólatra del islam y de ello se desprende la autorización para ingresar a una mezquita. Maimónides responde muy claramente a la consulta de Ovadiá el prosélito (quien se convirtiera del islam al judaísmo): “los ismaelitas no son idólatras en absoluto y rinden culto al Dios Único como corresponde, adjudicándole una unicidad carente de defecto alguno…” (Responsa de Maimónides, edición Blau 369). Por lo tanto, las mezquitas no se consideran casas de idolatría y por la base de la norma se permite ingresar a las mismas.
El Rabino Ovadiá Iosef permite ingresar a una mezquita e inclusive rezar en el interior de la misma: “en la mezquita de los árabes, en la que no se lleva a cabo idolatría alguna y oran a Dios adjudicándole una unicidad completa, no hay prohibición de rezar. Vi que varias eminencias y grandes piadosos rezaban dentro de la mezquita que se encuentra en la cueva de Majpelá” (tumba de los patriarcas en Jevrón) (Responsa Iabía Omer III, Ioré Deá 15). Asimismo, el Rabino Jaím David HaLeví escribió: “…empero en las mezquitas de los ismaelitas no aplica la prohibición de rezar ya que no son idólatras…” (Asé Lejá Rav I pregunta 59).
Durante mi visita a la ciudad de Kirekelreli me encontré con el último judío que quedó en la ciudad, y si bien es un hombre de negocios parte de su cargo es el de cuidar de la solitaria sinagoga. Se me ocurrió que existe actualmente el status particular de “último judío” de la ciudad o aquél que detenta las llaves de la sinagoga. El “último judío” de Kirekelreli es reconocido por todos los lugareños como “judío” y no esconde ni su origen ni su fe. Por otra parte, me explicó que ello le dificulta encontrar pareja proveniente de una familia musulmana. Los padres de las muchachas que él conoció le dijeron: “pensamos que ustedes no habrán de ser felices juntos si se casan y cada quien conserva su fe religiosa… y por supuesto que nuestra hija no se va a convertir al judaísmo ni habrá de ser judía… por lo que no tienen sentido que se casen…” Resulta interesante que son justamente los musulmanes quienes enfatizan que él no debe casarse con una no judía.
Boursa
Según antiguas fuentes hebreas, los judíos romaniotes habitaron la ciudad bizantina de Boursa en el noroeste de Turquía desde el año 820. Alrededor de la segunda mitad del siglo XVI judíos sefaradíes comenzaron a llegar y asentarse en Boursa. Cabe recordar que judíos españoles fueron invitados por el imperio otomano a asentarse en sus dominios y se abrieron las puertas a su ingreso.
Empero no solamente el Sultán otomano Baizit II invitó a judíos a su reino, sino que también lo hizo el Gran Rabino de Adirene durante los años 50 del siglo XV. El Rabino Isaac Sarfaty, descendiente de Rashí, escribió una misiva a los judíos de Europa invitándolos a asentarse en Turquía: “Escuché de las enormes penurias – peores que la muerte – por las que pasan nuestros hermanos en virtud de las despóticas leyes, de los bautismos forzados y las expulsiones… os cuento que Turquía es un país en el cual nada falta y si queréis aquí todo puede darse vuelta para bien. ¿Acaso no ha de ser mejor para vosotros vivir bajo gobierno musulmán que bajo el de los cristianos? Aquí toda persona vive segura, habita tranquilamente bajo su vid y bajo su higuera. Aquí podréis vestir ropas elegantes. Por el contrario, en tierras cristianas vosotros no osáis siquiera a vestir a vuestros hijos pequeños con los colores azul o rojo… y ahora, en vista de todo esto, ¿por qué habríais de demoraros? ¡Abandonad de inmediato esa tierra maldita!” (Aproximadamente 1454).
Los inmigrantes españoles y portugueses que arribaron a tierras otomanas se agruparon en comunidades que por lo general obedecían al sitio del cual provenían. Cada una de las congregaciones era independiente, poseía sinagoga, rabino, colegio, maestros, instituciones propias religiosas y de caridad, y muchas veces, inclusive un tribunal rabínico.
La sinagoga “Haguerush” fue construida hace unos quinientos años – a inicios del siglo XVI – bajo el gobierno del Sultán Selim II. La sinagoga posee una tebá superior para el oficiante con forma de galería, a la cual se puede acceder por medio de dos escaleras espirales desde ambos lados de la entrada. Esta tebá es fuera de lo común y similar a la que se puede encontrar en la India en la ciudad de Cochín. Al ascender, el oficiante a la tebá queda a la altura del “Ezrat Nashim”, la galería o palco donde rezan las mujeres, estando más cercano a éstas que a los hombres.
El Shabat en Boursa fue magnífico. A pesar de que quedan solamente unos treinta judíos en la comunidad hubo minián tanto el viernes por la noche como el sábado por la mañana. Llamó particularmente mi atención el nombre de la sinagoga, “Haguerush” (“la expulsión”). Los judíos de Boursa todavía recuerdan la expulsión de España. A pesar de que pasaron ya cientos de años desde que arribaron al imperio otomano recuerdan aún la expulsión de la península ibérica. Ven en ella parte de su historia personal y comunitaria. El presidente de la comunidad, el Sr. León Elnekavé, es descendiente de las familias sefaradíes que llegaron desde España a Boursa tras la expulsión y continúa hablando ladino, así como también relatando las historias de su familia. Resulta interesante hasta qué punto las comunidades judías y los judíos perpetúan su memoria histórica y continúan sintiéndose conectados al pasado, de modo tal que la sinagoga “Haguerush” sigue conmemorando un evento histórico que es también memoria personal.